Se ha dicho en la prensa y en la radio (de la televisión
no puedo
hablar, ya que nunca la veo) que la ingeniería
genética y las técnicas
de clonación derivadas de ésta son lo más
maravilloso que ha ocurrido en
la historia de la humanidad. Se nos ha prometido que
estas nuevas
tecnologías nos brindarán una bonanza global
sin precedentes. El hambre
será erradicada y todas las enfermedades serán
curadas. Todo el mundo
ganará, no habrán perdedores. ¿Y
los riesgos? Son y seguirán siendo
insignificantes, un precio módico a pagar por
el Progreso.
También se ha dicho que los que tienen reservas
sobre la ingeniería
genética y la clonación son todos sin excepción
unos ignorantes que no
saben nada de ciencia. Peor aún, que todos caben
en una de dos
categorías: 1) fanáticos religiosos y 2)
gente con siniestras agendas
políticas de corte izquierdoso que son completamente
ajenas a la
ciencia. Se asume, por lo tanto, que la ciencia es objetiva
y libre de
valores.
Eso mismo han dicho los funcionarios y propagandistas
de Rosselló acerca
de los que se oponen a los cohetes de Coquí Dos,
al dichoso radar de la
marina de guerra de Estados Unidos, y a desastrosos proyectos
de
megainfraestructura como el Superacueducto. También
se han tildado de
ignorantes a los que se oponen a la política de
privatización del
gobierno actual.
Se concluye entonces que a los científicos (una
categoría muy
problemática, ya que no existe una 'comunidad
científica' como tal, sino
un sinnúmero de éstas con sus infinitas
particularidades y
heterogeneidades) se les debe dejar hacer todo lo que
quieran. Todo lo
que hacen es por definición bueno, ya que es inconcebible
que sus
experimentos e investigaciones estén motivados
por otra cosa que no sea
el interés público y el bien de la humanidad.
Por lo tanto: el que disiente es ignorante por el mero
hecho de
disentir. Paradójicamente, el establishment científico,
el cual celebra
las virtudes del racionalismo y el escepticismo, le exige
al público
nada menos que la fe más ciega. Confiemos todos
en los gobiernos y las
corporaciones transnacionales que controlan y determinan
el rumbo de la
ciencia moderna y durmamos tranquilos.
Olvidémonos de los horrores que se han cometido
en este siglo en nombre
de la ciencia, de los doctores nazis y de los físicos
que participaron
en el Proyecto Manhattan. Olvidémonos de que los
norteamericanos
experimentaron con radiación, agente naranja y
napalm en nuestros
bosques, que llevaron a cabo grotescos experimentos médicos
con mujeres
puertorriqueñas para perfeccionar anticonceptivos,
y con refugiados
haitianos encerrados en el Fuerte Allen, que se llevaron
cadáveres de
Puerto Rico a laboratorios en Estados Unidos para experimentos
(de
hecho, uno de estos ladrones de cadáveres luego
ganó un premio Nobel en
1960). En especial, olvidemos que existió una
vez un hombre llamado
Cornelius Rhoads, y que para desdicha nuestra vivió
en Puerto Rico.
¿Quién se acuerda de que la agencia central
de inteligencia llevó a cabo
una gran cantidad de experimentos, algunos de ellos con
LSD y
microorganismos letales, que le hicieron competencia
a los nazis en lo
morboso? Esto no es ningún invento de izquierdistas
protestones, ya que
en los años 70 el congreso de EEUU desencubrió
estos experimentos,
conocidos colectivamente como MK-ULTRA. ¿Quién
se acuerda de los
experimentos con radiación con seres humanos,
incluyendo a Pedro Albizu
Campos, que realizó el gobierno de La Gran Democracia?
En 1993, después
que las denuncias hechas por independentistas fueron
ridiculizadas por
tres décadas, el gobierno federal finalmente lo
admitió.
Y aún a pesar de todos estos horrores, ciertas
voces que gozan de acceso
privilegiado a los medios masivos aquí y en el
extranjero nos dicen a
coro que la ingeniería genética es segura
y que si hay riesgos, éstos no
son significativos, especialmente si se comparan con
los enormes
beneficios que ésta brindará. Los críticos
y escépticos son tratados con
condescendencia extrema, como a un niño tonto
que hace más preguntas de
la cuenta, y se les dice que los científicos y
el gobierno de Estados
Unidos nunca abusarían de su conocimiento y poder.
Por supuesto que no. La Gran Democracia Americana nunca
haría algo tan
bajo como usar la ingeniería genética para
llevar a cabo una guerra
biológica. Después de todo, la guerra biológica
es una suciedad que es
propia de un Saddam Hussein o de un Pol Pot, y no de
naciones que juegan
limpio como Estados Unidos de América. Bueno sí,
es cierto que el
ejército americano le dió sábanas
infectadas con sarampión a los
indígenas norteamericanos para acabar con ellos.
Pero eso fue hace mucho
tiempo y no importa.
Como es en el caso de todas las tecnologías nuevas,
se nos vende la
ingeniería genética como una gran panacea
que resolverá toda una serie
de problemas que no son tecnológicos en origen
o naturaleza. Pero la
historia reciente está repleta de casos en que
brillantes inventos han
resultado ser nefastos. Solo basta con mencionar algunos:
* El pesticida DDT. Sus inventores recibieron el premio
Nobel de la paz,
sin embargo hoy día este químico está
prohibido en casi todos los países
del mundo debido a su toxicidad extrema.
* Los clorofluorocarbonos. Estos químicos, los
cuales no son tóxicos ni
costosos ni explosivos ni inflamables, fueron vistos
como ideales para
la refrigeración. Solo después que habían
entrado en uso masivo a escala
mundial se descubrió que destruyen la capa de
ozono.
* El Dalkon Shield. Este anticonceptivo, vendido como
la solución final
al problema de los embarazos indeseados, acabó
destrozando los úteros de
miles de mujeres que lo usaron.
* La energía nuclear. Cuando ésta surgió
por primera vez se nos dijo que
iba a ser barata y limpia. Los desastres de Three Mile
Island y
Chernobyl y el problema insoluble de qué hacer
con los desperdicios
generados por reactores nucleares dieron al traste con
las esperanzas
ingenuas de los admiradores de Mr. Plutonio. Si no hubiera
energía
nuclear, no habría un Pacific Swan navegando por
el Caribe en estos
momentos.
* La televisión. Se nos dijo con júbilo
y celebración hace apenas unas
décadas que los televisores erradicarían
toda la ignorancia. Es posible
que este mal llamado 'medio de comunicación' sea
irredimible.
Sí, sé que me he desviado un tanto del tema
central. En la segunda parte
de este escrito veremos las falacias sociales y políticas
del pensar que
la recombinación de genes resolverá los
problemas de la humanidad.
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Lee el artículo redactado por Cristina Gerascoff relacionado con el tema.
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