Salomón Ponce Aguilera (1868-1945)

Nació en Antón, Provincia de Coclé, el 10 de diciembre de 1868. Obtuvo el título de bachiller en Filosofía y Letras en el Colegio de Nuestra Señora del Rosario, en Bogotá, y en el año 1895, el de Doctor en Derecho y Ciencias Políticas en la Universidad Nacional. Fue Secretario de Instrucción Pública del Departamento de Panamá y Fiscal del Tribunal Superior. Más tarde al efectuarse la independencia de la República, se le confiaron cargos de menor importancia como los de bibliotecario y Juez Municipal. Los cinco últimos lustros de su vida los pasó , casi inválido, en su casa de Antón. Murió el 5 de julio de 1945.

Su libro De la Gleba recoge una homogénea colección de relatos y cuadros del vivir cotidiano con una muy marcados tonos del ambiente monótono y acaso patriarcal de las provincias en los primeros años del siglo. En todos ellos pone de manifiesto la religiosidad candorosa y el fervor casi supersticioso de su imaginación, expresada en largas descripciones de fiestas y de ritos eclesiásticos o en personajes de silueta romántica que mueren con la cruz en el pecho o con las graves palabras del Magnificat en sus labios.

Bibliografía: La Batalla de Panamá (1902), De la Gleba (1914)


El Árbol Viejo (fragmento)

[...] No han pasado muchos años, y sin embargo me parece que una distancia inmensa se interpone entre los días de nuestra niñez y los de hoy, cuando apenas la vida comienza a marcar de modo visible sus instantes transcurridos en el reloj del tiempo. He aprendido, no sé por qué arte, a olvidar lo de ayer para recordar con más íntimo goce los que pasó cuando comencé a darme cuenta de mis impresiones de niño: mi vida tiene algo de retrospectivo que no me explico, aunque mis sentimientos me dicen que vivir del pasado, por doloroso que éste sea, es un bien inestimable que a pocos hombres es concedido.

Tú entonces contabas siete años. Recuerdo que alguno de tus parientes te había obsequiado con una hermosísima muñeca de una cuarta de largo, de pelo blondo y fino, de ojos azules que se entornaban cuando se inclinaba hacia atrás, con la boca apenas entreabierta que obstentaba una hilera de dientecitos muy blancos. ... Vestía un traje gris con franjas azules, y el menudo zapato de ante tenía una hebilla en forma de estrella que brillaba con luces de finísima joya. El instinto de la maternidad, que se revela tan pronto en la mujer, te había constituido en perfecta arrulladora, mejor dicho, en una niña madre que se forja ensueños de la vida real con una muñeca de porcelana de Sevres. Eres feliz, pero tu felicidad, como dijo algún poeta, debía durar lo que las rosas. Una tarde, cuando más dichosa te creías con tu hermoso juguete, se te desprendió de las manos y se estrelló en las piedras de la calle. Tu amargura fue intensa como la de nosotros los que te acompañamos en el hondo duelo, y si he de hacerte una revelación, es la de que la primera impresión triste que tuve de la muerte fue la de la desaparición de tu muñeca.

Sí, creo verla aún -- como he visto después muchas personas de mis afectos-- rígida, con los ojos hundidos, la boca contraída con expresión de angustia, el cabello en desorden, fría con esa frialdad de las cosas inertes que piden el olvido ocultándose para siempre en el seno de la madre común.

Una caja de dominó le sirvió de ataúd...


Fuente bibliográfica
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