Una tercera lección:
reflexiones sobre el antiterrorismo
José R Rivera González
(josrivera@yahoo.com)
Especialista en Unión
Europea y temas de política comparada
El periodista Carlos
Alberto Montaner en su columna ‘Dos lecciones para después de la guerra’
(El Nuevo Día, sección Perspectiva, sábado, 10 de noviembre de 2001)
reflexiona sobre la lectura que las élites políticas norteamericanas deberían
extraer a la luz de los eventos del 11 de septiembre y la lucha antiterrorista
que en estos momentos no ha concluido en Afganistán. La primera lección
consiste en determinar el origen del conflicto que motiva la actual respuesta del
gobierno norteamericano. La segunda, ofrece una reflexión sobre el ‘germen’ que
incita al antiamericanismo. Sus argumentos, en principio, parecen sensatos y
podría concurrir con estos sino fuera por la simplicidad errónea de su lógica
que al final le lleva a conclusiones equivocadas. Hace falta una tercera lección. Pero antes es necesario señalar en donde es
que los alegatos de Montaner se quedan cortos.
En primer lugar,
Montaner refleja la actitud guerrerista y vengativa de la actual estrategia
estadounidense. Pocos objetan el derecho retribución de los Estados Unidos
hacia aquellos que les agredieron el 11 de septiembre. Pero sí se puede
cuestionar el viraje radical que la administración de George W. Bush ha tomado
con respecto a su ‘guerra contra el terrorismo’, sobretodo cuando encontramos
que de pronto el mundo respira profundamente en espera de una ofensiva -
aparentemente unilateral - en contra de Irak. Tristemente la columna de
Montaner no dedica una sola línea para plantearse, aunque sea por un momento,
la posibilidad de que el gobierno estadounidense haya tomado el rumbo
equivocado.
Montaner, al igual que
los principales medios de comunicación de EE.UU. no crean el espacio mediático
para la crítica constructiva dirigida hacia cómo esta nación sobrelleva la
pos-guerra en Afganistán así como los preparativos bélicos dirigidos al régimen
de Saddam Hussein y las consecuencias que estas pueda tener a largo plazo. Más
bien, me da la impresión de que su ímpetu viene de un sentido de incondicional
solidaridad que no hace mayores preguntas y sobretodo acepta.
Quizá una excepción a lo
anterior es el diario The New York Times y su grupo de columnistas que,
contrario de sus contrapartes complacientes, provee un análisis sobrio para una
población sumida en la paranoia histérica de un posible ataque terrorista y
ahora de un eventual y casi seguro ataque a Irak. Una lectura comprensiva del
Times brinda al lector un examen imparcial que sugiere una continuidad de las
actitudes nefastas que por años ha distinguido la manera de hacer política en
los círculos de poder en Washington. Actitudes precisamente criticadas en
columnas escritas por el periodista Jorge Ramos.[*]
En segundo lugar, el
célebre periodista cubano-americano inconsciente o deliberadamente, brinda
trozos de verdades mezcladas con desinformación. Se hace necesario pues abundar
sobre los aspectos que Montaner toca superficialmente. En momentos de tanta
incertidumbre es de importancia sacar a la luz pública factores que, aunque
incómodos, pueden guiar a la ciudadanía a formar una opinión informada sobre
los acontecimientos de los últimos dos meses.
Montaner tiene razón al
señalar que el actual conflicto no comenzó el 11 de septiembre. Pero tampoco
comenzó el 12 de octubre de 1998 con el ataque al USS Cole en Yemen. El acto
contra las torres en el corazón de Manhattan es el nefasto resultado de
problemas históricos mayores originados por las políticas exteriores de
Occidente, incluidos los Estados Unidos, a partir del periodo de la posguerra.
Viene a la mente el problema irresuelto de la Palestina: la ausencia de un
estado legítimo y viable, la impotencia de la Autoridad Nacional Palestina para
ejercer soberanía en los territorios concedidos y la percepción de que el apoyo
de EE.UU. para una solución final es desigual en favor de Israel. Después de
todo, si bien es cierto que son soldados israelíes los que asesinan a
palestinos, estos lo hacen con armas norteamericanas.
La omnipresencia y
omnipotencia de Israel a lo largo de su medio siglo de existencia es fuente de
resentimiento para los palestinos que, frustrados por el abandono colectivo de
la comunidad internacional hacia su causa (incluyendo, claro está, la hipócrita
solidaridad de los gobiernos árabes), se mueven a acciones grotescas por medio
del terrorismo. Algunos son seducidos a su vez por el discurso de odio de los
movimientos extremistas como Hamas. La eterna posposición de una solución final
al problema palestino sólo provee la munición necesaria para que el infame
renegado saudita siga extendiendo su retórica del odio. Así pues, la inacción
sólo crea espacios para que otros actores menos adecuados puedan mover sus
fichas con resultados nefastos.
Pero el conflicto
israelo-palestino es solo un elemento del tablero del juego geopolítico en la
región. Egipto, por ejemplo, uno de los aliados de EE.UU. más veteranos de la
región, es también uno de los sistemas políticos menos democráticos de Medio
Oriente. La permanencia del presidente Hosni Mubarak en el poder sólo es
posible a través del robo eleccionario y de un aparato represor militar que
mantiene acallados a la oposición demócrata dejando campo abierto a la
oposición retrógrada del fundamentalismo islámico.
Otra ficha del juego
antidemocrático que auspicia los Estados Unidos en Medio Oriente es
precisamente el país de origen de Bin Laden: Arabia Saudita. Custodio de la fe
islámica y de dos de las tres ciudades santas para los musulmanes es también
silla de uno de los regímenes más democráticamente atrasados de la región. Sin
embargo el mismo es endosado por los Estados Unidos debido a su localización
estratégica y su riqueza petrolera. Fue la ubicación de tropas militares
norteamericanas en suelo saudí durante la Guerra del Golfo y su eventual
permanencia lo que provocó la ira perversa de este millonario neurótico.
Sí, la guerra comenzó
mucho antes del 11 de septiembre. Pero son y fueron los errores de la política
exterior norteamericana hacia Medio Oriente y su testaruda presencia en la
región lo que sembró la semilla del resentimiento y eventual odio que ahora
rinde agrio fruto. El apoyo a Israel en detrimento de los palestinos, su endoso
a los regímenes represores árabes y su imprudente presencia en los suelos
sagrados del islam son las causas que directa e indirectamente provocaron, pero
no justifican, la tragedia de Nueva York.
Es muy cierto que la
inacción de los Estados Unidos luego de los ataques al USS Cole hizo creer a
los terroristas que podían salirse con la suya. Tampoco les disuadió la
respuesta estadounidense a los ataques de sus embajadas en el este de África.
Pregunto de igual manera por qué no hubo una respuesta más adecuada de parte de
la administración Clinton. Pero me pregunto también si Montaner ha reflexionado
sobre lo desproporcional de la actual respuesta norteamericana en la forma del
bombardeo masivo a Afganistán y por qué no fue posible hasta bien entrada la
guerra abrir un corredor humanitario para aliviar la miseria de la población
civil afgana.
Se habrá cuestionado
también por qué las agencias de inteligencia estadounidense no fueron capaces
de prevenir el terror causado por aviones usados como armas de destrucción
masiva en contra de los símbolos del poder financiero y militar americano en
ese fatídico día. Peor aún, ¿por qué Montaner no cuestiona la actitud
descuidada de los responsables en seguridad de los intereses y ciudadanos
norteamericanos en suelo propio y a través del mundo? Antes de que ocurrieran
los atentados en Kenya y Tanzania hubo informes de seguridad que fueron
deliberadamente ignorados; ¿por qué? La respuesta la tiene Charles Duelfer, miembro
del equipo inspector de la ONU en Irak quien dijo en el semanario británico The
Observer (domingo, 11 de noviembre de 2001) que: ‘desafortunadamente, los
Estados Unidos no son buenos en reconocer amenazas estratégicas a largo plazo.
Aquí se revela el mito de la invencibilidad estadounidense: la subestimación de
sus enemigos y la mera concepción, ahora falsa, de que su territorio es inmune
a ataques externos. El enemigo del gobierno norteamericano no es solo Bin Laden
y el fundamentalismo islámico, lo es también su propia arrogancia.
¿Y qué del
antiamericanismo? Aquí Montaner cae en la trampa convencional de aquel que en
la simpatía por el pueblo norteamericano expresa soluciones irracionales. En su
caso, el odio anticastrista complementa su ceguera ante las falibilidades de la
democracia norteamericana y la insuficiencia del modelo occidental que esta
predica.
Cito: “Los
norteamericanos han podido comprobar que una parte sustancial del planeta los
detesta. Esto ocurre en Europa, a la que salvaron dos veces a lo largo del
siglo XX, ocurre en todo el mundo islámico -mil doscientos millones de
sobrevivientes-, en donde Bin Laden es un héroe casi unánime, y en América
Latina, donde la percepción es bastante desigual”. Expresar este tipo de
opinión me parece muy petulante de su parte y contribuye al mito de adulación
casi incondicional de algunos individuos hacia Estados Unidos. Además, solo
explica parte de la historia. En el caso del supuesto antiamericanismo europeo
Montaner cae en generalizaciones absurdas. Existe todavía en Europa gratitud
hacia los EE.UU. por haber liberado al continente de las garras del fascismo,
sin embargo ello no debe implicar sumisión de parte de sus habitantes.
¿Se ha preguntado
Montaner sobre las posibles causas del antiamericanismo europeo? ¿Qué del
financiamiento por parte de la CIA de los grupos proto fascistas italianos que
sistemática y sumariamente persiguieron y asesinaron militantes de izquierda de
alterando así la civilidad en este país?. ¿Qué sobre el financiamiento de la
inteligencia estadounidense a grupos mafiosos corsos para destruir los
movimientos huelgarios del puerto de Marsella en 1946? ¿Qué del endoso tácito a
la dictadura militar de Franco en España prolongando así un retorno temprano a
la democracia?
Es muy presuntuoso y
ofensivo decir que en el mundo islámico existe un culto casi unánime a Bin
Laden. Aquí en Gran Bretaña, donde resido hace ya tres años, existe una
numerosa comunidad de musulmanes horrorizados por los eventos en Nueva York.
Sus generalizaciones sobre el islam evidencian odio oculto a esa otredad que
son los musulmanes además de peligrosa ignorancia.
En cuanto a América
Latina, creo que el odio que puedan tener los argentinos hacia los Estados
Unidos va más allá del mero motivo de la prosperidad económica de EE.UU. Más
bien, pienso que el apoyo estadounidense hacia el régimen del General Videla,
Viola y Galtieri (1976-1983), la represión brutal hacia la oposición y los
asesinatos y desapariciones de sus miembros juegan un papel importante en ese resentimiento.
El obviar este episodio me parece muy arrogante e insulta la memoria de los
desaparecidos.
¿Qué hacer? He aquí la
tercera lección. Primeramente los Estados Unidos deben repensar su posición
política y económica en la comunidad internacional. Si bien es cierto que la
prosperidad estadounidense es motivo de júbilo debido al espíritu emprendedor
que tanto le distingue, es cierto también que su prosperidad se debe a la
carencia de otros. Del mismo modo, Estados Unidos debe repensar la infraestructura
de su política exterior de manera que se haga en ella lugar para su
envolvimiento y compromiso positivo en la construcción de una aldea global
donde pueda imperar la paz.
¿Cómo? Para empezar
Estados Unidos debe extirpar de raíz las fuentes principales del resentimiento
en Medio Oriente así:
1) EE.UU. debe reconocer
el advenimiento y colaborar en la construcción de un estado palestino, legítimo
y viable, democrático y sobretodo en convivencia con el estado israelí;
2) Favorecer el
florecimiento de movimientos contestatarios, democráticos y seculares en los
países del Medio Oriente como parte de su compromiso ideológico con la
pluralidad democrática;
3) El establecimiento de
tratados de libre comercio. Esto incluye:
a) Un intercambio
comercial justo; es decir, precios razonables para productos de exportación
provenientes de los países en vías de desarrollo no solo en Medio Oriente,
también en el resto del mundo;
b) El entendimiento de
que una economía de mercado, si el país en cuestión decide, en el ejercicio
soberano de sus prerrogativas, instalarla, debe tomarse en cuenta las
particularidades de ese país y de que el modelo norteamericano de libre
comercio no es la panacea.
La ausencia de una
economía de mercado en algún país no necesariamente amaina el deseo de
intercambiar ni debe implicar hostilidad hacia ese país. El capitalismo se
ajusta a cualquier circunstancia. De ahí la evolución de las relaciones
bilaterales entre EE.UU. y la República Popular China. El intercambio comercial
abre eventualmente las puertas al intercambio sociocultural; ello provee los
cimientos para el crecimiento de una sociedad más plural, tolerante y
democrática. Jordania es un buen ejemplo de lo anterior aunque le falte todavía
mucho camino por recorrer.[†]
A falta de un mejor
modelo económico, el capitalismo es una condición viable para incentivar un sistema
político democrático, pero no es una condición suficiente para el
establecimiento de una sociedad democrática. Los mecanismos del estado son
también necesarios para evitar que las fluctuaciones de los mercados creen
desigualdades. Una sociedad civil fuerte es el elemento de balance en el
anterior binomio.
En torno al
antiamericanismo: no hay nada que se pueda hacer para disuadir a aquellos que
sienten un odio patológico hacia los Estados Unidos, pero no toda expresión de
antiamericanismo es una grosera necedad. Las fuerzas políticas del
centro estadounidense (Los ‘New Democrats’ clintonianos así como los
republicanos moderados) deberían reflexionar sobre el impacto de la política
exterior norteamericana de la Posguerra y brindar sugerencias para un re-acondicionamiento
de la misma en el Siglo XXI. Ello incluye:
1) el reconocimiento de
los agravios de los países y sociedades menos afortunadas e idear un mecanismo
para atenderlas; la ausencia de EE.UU. en la escena humanitaria, salvo en la
distribución masiva de provisiones alimentarias, crea un vacío que se llena con
la prédica de movimientos extremistas que portan el mensaje de odio
materializado el 11 de septiembre;
2) promover, pero no
forzar, las virtudes del modelo americano de democracia, respetando siempre la
soberanía de los pueblos y el bagaje político y cultural de cada caso
específico, tampoco deben apresurarse transformaciones en países que opten por
seguir el camino democrático;
3) entender de una vez y
por todas que soberanía no es el derecho de cada pueblo a conformar un
estado y un gobierno a imagen y semejanza del modelo estadounidense, tal vez de
esta manera la infinita legión de tontos, en la que me incluyo, pueda entender
mejor y no resentir el sistema democrático en EE.UU.;
4) reconocer los
defectos y la falibilidad del modelo democrático occidental, que existen
múltiples modelos y concepciones de democracia. Ninguna es perfecta, pero si
incluye un balance entre buen gobierno y altos niveles de participación de la
sociedad civil puede que trabaje. Esto podría menguar la creencia e ínfula de
superioridad de algunas élites políticas norteamericanas con respecto a su
democracia convirtiéndose así en colaboradores en la construcción de un orden
mundial más diverso, pacífico pero también dinámico.
Por último la
cancelación de la deuda externa a los países más pobres del mundo crearía un
ambiente positivo que podría sentar las bases para el desarrollo y crecimiento
económico y social de los menos afortunados, ya sean grupos, sociedades o naciones-estados.
Ello debe venir acompañado de una reforma de las instituciones financieras
internacionales, el FMI y el Banco Mundial en específico. Deben crearse en
estas entidades mecanismos de flexibilidad ante las necesidades particulares de
los países que requieran su ayuda para no imponerles ajustes estructurales que
asfixien sus economías así como una estricta fiscalización de los fondos
otorgados para evitar que la ayuda vaya a parar a manos de líderes políticos
corruptos e inescrupulosos.
Nada de lo anterior
implica que Estados Unidos no deba ejercer su derecho legítimo de autodefensa.
Pero irrespectivo del resultado que pueda tener las sugerencias arriba
mencionadas podrían evitar una vuelta atrás a la situación previa al 11 de
septiembre. Al final, todos somos criaturas de paz, no de Prozac o
psicoanálisis. Cuando
entendamos eso entonces habremos mejorado.
[*] La guerra también es aquí, 29 de octubre de 2001 y El periodista y la guerra, 15 de
octubre de 2001 - de este último el presente ensayo abunda en algunos de sus
puntos; ambos escritos están disponibles en http://www.jorgeramos.com/
[†] Democratic Leadership Council, ‘The U.S.-Jordan Free Trade Agreement: It's Not Just About Trade’, New Democrats Online, 26 de septiembre de 2001, disponible en: http://www.ndol.org/; también, Progressive Policy Institute, ‘Jordan's Exports to the U.S. Have Jumped 30-Fold in Five Years’, PPI Trade fact of the week, 20 de agosto de 2003, disponible en: http://www.ppionline.org/.