MONACATO CRISTIANO

 

 

Apotegmas de los Padres del Desierto

Testimonios acerca del destierro

El monasticismo. Visión de un pagano

San Jerónimo, Epist. III, a su amigo Rufino (374-376)

San Jerónimo, Ep. XIV, a su íntimo amigo y compañero Heliodoro (c. 375)

Regla de san Agustín

Casiodoro y la cultura en el monasterio de Vivarium (c.545)

Regla de san Benito (c. 529)

San Gregorio y el poder temporal

San Gregorio Magno

Fragmentos de la obra de Beda el Venerable (679-735)

Testamento de Guillermo de Aquitania (910)

El "día" monástico en Cluny

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

  

 

APOTEGMAS DE LOS PADRES DEL DESIERTO

 

Abba Anoub:

1.- El abba Juan decía de Anoub, Poimén y sus otros hermanos, que habían salido del mismo seno y se hicieron monjes en Escete, que cuando llegaron los Maziques y devastaron esa región por primera vez, partieron hacia un lugar denominado Térénuthin. Esperando hallar donde instalarse, permanecieron allí algunos días en un viejo templo. Entonces Anoub dijo al abba Poimén: "Por caridad, que tú y cada uno de tus hermanos vivan cada uno por su lado sin encontrarse en toda la semana". Poimén respondió: "Haremos según tu deseo". Así hicieron. Ahora bien, había en el templo, una estatua de piedra. Anoub, cuando se despertaba por la mañana, tiraba piedras a la cara de la estatua y, a la tarde le decía: "Perdóname". Durante toda la semana hizo así. El sábado se reunieron y entonces Poimén dijo al abba Anoub: "Te vi, apa, durante toda la semana tirar piedras a la cara de la estatua y pedirle perdón. ¿Un creyente hace eso?". El Anciano le respondió: "Hice eso a causa de vosotros. Cuando me visteis tirar piedras a la cara de la estatua, ¿me habló o se encolerizó?" Poimén respondió que no. "¿O, aún, cuando yo me inclinaba para la penitencia, se preocupó o me dijo: yo te perdono?" Abba Poimén respondió que no. Entonces el Anciano continuó: "Nosotros somos siete hermanos. Si queréis que moremos juntos seamos como esta estatua: que se la injurie o que se la adule, ella no se preocupa jamás. Si no queréis actuar así, allá hay, en el templo, cuatro puertas: que cada uno parta hacia donde quiera." Entonces los hermanos se prosternaron y dijeron al abba Anoub: "Actuaremos según tu deseo, Padre, y escucharemos lo que nos digas". Y Poimén agregó: "Y vivimos juntos todo el resto del tiempo, trabajando de acuerdo con lo que nos dijo el Anciano..."

Abba Antonio:

1.- El santo Antonio, mientras permanecía en el desierto, fue presa del disgusto y de una gran oscuridad en sus pensamientos. Dijo entonces a Dios: "Señor, yo quiero salvarme, pero mis pensamientos no me lo permiten, ¿qué hacer en mi aflicción? ¿Cómo salvarme?" Cuando estaba por salir, Antonio observó a un hombre como él, sentado y trabajando; lo vio abandonar su asiento para rezar y volver a sentarse nuevamente a trenzar una cuerda, luego se levantó otra vez para rezar... Era un ángel del Señor enviado para corregirlo y tranquilizarlo. Y él escuchó al ángel decirle: "Haz así y te salvarás". Frente a estas palabras, Antonio se sintió pleno de alegría y coraje. Y, haciendo así, se salvó.

27.- Dijo Abba Antonio: "Aquel que golpea una masa de hierro reflexiona, antes, sobre lo que quiere hacer; una hoz, una espada, un hacha. Del mismo modo debemos, nosotros también, preguntarnos qué virtud queremos alcanzar, por temor a extenuarnos en vano".

Abba Apphy:

Un obispo, llamado Apphy, mientras fue monje estuvo sometido a una disciplina de vida muy austera. Luego, cuando llegó a obispo, quiso, incluso en el mundo, someterse a la misma austeridad pero sus fuerzas le habían abandonado. Entonces, prosternándose ante Dios, le dijo: "¿Es que a causa de mi episcopado tu gracia se alejará de mí?" Y obtuvo esta revelación: "No, pero antes estabas en el desierto y, ya que no había nadie, Dios acudía en tu ayuda. Ahora en cambio estás en el mundo, y en el mundo están los hombres".

Abba Besarión:

8.- Abba Besarión, en el momento de morir, dijo: "El monje debe ser como los querubines y serafines: únicamente un ojo".

Abba Eladio:

Se decía de abba Eladio que pasó veinte años en las celdas sin levantar jamás los ojos para ver el techo.

Abba José:

6.- Abba José dijo a Lot: "Tú no puedes convertirte en monje si no te conviertes totalmente en un fuego que se consume".

Abba Juan Colobos:

1.- Se contaba de Juan Colobos que, habiéndose retirado con un Anciano tebano en Escete, moraba en el desierto. Su abba, tomando una rama seca la plantó y le dijo: "Cada día riégala con un cántaro de agua, hasta que produzca fruto". El agua estaba tan lejos que era necesario partir a la tarde y regresar a la mañana siguiente. Al cabo de tres años, la madera revivió y produjo frutos. Entonces el Anciano, tomando este fruto lo llevó a la Iglesia y dijo a los hermanos: "Tomad, comed el fruto de la obediencia".

Abba Moisés:

6.- Un hermano llegó a Escete para ver al abba Moisés y le pidió una palabra. El Anciano le dijo: "Ve, siéntate en la celda y tu celda te enseñará todas las cosas".

Abba Poimén:

35.- El dijo también: "Si un pensamiento, surge improvisadamente en relación a las cosas necesarias a los cuerpos, ordénalo una vez; si viene una segunda vez; lo pones en orden nuevamente; la tercera vez, si se presenta, no le prestes atención, ya que es inútil".

36.- El contó que, un hermano, interrogó al abba Alonios diciendo: "¿Qué es llegar a ser como la nada?" Y el anciano respondió: "Es situarse por debajo de los seres irracionales y saber que son irreprochables".

 

En: Apotegmas de los Padres del Desierto, ed. Sígueme, 1986 (Bs. Aires, 1976), Salamanca.

ARRIBA

..................................

 

 

TESTIMONIOS ACERCA DEL DESTIERRO

 

SAN JERÓNIMO, EP.VI, A JULIÁN, DIÁCONO DE AQUILEYA (374)

Aquí donde estoy ahora, no sólo ignoro lo que pasa en nuestra patria, mas ni siquiera sé si existe todavía.

 

En: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, p. 135.

 

SAN JERÓNIMO, EP. XVI, A DÁMASO, PAPA (376-378)

2. Pues yo, como en otra carta os escribí, recibí en Roma la vestidura de Cristo, y ahora vivo en los desiertos de Siria, en la vecindad de los bárbaros. No penséis que otro me condenó a este destierro: yo mismo me impuse la penitencia merecida por mis pecados.

 

En: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, p. 182.

 

EPÍSTOLA A DIOGNETO, V, 5

Habitan sus propias patrias, pero como forasteros, toman parte en todo como ciudadanos y todo lo soportan como extranjeros; toda tierra extraña es para ellos patria, y toda patria tierra extraña.

 

En: Padres Apostólicos, trad. de D. Ruiz, BAC, 1950, Madrid, p. 850. También en: Huber, S., Los Santos Padres, vol. I: Sinopsis desde los tiempos apostólicos hasta el siglo VI, Ed. Descleé de Brouwer, 1946, Bs. Aires, p. 180; Cruz, N., "Relaciones cristiano-Imperio Romano: siglos I, II y III (Docs.)", en: RHU, 8, 1987, p. 116; Gilson, E., Las Metamorfosis de la Ciudad de Dios, Trad. de B. Agüero, Troquel, 1954 (Lovaina, 1952), Bs. Aires, p. 32; Quasten, Patrología, vol. I, Trad. de I. Oñatibia, BAC, 1977-1978, (Bruselas, 1950-1960), Madrid, p. 247.

ARRIBA

..................................

 

 

 

EL MONASTICISMO. VISIÓN DE UN PAGANO

 

Y al avanzar surge del mar Capraria,

escuálida isla, llena de hombres que huyen de la luz

y que con palabra griega se llaman a sí mismos monjes,

porque quieren vivir solos, sin que nadie los observe.

¿Quién, para sustraerse del sufrimiento, elegiría una vida de sufrimiento?

¿Qué locura de un cerebro enfermo es ésta

que, temiendo los males no es capaz de tolerar los bienes?

..........................................................

Dejo aquellos peñascos, recuerdos de recientes dolores.

Allí perdí, como sepultado vivo, a un conciudadano.

Ayer todavía era uno de los nuestros, joven, de noble alcurnia,

distinguido igual por su fortuna que por su noble consorte.

Arrastrado por las Furias, abandonó a los hombres y a los dioses

y, supersticioso, prefiere el destierro en un sórdido escondrijo.

El infeliz cree que la inmundicia alimenta inspiraciones divinas,

y se castiga, él mismo, más severamente que los bienaventurados dioses.

Ahora pregunto, ¿no es esta secta peor que la ponzoña de Circe?

Entonces sólo se cambiaron los cuerpos, ahora se cambian los ánimos.

 

Rutilio C. Namatiano, De Reditu Suo, I, 439-446, trad. ingl. de G.F. Savage-Armstrong (Londres, 1947), cit. en: Toynbee, A., Estudio de la Historia, Comp. de D. C. Somervell, trad. de L. A. Bixio, Alianza, 5ª ed., 1981 (1946; 1933), Madrid, vol. 2, p. 402. Tb. cit. en: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, p. 123, n.12.

ARRIBA

..................................

 

 

 

SAN JERÓNIMO, EPIST. III, A SU AMIGO RUFINO (374-376)

 

4. Sabed, pues, que vuestro Bonoso (quisiera decir el mío, o, hablando con más propiedad, el nuestro), sube ya aquella escala figurativa, que vio Jacob entre sueños (Gen. 28,12), lleva su cruz, no tiene cuidado de las cosas del mañana (Mat. 6,34), ni vuelve a mirar atrás. Siembra en lágrimas, para recoger en gozo (Salmo 125,6), y con el misterio de Moisés cuelga la serpiente en el desierto (Núm. 21,2). ¡Ríndanse, pues, a esta verdad los milagros mentirosamente fingidos así en el estilo romano como en el griego! He aquí un joven que se crió en nuestra compañía, enseñado en las artes honestas del mundo, que tiene abundancia de bienes y en dignidad aventaja a sus iguales, y dejando su madre, su hermana y un hermano queridísimo, vive como un nuevo morador del Paraíso en una isla, retumbante de los continuos bramidos del mar que la rodea y la azota con sus olas, cuyos riscos ásperos, desnudos peñascos y soledad desierta infunden espanto. No hay allí ningún labrador ni monje alguno, ni tampoco está a su lado en tan grande soledad su pequeño siervo Onésimo, que vos conocéis, el cual le servía como a hermano con mucha caridad. Solo vive allí, o por mejor decir, estando ya acompañado de Cristo, no está solo, ve la Gloria de Dios, la cual también los apóstoles sólo habían visto en el desierto. No mira, por cierto, las ciudades torreadas; pero ha dado su nombre a la ciudad nueva (Apoc. 21). Sus miembros aborrecen el saco deforme de que está vestido; mas de esta manera será mejor arrebatado en las nubes al encuentro con Cristo (I Tes. 4,16). No goza allí de ninguna amenidad de playas, mas bebe el agua de vida del costado del Señor (Jn. 19,30; Ap. 21,6). ¡Poned, pues, querido amigo, ante vuestros ojos toda esta realidad, contemplándola con todo vuestro corazón y vuestra inteligencia! Sólo entonces podréis exaltar la victoria, cuando hubiéreis conocido el trabajo del que así pelea. Considerad cómo el mar insano brama furioso alrededor de la isla, afluyendo a las sinuosas barrancas y cayendo atrás sobre los escollos con gran estruendo (Geor. III, 261). La tierra allí carece de vegetación, y no hay plantas que con sus sombras os protejan contra el sol del verano. Unas peñas abiertas lo encierran todo como una cárcel horrorosa. Pero él vive allí seguro e intrépido, sólo armado con la doctrina del apóstol (Ef. 6,11); unas veces oye a Dios, leyendo las cosas divinas, y otras habla a Dios, cuando ruega al Señor alguna cosa, y, por ventura, como San Juan, tiene visiones, mientras está en la isla (Ap. 1,9).

 

En: Huber, S., Cartas selectas de San Jerónimo, trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, pp.122-125.

ARRIBA

..................................

 

 

 

SAN JERÓNIMO, EP. XIV, A SU ÍNTIMO AMIGO Y COMPAÑERO HELIODORO (c. 375)

 

1. (...) ¡No os acordéis de las necesidades pasadas! El desierto quiere gente desnuda. ¡No os asusten los recuerdos de las dificultades de la peregrinación anterior! Ya que creéis en Cristo, creed en su palabra: "¡Buscad primero el reino de Dios, y todas las demás cosas se os darán por añadidura!" (Mt. 6,33). No tenéis que traer alforja, ni báculo, ni otra cosa; porque harto rico es el que es pobre en compañía de Cristo (Mt. 10, 9-10).

2. (...) Por eso, aunque el sobrinillo esté colgado de vuestro cuello, aunque vuestra madre, desgreñada y rotas las vestiduras, os muestre los pechos con que os alimentó (Hor., Carmen I,3,18), y aunque vuestro padre se tienda en el suelo sobre el umbral de la puerta, ¡pasad por encima de todo y seguid adelante! ¡Con ojos enjutos volad hasta el estandarte de la Cruz! Aquí el cariño exige ser cruel. Vendrá después, vendrá aquel día en que habéis de volver a vuestra patria y entrar, coronado, como un héroe, por la ciudad de Jerusalén Celestial (Ap. 21). (...) Entonces pediréis también para vuestros padres la misma ciudadanía, y aun rogaréis por mí que os incité a que os venciéseis.

3. (...) No penséis que yo desconozco los lazos que, diréis, os tienen atado y detenido. Yo tampoco tengo el pecho de hierro, ni las entrañas duras, ni me dieron a mí leche de tigres de Hircania (Virg, Aen. II,366) como a nacido de pedernales. Yo también he pasado como vos por todas esas pruebas.

Ya lo sé que os asirá vuestra hermana viuda, con sus brazos blancos y amorosos (Virg. Aen. II,677). Y aquellos esclavillos que nacieron en vuestra casa y se criaron en vuestra compañía, dirán: "Ay, señor! ¿A quién nos dejáis que sirvamos?" Ya que en tiempos pasados os traía en sus brazos y ya es vieja, y vuestro ayo, que es como segundo padre después de la piedad natural, ahora también darán voces y dirán: "¡Esperad un poco, que nos muramos! Y habiéndonos sepultado, idos a donde quisiereis". Por ventura se os pondrá delante vuestra madre, gimiendo envejecida, arada la frente con arrugas, y os evocará las palabras tiernas y balbucientes que os decía, cuando erais niño. (...).

Quizá me diréis que la Sagrada Escritura nos manda obedecer a nuestros padres. Pero cualquiera que los ama más que a Cristo, pierde su alma (Mt. 10,37).

 

En: Huber, S., Cartas Selectas de San Jerónimo, Trad. de S. Huber, Ed. Guadalupe, 1945, Bs. Aires, pp. 156-159.

ARRIBA

..................................

 

 

 

REGLA DE SAN AGUSTÍN

 

Ante todas las cosas, queridísimos Hermanos, amemos a Dios y después al prójimo, porque estos son los mandamientos principales que nos han sido dados.

He aquí lo que mandamos que observéis quienes vivís en el monasterio.

I

1. Primero que todo, ya que con este fn os habéis congregado en comunidad, vivid en la casa unánimes (Ps 67, 7) tened una sola alma y un solo corazón orientados hacia Dios (Act 4, 32).

2. Y no llaméis a nada propio, sino que todo lo tengáis en común, y que el prepósito distribuya a cada uno de vosotros el alimento y vestido (I Tim 6, 8), no igualmente a todos, porque no todos sois de la misma complexión, sino a cada uno según lo necesitare. Es así que leéis en los Hechos de los Apóstoles: "Tenían todas las cosas en común y se repartía a cada uno según lo necesitaba" (Act 4, 32-35).

3. Los que tenían algo en el siglo, al entrar en el monasterio, pónganlo de buen grado a disposición de la comunidad. Y los que nada tenían no busquen en el monasterio lo que fuera de él no pudieron poseer. Sin embargo, concédase a su debilidad cuanto fuere menester, considerando que su pobreza, cuando estaban en el siglo, no les permitió disponer ni aun de lo necesario.

4. Mas no por eso se consideren felices de haber encontrado el alimento y vestido que no pudieron tener cuando estaban fuera. Ni alcen la cabeza por verse asociados a quienes fuera no se atrevían ni a acercarse; más bien eleven su corazón (Col 3, 1-2) y no busquen las vanidades terrenas, no sea que comiencen a ser los monasterios útiles para los ricos y no para los pobres, si allí los ricos se hacen humildes y los pobres altivos.

5. Y quienes eran considerados algo en el mundo (Gal 2, 2) no osen menospreciar a sus Hermanos que vinieron a la santa sociedad desde la pobreza. Más bien, deben gloriarse, no de la dignidad de los parientes ricos, sino de la sociedad de los hermanos. Ni se vanaglorien por haber traído algunos bienes a la vida común, ni se ensoberbezcan más de sus riquezas por haberlas puesto a disposición del monasterio que si las disfrutaran en el siglo. (Pues sucede que otros vicios incitan a ejecutar malas acciones, la soberbia, sin embargo, se insinúa en las buenas obras para que perezcan). ¿Y en qué aprovecha distribuir las riquezas a favor de los pobres (Ps. 3, 9), y hacerse pobre, si el alma en su miseria se hace más soberbia despreciando las riquezas poseyéndolas?

6. Vivid, pues, todos en unión de alma y corazón, y honrad los unos en los otros a Dios, de quien habéis sido hechos templos (I Cor. 3, 16).

II

1. Sed asiduos a las oraciones fijadas en las horas y tiempos establecidos. En el oratorio nadie haga sino aquello para lo que ha sido destinado, de donde le viene el nombre; si acaso hubiera algunos que, teniendo tiempo, quisieran orar allí, fuera de las horas establecidas, no se lo impida quien pensara hacer allí otra cosa.

2. Cuando oráis a Dios con salmos e himnos, que sienta el corazón lo que profiere la voz. Y no cantéis sino aquello que está prescrito cantar; pero lo que no está escrito para ser cantado, que no se cante.

3. Domad vuestra carne con ayunos y abstinencias en el comer y en el beber, en tanto os lo permita la salud. Pero cuando alguno no pueda ayunar, no tome alimentos fuera de la hora de las comidas, a no ser que se encuentre enfermo.

4. Desde que os sentáis a la mesa hasta que os levantéis, escuchad sin ruido ni discusiones lo que según costumbre se os leyere, para que no sea sólo la boca la que recibe el alimento, sino que el oído sienta también hambre de la palabra de Dios (Mt 4, 4).

5. Si los débiles por sus anteriores costumbres son tratados de manera diferente en la comida, no debe molestar a los otros, ni parecer injusto a los que otras costumbres hicieron más fuertes. Y éstos no consideren a aquéllos más felices, porque reciben lo que ellos no reciben, sino más bien deben alegrarse, por gozar de una fortaleza que esos hermanos no tienen.

6. Y si a quienes vinieron al monasterio desde una vida más delicada se les diese algún alimento, vestido, colchón o cobertor, que no se les da a otros, más fuertes y por tanto más felices, deben pensar quienes no lo reciben cuánto descendieron aquéllos de su vida anterior en el siglo hasta ésta, aunque no hayan podido llegar a la frugalidad de los otros que tienen una constitución más vigorosa. Ni deben querer todo lo que ven que reciben de más unos pocos, no como honra, sino como tolerancia Qúe detestable perversidad si, en el monasterio, sea donde, en cuanto pueden, se hacen laboriosos los ricos, y delicados los pobres.

7. Empero, así como los enfermos necesitan comer menos para que no se agraven, así también después de la enfermedad deben ser cuidados de tal modo que se restablezcan pronto, aun cuando hubiesen venido del siglo de una humilde pobreza; como si la enfermedad reciente les otorgase lo mismo que a los ricos su antiguo modo de vivir. Pero, una vez reparadas las fuerzas, vuelvan a su feliz norma de vida, tanto más adecuada a los siervos de Dios, que tienen menos necesidades. Y que el placer no los retenga, estando ya sanos, allí donde la necesidad los puso, cuando estaban enfermos. Así, pues, créanse más ricos quienes son más fuertes en soportar la frugalidad; porque es mejor necesitar menos que tener mucho.

III

1. Que no sea llamativo vuestro porte, ni procuréis agradar con los vestidos, sino con la conducta.

2. Cuando salgáis de casa, id juntos, cuando lleguéis adonde os dirigís, permaneced juntos. Al andar, al estar parados y en todos vuestros movimientos, no ofendáis la mirada de nadie, respetad la santidad de vuestro estado.

3. Aunque vuestros ojos se encuentren con alguna mujer, no los fijéis en ninguna. Porque no se os prohibe ver a las mujeres cuando salís de casa lo que es pecado es desearlas o querer ser deseados de ellas (Mt 5, 28). Pues no sólo con el tacto y el afecto, sino también con la mirada se provoca y nos provoca el deseo de las mujeres. No digáis: mi corazón es púdico, si vuestros ojos no lo son, pues la mirada impúdica denuncia un corazón impúdico. Y cuando, aun sin decirse nada, los corazones denuncian su impureza con miradas mutuas y, cediendo al deseo de la carne, se deleitan con ardor recíproco, la castidad desaparece de las costumbres, aunque los cuerpos queden libres de la violación impura.

4. Asimismo, no debe suponer el que fija la vista en una mujer y se deleita en ser mirado por ella que no es visto por nadie, cuando hace esto; es ciertamente visto y por quienes no piensa él que le ven (Pr 24, 12). Pero aun dado que quede oculto y no sea visto por nadie, ¿qué hará de Aquél que le observa desde arriba y a quien nada se le puede ocultar? ¿O se puede creer que no ve, porque lo hace con tanta mayor paciencia cuanta más grande es su sabiduría? Tema, pues, el varón consagrado desagradar a Aquél, para que no quiera agradar pecaminosamente a una mujer (Pr 24, 18). Y para que no desee mirar con malicia a una mujer, piense que el Señor todo lo ve. Pues por esto se nos recomienda el temor, según está escrito: "Abominable es ante el Señor el que fija la mirada" (Pr 27, 20).

5. Por lo tanto, cuando estéis reunidos en la Iglesia y en cualquier otro lugar donde haya mujeres, guardad mutuamente vuestra pureza; pues Dios, que habita en vosotros (II Cor 6, 16), os guardará también de este modo por medio de vosotros mismos.

6. Y si observáis en alguno de vosotros este descaro en el mirar de que os he hablado, advertídselo al punto para que lo que se inició no progrese, sino que se corrija cuanto antes. Pero si de nuevo, después de esta advertencia o cualquier otro día, sorprendéis a vuestro hermano caer en la misma falta, el que le sorprenda delátele al momento como a una persona herida que necesita curación; sin embargo, antes de delatarle, expóngaselo a otro o también a un tercero, para que con la palabra de dos o tres pueda ser convencido y sancionado con la severidad conveniente.

7. No penséis que procedéis con mala voluntad cuando indicáis esto. Antes bien, pensad que no seréis inocentes si vuestros hermanos, que una denuncia puede corregir, quedan abandonados, por vuestro silencio, a su perdición. Porque si tu hermano tuviese una herida en el cuerpo, que quisiera ocultar por miedo a la cura, ¿no sería cruel el silenciarlo y misericordioso el manifestarlo? Pues, ¿con cuánta mayor razón debes delatarle para que no emperore la llaga de su corazón?

8. Pero, en caso de negarlo, antes de exponérselo a los que han de tratar de convencerle, debe ser denunciado al prepósito, pensando que, corrigiéndole en secreto, puede evitarse que llegue a conocimiento de otros. Empero, si lo negase, tráigase a los otros ante él, para que delante de todos, de modo que no sea un solo testimonio el que lo inculpe, sino que sean dos o tres los que lo avergüencen (I Tim 5, 20).

9. Una vez convicto, según juzque el prepósito o bien el presbítero, a quien pertenece dirimir la causa, debe someterse a una sanción. Si rehusare cumplirlo, aun cuando él no se vaya de por sí, sea eliminado de vuestra sociedad. No se hace esto por espíritu de crueldad, sino de misericordia, no sea que, por un pernicioso contagio, un número mayor se pierda.

10. Y lo que he dicho en lo referente a la mirada obsérvese con diligencia y fidelidad en averiguar, prohibir, indicar, convencer y castigar los demás pecados, procediendo siempre con amor a los hombres y odio a los vicios.

11. Ahora bien, si alguno hubiere progresado tanto en el mal, que llegara a recibir secretamente cartas o algún regalo de una mujer, si espontáneamente lo confiesa, perdónesele y órese por él; pero si fuese sorprendido y convencido de su falta, sea castigado severamente, según el juicio del prepósito o del presbítero.

IV

1. Tened vuestros vestidos en un lugar común bajo el cuidado de uno o de dos o de cuantos fueren necesarios para sacudirlos, a fin de que no se apolillen. Y así como os alimentáis de una sola despensa, así debéis vestiros de un mismo guardarropa.

2. Y, a ser posible, no seáis vosotros los que decidís qué vestidos son los adecuados para usar en cada tiempo, ni si cada uno de vosotros recibe el mismo que había usado o el ya usado por otro, con tal de que no se niegue a cada uno lo que necesite (Act 4, 35).

3. Pero si de esa distribución provoca entre vosotros disputas y murmuraciones, quejándose alguno de haber recibido algo peor de lo que había dejado, y se sintiese indigno por no recibir un vestido semejante al de otro hermano, juzgad de ahí cuánto os falta en el santo vestido del corazón (Tt 2, 3), cuando así contendéis por el hábito del cuerpo. Mas si se tolera por vuestra flaqueza recibir lo mismo que dejasteis, tened, no obstante, lo que usáis, en un lugar común bajo la custodia de los encargados.

4. Que verdaderamente ninguna haga lo que sea en beneficio propio, sino que todos vuestros trabajos sean hechos para utilidad común, y ello con mayor dedicación, celo y constancia que si cada uno se ocupase de sus asuntos personales. La caridad, en fecto, como está escrito, no busca su propio interés (I Cor 13, 5). Ella supone que el bien común está por sobre el interés propio y no el interés propio sobre el bien común. Asimismo, es en tal medida que tendréis la certeza de un mayor progreso en cuanto ponéis mayor cuidado en el bien común que en vuestro interés personal. Que así, el uso indispensable de todos los bienes transitorios sea supeditado ar la caridad, que permanece por siempre (I Cor 12, 31 y 13, 13).

5. Así, cuando las personas del mundo ofrecen a sus hijos, parientes o amigos, que viven en el monasterio, dones, como hábitos u objetos de primera utilidad, que no se les reciba a escondidas; empero, que sean puestos a disposición del prepósito para que lo incluya en los bienes comunes, siendo entregados a quien tenga necesidad de ellos (Act. 4, 3). (Si alguno los oculta para su uso, que sea castigado por delito de hurto).

6. Lavad vuestra indumentaria, sea por vosostros mismos o un lavandero, según las disposiciones del prepósito. Ello, para evitar que manchéis vuestras almas por un exagerado deseo de un exterior limpio.

7. No se niegue tampoco el baño del cuerpo, cuando la necesidad lo aconseje; pero hágase sin murmuración, siguiendo el dictamen del médico, de tal modo que, aunque el enfermo no quiera, se haga por mandato del prepósito lo que conviene para la salud. Pero si no conviene, no se atienda a la fútil satisfacción, porque a veces, aunque perjudique, se cree que es provechoso lo que agrada. Por último, si algún siervo de Dios se queja de algún dolor escondido en el cuerpo, creásele sin dudar; empero, si no hubiese certeza de si para curar su dolencia conviene lo que le agrada, entonces consúltese al médico.

8. No vayan a los baños, o a cualquier otro lugar adonde hubiere necesidad de ir, menos de dos o tres. Y quien necesite ir a alguna parte, no vaya con quienes él quiera, sino con quienes manda el prepósito.

9. El cuidado de los enfermos, de los convalecientes o de quienes, aun sin tener frebre, padecen algún estado de debilidad, desbe ser confiado a un hermano, para que pida de la despensa lo que cada cual necesite. Los encargados de la despensa, de los vestidos o de los libros, sirvan a sus hermanos sin murmuración. Pídanse cada día los libros a la hora determinada y, si alguien los pidiere fuera de la hora señalada, no se le concedan. Los vestidos y el calzado, cuando quien los pide es porque los necesita, no tarden en dárselos quienes los guardan bajo su custodia.

V

1. No haya disputas entre vosotros, o, de haberlas, terminadlas cuanto antes para que la ira no se convierta en odio y de una paja se haga una viga (Mt 6, 3-5), convirtiéndose el alma en homicida. Pues así leéis: "Quien aborrece a su hermano es homicida" (I Jn 3, 15).

2. Cualquiera que ofenda a otro con injuria, con ultraje o con una acusación grave, procure remediar cuanto antes el mal que ocasionó presentando cuanto antes sus excusas, y el ofendido perdónele sin discusión. Si mutuamente se hubieran ofendido, mutuamente deben también perdonarse la deuda, en atención a vuestras oraciones (Mt 6, 12), que cuanto más frecuentes son, con tanta mayor sinceridad debéis hacerlas.

3. Con todo, mejor es el que, aun dejándose llevar con frecuencia por la ira, se apresura sin embargo a pedir perdón al que reconoce haber injuriado, que otro que tarda en enojarse, pero se aviene con más dificultad a pedir perdón. (El que rechaza perdonar al hermano, no debe esperar el beneficio de la oración). El que, en cambio, nunca quiere pedir perdón o no lo pide de corazón (Mt. 18, 35), en vano está en el monasterio, aunque no sea expulsado de allí. Por lo tanto, absteneos de proferir palabras duras.

4. Y, si alguna vez vuestra boca las profiere, no os avergoncéis de aplicar el remedio por la misma boca que produjo la herida.

5. Pero cuando la necesidad de la disciplina os obliga a emplear palabras duras para cohibir a los menores, si notáis que en ellas os habéis excedido en la mesura, no se os exige que pidáis perdón a los ofendidos, no sea que por guardar una excesiva humildad para con quienes deben estaros obedientes, se debilite la autoridad del que gobierna. En cambio, se ha de pedir perdón al Señor de todos, que conoce con cuánta benevolencia amáis incluso a quienes quizá habéis corregido más allá de lo justo. El amor entre vosotros no debe ser carnal, sino espiritual.

VI

1. Obedézcase al prepósito como a un padre (He 13, 17; Lc 10, 16), guardándole el debido respeto de su cargo, para no ofender a Dios él, y obedézcase aún más al presbítero, que tiene el cuidado de todos vosotros.

2. Corresponde principalmente al prepósito hacer que se observen todos estos preceptos y, si alguna no lo fuere, no se transija por negligencia, sino que se cuide enmendar y corregir aquello que no hubiese sido observado. Será su deber remitir al presbítero, que tiene entre vosotros mayor autoridad, lo que exceda de sus medios y sus fuerzas.

3. Ahora bien, el que os preside que no se sienta feliz por dominar con poder, sino por servir con caridad (Lc 22, 25-26; gal 5, 13). Ante vosotros, que os presida por honor; pero ante Dios, que esté postrado a vuestros pies por temor (Eccl 3, 20). Que sea ante todos ejemplo de buenas obras (Tit 2, 7), corrijiendo a los inquietos, consolando a los tímidos, recibiendo a los débiles, siendo paciente con todos (I Tes 5, 14). Observe las reglas con agrado e infunda respeto. Y aunque ambas cosas sean necesarias, busque más ser amado por vosotros que temido, pensando siempre que ha de dar cuenta a Dios por vosotros (He 30, 24). De ahí que, sobre todo obedeciendo mejor, no sólo os compadezcáis de vosotros mismos (Eccl 30, 24), sino también de él; porque cuanto más elevado se halla entre vosotros, tanto mayor peligro corre de caer.

4. Que el Señor os conceda observar todas estas prescripciones con amor, como enamorados de la belleza espiritual, e inflamados por el buen olor de Cristo (Eccl 44, 6; II Cor 2, 15), que emana de vuestro buen trato (I Pe 3, 16); no como siervos bajo la ley, sino como hombres libres bajo la gracia (Rom 6, 14, 22).

5. Y para que podáis miraros en este librito como en un espejo (Jc I, 23-25) y no descuidéis nada por olvido, léase una vez a la semana. Y si encontráis que cumplís lo que está escrito, dad gracias a Dios, dador de todos los bienes. Pero si alguno de vosotros ve que algo le falta, arrepiéntase de lo pasado, prevéngase para lo futuro, orando para que se le perdone la deuda y no caiga en la tentación (Mt 6, 12-13). Amén.

 

La presente traducción se ha hecho teniendo a la vista la versión latina de la obra de A. Sage, las ediciones en francés de A. Sage y Luc Verheijen, como también la versión en español de la "página" web de la Orden de San Agustín en Internet, que, nos parece, adolece de varias fallas que, esperamos, hayan quedado corregidas en nuestra traducción. Véase Marín, J., "Notas preliminares para una relectura de la Regula Agustini", en: Intus Legere, nº2, 1999, Universidad Adolfo Ibáñez, Instituto de Humanidades, pp. 31-47.

ARRIBA

..................................

 

 

 

CASIODORO Y LA CULTURA EN EL MONASTERIO DE VIVARIUM (c.545)

 

¡Tarea bienaventurada! ¡Trabajo digno de elogio! Predicar con la fatiga de las manos, abrir con los dedos las lenguas mudas, llevar silenciosamente la vida eterna a los hombres, combatir con la pluma las sugestiones peligrosas del mal espíritu. Sin salir de su celda, a una larga distancia, desde el lugar en que está sentado, el copista visita las provincias lejanas; se lee su libro en la casa de Dios; las multitudes le escuchan y aprenden a amar la virtud. ¡Oh, espectáculo glorioso! La caña partida vuela sobre el pergamino, dejando la huella de las palabras celestes, como para reparar la injuria de aquella otra caña que hirió la cabeza del Señor.

 

Casiodoro, Las Instituciones de las Letras Seculares y Divinas, cit. en: Pérez de Urbel, J., Historia de la Orden Benedictina, Ed. FAX, 1941, Madrid, p. 40.

ARRIBA

..................................

 

 

 

REGLA DE SAN BENITO (c. 529)

 

Hay cuatro especies de monjes; los cenobitas, que viven en un monasterio con sujeción a un abad y a una regla; los anacoretas, que, no impelidos por un fervor de novicios, sino instruidos por una larga experiencia de vida monástica, aprenden a combatir al enemigo en provecho del mayor número, y bien preparados sólo salen de entre las filas de sus hermanos para descender a la liza en singular combate. Es la tercera la de los sarabaitas, que no experimentados por ninguna regla ni por una larga enseñanza, como el oro en el crisol, sino más semejantes a la blanda naturaleza del plomo, permanecen en sus obras fieles al siglo, y mienten a Dios con la tonsura. Se les encuentra de dos en dos, de tres en tres, en mayor número, sin pastor, no ocupándose del rebaño del Señor, sino de su interés propio. Fórmanse una ley a su capricho, llaman santo a lo que asalta a su mente o brota de sus labios; y no les parece lícito aquello que no les conviene.

Se compone la cuarta especie de ciertos vagabundos que durante toda su vida habitan tres o cuatro días en diversos nichos en diferentes provincias, errantes de un lado a otro sin descansar nunca, no ocupándose más que de sus placeres y de su glotonería, peores en todo que los mismos sarabaitas. Es más prudente pasar en silencio su método de vida que discurrir sobre ella. Emprendamos, pues, con la ayuda de Dios, la tarea de regularizar la valerosísima sociedad de los cenobitas.

La ociosidad es enemiga del alma: en consecuencia los hermanos deben ocuparse en trabajos manuales a ciertas horas; a otras, en piadosas lecturas. Desde Pascua hasta principios de octubre al salir por la mañana desde la hora prima trabajarán hasta la hora cuarta; desde la cuarta hasta la sexta se aplicarán a la lectura; después de la hora sexta y al levantarse de la mesa dormirán siesta en sus camas sin ningún ruido; y si alguno de ellos quiere leer lo hará de modo que no perturbe a los demás en reposo. A la hora octava y media recitarán nona; luego se trabajará hasta la noche. Si la pobreza del sitio, la necesidad o la recolección de frutos les tienen constantemente ocupados, no abriguen cuidado alguno, pues son verdaderos monjes que viven de sus propias manos como hicieron los santos padres y los apóstoles; pero hágase todo con mesura por consideración a los débiles.

Desde principios de octubre hasta la Cuaresma se dedicarán a la lectura hasta la hora segunda, cuando se cante tercia; desempeñe después cada uno la tarea que le está encomendada. Al primer toque de nona dejen el trabajo y estén prontos para el instante en que suene el segundo, después de la refección lean y reciten los salmos...

Vigilen dos o tres ancianos mientras que los hermanos están entregados a la lectura, a fin de que ninguno de ellos se vaya a dormir o se entretenga hablando, inútil para sí mismo y distrayendo a los demás. Si alguno se encuentra en este caso sea reprendido una y dos veces, y si no se enmienda, sujétesele a la corrección de la regla para escarmiento de los demás. Dedíquense todos los domingos a la lectura, excepto los que estén señalados para los diferentes oficios. Impóngase algún trabajo al que por descuido y por pereza no quiera o no pueda meditar, a fin de que no siga siendo inútil; pero tenga el abad miramientos a la debilidad.

 

En: Cantú, C., Historia Universal, trad. de A. Ferrer, Mellado Ed., Nueva ed., 1848, Madrid, t. XII, pp. 89 y ss.

ARRIBA

..................................

 

 

 

FRAGMENTOS DE LA OBRA DE BEDA EL VENERABLE (679-735)

 

Toda mi vida se ha deslizado en el interior del monasterio. Después de la meditación de las Sagradas Escrituras, después de la disciplina regular y del canto de la misa cotidiana, nada me ha sido más dulce que aprender sin cesar, enseñar y escribir.

* * *

Las olas de la ciencia se han derramado por la Gran Bretaña. El arte de la poesía, de la astronomía, todo lo abarca esta codicia de doctrina, que tiene siempre como base el estudio fundamental de las cosas religiosas. Los discípulos de los maestros eminentes hablan el griego y el latín como su lengua materna, y desde que llegaron a Bretaña nunca han visto los anglos días más felices.

* * *

Hay vastos establecimientos que no sirven para nada, ni a Dios ni a los hombres. Ninguna regla monástica se observa en ellos, ni pueden reportar el menor provecho a los condes encargados de defender nuestra nación contra los bárbaros. Como el hábito monástico eximía del servicio militar, se veían hombres desalmados que deseaban ser llamados monjes sin tener ninguna de las cargas de esta profesión. De la noche a la mañana, simples laicos, que no tenían ni la experiencia ni el amor de la vida regular, construían en sus propiedades un monasterio para gozar de la dignidad abacial y de los privilegios de los bienes eclesiásticos... Es un espectáculo monstruoso ver a un hombre salir del lecho conyugal para disponer en el interior de un monasterio. ¿No hay acaso motivo para recordar aquel proverbio antiguo, según el cual, cuando las avispas hacen colmenas es para poner en ellas veneno en lugar de miel?

 

En: Pérez de Urbel, J., Historia de la Orden Benedictina, Ed. FAX, 1941, Madrid, pp. 52, 53, 59 y s.

ARRIBA

..................................

 

 

 

TESTAMENTO DE GUILLERMO DE AQUITANIA (910)

Yo, Guillermo, por don de Dios duque y conde (dono Dei comes et dux), después de considerarlo seriamente, y deseoso de ayudar a mi salvación, si ésto me es permitido, he estimado apropiado, qué digo, indispensable, consagrar al beneficio de mi alma una parte, por modesta que sea, de mis bienes temporales. Ningún camino parece mejor para este fin que el señalado en la palabra del Señor: yo haré a los pobres mis amigos (Lc. XVI,9), y por ello sostendré una comunidad de monjes a perpetuidad.

Que sea, pues, conocido de todos los que viven en la unidad de la fe, y de las generaciones que, rogando a Cristo misericordia, vivirán, hasta la consumación de los siglos, que, por el amor de Dios y de Nuestro Señor Jesucristo, entrego a los apóstoles Pedro y Pablo, en plena dominación, el dominio (villam) de Cluny, que me pertenece en propiedad. Situado sobre el río Grosne comprende los patios (cortile) y reservas (manso indominicato), así como la capilla establecida en honor de María la Santa Madre de Dios y San Pedro, príncipe de los apóstoles, con todas sus dependencias: villas, capillas, siervos (mancipii) de ambos sexos, viñas, campos, prados, aguas y ríos, molinos, rentas e ingresos, tierras labradas y por labrar en su totalidad. La mayor parte de los bienes están situados en el condado de Mâcon, cada uno definido por sus propios términos.

Yo, Guillermo, y mi esposa Ingelborga, donamos todas estas cosas a los mencionados apóstoles, por el amor de Dios y el alma de mi señor, Odón, el rey, mi padre y mi madre, por mí y por mi esposa, por nuestros cuerpos y almas.

Hago esta donación con una disposición particular: que sea construido en Cluny, en honor de los santos apóstoles Pedro y Pablo, un monasterio regular; que los monjes que vivan allí sigan la Regla de San Benito, y que ellos posean, tengan, guarden y administren estos bienes. Que no se descuiden de animar frecuentemente y con fidelidad esta casa de oración con sus súplicas y alabanzas; de dirigir, celosamente, oraciones fervientes y constantes, por mí y por la memoria de todos aquellos aquí citados. Que esos monjes, con todos los bienes que posean aquí detallados, estén sometidos al poder y dominio del abad Berno (sub potestate et dominatione Bernonis abbatis): y que él, mientras viva, los dirija según la Regla, en la medida de sus capacidades y posibilidades. Después de su muerte, que esos mismos monjes tengan el poder y la licencia (potestatem et licentiam) de elegir como abad y rector al que fuere de su orden, al que prefieran, según la voluntad de Dios y la Regla de San Benito, y que contra esta elección, si es religiosa, no prevalezca ningún impedimento, formulado por nuestro poder o cualquier otro. Que cada cinco años los monjes paguen a la Iglesia de los Apóstoles en Roma (ad limina apostolorum) diez sueldos (solidi) para mantener su iluminación. Que sean protegidos por los dichos apóstoles y defendidos por el obispo de Roma..., que dispongan del lugar y construyan allí según su opinión y sentimiento. Queremos que, también, con la más alta atención, se practique aquí mismo, diariamente, obras de misericordia para con los pobres, indigentes, extranjeros y peregrinos. Esta práctica estará destinada, en la medida y conveniencia de dicho monasterio, a perdurar después de nosotros.

Nos ha parecido igualmente apropiado insertar en nuestro testamento ésto: que en adelante los monjes aquí reunidos no habrán de inclinarse bajo el yugo de ningún poder terrestre (terrene potestates jugo), sea el que fuere: el nuestro, de nuestros parientes, ni el gran y fastuoso poder real ni ningún otro. Y que ninguno de los príncipes seculares, conde, obispo, pontífice de la Sede de Roma (principum secularius, non comes quiscam, nec episcopum quilibet, non pontifex) -lo testimonio y juro por Dios, y en su nombre por todos los santos y el terrible Día del Juicio- invada los bienes de estos servidores de Dios, los aliene, disminuya, cambie, los entregue como beneficio a alguien o instale contra su voluntad algún prelado. Si algún hombre hace ésto, puede su nombre ser borrado del Libro de la Vida.

En: Ch. M. de la Ronciere, Ph. Contamine, R. Delort, M. Rouche, L'Europe au Moyen Age, Collection "U", Armand Collin, 1969, Paris, pp. 269-270. Trad. del francés por José Marín R. Cit. tb. en: Antoine, C., Martínez, H., Stambuk, M., Yáñez, R., Relaciones entre la Iglesia y el Estado desde el Nuevo Testamento hasta el tratado De La Monarquía de Dante, Memoria Inédita, Academia Superior de Ciencias Pedagógicas, 1985, Santiago, p. 331 y s., cit. a: Artola, M., Textos fundamentales para la Historia, Revista de Occidente, 1968, Madrid, p. 88; Bruel, A., Recueil des chartes de l'abbaye de Cluny, nº 112, t. I, 1876, Paris, pp. 124-128.

ARRIBA

..................................

 

 

 

EL "DÍA" MONÁSTICO EN CLUNY

 

CLUNY

 

REGLA

Salmos Graduales (Más de 17 Salmos). (B. de Aniane)

 

 

 

 

 

NOCTURNAS

2:30 a.m.

NOCTURNAS

 

3:30

Lectura

Oraciones de 14 versículos

 

 

Salmo 50

 

 

4 Salmos llamados "familiares" (6, 9, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados)

 

 

Procesión a la Iglesia de Santa María (Salmos 84, 96)

 

 

Maitines de Todos los Santos

 

 

Salmos 43, 78, 93

 

 

Salmos Graduales

 

 

Salmos 98, 22

 

 

Intervalo para la oración privada

 

 

 

 

 

MAITINES (MATUTINI, LAUDES)

5:00

MAITINES

 

5:45

 

Oraciones de 14 versículos (hasta 20)

 

 

Salmo 50

 

 

4 Salmos extra

 

 

4 Salmos "familiares" (31, 85, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados

 

 

Descanso para dormir

 

 

 

 

 

PRIMA

6:30

PRIMA

 

7:00

Lectura

Oraciones de 31 versículos

 

 

Salmo 50

 

 

Credo Atanasiano

 

 

4 Salmos familiares (37, 22, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados)

 

 

7 Salmos Penitenciales (6, 31, 37, 50, 101, 129, 142)

 

 

Letanía

 

 

(Salmos 69, 120, 122, 42)

 

 

Capítulo

 

 

Salmos 5, 6, 114, 151, 129, 142

 

 

Conversación, lectura, labores, misas "privadas"

 

 

 

 

 

TERCIA

8:15

TERCIA

 

8:30

Trabajo

Oraciones de 14 versículos

 

 

Salmo 50

 

 

4 Salmos "familiares" (56, 12, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados)

 

 

Missa matutinalis (Misa por Difuntos) (B. de Aniane)

 

 

Lectura

 

 

 

 

 

SEXTA

12:00

SEXTA

 

12:15 p.m.

Trabajo

Oraciones de 14 versículos

 

 

Salmo 50

 

 

4 Salmos "familiares" (101, 66, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados)

 

 

Letanía

 

 

Misa Mayor

 

 

Almuerzo

 

 

Salmo 50

 

 

 

 

 

NONA

2:15

NONA

 

2:30

Almuerzo

 

3:00

Lectura

Oraciones de 14 versículos

 

 

Salmo 50

 

 

4 Salmos "familiares" (129, 78, 69, 141)

 

 

(2 Salmos dichos postrados)

 

 

 

 

 

VISPERAS

4:15

VISPERAS

Oraciones de 14 versículos (hasta 20 versículos)

 

Colación

Salmo 50

 

 

4 Salmos extra

 

 

4 Salmos "familiares" (142, 83, 69, 141)

 

 

(4 Salmos dichos postrados)

 

 

Procesión a la Iglesia de Santa María (2 Salmos)

 

 

Vísperas de todos los santos

 

 

Vísperas de difuntos

 

 

Cena

 

 

Salmo 50

 

 

Salmos 119, 3

 

 

Vigilia de los difuntos

 

 

 

 

 

COMPLETAS

5:00

COMPLETAS

Oraciones de 17 versos

 

 

2 Salmos extra

 

 

9 Salmos (69, 12, 120, 50, 12, 42, 66, 126, 129)

 

 

Retiro

 

 

 

Según Ulrich, Antiquiores consuetudines cluniacensis monasterii (s. XI), en: Rosenwein, B., "Feudal War and Monastic Peace: Cluniac Liturgy as Ritual Agression", en: VIATOR, Medieval and Renaissance Studies, University of California Press, 1971, vol. 2, pp. 134-136. Trad. del inglés por José Marín R.

ARRIBA

..................................

VOLVER