La Donación de Constantino - Alcuino, Epist. 41 - Carlomagno y Jerusalén - Carta de Alcuino sobre los Poderes del mundo - Carlomagno en Roma antes de la coronación - Coronación de Carlomagno: Anales Reales, Liber Pontificalis, Annales de Lorsh o de Eginhardo, Vita Karoli, Teophanes, Anales Maximiani - Laudes Galo Francos
Concedemos a nuestro santo padre Silvestre, sumo pontífice y Papa universal de Roma, y a todos los pontífices sucesores suyos que hasta el fin del mundo reinarán en la sede de San Pedro, nuestro palacio imperial de Letrán (el primero de todos los palacios del mundo). Después la diadema, esto es, nuestra corona, y al mismo tiempo el gorro frigio, es decir, la tiara y el manto que suelen usar los emperadores y además el manto purpúreo y la túnica escarlata y todo el vestido imperial, y además también la dignidad de caballeros imperiales, otorgándoles también los cetros imperiales y todas las insignias y estandartes y diversos ornamentos y todas las prerrogativas de la excelencia imperial y la gloria de nuestro poder. Queremos que todos los reverendísimos sacerdotes que sirven a la Santísima Iglesia Romana en los distintos grados, tengan la distinción, potestad y preeminencia de que gloriosamente se adorna nuestro ilustre Senado, es decir, que se conviertan en patricios y cónsules y sean revestidos de todas las demás dignidades imperiales. Decretamos que el clero de la Santa Iglesia Romana tenga los mismos atributos de honor que el ejército imperial. Y como el poder imperial se rodea de oficiales, chambelanes, servidores y guardias de todas clases, queremos que también la Santa Iglesia Romana se adorne del mismo modo. Y para que el honor del pontífice brille en toda magnificencia, decretamos también que el clero de la Santa Iglesia Romana adorne sus cabellos con arreos y gualdrapas de blanquísimo lino. Y del mismo modo que nuestros senadores llevan el calzado adornado con lino muy blanco (de pelo de cabra blanco), ordenamos que de este mismo modo los lleven también los sacerdotes, a fin de que las cosas terrenas se adornen como celestiales para la gloria de Dios...
Hemos decidido también que nuestro venerable padre el sumo pontífice Silvestre y sus sucesores lleven la diadema, es decir, la corona de oro purísimo y preciosas perlas, que a semejanza con la que llevamos en nuestra cabeza le habíamos concedido, diadema que deben llevar en la cabeza para honor de Dios y de la sede de San Pedro. Pero, ya que el propio beatísimo Papa no quiere llevar una corona de oro sobre la corona del sacerdocio, que lleva para gloria de San Pedro, con nuestras manos hemos colocado sobre su santa cabeza una tiara brillante de blanco fulgor, símbolo de la resurrección del Señor y por reverencia a San Pedro sostenemos la brida del caballo cumpliendo así para él el oficio de mozo de espuelas: estableciendo que todos sus sucesores lleven en procesión la tiara, como los emperadores, para imitar la dignidad de nuestro Imperio. Y para que la dignidad pontificia no sea inferior, sino que sea tomada con una dignidad y gloria mayores que las del Imperio terrenal, concedemos al susodicho pontífice Silvestre, Papa universal, y dejamos y establecemos en su poder, por decreto imperial, como posesiones de derecho de la Santa Iglesia Romana, no sólo nuestro palacio como se ha dicho, sino también la ciudad de Roma y todas las provincias, distritos y ciudades de Italia y de Occidente.
Por ello, hemos considerado oportuno transferir nuestro Imperio y el poder del reino a Oriente y fundar en la provincia de Bizancio, lugar óptimo, una ciudad con nuestro nombre y establecer allí nuestro gobierno, porque no es justo que el emperador terreno reine donde el emperador celeste ha establecido el principado del sacerdocio y la cabeza de la religión cristiana.
Ordenamos que todas estas decisiones que hemos sancionado mediante decreto imperial y otros decretos divinos permanezcan invioladas e íntegras hasta el fin del mundo. Por tanto, ante la presencia del Dios vivo que nos ordenó gobernar y ante su tremendo tribunal, decretamos solemnemente, mediante esta constitución imperial, que ninguno de nuestros sucesores, patricios, magistrados, senadores y súbditos que ahora y en el futuro estén sujetos al Imperio, se atreva a infringir o alterar esto en cualquier manera. Si alguno, cosa que no creemos, despreciara o violara esto, sea reo de condenación eterna y Pedro y Pablo, príncipes de los apóstoles, le sean adversos ahora y en la vida futura, y con el diablo y todos los impíos sea precipitado para que se queme en lo profundo del infierno.
Ponemos este decreto, con nuestra firma, sobre el venerable cuerpo de San Pedro, príncipe de los apóstoles, prometiendo al apóstol de Dios respetar estas decisiones y dejar ordenado a nuestros sucesores que las respeten. Con el consentimiento de nuestro Dios y Salvador Jesucristo entregamos este decreto a nuestro padre el sumo pontífice Silvestre y a sus sucesores para que lo posean para siempre y felizmente.
Edictum Constantini ad Silvestrem Papam, P.L., VIII, en: Artola, M., Textos Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª Ed., 1992 (1968), Madrid, pp. 47 y s.
ALCUINO, EPÍSTOLA Nº 41 (795)
Bienaventurada, dijo el salmista, la nación de la que Dios es el Señor; bienaventurado el pueblo exaltado por un caudillo y sostenido por un predicador de la fe, cuya mano diestra blande la espada de las victorias y cuya boca hace resonar la trompeta de la verdad católica. Así como en otro tiempo David, elegido de Dios para rey del pueblo, que entonces era su pueblo escogido..., sometió a Israel, con la espada victoriosa, a las naciones cercanas y predicó entre los suyos la ley divina. De la noble estirpe de Israel brotó, para la salvación del mundo, la rosa de Sarón y el lirio de los valles, el Cristo, a quien en nuestros días, el nuevo pueblo que El ha hecho suyo, debe otro rey David. Con el mismo nombre, animado de la misma virtud y de igual fe, éste es ahora nuestro caudillo y nuestro jefe: un jefe a cuya sombra el pueblo cristiano se refrigera en la paz y que por doquier inspira el terror de las naciones paganas; un caudillo cuya devoción no cesa de fortificar por su firmeza evangélica la fe católica contra los herejes, velando porque nada contrario a la doctrina de los Apóstoles venga a introducirse en cualquier lugar y dedicándose a hacer resplandecer por todas partes esta fe católica a la luz de la gracia celestial...
En: Barrios, M., Fuentes para la Historia de Carlomagno, Memoria Inédita, UCV, 1966, Valparaíso, p. 49; Halphen, L., Carlomagno y el Imperio Carolingio, UTEHA, 1955, Méjico, p. 167 y s.; Folz, R., Le Couronnement Impérial de Charlemagne, Gallimard, 1964, Paris, pp. 274 y s. Todos los textos cit. en: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985, Santiago, p. 318.
[799] Por el mismo tiempo, un monje, que venía de Jerusalén, le llevó, de parte del patriarca, su bendición y reliquias reunidas sobre el lugar de la Resurrección de Nuestro Señor. El rey, residiendo en Aquisgrán, celebró la fiesta de Navidad. Despidió al monje, que deseaba volver, y le hizo acompañar por un tal Zacarías, presbítero del palacio, al que encargó llevar sus ofrendas a los Santos Lugares.
[800] Ese mismo día (23 de Diciembre), Zacarías, al que había enviado a Jerusalén, llegó a Roma, acompañado de dos monjes, uno del Monte de los Olivos, el otro de San Sabas, que el patriarca hizo ir con él. Estos presentaron al rey la bendición del patriarca, las llaves del Santo Sepulcro y del Calvario, así como el estandarte sagrado. El rey los retuvo durante algunos días, habiéndolos recibido con bondad, y, cuando le expresaron su deseo de volver, los despidió con regalos.
Annales Royales
, Ann. 799, 800, en: Tessier, G., Charlemagne, Albin Michel, 1967, Paris, pp. 166 y s.. Trad. del francés por José Marín R.
CARTA DE ALCUINO SOBRE LOS PODERES DEL MUNDO (799)
Aconsejaría más cosas a vuestra dignidad si tuvierais tiempo de oírme y yo tuviera la facultad de hablar elocuentemente, porque a menudo la pluma suele sacar a la luz los secretos del amor de mi corazón y trata acerca de la prosperidad de vuestra excelencia y de la estabilidad del reino que os ha sido dada por Dios, y del progreso de la Santa Iglesia de Cristo, que de muchas maneras es perturbada por la maldad de los malos y manchada por los crímenes perversos, no sólo de personas corrientes sino también de los más nobles y altos, cosa la más terrible de todas.
Pues hasta ahora tres personas han alcanzado la cumbre de la jerarquía del mundo:
1º. El representante de la sublimidad apostólica, vicario del bienaventurado Pedro, Príncipe de los Apóstoles, del cual ocupa la Silla. Lo que ha sucedido al que actualmente tiene esta sede, ha tenido a bien vuestra bondad hacérmelo saber.
2º. Viene luego el titular de la dignidad imperial que ejerce el poderío secular en la Segunda Roma. De qué manera impía ha sido depuesto el jefe de este Imperio, no por los extranjeros, sino por los suyos y por sus conciudadanos, se ha extendido por todas partes la noticia.
3º. En tercer lugar está la dignidad real que Nuestro Señor Jesucristo os ha reservado para que gobernéis al pueblo cristiano. Esta dignidad es superior a las otras dos y las eclipsa y sobrepasa en sabiduría.
Sólo en ti se apoyan ahora las iglesias de Cristo, de ti solo esperan la salvación; de ti, vengador de los crímenes, guía de los descarriados, consolador de los afligidos, sostén de los buenos. ¿Es que acaso no es en la sede de Roma, donde en tiempos floreció la religión de máxima piedad, donde se producen los ejemplos de la mayor impiedad? Pues estos mismos, obcecados en su corazón, obcecarán en su cabeza. Ni parece que allí haya temor de Dios, ni sabiduría, ni caridad. Pues, ¿qué clase de bien podrá haber allí donde no se encuentra nada de estas cosas? Pues si el temor de Dios se encontrara en ellos, nunca se atreverían; si se encontrara la sabiduría, no hubieran querido, y si la caridad, no hubieran obrado. Los tiempos son peligrosos, como hace mucho lo predijo la misma verdad porque la caridad de muchos se enfría. De ninguna manera hay que omitir el cuidado de la cabeza. Pues es menos grave que estén enfermos los pies a que lo esté la cabeza. Así pues hágase la paz con el pueblo impío, si es que puede hacerse; déjense a un lado las amenazas, para que los obcecados no huyan sino que se les retenga en la esperanza hasta que con saludable consejo de nuevo vuelvan a la paz. Pues hay que retener lo que se posee para que no por la adquisición de algo menor se pierda algo más importante. Guárdese la oveja propia para que el lobo rapaz no la devore. Así pues, afánese uno en lo extraño para no permitir daño en lo propio.
Alcuino, Ep. 174, en: Artola, M., Textos Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª ed., 1992 (1968), Madrid, pp. 48-49. Fragms. en:Barrios, M., Fuentes para la Historia de Carlomagno, Memoria Inédita, UCV, 1966, Valparaíso, p. 29. v. tb: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985, Santiago, p. 319, cit. a: Halphen, L., Carlomagno y el Imperio Carolingio, UTEHA, 1955, Méjico, p. 91; Amman, E., Los Carolingios, t. VI de la Historia de la Iglesia de Fliche-Martin, Edicep, 1976, Valencia, p. 154.
CARLOMAGNO EN ROMA ANTES DE LA CORONACIÓN
En la víspera del día en que debía llegar (Carlomagno) a Roma, el Papa León acompañado de los romanos le salió al encuentro en Nomentum, que está a doce millas de la ciudad, y lo recibió con mucho respeto y consideraciones. Comió con él en este sitio y en seguida partió para precederlo en su llegada a Roma. Al día siguiente le esperó en las gradas de la basílica de San Pedro Apóstol, mientras los estandartes de la ciudad de Roma eran enviados al encuentro de Carlomagno, mientras grupos de peregrinos, así como habitantes, se colocaban en sitios convenientemente escogidos para aclamar a aquel que llegaba. Fue el Papa en persona, acompañado del clero y sus obispos, quien recibió al rey al descender del caballo y en el momento en que éste subía las gradas. Después de haber pronunciado una arenga, lo condujo a la basílica de San Pedro Apóstol, en medio de los cánticos de toda la asistencia. Esto ocurría el 8 de las calendas de Diciembre (24 de Noviembre).
Siete días más tarde el rey convocó una asamblea donde dio a conocer por qué había venido a Roma; en seguida se ocupó todos los días de los asuntos para los cuales había venido. Lo más importante y lo más difícil -y fue aquello por donde se comenzó- era una investigación sobre las acusaciones presentadas contra el Papa. (León III había sido acusado de perjurio y adulterio). No habiendo nadie querido rendir pruebas de estas acusaciones, el Papa escaló el ambón llevando el Evangelio ante todo el pueblo reunido en la basílica de San Pedro Apóstol y después de haber invocado la Santa Trinidad, se excusó por juramento de las acusaciones hechas en su contra.
Annales Regni Francorum
, en: Latouche, R., Textes d'Histoire Médievale, P.U.F., 1951, Paris, pp. 115 y s.; Lo Grasso, J., Ecclesia et Status. Fontes Selecti, 1952, Roma, p. 85. Trad. del latín por Héctor Herrera C.
El santo día de Navidad, sin saberlo nuestro señor Carlos, cuando se levantaba de la oración que acababa de hacer, antes de la misa, delante de la confesión de San Pedro, el Papa le impuso una corona sobre la cabeza, y fue aclamado por todo el pueblo romano: "A Carlos, Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador, vida y victoria".
Annales Maximiani
, en: Grousset, R., Histoire Universelle, Encyclopédie de la Pléiade, 1957, Paris, t. II, p. 378. Trad. del francés por Héctor Herrera C.
CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
Después de estos acontecimientos, el día de la festividad del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, se reunieron todos de nuevo en la susodicha basílica de San Pedro apóstol. Entonces el venerable y benévolo prelado le coronó con sus propias manos con una magnífica corona. Entonces todos los fieles, viendo la protección tan grande y el amor que tenía a la Santa Iglesia Romana y a su vicario, unánimemente gritaron en alta voz, con el beneplácito de Dios y del bienaventurado San Pedro, portero del Reino Celestial: ¡A Carlomagno, piadoso augusto, por Dios coronado, grande y pacífico emperador, vida y victoria! Ante la sagrada confesión del bienaventurado San Pedro apóstol, invocando la protección de todos los santos, por tres veces fue pronunciado este grito, y fue proclamado por todos emperador de los romanos. Inmediatamente después el santísimo prelado y pontífice ungió con los santos óleos al rey Carlos, su excelentísimo hijo, en el día ya señalado de la Natividad de Nuestro Señor Jesucristo.
Et tunc venerabilis et almificus presul manibus suis propiis pretiosissima corona coronavit eum. Tunc universi fideles Romani videntes tanta defensione et dilectione quam erga sanctam Romanam ecclesiam et eius vicarium habuit, unanimiter altisona voce, Dei nutu atque beati Petri clavigeri regni caelorum, exclamaverunt: "Karolo, piisimo Augusto, a Deo coronato, magno et pacifico imperatore, vita et victoria!" Ante sacram confessionem beati Petri apostoli, plures sanctos invocantes, ter dictum est, et ab omnibus constitutus est Imperator Romanorum. Ilico sanctissimus antistes et pontifex unxit oleo sancto Karolo, excellentissimo filio eius, rege, in ipse die Natalis Iesu Christi.
Liber Pontificalis
, XCVIII, 23-24, en: Artola, M., Textos Fundamentales para la Historia, Alianza, 10ª Ed., 1992 (1968), Madrid, p. 49. Texto latino en: Ed. L. Duchesne, Paris, 1892, t. II, p. 7, cit. en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953 (1937), Paris, p. 34.CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
El santo día de la Natividad de Nuestro Señor, el rey vino a la basílica del bienaventurado Pedro, apóstol, para asistir a la celebración de la misa. En el momento en que, ubicado delante del altar, se inclinó para orar, el Papa León le puso una corona sobre la cabeza, y todo el pueblo romano exclamó: "A Carlos Augusto, coronado por Dios, grande y pacífico emperador de los romanos, vida y victoria". Después de esta proclamación, el pontífice se prosternó delante de él y le adoró siguiendo la costumbre establecida de la época de los antiguos emperadores, y desde entonces, Carlos, dejando el nombre de Patricio, lleva el de Emperador y Augusto.
Ipse autem, cum die sacratissima Natalis Domini ad missarum sollemnia celebranda basilicam beati Petri apostoli fuisset ingressus, et coram altari, ubi ad orationem se inclinaverat, adsisteret, Leo papa coronam capiti eius imposuit, cuncto Romanorum populo adclamante: "Karolo Augusto, a Deo coronato, magno et pacifico imperatori Romanorum, vita et victoria!" Post quas laudes ab eodem pontifice more antiquorum principum adoratus est, ac deinde, omisso Patricii nomine, Imperator et Augustus apellatus est.
Annales Royales
, Ann. 801, en: Tessier, G., Charlemagne, Albin Michel, 1967, Paris, p. 167. Trad. del francés por José Marín R. Texto latino en: Ed. Kurze, Monumenta Germaniae Historica, in usum scholarum, 1895, p. 113, cit. en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953 (1937), Paris, p. 33.
CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
Y como entonces el título imperial estaba vacante en el país de los griegos y una mujer ejercía los poderes imperiales, le pareció al mismo Papa León y a todos los santos padres que estaban presentes en el Concilio como también a todo el pueblo cristiano, que convenía dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que tenía en su poder la ciudad de Roma donde los emperadores habían siempre tenido la costumbre de residir, como también Italia, Galia y Germania. Habiendo el Dios Todopoderoso consentido en poner a todos bajo su autoridad, les pareció justo que con la ayuda de Dios y conforme al ruego de todo el pueblo cristiano, llevase él también el nombre de emperador. A esta petición el rey Carlos no quiso oponerse, sino que se sometió humildemente a Dios al mismo tiempo que los votos de los padres y del pueblo cristiano, recibió el día de Navidad el nombre de emperador con la consagración del Papa León. Al aproximarse el verano, se dirigió hacia Ravenna, restaurando por todas partes el derecho y la paz; de allá, regresó a Francia, a su residencia.
Et quia iam tunc cessabat a parte Graecorum nomen imperatoris, et femineum imperium apud se abebant, tunc visum est et ipse apostolice Leoni et universis sanctis patribus qui in ipso concilio aderant, seu reliquo christiano populo, ut ipsum Carolum regem Franchorum imperatorem nominare debuissent, qui ipsam Romam tenebat, ubi semper Caesare sedere soliti erant, seu reliquas sedes quas ipse per Italiam seu Galliam nec non et Germaniam tenebant; quia Deus omnipotens has omnes sedes in potestate eius concessu, ideo iustum eis esse videbatur, ut ipse cum Deo adiutorio et universe christiano populo petente ipsum nomen aberet. Quorum petitionem ipse rex Karolus denegare noluit, christiani populi in ipsa nativitate domini nostri Iesu Christi ipsum nomen imperatoris cum consecratione domni Leonis papae suscepit.
Annales de Eginhardo
, Ann. 801, Ed. G. Pertz, Monumenta Germaniae Historica, Scriptores, I, pp. 37-38, en: Folz, R., Le Couronnement Impérial de Charlemagne, Gallimard, 1964, Paris, p. 279. Trad. del francés por José Marín R. Texto latino en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953 (1937), Paris, p. 33.
CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
El último viaje que Carlos hizo a Roma tuvo, pues, otras causas. Los romanos habían colmado de violencias al pontífice León -saltándole los ojos y cortándole la lengua- y le habían constreñido a implorar la ayuda del rey. Viniendo pues a Roma para restablecer la situación de la Iglesia, fuertemente comprometido por estos incidentes, pasó allí el invierno. Fue entonces que recibió el título de emperador y de augusto. Se mostró al principio tan descontento que habría renunciado, afirmaba, a entrar en la Iglesia ese día, bien que era día de gran fiesta, si hubiera sabido de antemano el plan del pontífice. No soportaba sino con una gran paciencia la envidia de los emperadores romanos, que se indignaron por el título que había tomado, y gracias a su magnanimidad que tanto lo elevaba por sobre ellos, llegó, enviándoles numerosas embajadas y dándoles el título de "hermanos" en sus cartas, a vencer finalmente su resistencia.
Ultimi adventus sui non solum hae fuere causae, verum etiam quod Romani Leonem pontificem multis adfectum injuriis, erutis scilicent oculis linguaque amputata, fides regis implorare conpulerunt. Idcirco Romam veniens propter reparandum qui nimis conturbatus erat ecclesiae statum, ibi totum hiemis tempus extraxit. Quo tempore imperatoris et augusti nomen accepit. Quod primum in tantum aversatus est ut adfirmaret se eo die, quamvis praecipua festivitatis esset, ecclesiam non intraturam si pontificis consilium praescire potuisset. Invidam tamen suscepti nominis, Romanis imperatoribus super hoc indignantibus, magna tulit patientia: vicitque eorum contumaciam magnanimitate, qua eis procul dubio longe praestantior erat, mittendo ad eos crebras legationes et in epistolis fratres eos apellando.
Eginhard, Vita Karoli, XXVIII, Ed. et Trad. de L. Halphen, Les Classiques de l'Histoire de France au Moyen Age, I, 1923, pp. 80-81, en: Folz, R., Le Couronnement Impérial de Charlemagne, Gallimard, 1964, Paris, pp. 281-282. Trad. del francés por José Marín R. Texto latino en: Calmette, J., Textes et Documents d'Histoire, II, Moyen Age, P.U.F., 1953 (1937), Paris, p. 34.
CORONACIÓN DE CARLOMAGNO (800)
Ese mismo año (799), unos romanos emparentados al bienaventurado Papa Adriano, se amotinaron contra el Papa León y habiéndose apoderado de él, le vaciaron los ojos. No pudieron, sin embargo, cegarlo completamente ya que, llenos de piedad por él, le perdonaron. León huyó entonces donde Carlos, rey de los francos, que castigó duramente a los enemigos del Papa y restableció a este último en su sede: en ese momento Roma cayó bajo el poder de los francos, y así seguirá estándolo. En recompensa, León coronó a Carlos emperador de los Romanos en la Iglesia del Santo Apóstol, lo ungió con óleo desde la cabeza a los pies, lo vistió además con los vestidos imperiales y le impuso la diadema, el 25 de Diciembre, indiction IX (800).
Teophanes, Cronographia, Ed. Migne, Patrologie Grecque, t. CVIII, col. 952, en: Folz, R., Le Couronnement Impérial de Charlemagne, Gallimard, 1964, Paris, p. 282. Trad. del francés de José Marín R.
LAUDES GALO-FRANCOS
Cristo es vencedor, Cristo es rey, Cristo es emperador. ¡Cristo, acógenos!
A León, pontífice supremo y Papa universal, ¡vida! ¡Salvador del mundo, ayúdalo! San Pedro, San Pablo, San Andrés, San Clemente, San Sixto.
A Carlos, el muy excelente, coronado por Dios, grande y pacífico rey de los francos y de los lombardos, Patricio de los Romanos: ¡Vida y victoria! ¡Redentor del mundo, ayúdalo! Santa María, San Gabriel, San Miguel, San Rafael, San Juan, San Esteban.
A la muy noble descendencia real: ¡Vida! Santa Virgen de las Vírgenes, ayúdala. San Silvestre, San Lorenzo, San Pancracio, San Názaro, Santa Anastasia, Santa Genoveva, Santa Columba.
A todas las autoridades y a todo el ejército de los francos: ¡Vida y victoria! San Hilario, ayúdalos. San Martín, San Mauricio, San Dionisio, San Crispín, San Crispiniano, San Jerónimo.
Cristo es vencedor, Cristo es rey, Cristo es Emperador. Nuestra liberación y redención: Cristo es vencedor. Rey de los Reyes, nuestro Rey, nuestra esperanza, nuestra gloria, nuestra misericordia, nuestro socorro, nuestra valentía, nuestra liberación y redención, nuestra victoria, nuestras armas muy invencibles, nuestro muro inexpugnable, nuestra defensa y nuestra exaltación, nuestra luz, nuestra vía y nuestra vida.
A él sólo, imperio, gloria y poder a través de los siglos inmortales. A él sólo virtud, fuerza y victoria en todos los siglos. A él sólo honor, alabanza y júbilo a través de los siglos sin fin.
Cristo escúchanos. (Tres veces) Señor ten piedad. (Tres veces) (A la intención del rey) ¡Sea feliz! (Tres veces) ¡Puedas tú conocer tiempos prósperos! (Tres veces) ¡Largos años!
¡Amén!
Formulario de los años 796-800, E.D. Kantorowicz, Laudes Regiae, 1946, Berkeley, en: Folz, R., L'Idée d'Empire en Occident du Ve au XVIe Siècle, Aubier, 1953, Paris, p. 194; Eichmann, E., Die Kaiserkrönung im Abendland, Echter-Verlag, 1942, Würzburg, Ordo A, pp. 62-73. Texto cit. en: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985, Santiago, p. 320 y s.