No es difícil comprender que la tecnología y la indiferencia han arrollado al entendimiento; ellas han crecido más rápidamente que la sabiduría y la conciencia. El actual acercamiento materialista a la Naturaleza ha distorsionado, si no aniquilado, el sentimiento de reverencia e inspiración que una vez tuvo. Ahora, un árbol significa eso y muchos metros de tablas de madera o kilos de papel, una hectárea significa eso y una gran posibilidad de ganancia inmobiliaria, los bosques y selvas no son más que fuentes de ingreso que alimentan la avaricia y el crecimiento de viles corporaciones. La gente “respetable”, infectada con un cinismo mórbido, destruye los antiguos sentimientos y valores humanos al no tomar nada seriamente. Las maravillas de la Naturaleza se han transformado en mercancías.
Hay que saber aceptar a la Naturaleza como Divina, y al Hombre como perteneciente a la Naturaleza, es decir, como parte de esa Divinidad. El lugar de ello, lo que ha pasado es que se llevó y se lleva adelante un daño inmenso y posiblemente irreparable, destruyendo en décadas la armonía esencial y delicada que llevó milenios crear. La parte que ha jugado en ello nuestra economía es por demás obvia; nuestra economía, que lleva a los Hombres a una existencia desesperada; nuestra economía, que implementa y mantiene programas para crear una sociedad de consumidores carentes de mente y sin raíces. Una de las trampas del Industrialismo, y de toda economía que lo lleve adelante, es que constantemente debe crecer y expandirse; “Progreso” es el nombre de este juego, y a menos que continúe produciendo y consumiendo cada vez más bienes (produciendo, por lo tanto, más desechos y destruyendo cada vez más el Mundos Natural), será llamado “recesión”. Con la constante expansión llega el traspaso de propiedades, una actitud cada vez más impersonal, un sentimiento de parte de quienes están a cargo de todo esto de que no hay obligaciones más allá de las del todopoderoso “ser” individual. Máxima ganancia a mínimo costo, y que las condiciones de trabajo sean malditas. Poder, corrupción, y mentiras corren libremente. Cada hilo de la sociedad es afectado. De la pasividad, la ignorancia y la sumisión resulta una anestesia mental y física.
Debe haber una defensa del Ser y de la Naturaleza contra esta máquina deshumanizante llamada “Sistema”, de parte de gente con Coraje y Compromiso, enfocada en su Propósito y su Misión. La gente debe comenzar nuevamente a demostrar que puede erguirse para luchar por un propósito Noble. La emoción y la imaginación son dos de las llaves que nos abrirán las puertas y nos guiarán a esta ambición vital. Mientras muchos llegan sólo hasta la puerta, nuestro deber debe ser abrirla y cruzarla para defender a la Naturaleza, nuestra Naturaleza.
Pero de ninguna manera es sólo supervivencia lo que deseamos. Es la necesidad del Hombre el sentir la continuidad de la Vida, el entenderse él mismo en términos de eterno pasado y futuro sin ataduras, el probar el dulce aroma de la Primavera, el experimentar la permanencia de un bosque, el sentir lo salvaje y gentil de la Naturaleza. No es coincidencia que nuestros ancestros, al igual que nosotros los asatrúar modernos, tenían sus mayores celebraciones durante el cambio de las estaciones. Las codiciones se deben dar para que el Hombre pueda cumplir su rol en el drama de la continua creación, del cual el Hombre y los demás seres vivos son parte integral.
Debe haber una realización y reconocimiento de un poder maravilloso, mágico; una Fuerza Vital. El sentido natural del Hombre, si éste es honesto, lo experiencia como una Fuerza viviente, una Fuerza frente a la cual la natural reacción es de reverencia y culto, sino mediante ritos y rituales, mediante el respeto. Esta Fuerza está presente en el reflejo de la Luna en un lago, un jirón de niebla deslizándose por la falda de una montaña, la risa de los niños, y la intensidad mortal del rayo. El Mundo es misterioso y sagrado, porque su Fuerza es la que da vida a todo en la Naturaleza. Es a través de la ventana de la Naturaleza que la Gloria y la Divinidad de la Vida son reveladas como una visión.
La apreciación de la Naturaleza, la sensación de ser uno con la Naturaleza, es parte vital del vivir, una experiencia religiosa en el más fundamental sentido del término. Una existencia armónica con la Naturaleza y con la estirpe de uno mismo traen consigo la felicidad y satisfacción que son prueba de que esta manera de vivir es aprobada por nuestros Dioses y Diosas. Mientras uno aprende acerca de la Naturaleza, está aprendiendo acerca de uno mismo, y es mediante este auto-conocimiento que la grandeza puede nacer.