EL HOMBRE, CENTRO DE LA MEDITACION FILOSOFICA
LA ANTROPOLOGIA FILOSOFICA
Por Francisco Miró Quesada
Hemos visto que la filosofía se distingue de la ciencia en que los temas que aborda presentan problemas de tal profundidad que, por lo general, es imposible resolverlos de manera definitiva (1). Pero son tan importantes, afectan nuestra existencia de manera tan directa que nuestra razón no puede renunciar a enfrentarse a ellos y, en la medida de sus posibilidades, tratar de resolverlos. ¿Cómo dejar de pensar, en determinadas circunstancias, en el significado de la muerte o en el sentido de nuestra existencia? ¿Por qué estamos, aquí en el mundo, qué finalidad ha tenido nuestro nacimiento, si es que ha tenido alguna? ¿Somos productos del azar o de algún plan tradicional? Todo hombre es, por eso, en cierto sentido, filósofo, porque no puede dejar de plantearse, alguna vez en la vida, los grandes problemas que atañen a su existencia. El hombre, por el hecho mismo de ser racional, resulta un problema para sí mismo. Lo que más le extraña, lo que más le llama la atención es su propio ser. La filosofía comienza por buscar el ser de las cosas, pero apenas desarrolla el hábito de meditar, el hombre comienza a preguntarse por su propio ser. Toda meditación (racional) seguida hasta sus últimas consecuencias, lo conduce a sí mismo. En primer lugar la extrañeza, a veces angustiosa, que le produce su propia condición humana, el hecho de estar condenado a que le sucedan una serie de cosas que él no ha elegido pero que no puede evitar, como el nacimiento, la enfermedad, el envejecimiento y, al final, la muerte. Pero, además, el hecho de que todo problema cuando se quiere resolver de manera completa remite a su extraña condición. Incluso los más abstractos problemas de matemáticas o de física. ¿Por qué nos interesa o no nos interesa un problema de matemáticas? ¿Por qué algunos hombres están especialmente dotados para la matemática mientras otros nunca logran comprenderla a fondo a pesar de que son muy inteligentes y están brillantemente dotados para el arte, la política u otras actividades? ¿Por qué existen diferencias de personalidad y temperamento entre los seres humanos? ¿Por qué existen diferencias en la manera de vivir sus vidas? Parece que hubiera un destino que a unos les hiciera corresponder determinado tipo de existencia mientras que a otros les tuviera reservada una vida completamente diferente. Mientras no aclaremos estos problemas, no podremos comprender lo que somos. Pero cuando tratamos de hallar, por medio de la razón, respuestas definitivas, nos sumergimos en un mar de dudas.
Regresando a los problemas de matemáticas, supongamos que hemos resuelto un problema especialmente difícil y que sentimos una profunda satisfacción intelectual ante el éxito alcanzado. ¿Podemos, sin embargo, estar completamente seguros de que nuestra solución es inobjetable? Tal vez lo estamos. ¿Pero en que se funda nuestra seguridad? Se funda en el poder de nuestra razón. Mas ¿no puede fallar nuestra razón, no porque nos equivoquemos al pensar, sino por que ella misma tiene límites y lagunas? ¿Qué es, en último término, esta famosa razón que hace posible la ciencia y la filosofía? ¿Qué es esta razón que nos hace ser humanos puesto que es la razón lo que nos distingue de los animales? Hemos aquí pensado en el ser de hombre, habiendo partido de un problema de matemáticas. Hagamos lo que hagamos, si seguimos suficientemente nuestra línea de razonamiento, si la llevamos de problema en problema, tratando de dilucidar todas las oscuridades que encontremos en le camino, llegaremos al tema del hombre, a tratar de comprender qué es lo que realmente somos.
Desde que Sócrates y Platón plantean por primera vez de manera sistemática el problema del hombre, la filosofía de todas las épocas ha realizado grandes esfuerzos por resolverlo. Tradicionalmente el estudio filosófico del hombre se ha llamado antropología (del griego "anthropos", hombre y "logos" tratado) (2). Pero modernamente la palabra "antropología" se utiliza también para denotar el estudio científico del ser humano, tanto desde el punto de vista biológico como desde el punto de vista cultural. Así, el estudio de las razas, de sus rasgos diferenciales y de su origen, pertenece a la antropología, lo mismo que el estudio de las diferentes culturas o civilizaciones, especialmente de las primitivas. Por eso, para distinguir el estudio filosófico del hombre, del científico, se llama al primero antropología filosófica.
EL PROBLEMA DEL HOMBRE
COMO PROBLEMA TEORICO Y COMO PROBLEMA PRACTICO
El problema de saber en qué consiste el ser del hombre, qué significa ser hombre, parece puramente teórico. En efecto, a primera vista se tiene la impresión de que saber si estamos en el mundo de casualidad o porque una voluntad divina así lo dispuso, no tiene más importancia que la de satisfacer nuestra curiosidad. Sin embargo se trata de un problema que tiene importancia práctica. Supongamos que hemos logrado probar racionalmente que hemos sido creados por Dios y que después de la muerte existe otra vida. Se trata de una conclusión que nos coloca frente a un poder infinitamente más grande que el nuestro. Es, entonces, fundamental saber a qué atenerse sobre este poder. Seguramente nos ha creado para que cumplamos algún fin y si no sabemos cuál es este fin corremos el riesgo de no poder realizarnos plenamente como seres humanos. Vivir en desacuerdo con la voluntad divina puede significar consecuencias graves para nosotros durante nuestra vida y después de nuestra muerte. Si sabemos que hay Dios tenemos que actuar en consecuencia y tenemos que regular nuestra conducta de manera determinada, o sea, que la solución de un problema teórico nos plantea un problema práctico.
Supongamos que hemos llegado a la conclusión de que no hay Dios y que nuestra existencia es producto de un absurdo azar. Nos encontramos de inmediato con el problema de saber de qué manera debemos de comportarnos. El hecho de que no haya Dios, de que todo no sea sino producto de la casualidad, ¿nos permite comportarnos como nos venga en gana, de manera arbitraria? Si se llega a esta conclusión, si se piensa como el filósofo inglés Hobbes que vivió entre los siglos XVI y XVII que el hombre es un lobo para el hombre (Homo homini lupus (3) entonces todo vale. Los regímenes políticos más abominables están justificados, las acciones colectivas más salvajes e inhumanas quedan permitidas. Es posible que no podamos resolver el problema de la existencia de Dios, pero, por lo pronto sabemos que una de las posibles conclusiones de su negación es que el ser humano asuma conductas arbitrarias y sin sentido. Empero, ¿no existirá la posibilidad de demostrar, por medio del razonamiento, que debemos comportarnos de manera que podamos vivir en una sociedad justa y armoniosa? El mero hecho de ser racionales y de aceptar que la razón debe ser el criterio que utilicemos para resolver los problemas teóricos y prácticos, nos impone ya ciertas pautas de conducta. Ser racional y vivir de acuerdo con esta condición ¿no es ya estar dispuesto a renunciar a decidir los problemas por medio de la prepotencia y la fuerza bruta?
Vemos así, que en ambos casos, lleguemos a la conclusión que lleguemos, la solución que demos a un problema teórico nos conduce inevitablemente a plantear problemas prácticos de cuya solución depende, de manera directa, nuestro destino. Puede pensarse que en relación a los anteriores problemas hay soluciones diferentes que eviten los planteamientos teóricos. Podemos llegar a la conclusión de que es imposible saber si Dios existe o no existe. Los que llegan a esta conclusión de llaman "agnósticos" (4). Pero al agnosticismo no evita los problemas prácticos, porque el agnóstico, como cualquier otro hombre, tiene que decidir de qué manera tiene que comportarse frente a sus semejantes. Y si ha llegado por medio de su razón a la conclusión de que no puede saberse si Dios existe o no, su propia conclusión le hace ver que no puede vivirse sin pautas de conducta. Además, su posición agnóstica le plantea problemas especiales. Ha llegado a la conclusión de que no puede demostrar la existencia de Dios, pero eso no quiere decir que Dios no existe. ¿Y si existiera?
Por eso el agnóstico tiene que tratar de encontrar racionalmente un criterio de decisión que le sirva de guía en relación a su conducta (5). Ya sea que, como el gran filósofo francés Pascal (siglo XVII), piense que aunque no se tenga la seguridad de que Dios existe hay que vivir como si existiera, ya sea que como Bertrand Russell (inglés), muerto hace pocos años, piense que nuestra conducta debe ser de solidaridad humana, el hecho es que la meditación sobre nuestro ser y nuestro origen, sobre el sentido de nuestra existencia, nos lleva a problemas referentes a nuestra manera de actuar.
Por las razones expuestas, la filosofía siempre ha tenido dos aspectos esenciales y complementarios: un aspecto puramente teórico, orientado a resolver problemas de puro conocimiento y otro práctico cuya finalidad es encontrar criterios de conducta. Desde luego -esto es fundamental para comprender los que es la filosofía- en el estudio de los problemas prácticos interviene la teoría, porque la filosofía busca soluciones racionales y la razón es la facultad del conocimiento. La solución, o para hablar con más propiedad, el intento de resolver problemas prácticos referentes a la conducta puede fundarse en el conocimiento. Para decidir sobre la manera como debemos comportarnos, si queremos proceder filosóficamente, tenemos que partir de algún conocimiento previo. Por ejemplo, si queremos vivir justamente, tenemos que saber que es la justicia y esto es un problema teórico. Pero la diferencia entre la filosofía teórica y la filosofía práctica está en que la primera solo persigue el conocimiento de las cosas por sí misma, mientras que la filosofía práctica se interesa en el conocimiento para resolver problemas referentes a nuestro comportamiento. La primera aborda problemas sin interesarse por sus consecuencias para la acción. La segunda los aborda para tratar de ofrecer soluciones al problema de lo que debemos hacer o no hacer.
EL HOMBRE COMO EL SER QUE TIENE QUE INTERPRETARSE A SÍ MISMO
Vaya por donde vaya, la filosofía recae, pues, sobre el tema del hombre. Esta observación no debe llamarnos la atención. Después de todo, es el hombre quien filosofa y es natural que su principal interés sea él mismo. Pero, aunque el hombre ha avanzado de forma extraordinaria en el conocimiento de si mismo y ha logrado constituir un amplio conjunto de disciplinas científicas para estudiar sus características y su conducta como la antropología, la biología, la anatomía, la fisiología, la genética, la sicología, la economía, la sociología, la lingüística, etc., cuando quiere resolver el problema de fondo, es decir, cuando quiere recocer su propio ser, se encuentra ante enormes problemas. Por eso el problema del hombre es, en su dimensión más profunda, un problema filosófico. Y por ser el punto de convergencia de todos los demás problemas, es el problema central. Las disciplinas científicas nos revelan muchos rasgos característicos del ser humano pero no nos revelan lo que realmente es. Son caracteres importantes, pero no esenciales. Por ejemplo, la anatomía y la fisiología nos dicen como es el cuerpo humano, pero no nos dicen si este cuerpo es esencial para que un ser vivo sea humano. Supongamos que hubiera seres completamente distintos de nosotros desde el punto de vista físico, pero que, como nosotros hablaran, pensaran, sintieran y fueran espiritualmente idénticos. ¿He aquí un problema que no puede abordar la ciencia por que carece de métodos que permitan resolverlos de manera rigurosa. Y sin embargo es fundamental pues mientras no sepamos que cosa significa ser verdaderamente hombre no podemos comprendernos a nosotros mismos. Pero saber que cosa es ser hombre es, como acabamos de ver, uno de los problemas más difíciles de resolver. De un lado necesitamos saber qué somos y del otro no podemos saberlo a ciencia cierta.
Ante esta dificultad podemos reaccionar de diversas maneras. Podemos tratar de profundizar racionalmente en el problema. Aunque no es posible que aclaremos de una vez por todas cuál es nuestra esencia, podemos sin embargo lograr avances positivos y captar algunos de nuestros rasgos más fundamentales. Por ejemplo, no se concibe un ser humano carente de la posibilidad de razonar. La clásica definición del hombre como ser racional es un avance innegable en nuestro esfuerzo racional por comprender lo que somos. Aunque, desde luego, no basta para comprenderlo por completo, porque el hombre es mucho más que racional. Además de razón tiene deseos, emociones y pasiones y muchas otras características.
Dejando de lado el intento de saber por medio de la razón qué cosa significa ser hombre, podemos asumir una visión que no se debe al análisis racional, sino que tiene carácter religioso. Toda religión, en último término, responde al anhelo del ser humano por saber lo que es, por interpretarse a sí mismo. Incluso las religiones que no son superiores, que se fundan aún en el mito o en la magia, ofrecen siempre algún tipo de interpretación. En toda cultura o civilización (6), en todo grupo social, se descubre siempre esta necesidad de los seres humanos de saber a qué atenerse sobre sí mismos. Y esto no lleva a descubrir otro rasgo característico del ser humano: La necesidad de interpretarse a sí mismo, de tener una idea sobre lo que realmente es.
Puede pensarse que hay hombres que viven al margen de este afán. Pero cuando se les conoce bien se descubre que, de una manera u otra, tiene una idea sobre su ser y el ser de los demás que, con frecuencia, es sumamente lúcida. Y esta idea les sirve de orientación para asumir un determinado comportamiento ante las situaciones diversas que le presenta la vida. Cuando toman alguna decisión importante siempre la justifican en relación a lo que piensan sobre si mismos y sus semejantes. Hasta un delincuente piensa que tiene razón cuando actúa, piensa, por ejemplo, que los seres humanos son egoístas e infames y que no vale la pena hacer nada por ellos. Si son malos por naturaleza se tiene el derecho de utilizarlos como cosas para conseguir los fines que se persiguen. En cambio, para el hombre generoso que arriesga su vida por salvar la de otro, sus semejantes se le presentan como seres con nobles cualidades, tal vez como hijos de Dios, y por eso vale la pena tratar de ayudarlos. Desde luego, a veces se actúa sin reflexionar, dejándose llevar por la violencia o por la compasión, pero se trata luego de justificar la acción, de encontrarle sentido y para hacer esto se parte de una concepción de la vida en la que el ser humano ocupa un lugar especial, de mayor o menor valor, según sea la interpretación dotada.
Lo notable de este proceder es que dos individuos de personalidades diferentes pueden juzgar de manera distinta los mismos hechos. Así, para el que tiene un concepto pesimista del hombre, sólo un tonto es capaz de arriesgar la vida para salvar la de otro, mientras que para el que considera que el hombre es hijo de Dios o que es un ser valioso en sí mismo, dicha acción es la más noble que puede realizarse. La misma realidad humana se puede interpretar de diferente modo. La interpretación varía, pero la necesidad es la misma. No se puede vivir sin interpretar la vida, no se pueden justificar las decisiones sino se tiene una concepción determinada, teórica o ingenua, reflexiva o espontánea, de lo que son nuestros semejantes y de los que somos nosotros mismos.
LAS CONCEPCIONES DEL MUNDO
Aunque cada individuo tiene su propia interpretación de la existencia, es posible encontrar una serie de puntos comunes entre interpretaciones diversas. Esas coincidencias permiten hacer una clasificación de las interpretaciones, aunque nunca puede hacerse de manera perfecta pues hay personas que tienen, a veces, concepciones tan extrañas e imprevisibles de lo que es la vida que no pueden ubicarse en ninguna tipología. Pero, de manera general, es posible encontrar una clasificación que permita agrupar las distintas maneras como el hombre se interpreta a si mismo, en tipos determinados. Estos tipos o maneras que tiene el hombre de interpretarse o concebirse a sí mismo se llaman, usualmente, concepciones del mundo. Tal vez sería mejor llamarlas concepciones de la vida o del hombre, pero la primera denominación se ha impuesto en el vocabulario fisiológico. Por lo demás, no es incorrecta, porque la palabra "mundo" no significa solamente el cosmos, la realidad física que nos rodea, sino también la realidad humana social en que vivimos.
En un nivel muy simple y elemental puede proponerse la siguiente clasificación de las concepciones del mundo: espiritualista - materialista, finalista - contingencialista, esencialista - existencialista.
Observamos que la clasificación procede por pares, es decir, cada concepción del mundo tiene su contraria que la niega. Ninguno de los pares excluye por completo a los otros. Así la concepción espiritualista puede ser compatible con la concepción esencialista o con la existencialista. Lo mismo sucede con las restantes divisiones. Esto se debe a la dificultad inherente a toda clasificación: nunca puede ser completa o perfecta. Pero creemos que los tipos mencionados permiten tener una idea adecuada de las principales concepciones del mundo.
La concepción espiritualista del mundo es no sólo la más antigua sino la más generalizada, la que tiene, en la actualidad, mayor difusión. En esencia consiste en considerar que al lado de la realidad material hay una sustancia diferente, irreductible a ella, que se llama espíritu.
Dentro de esta visión hay numerosas variantes. La más primitiva es el animismo, que ve la existencia de diferentes conciencias en los grandes fenómenos naturales y cree que el ser humano es capaz de estar en contacto con ellas y de influirlas de manera favorable. Las más evolucionadas corresponden a las religiones superiores y a numerosos e importantes sistemas filosóficos. El lejano Oriente ha producido un tipo muy especial de concepción espiritualista del mundo, tanto en el ámbito religioso como en el filosófico. En esta concepción se considera que la conciencia, que es una manifestación del espíritu, no sólo sobrevive después de la muerte sino que se transmite de individuo a individuo. El proceso descrito constituye la transmigración de las almas, llamada también palingenesia o metempsicosis (7). Pero el cuerpo al cual trasmigra el alma después de la muerte del individuo, no tiene que ser obligadamente el cuerpo de otro ser humano (en el momento de nacer o de formarse en el vientre materno); puede ser un animal. Según las principales religiones y filosofía hindúes, el renacimiento del alma esta condicionado por sus conductas anteriores que le imponen un destino inevitable, el karma. Mientras más noblemente se conduce en la vida una persona, más noble y elevado será su renacimiento futuro, estará más cerca de la perfección espiritual. Mientras más vil su comportamiento, más vil será su forma de renacer, quedará encarnado en animales inferiores y repugnantes.
El sentido de la vida para estas religiones y filosofías consiste en liberarse del karma e ir ascendiendo progresivamente hasta la máxima perfección. Cuando se llega a este estado es por que se alcanza el conocimiento de la verdad suprema: que la infinita y pavorosa variedad de la vida y de la realidad del universo no es sino apariencia, que todo no es sino una manifestación del espíritu divino, llamado Brahman. La liberación consiste en comprender que todo es Brahman, que el individuo tiene la misma conciencia de todos los demás individuos, que la materia inerte no es sino una manifestación de la realidad, que es espíritu puro (8).
Una variante de esta concepción es el budismo que coincide con el brahmanismo en que el sentido de la vida es la liberación del karma, más no para confundirse con Dios, única realidad, identidad total de lo existente, sino para disolverse en el Nirvana que es la cesación de todo movimiento, de toda alteración de la conciencia, pero que es, sin embargo, diferente de la nada.
Las religiones monoteístas de origen semítico corresponden a una concepción espiritualista muy diferente de la anterior (9). El cristianismo, el judaísmo y el islamismo, que tienen como base común el Antiguo Testamento, conciben la existencia de un Dios único, omnipotente, omnisciente que crea el mundo de la nada y que tiene una relación de persona a persona con el hombre. Dios crea al hombre para que pueda elevarse hasta él y vivir, en su contemplación directa y sublime, una vida de plenitud y felicidad perfecta. La salvación no consiste para estas religiones en la liberación del terrible destino impuesto por el karma, sino en la posibilidad de llegar a la contemplación de Dios después de la muerte y de existir en su ámbito. La comprensión de Dios, su visión inmediata y deslumbrante es la solución de todos los enigmas y de todas las angustias.
El Cristianismo se distingue de todas las demás religiones por que considera que el amor es el valor supremo de la existencia y la única manera de poder elevarse hacia el ámbito de la divinidad. Quien no ama a sus semejantes, quien no los considera como hermanos suyos no puede amar a Dios y, en consecuencia, no puede elevarse hasta El ni encontrar la plenitud de su ser después de la muerte. Dios crea al hombre por amor y sólo en el amor de Dios y de sus semejantes puede encontrar el hombre la culminación de su destino.
El Cristianismo está profundamente ligado a la historia de la cultura occidental, tanto que puede afirmarse que ser occidental es ser cristiano. Esta relación es tan profunda que incluso muchos occidentales que no se consideran cristianos tienen una manera de ver el mundo que supone inconscientemente una serie de conceptos y valores cristianos. Gracias al cristianismo el hombre de occidente, es decir el hombre moderno considera que la persona humana tiene infinita importancia y es de un valor intangible. Todas las ideologías modernas de liberación frente al poder opresor, que persiguen la plenitud y felicidad del individuo en la sociedad, tienen su origen en el concepto cristiano de que el individuo, por ser hijo de Dios, no puede ser considerado como una cosa, como un instrumento por los demás individuos, porque todos somos hermanos y porque nuestro ser tiene una dimensión que trasciende lo puramente terrenal. Nadie, por eso, tiene el derecho de imponer su voluntad a los demás de manejarlos a su antojo, porque el destino humano es trascendente. Más allá del arbitrio individual y de las contingencias de la historia, el hombre se encamina hacia un mundo superior al creado.
Muchos grandes filósofos han meditado racionalmente sobre la concepción cristiana de la vida y han elaborado importantes sistemas teóricos en los que presentan pruebas de la existencia de Dios y del alma y se derivan las consecuencias de estas pruebas. En los siglos IV y V D.C., debemos citar a San Agustín, en la Edad Media a San Anselmo, San Alberto Magno y Santo Tomás, en los siglos XVII y XVIII a Descartes y Leibniz y en la actualidad a Teilhard de Chardin.
Pero hay otros filósofos que teniendo una concepción espiritualista del mundo presentan una concepción diferente de las cosas. Platón y Aristóteles, en el siglo IV antes de Cristo, destacan entre los más grandes; creen que existe el alma y son los primeros en dar pruebas racionales de la existencia de Dios. Las pruebas de Aristóteles son muy importantes y han influido decisivamente en la filosofía cristiana. Pero no conciben a Dios como un Dios de amor ni consideran que creó el mundo de la nada. Hegel concibe a Dios como intelecto puro, como una idea, la idea absoluta que tiene conciencia de sí misma y se desenvuelve según un dinamismo interno que procede de acuerdo a una ley suprema: la ley de la negación y de la negación de la negación, que conduce a la afirmación. Cada estado del desarrollo de la idea, que es el espíritu, conduce a su negación y es a su vez negado, lo que conduce a un nuevo estado que es la síntesis que contiene y a la vez supera a los dos anteriores. Hegel llama dialéctica a este tipo de proceso: de esta manera el espíritu se va desarrollando y va determinando la naturaleza y la historia hasta alcanzar la plenitud de la autoconciencia, la comprensión cabal de su propio proceso gracias a la meditación filosófica.
El materialismo es la posición contraria al espiritualismo y concibe al mundo como pura materia. El espíritu no existe, no hay vida después de la muerte, no hay ningún Dios creador o que se identifique con la realidad del mundo, la conciencia es un producto del cerebro. Esta concepción es incompatible con las concepciones religiosas, es un producto exclusivamente filosófico.
Hay dos tipos de materialismo: el mecánico y el dialéctico. El mecánico tal como lo conciben Hobbes, Helvetius, D’Holbach y otros, considera que la materia se mueve según leyes físicas e inmutables. El dialéctico cuyos principales representantes son Marx y Engels sostiene que el movimiento de la materia es dialéctico, es decir que se hace, según considera Hegel, por medio de negaciones y negaciones de negaciones que conducen a síntesis que a su vez son negadas y así sucesivamente sin terminar nunca. Por eso no puede hablarse de leyes fijas e inmutables de la materia, de la historia o la sociedad, puesto que todas ellas pueden ser negadas y luego transformadas en el proceso de la síntesis. El ejemplo más conocido de este tipo de dinamismo, es la lucha de clases. La clase dominante niega a la clase oprimida y es negada, a su vez, por la clase oprimida. Esta negación de la primera negación produce una síntesis de las anteriores clases, que constituyen una clase más amplia que las incluye y supera. Según el materialismo dialéctico este proceso conduce a clases cada vez más amplias hasta que se llegan al mundo moderno en que no quedan ya sino dos grandes clases que se niegan mutuamente, la clase burguesa y la clase proletaria. En la síntesis se llega a la sociedad sin clases en la que cada individuo es a la vez capitalista puesto que es dueño de los medios de producción junto con todos los demás, y proletario, puesto que es trabajador y no puede vivir de sus rentas.
La concepción finalista de la vida interpreta al hombre como un ser destinado a alcanzar una meta. Todas las religiones superiores tienen una concepción finalista de la vida. Pero el finalismo no se identifica necesariamente con la concepción religiosa. Hay filosofías materialistas, como el materialismo dialéctico de Marx y Engels que son finalistas. Para estos pensadores la historia tiene necesariamente un fin: alcanzar la sociedad sin clases en la que habrá desaparecido el Estado y ningún grupo humano podrá oprimir a los restantes.
En cambio los materialistas mecanicistas son contingencialistas, es decir, no creen que existe ninguna finalidad en el universo ni que la historia tenga sentido. Todo no es sino resultado de las fuerzas ciegas que producen el movimiento de la materia. Estas fuerzas actúan de cierta manera que podrían haber sido diferentes. El mundo, aunque las leyes de la materia son siempre las mismas y nadie las puede cambiar, es contingente en el sentido de que no hay ninguna razón para que exista o para que sea de una manera en lugar de otra. Es como es porque sí, pero pudo ser distinto.
El filósofo inglés Bertrand Russell es uno de los más importantes representantes del contingencialismo y, en años recientes, el biólogo y pensador francés Jacques Monod, ha hecho brillantes planteamientos desde esta posición.
Otra concepción del mundo muy importante es el esencialismo. Esta concepción ha sido la predominante en tiempos pasados y tiene aún numerosos representantes sobre todo entre los filósofos espirituales (aunque no todos los espiritualistas son esencialistas). El esencialismo consiste en concebir al hombre como un ser que tiene esencia. La esencia de algo es el conjunto de notas (o, como también se les llama, caracteres, propiedades o cualidades) que hacen que ese algo sea lo que es. Así pertenece a la esencia de cualquier silla que sea un artefacto que sirva para sentarse, a la esencia de los libros que sean objetos especialmente elaborados para que se puedan leer, a la esencia de la flor que sea capaz de dar frutos, a la esencia de la circunferencia que sea un conjunto de puntos del plano que están a la misma distancia de otro llamado centro, etc.
Es estudio racional de las esencias constituye uno de los capítulos más importantes de la metafísica, pues la esencia según los filósofos tradicionales es aquello que constituye el ser de las cosas y el tema central de la metafísica, como hemos visto, es el estudio del ser. A primera vista, saber que cosa es la esencia de algo, parece fácil. Sin embargo, cuando se profundiza el análisis, el problema de la esencia se nos revela como uno de los más insondables y difíciles. En general, es posible decir cual es la esencia de los enseres o de los artefactos porque han sido construidos por el hombre con finalidad determinada. La esencia corresponde, pues, a lo que queremos que sea el objeto. Ya hemos visto que la esencia de la silla es que sirva para sentarse, la esencia del motor es que pueda realizar ciertas operaciones que no pueden ser realizadas por medio de la energía humana, la esencia del cigarrillo es que pueda fumarse, y así sucesivamente. Pero cuando se trata de los objetos naturales que no hemos creado, comienzan las dificultades. ¿Cuál es la esencia del agua, por ejemplo? Algunos podrán pensar: que se puede tomar para apagar la sed. Pero esta respuesta sería sumamente ingenua pues el agua existió antes de que hubiera animales. Una de sus propiedades es que, si un animal la toma apaga su sed; pero esta nota no es imprescindible para que sea agua. Para que una nota pertenezca a la esencia de algo, tiene que ser imprescindible, ese algo no debe poder concebirse sin ella. Y el agua puede concebirse sin que sea una bebida. La ciencia moderna trata de encontrar respuestas a este problema utilizando una serie de conceptos complicados y difíciles. Así, ha llegado a la conclusión de que lo que hace que el agua sea agua, es decir aquello de lo que deriva todas sus propiedades, es que es un compuesto de hidrógeno y oxígeno. Pero los científicos conscientes de la dificultad de determinar las esencias de las cosas, prefieren no hablar de ellas.
Sin embargo en la filosofía de la Antigüedad y del Edad Media, se tenía la convicción de que era posible conocer las esencias. Todo objeto, toda cosa animada o inanimada, tenía una esencia. Las esencias son lo que hacía posible la existencia de las cosas porque una cosa no puede existir si no tiene tales y cuales notas o caracteres. El origen último de las esencias era, según muchos filósofos medievales, el intelecto de Dios. Dios como ser omnisciente y omnipotente creador del universo, concibe las esencias, las conoce a todas a la vez puesto que no son sino producto de su pensamiento infinito. Al crear al mundo, crea las diversas cosas según las diferentes esencias. A cada esencia corresponde un conjunto de cosas semejantes, pues al tener la misma esencia, tienen las mismas notas o propiedades. En consecuencia, todos los objetos tienen propiedades fijadas de antemano, las propiedades de su esencia, las cualidades que hacen que sean lo que son. El hombre, aunque es libre, está sometido a esta determinación establecida de antemano en la mente divina. Por eso, como los demás seres, tienen caracteres fijos y eternos y aunque cada hombre tiene su propia personalidad es, sin embargo, desde el punto de vista de su esencia, igual a todos los demás. Todo hombre es un ser racional, y su razón, que no hace sino reflejar la razón divina, es siempre la misma; no puede cambiar nunca. Todo hombre tiene un cuerpo y un alma, está destinado a elevarse al ámbito de la divinidad, su principal afán es alcanzar la felicidad, tiene una conciencia moral que le dice (aunque a veces pretende no escucharla) lo que es bueno y lo que es malo, necesita vivir en sociedad y relacionarse con sus semejantes, se organiza jerárquicamente, tiene emociones y pasiones y muchos rasgos más, siempre iguales. Haga lo que haga, no puede dejar de ser lo que es, y aunque entre individuo e individuo puede haber muchas diferencias, hay una identidad esencial de todos los hombres. En este sentido en nada se distingue de la cosa o el animal. Es superior a ellos, más complicado y, además libre, pero su libertad está limitada por las propiedades que, necesariamente, le impone su esencia.
La concepción existencialista de la vida sostiene que el hombre no tiene esencia porque su ser no esta prefijado de antemano. El hombre no esta encuadrado dentro de un conjunto de propiedades que tiene que poseer de todas maneras, sino que es capaz de forjar su propio ser. Todo hombre persigue siempre una meta, quiere ser algo. Ser hombre es tener un proyecto de ser. El ser del hombre consiste en este proyecto. Consideremos la actitud de un colegial. Cuando está en el colegio tiene el proyecto de llegar a ser, por ejemplo, un buen profesional. Quieres ser abogado y orienta su vida en esta dirección. Cuando deja el colegio ingresa a la universidad para estudiar leyes hasta que por fin obtiene el título anhelado. Pero una vez que es abogado quiere ser un gran abogado y trabaja con enorme energía para llegar a serlo. Al cabo de unos años goza de sólido prestigio, alcanzó la fama que ambicionaba. Pero encuentra que esta fama no le da lo que esperaba. Lo deja indiferente, vacío. Entonces decide alcanzar una situación que le proporcione tranquilidad espiritual, que lo coloque encima de las circunstancias de la vida. Ahora quiere ser un hombre espiritualmente superior, que no busca la fama ni la riqueza sino la comprensión de la vida. Y así sucesivamente, de proyecto en proyecto, va tejiendo su existencia.
Todo ser humano es humano en cuanto tiene un proyecto de ser. Incluso cuando decide no ser nada es, sin embargo, un proyecto. Su proyecto es no tener proyecto, persigue un ser inmóvil, negativo, insignificante, pero, al fin y al cabo, se trata de una manera de ser como cualquier otra.
Desde luego, el hombre tiene caracteres físicos invariables, y además, límites a sus posibilidades de ser. Hay proyectos que no pueden llevarse a cabo. Pero su ser de hombre no queda fijado por sus cualidades biológicas. Y el hecho de que haya proyectos imposibles de realizar no significa que no los pueda tener. El fracaso es una situación tan humana como el triunfo y ambos solo tienen sentido si se tiene en cuenta que el hombre sólo llega a ser cuando proyecta ser de alguna manera. Hay ciertos proyectos que conducen a la locura o que sólo se pueden asumir cuando se es un insensato. Pero la locura o la insensatez son otras tantas maneras como el hombre puede existir.
Ortega y Gasset, el gran filósofo español, con frase feliz ha dicho que todo hombre es la novela de sí mismo, dando a entender que todo hombre imagina su vida por adelantado, la proyecta y vive tratando de ser como ha proyectado ser. Ha señalado, además, el hecho notable de que, a través de la historia, el hombre a asumido los proyectos más variados y las formas de vida más inesperadas y ha tenido, en cada época, una manera de ser diferente de las anteriores. Cada proyecto individual se inserta dentro de ciertas posibilidades de realización que dependen de la época histórica. La posibilidad de elegir diferentes maneras de ser, dentro de este encauzamiento histórico, ha sido llamado por Ortega, el repertorio de posibilidades. Cada época histórica significa un repertorio diferente. Así, hoy día, es posible tener el proyecto de ser astronauta, pero en la Edad Media este proyecto era difícil de imaginar. En cambio en dicha época era frecuente el proyecto de ser cruzado o templario o ser campeón en los torneos de duelo a caballo, cosas que hoy día no se le ocurren a nadie. El ser de los hombres va cambiando, así, a través de la historia. Por eso Ortega ha dicho que el hombre no tiene naturaleza sino historia. No tiene naturaleza porque puede ser cualquier cosa, su vida no está prefijada de antemano como sucede con los animales que son productos de la naturaleza o con los muebles que son productos de la industria, sino que se va forjando, se va tejiendo conforme va haciendo su propia historia.
Como sucede en las anteriores concepciones del mundo, hay también diversas tendencias entre los filósofos esencialistas y existencialistas. Tanto entre los primeros como entre los segundos hay filósofos cristianos y no cristianos. Entre los esencialistas cristianos debemos citar a Santo Tomás, el más grande de todos, y a los modernos neotomistas (que siguen la filosofía de Santo Tomás pero renovada en relación a ciertas exigencias teóricas de nuestra época), entre los que están los franceses Maritain, Lavalle, Gilson y el inglés Copleston. Pero hay otros importantes filósofos esencialistas de tendencia diferentes como los alemanes Husserl, Scheler y Hartmann.
Entre los existencialistas hay también cristianos y no cristianos. Entre los primeros el más conocido es el francés Gabriel Marcel. Entre los segundos debemos citar al famoso pensador alemán Martín Heidegger, a José Ortega y Gasset (ya mencionado), y los franceses Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir. Heidegger sostiene que el ser humano es humano porque comprende, de manera espontánea y sin practicar ningún análisis previo, lo que es el ser. Si no lo supiera no entendería lo que se está hablando cuando se hace referencia al ser de las cosas y a su propio ser. Cuando alguien dice que es profesor o estudiante, o simplemente que es hombre, entiende lo que dice porque sabe, ingenuamente, lo que significa ser.
De todos los entes que hay en el mundo (10), el único que se preocupa por su ser y necesita saber a qué atenerse sobre él, es el ser humano. Es gracias a esta comprensión no intelectual, no analítica, del ser que es posible meditar reflexivamente sobre el ser de las cosas. Sin embargo, cuando se intenta comprender lo que es el ser en sí mismo, surgen grandes dificultades. Todos los esfuerzos que han hecho los filósofos para comprender el ser, han fracasado.
LA FILOSOFIA Y LAS DIFERENTES SIGNIFICACIONES DE LAS PALABRAS
El lector estará pensando que las consideraciones que acabamos de hacer sobre las diversas concepciones del mundo presentan un aspecto inaceptable. En efecto, si se reflexiona sobre la manera como hemos utilizado la palabra "esencia" parece que la hemos empleado en sentidos diferentes e incompatibles. De un lado hemos dicho que la esencia es el conjunto de notas (caracteres, propiedades, cualidades) que hace que las cosas sean lo que son. Y del otro hemos afirmado, al explicar la concepción existencialista del mundo, que el hombre no tiene esencia, porque su ser no esta prefijado como sucede con los entes que tienen esencia, sino que se constituye a través de su propio proyecto de ser. Pero si el proyecto constituye el ser del hombre, entonces su esencia consiste en ser un ente, el único, cuyo ser es un proyecto. Porque, aunque es cierto que el hombre puede tener infinitos proyectos diferentes, esta posibilidad es una de sus notas, una de las propiedades que, necesariamente, debe tener para poder ser hombre. O sea, que ser su proyecto es una nota esencial del hombre.
Estas dificultades no sólo se presentan con el uso de la palabra "esencia" sino con muchas palabras fundamentales de la filosofía. Por ejemplo con la propia palabra "ser" que tanta importancia ha tenido en el desarrollo del pensamiento filosófico. En efecto si analizamos el significado de las frases siguientes:
nos damos cuenta de que la palabra "es" se emplea en sentidos diferentes en cada uno de ellas. Así en la (1) se utiliza para indicar que Juan posee la cualidad de la inteligencia; en la (2) se usa para expresar que Pedro pertenece al conjunto o clase de los aviadores. Desde luego, para pertenecer a este conjunto debe poseer la cualidad de ser aviador, pero la palabra "un" (artículo indefinido) señala que Pedro es uno de los diferentes aviadores que hay. En la (3) "es" significa identidad, se refiere a que el objeto denotado por la palabra "cinco" es exactamente el mismo que el denotado por la expresión "dos más tres".
Si en lugar de utilizar el vocablo "es" como lo hacemos en las anteriores frases, decimos:
lo estamos empleando para expresar existencia.
Estos ejemplos muestran que en el lenguaje, tanto corriente como filosófico, una misma palabra puede tener diferentes significados. Regresando a la "esencia", la dificultad anteriormente señalada, se debe a que dicha palabra puede emplearse de dos maneras diferentes. Puede emplearse para expresar un conjunto de notas o propiedades inherentes o simplemente para expresar cualquier propiedad. Una propiedad inherente es aquella que, como el color o la forma, o la capacidad de hacer algo, permite clasificar al sujeto, considerarlo como perteneciente a un conjunto o tipo. El concepto clásico de esencia, el que inspira la concepción esencialista del hombre es el que la considera como un conjunto de notas o propiedades inherentes, que hace que una cosa sea lo que es. Pero el proyecto de ser de un individuo es algo que constituye su ser y nada más que su ser, es absolutamente único e imprescindible, no puede servir para clasificarlo, para ponerle una etiqueta. El hecho de que muchas personas quieran tener una misma profesión, no significa que tengan un mismo proyecto, porque cada cual quiere ser, además, otras cosas, quiere existir de una manera que no puede reducirse ni compararse a las otras. Sólo en un sentido muy amplio, tener un proyecto o ser un proyecto puede considerarse como una nota o propiedad en el sentido de que permite distinguir a quien lo tiene, diferenciarlo de otros entes.
Una de las tareas principales de la filosofía es, precisamente, tratar de esclarecer las significaciones de las palabras para abordar los problemas de manera precisa y no llegar a conclusiones que, debido a la ambigüedad de los términos empleados, no permitan saber bien sobre qué cosa es sobre lo que se está hablando. Sobre este tema, que es muy importante regresaremos.
NOTAS
(3) Durante la edad media el latín era el lenguaje obligado de la ciencia y la filosofía. Esta situación se mantuvo hasta el siglo XVII en que los científicos y los filósofos comenzaron a escribir en sus lenguas nacionales.
(4) Del griego "a" partícula privativa y "gnosis" conocimiento. Agnóstico es quien carece de conocimiento, es decir, quien no tiene conocimiento de algo. En su acepción filosófica usual, es la persona que considera que no puede saberse si Dios existe o no existe.
(5) Desde luego ha agnósticos que, dejando de lado, el análisis racional de los problemas, buscan criterios fundados en la fe, es decir, en la religión. Pero lo que estamos tratando de demostrar es el hecho, que nos parece innegable, que cuando se mantiene el planteamiento racional, el análisis y tratamiento de los problemas teóricos referentes a nuestra existencia, conduce a problemas prácticos, es decir, que conciernen a nuestra conducta.
(6)Utilizamos las palabras "cultura" y "civilización" como sinónimos.
(7) Ambas palabras son de origen griego. "Palingenesia" quiere decir en griego "nuevo nacimiento" y "metempsicosis" significa "cambio del alma a otro cuerpo".
(8) Este tipo de religión ha sido llamado "panteísmo" el griego "pan", todo y "theos", Dios. Panteísmo es, pues, la concepción según la cual todo es Dios y Dios es todos.
(9) "Monoteísmo" viene, asimismo, del griego. "Monos" que significa "uno solo" y "theos", Dios. Osea, el monoteísmo es la creencia en un solo Dios.
(10) La palabra "ente" tiene varias modificaciones. Las dos más usuales son las siguientes. Se dice de una persona que no tiene energía, que deja pasar las cosas sin hacer nada por evitarlas, que es un ente. Esto quiere decir que se toma "ente" en el sentido de cosa material o inerte. Pero también se emplea "ente" con mucha frecuencia como sinónimo de "cosa" en su sentido más general. Un ente es, en este segundo significado, una cosa cualquiera. Es en este segundo sentido que hemos empleado la palabra "ente" cuando decimos que el hombre es el único ente en el mundo que se preocupa por su ser. "Ente" es el participio presente del verbo "ser". En sentido gramatical estricto "ente" significa, por eso, el que es, lo que es o aquello que es (así como "cantante" significa el (o la) que canta y "corriente" significa el, (la o lo) que corre (en este último sentido, por ejemplo, se habla de agua corriente). En griego "ente" se dice "on" de donde la palabra "ontología" que quiere decir tratado o estudio de lo que es, o sea, estudio o teoría del ente. La ontología constituye la parte más profunda de la metafísica y ha tenido una gran importancia en la historia de la filosofía. Utilizando palabras técnicas, Heidegger dice que el hombre tiene una comprensión preontológica del ser, es decir, que comprende el ser antes de todo estudio reflexivo o teórico sobre él.