LOS CRUZADOS SEGÚN ANA COMNENA (s. XI)

...Alexis no había tenido tiempo de descansar un poco cuando oyó un rumor relacionado con la proximidad de innumerables ejércitos francos. Temía su llegada porque conocía su ímpetu irresistible, su carácter inestable y versátil y todo aquello que define al temperamento celta con sus consecuencias necesarias; sabía que ellos tienen siempre la boca abierta para las riquezas y que, a la primera ocasión, se les ve violar sus tratados sin escrúpulos... La realidad era mucho más grave y terrible que los rumores que corrían. Pues eran el Occidente entero y todas las naciones bárbaras que habitaban los países situados en la otra orilla del Adriático y las Columnas de Hércules, que emigraban en masa; eran familias enteras que caminaban y marchaban hacia Asia atravesando Europa de un extremo. He aquí en líneas generales la causa de semejante movimiento de población...

Estos hombres tenían tanto ardor e ímpetu que llenaron todos los caminos; estos soldados celtas iban acompañados de una gran multitud de gentes sin armas, más numerosas que los granos de arena y que las estrellas, que llevaban palmas y cruces sobre sus hombros: mujeres y niños que abandonaban sus países. Al verlos, se diría que eran ríos que confluían de todas partes; generalmente a través de la Dacia, se dirigían hacia nosotros con todo su ejército.

La llegada de tantos pueblos fue precedida de langostas que evitaban las mieses, pero que arrasaban los viñedos devorándolos. Era con toda evidencia el signo –como lo aseguraron los adivinos de la época- de que cuando llegase este formidable ejército celta, no intervendrían en los asuntos de los cristianos sino que caerían de manera terrible sobre los bárbaros ismaelitas que son los esclavos de la embriaguez, del vino y de Dionisos...

Sin embargo, yo quiero dar un relato más claro y detallado de este asunto; según el rumor que circulaba por todas partes, Godofredo fue el primero que vendió sus tierras y tomó el camino en cuestión. El hombre era muy rico, muy orgulloso de su nobleza, de su bravura y de la ilustración de su raza; porque cada celta deseaba aventajar a los otros. Se produjo entonces un movimiento, de hombres y de mujeres juntos, como nunca se recuerda haber visto otro semejante; las gentes más simples iban realmente impulsadas por el deseo de venerar el sepulcro del Señor y de visitar los Santos Lugares; pero los hombres perversos, como Bohemundo y sus comparsas, abrigaban en el fondo del corazón otro deseo y la esperanza de que quizás ellos podrían, de paso, apoderarse de la propia ciudad imperial, como si hubiesen encontrado allí una ocasión de beneficio. Bohemundo turbaba los ánimos de muchos nobles guerreros porque él alimentaba un viejo odio contra el autocrator. Sin embargo, Pedro [el Ermitaño], después de haber predicado, como ya se ha dicho, fue el primero de todos en franquear el estrecho de Longobardia con 80.000 hombres de a pie y 100.000 de a caballo y llegó a la ciudad imperial atravesando la Hungría. La nación de los celtas, como se puede adivinar, es muy ardiente y fogosa; una vez que se ha lanzado no se la puede detener.

Un sacerdote latino que estaba junto a otros doce compañeros de armas del conde y que se hallaba a proa, al ver estos hechos disparaba numerosas flechas contra Mariano (...) de modo que en tres ocasiones hubo que relevar a los hombres heridos o agotados que rodeaban al sacerdote latino. En cuanto a éste, aunque había recibido muchos impactos, aguantaba a pie firme. No hay coincidencia de opiniones sobre la cuestión de los clérigos entre nosotros y los latinos; a nosotros se nos prescribe por los cánones, las leyes y el dogma evangélico "no toques, no murmures, no ataques; pues estás consagrado". El bárbaro latino, sin embargo, lo mismo manejará los objetos divinos que se colocará un escudo a la izquierda y aferrará con la derecha la lanza, y de igual modo comulga con el cuerpo y la sangre divinos que contempla matanzas y se convierte en un ser sanguinario, como dice el salmo de David. Así, esta bárbara especie no son menos sacerdotes que guerreros.

Alejo tomó la costumbre de sentarse en el trono imperial desde el momento de romper el alba o por lo menos desde el momento de la salida del sol, e hizo saber que todo bárbaro occidental que deseara una audiencia tendría libre acceso hasta él cualquier día de la semana. Perseguía el fin inmediato de dar a los bárbaros la oportunidad de presentar sus requerimientos personalmente y el fin ulterior de aprovechar las diversas ocasiones que la conversación podía ofrecerle, para influir en ellos desde el punto de vista político. Aquellos barones bárbaros occidentales mostraban algunos de los torpes rasgos nacionales -desvergüenza, impetuosidad, codicia, falta de dominio de sí mismo en cuanto a abandonarse a cualquier pasión que los asaltara y por último, aunque no poco importante, una locuacidad de cotorras- por los que eran conocidos en el mundo. Y aquí mostraron además una típica falta de disciplina, al abusar del acceso que tenían a la presencia del emperador.

Cada barón llevaba consigo a presencia imperial tantos acompañantes como se le ocurría, y pasaban unos detrás de los otros más en una continua cola. Lo que era peor aún, cuando tomaban la palabra no se ponían ningún límite de tiempo para su charla, regla que solían observar los oradores áticos. Cada Juan o Pedro o Miguel se tomaban exactamente el tiempo que había decidido para hablar con el emperador. Siendo lo que eran -con sus dichos impropiamente chocarreros y su absurda falta de respeto por el emperador, falta de sentido del tiempo y falta de sensibilidad a la idignación de los funcionarios presentes- a ninguno se le ocurría abreviar su charla por consideración a los que estaban detrás de él en la cola, sino que por el contrario, seguían hablando y pidiendo interminablemente.

La volubilidad, el carácter mercenario y la trivialidad de la conversación de los bárbaros son, desde luego, conocidos a todos los estudiosos de sus caracteres nacionales. Pero el contacto directo dio un conocimiento más cabal del carácter de los bárbaros occidentales a los que tuvieron la desgracia de estar presentes en tales ocasiones. Cuando caía el crepúsculo, el desdichado emperador, que había trabajado durante todo el día sin la menor posibilidad de quebrar el ayuno, se levantaba del trono e iniciaba un movimiento en dirección de sus departamentos privados. Pero ni siquiera esta elocuente señal conseguía librarlo de la importunidad de los bárbaros. Continuaban disputando y poniéndose y poniéndose unos delante de otros para acercarse al emperador; y ésto lo hacían no sólo los que aún quedaban en la cola; sino que aquellos que ya habían gozado de una audiencia durante el día volvían y con un pretexto tras otro hablaban de nuevo al emperador, mientras el pobre hombre debía permanecer de pie y vérselas con una Babel de parloteos por parte de los pululantes bárbaros que lo rodeaban. La afabilidad con que esta sacrificada víctima respondía a las interpelaciones de la multitud era un espectáculo digno de verse, y el inoportuno parloteo no terminaba; pues si uno de los chambelanes trataba de hacer callar a los bárbaros, el emperador lo hacía en cambio callar a él, pues conocía cuán propensos eran los francos a perder los estribos y temía que alguna fútil provocación produjera un estallido que dañara gravemente al Imperio Romano.

 

(Fragms. Tomados de Ana Comnena, Alexíada, X, V, 4-10, en: Riu-Batlle-Cabestany-Claramunt-Salrach-Sánchez, op. cit., pp. 564 y ss; Ana Comnena, Alexíada, X, VIII, 7-8, cit. en: Egea, J., La Crónica de Morea, Ed. del CSIC, Col. Nueva Roma, 1996, Madrid, pp. XX-XXI. Además, fragm. en: Toynbee, A., Estudio de la Historia, Comp. de D. C. Somervell, trad. de L. A. Bixio, Alianza, 5ª ed., 1981 (1946; 1933), Madrid, vol 3, vol 3, pp. 87-88)

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Originalmente en: Herrera, H., y Marín, J., "EL IMPERIO BIZANTINO. Introducción Histórica y Selección de Documentos", Cuadernos Byzantion Nea Hellás - Serie Byzantiní Istoría I, 1998, Centro de Estudios Griegos, Bizantinos y Neohelénicos "Fotios Malleros" de la Universidad de Chile.

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