Carmelo Ruiz Marrero
Semanario CLARIDAD
Puerto Rico, 20 de
diciembre 2002
El Tratado de
Libre Comercio de Norteamérica (TLC), que ahora pretenden extender a toda
América Latina mediante el Area de Libre Comercio de
las Américas (ALCA), ha resultado ser una tragedia
para los campesinos y pequeños agricultores de México, y una amenaza potencial
a la biodiversidad agrícola de la cual depende la alimentación de la humanidad.
Los críticos del neoliberalismo temen que lo ocurrido con el campesinado y la
biodiversidad de México se repita por todo el
hemisferio con el ALCA.
El TLC, que
entró en efecto en enero de 1994, obligó a México a enmendar su Constitución
para legalizar la compra y venta de las tierras de los ejidos. Los ejidos,
legado de la reforma agraria del gobierno populista de Lázaro Cárdenas, son
tierras que pertenecen colectivamente a comunidades campesinas.
Los 28 mil
ejidos y las tierras comunales que preceden la Revolución mexicana, juntos
ocupan 95 millones de hectáreas, que es casi la mitad del territorio nacional.
Pero en la mayoría de los casos no se trata de la mejor mitad; de hecho 20% de
esas tierras no son cultivables y sólo 16% son irrigadas.
Los ejidos eran
patrimonio constitucional e inalienable de quienes vivían en ellos, hasta que llegó
el TLC. Con la llegada de las “libertades” del “libre mercado” y el “derecho” a
comprar y vender las tierras ejidales, las claques y caciques aliados al Partido
Revolucionario Institucional y a las narcomafias
procedieron a botar a los ejidatarios de sus tierras- mediante ofertas o
amenazas- para explotarlas como ranchos ganaderos, plantaciones forestales y
monocultivos de agroexportación (que
incluyen marihuana y opio). Los ejidatarios acaban desposeídos e indigentes,
apiñados en arrabales en Ciudad México, o emigran a Estados Unidos o se convierten
en mano de obra barata y dócil para las maquiladoras.
Como si esto no
fuera lo suficientemente malo, el TLC también obligó a México a eliminar las
barreras tarifarias que protegían su agricultura. Tras
la aprobación del Tratado las exportaciones de maíz estadounidense a México se
multiplicaron por 18.
La llegada
repentina de millones de toneladas de maíz extranjero bajaron
el precio del grano a tal punto que ahora en México el cultivo de maíz ya no es
económicamente viable. Los maíces locales simplemente no pueden competir con el
maíz yanqui, cuya producción la subsidia el gobierno de Estados Unidos
(subsidios que en su mayor parte no acaban en manos del pequeño agricultor sino
de comerciantes de grano monopolistas como Cargill y Archer Daniels Midland).
El daño a la
cultura y la biodiversidad es incalculable. Hasta 1994 México era
autosuficiente en maíz. El maíz, además de ser alimento y fuente de ingreso
económico para las comunidades rurales, ocupa un lugar sagrado en la milenaria
tradición precolombina y la cultura nacional.
México es
además el lugar de origen del maíz. Fue en el sur del país donde hace miles de
años los indígenas lo descubrieron, apreciaron sus cualidades y lo domesticaron.
Desde entonces desarrollaron miles de variedades con un sinnúmero de
cualidades.
Agrónomos de
todas partes del mundo acuden constantemente a México para conseguir especímenes para mejorar sus variedades. Es por eso que
México es la sede del Centro Internacional para Investigaciones para el
Mejoramiento de Maíz y Trigo (CIMMYT), institución administrada por la ONU. Las
milpas (huertos) de los pequeños campesinos mexicanos son por lo tanto un
irremplazable recurso de biodiversidad agrícola, indispensable para la
nutrición humana. Un descalabro social o ecológico en esa zona podría comprometer
la viabilidad del maíz como alimento y poner en peligro la alimentación
mundial.
Descalabro
social es precisamente lo que está ocurriendo en el México rural de hoy. Los
ejidos y sus milpas desaparecen ante el embate arrollador de la privatización
de tierras, y las pocas milpas que quedan son abandonadas debido al maremoto de
maíz importado barato. Sin el cuidado y atención de los campesinos, incontables
cepas y variedades de maíz se encaminan a la extinción.
El CIMMYT, con
todos sus laboratorios y depósitos de semillas, no puede reemplazar la densa y
compleja madeja rural de relaciones sociales y ecológicas entre las cuales
surgen y se sostienen incontables variedades de maíz.
Pero lo peor
todavía estaba por venir. Porque al descalabro social le parece seguir el
ecológico. El año pasado los investigadores Ignacio Chapela
y David Quist, ambos de la Universidad de California,
encontraron que las cepas tradicionales y criollas de maíz en Oaxaca están
contaminadas con maíz genéticamente alterado, o transgénico.
Por su
descubrimiento, que publicaron en la revista Nature, Chapela y Quist fueron objeto de
una campaña de descrédito que pareció más una vendetta personal que un debate
científico racional. Pero a fin de cuentas sus hallazgos fueron vindicados una
y otra vez, inclusive por el propio gobierno mexicano.
“Se trata de
contaminación en el centro mismo de origen de un cultivo de importancia
mayúscula en la alimentación mundial, lo cual implica impactos mayores que en
otras zonas, ya que la contaminación se puede extender no sólo a los maíces
nativos y criollos, sino también a sus parientes silvestres”, señala Silvia Ribeiro,
del Grupo de Acción sobre Erosión, Tecnología y Concentración (Grupo ETC).
Este flujo
genético “es contaminante y degrada uno de los mayores tesoros de México. Que a
diferencia de la dispersión y flujo genético entre maíces criollos y variedades
híbridas convencionales, no transfiere genes de maíz solamente, sino además
fragmentos de genes de bacterias y virus, que nada tienen que ver con el maíz,
cuyos efectos ambientales y en la salud no han sido seriamente evaluados.”
¿Cómo llegó ese
maíz a México? Hasta ahora la explicación más factible es el TLC. En 1996
comenzó el cultivo de maíz transgénico en Estados
Unidos a nivel comercial. Este maíz lo mezclan con las variedades convencionales,
de modo que está presente en prácticamente todos los productos de maíz que se venden
en Estados Unidos.
Desde 1996
comenzaron a entrar a México de Estados Unidos millones de toneladas de maíz transgénico-mezclado con el convencional- por obra y gracia
del TLC. Inevitablemente, algunos campesinos lo usaron como semilla y así
comenzó a proliferarse.
¿Qué
consecuencias puede tener la presencia de maíz transgénico
en el sur de México? Los científicos que apoyan la biotecnología insisten
acaloradamente en que no es nada, que no hay riesgo alguno a la salud humana o
al ambiente. Hasta hay ecólogos posmodernos que nos aseguran que el maíz transgénico es una aportación positiva a la biodiversidad
agrícola.
Pero no existen
estudios sobre los efectos a largo plazo de estos cultivos. Por más de una década
numerosos científicos habían advertido que la llegada de plantas transgénicas a los centros mundiales de biodiversidad
agrícola- como el sur de México- tendría consecuencias inciertas, y que éstas
no se deberían dilucidar por accidente u omisión.
¿Qué nos traerá
el ALCA?
¿Qué podemos
esperar entonces con el ALCA? ¿Más campesinos desterrados por toda América
Latina? ¿La destrucción de comunidades campesinas autosuficientes, enterradas
bajo montañas de grano barato de Estados Unidos? ¿O quizás la llegada de la
papa transgénica al centro de origen de la papa en el
altiplano andino?
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Ruiz Marrero es catedrático (Research Associate) del Instituto de Ecología Social y becado (Fellow) de la Society of Environmental Journalists y el Environmental Leadership Program.
Hate-mail: cornershag@yahoo.com