REINO VISIGODO

 

II. El Reino de Tolosa (418-507)

 

OROSIO, HISTORIARUM ADEVRSUS PAGANOS LIBRI SEPTEM (VII, 43)

SITUACIÓN DE LA GALIA HACIA EL AÑO 420

LA DIVISIÓN DE TIERRAS ENTRE VISIGODOS Y PROPIETARIOS GALORROMANOS

BATALLA DE LOS CAMPOS CATALÁUNICOS Y MUERTE DE TEODORICO

FRAGMENTOS DEL CODEX EURICIANI (c. 476)

EL ESTABLECIMIENTO MILITAR GODO EN ESPAÑA EN EL SIGLO V Y SU COLABORACIÓN CON LOS PODERES LOCALES

 

 

 

 

 

 

SITUACIÓN DE LA GALIA HACIA EL AÑO 420

 

Véase de qué súbita forma la muerte ha pesado sobre el mundo entero, hasta qué punto la violencia de la guerra ha aplastado a los pueblos. Ni las inextricables regiones de los espesos bosques o de las altas montañas, ni las corrientes de los ríos de rápidos remolinos, ni el abrigo que constituye para las ciudadelas su situación, para las ciudades sus murallas, ni la barrera que forma el mar, ni las tristes soledades de los desiertos, ni los desfiladeros, ni siquiera las cavernas ocultas por sombrías rocas han podido escapar a las manos de los bárbaros. Muchos perecieron víctimas de la mala fe, muchos del perjurio, muchos denunciados por sus conciudadanos. Las emboscadas han causado mucho daño, mucho también la violencia popular. El que no ha sido domado por la fuerza, lo ha sido por el hambre. La madre ha sucumbido miserablemente con sus hijos y su esposo; el amo ha caído en servidumbre al mismo tiempo que sus siervos. Algunos han sido pasto de los perros. Muchos han sido víctimas de sus casas en llamas, que les han servido de pira funeraria. En las ciudades, los dominios, las campiñas, las encrucijadas de los caminos, en todas partes, aquí y allá, a lo largo de las rutas, reina la muerte, el sufrimiento, la destrucción, el incendio, el duelo. Una sola pira ha reducido en humo la Galia entera.

Orens, Obispo de Auch, en: Le Goff, J., La Civilización del Occidente Medieval, Trad. de J. de C. Serra, Juventud, 1969 (Paris, 1965), Barcelona, pp. 43-47.

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OROSIO, HISTORIARUM ADEVRSUS PAGANOS LIBRI SEPTEM (VII, 43)

 

Año 1168 de la fundación de la Urbe... Al frente de los pueblos de los godos (Gothorum populis) se encontraba entonces el rey Ataúlfo, quien, tras la irrupción en la Urbe (irruptionem Urbis) y la muerte de Alarico, habiendo tomado como mujer a Placidia, cautiva, como ya dije, hermana del emperador, sucedió a Alarico en el reino (Alarico in regnum successerat). Este, como a menudo se ha oído, y como además con su fin probó, como celoso partidario de la paz, prefirió militar fielmente junto al emperador Honorio, y en favor de la defensa de la república romana (pro defendenda romana respublica) emplear el vigor de los godos. En efecto, yo también, precisamente, oí a un cierto hombre, Narbonense, ilustre bajo las milicias de Teodosio, religioso además, prudente y serio, relatar al bienaventurado presbítero Jerónimo, en Belén, ciudad de Palestina, que, habiendo sido íntimo amigo de Ataúlfo en Narbona, cuando éste se encontraba con ánimo, vigor y buen carácter, le gustaba referir algo: que en un primer momento había deseado ardientemente borrar el nombre romano (Romano nomine), a fin de que al suelo romano del todo hiciera y llamara imperio de los godos (Gothorum imperium); y, hablando vulgarmente, que fuese Gotia lo que Romania había sido (essetque, ut vulgariter loquar, Gothia, quod Romania fuisset); y fuese ahora Ataúlfo lo que antaño César Augusto. Pero, como la experiencia ha probado suficientemente, puesto que los godos no pueden de ningún modo someterse a las leyes a causa de su desenfrenada barbarie (effrenatam barbariem), ni es conveniente excluir de la república las leyes, sin las cuales la república no es república, eligió para sí, al menos, buscar su gloria en restituir íntegramente el nombre romano, y acrecentarlo con la fuerza de los godos, y ser considerado ante la posteridad como el autor de la restitución romana, después de no haber podido ser su sustituto. Por ésto se abstenía de la guerra, por ésto la paz era el brillante objeto de sus ansias, siendo influido en todas sus obras de buen gobierno por los consejos moderados, sobre todo los de su mujer, Placidia, de agudo ingenio ciertamente, y suficientemente proba por su religiosidad. Y mientras insistía celosísimamente en alcanzar y ofrecer esta paz, en Barcelona, ciudad de Hispania, traicionado por los suyos, según dicen (dolo suorum, ut fertur), es asesinado.

En: Migne, Patrología Latina, t. XXXI, col. 1172-1173. Trad. del latín por Héctor Herrera C. y José Marín R.

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LA DIVISIÓN DE TIERRAS ENTRE VISIGODOS Y PROPIETARIOS GALORROMANOS

 

Ley antigua. De la división de tierras hecha entre un godo y un romano.

La división hecha entre un godo y un romano con referencia a la partición de tierras de labor o de los bosques por ninguna razón sea alterada, si es que se prueba que la división tuvo lugar, de modo que ya de las dos partes del godo el romano nada usurpe para sí o reclame, ya de la tercia del romano el godo nada se atreva a usurpar o reclamar para sí, a no ser lo que pudiera ser donado por nuestra generosidad. Pero lo que por los antepasados o por los vecinos se dividió, la posteridad no se atreva a cambiar.

 

Ley antigua. De los bosques dejados indivisos entre godo y romano.

De los bosques, que pudieran permanecer indivisos, si ya el godo ya el romano se los apropiase, [y] pudiera hacer roturar, establecemos que, si todavía queda bosque, con una porción del cual se debe compensar, como tierra de igual valor de aquél, a quien se deba [compensar]; [éste] no se niegue a aceptar el bosque. Pero si existe bosque de igual valor, con el que compensar, divídase lo que se roturó para su cultivo.

 

Liber Iudicum, X, 1, 8, y X, 1, 9, en: Textos y documentos de historia Antigua, Media y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Labor, 1984, Barcelona, p. 169 y s.

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BATALLA DE LOS CAMPOS CATALÁUNICOS Y MUERTE DE TEODORICO (451)

 

(XL) Por tremendo que fuese el estado de las cosas, la presencia del rey, sin embargo, tranquilizaba a los que hubieran podido vacilar. Llegóse, pues, a las manos: batalla terrible, complicada, furiosa, obstinada y como jamás se había visto otra en parte alguna. Tales proezas se realizaron allí, según se refiere, que el valiente que se encontró privado de aquel maravilloso espectáculo, nada parecido alcanzó a ver en toda su vida; porque, si ha de creerse a los ancianos, un arroyuelo que corre por aquel campo por lecho poco profundo, aumentó de tal suerte, no por la lluvia, como solía acontecer, sino por la sangre de los moribundos, que, creciendo extraordinariamente por aquellas ondas de nuevo género, se convirtió en torrente impetuoso y sangriento, de manera que los heridos, que ardiente sed llevaba a sus orillas, bebieron agua mezclada con restos humanos y se vieron obligados por triste necesidad a manchar sus labios con sangre que acababan de derramar los alcanzados por el hierro. Cuando el rey Teodorico recorría su ejército para animarlo, derribóle el caballo, y pisoteándole los suyos, perdió la vida, en edad avanzada ya. Dicen otros que cayó atravesado por una flecha que lanzó Andax del lado de los ostrogodos, que entonces estaba a las órdenes de Atila. Este fue el cumplimiento de la predicción que, poco tiempo antes, hicieron los adivinos al rey de los hunos, aunque éste imaginaba que se refería a Aecio. Separándose entonces los visigodos de los alanos, caen sobre las bandas de los hunos, y tal vez el mismo Atila hubiese sucumbido a sus golpes, si prudentemente no hubiera huido sin esperarles, encerrándose enseguida con los suyos en su campamento, que había atrincherado con carros. Detrás de esta débil barrera buscaron refugio contra la muerte aquellos ante los cuales no podían resistir antes los parapetos más fuertes... En cuanto amaneció el día siguiente, viendo los campos cubiertos de cadáveres, y que los hunos no se atrevían a salir de su campamento, convencidos de que era indispensable que Atila hubiese experimentado una pérdida muy grande para haber abandonado el campo de batalla, Aecio y sus aliados no dudaron que les pertenecía la victoria. Sin embargo, hasta después de su derrota, el rey de los hunos conservaba su altiva actitud, y haciendo resonar las trompetas en medio del chasquido de las armas, amenazaba con volver al ataque. Así el león, oprimido por las lanzas de los cazadores, gira en la entrada de su caverna, no se atreve a lanzarse sobre ellos y, sin embargo, no deja de espantar los parajes vecinos con sus rugidos: de la misma manera aquel rey belicoso, sitiado como se encontraba, hacía aún temblar a sus vencedores...

(XLI) En el descanso que proporcionó el asedio, los visigodos y los hijos de Teodorico buscaron los unos a su rey, y los otros a su padre, extrañando su ausencia en medio del triunfo que acababan de conseguir. Buscáronle durante largo tiempo, según costumbre de los valientes, y al fin le encontraron debajo de un gran montón de cadáveres, y, después de entonar cánticos en alabanza suya, le llevaron a la vista de los enemigos. De ver eran las bandas de godos, de voces rudas y discordantes, ocuparse en los piadosos cuidados de los funerales, en medio de los furores de una guerra que no había terminado todavía. Corrían las lágrimas, pero de las que derraman los valientes. Para nosotros era la pérdida, pero los hunos atestiguaban cuán gloriosa era; y parece era grande la humillación para su orgullo, ver, no obstante su presencia, llevar con sus insignias el cadáver de aquel gran rey. Antes de terminar las exequias de Teodorico, los godos proclamaron rey, al ruido de las armas, al valiente y glorioso Torismondo; y éste terminó los funerales de su amado padre cual correspondía a un hijo. Después de acabar estas cosas, movido por el dolor de su pérdida y por la impetuosidad de su valor, Torismondo ardía en deseos de vengar la muerte de su padre sobre los que quedaban de los hunos... Dícese que en aquella famosa batalla que dieron las naciones más valerosas perecieron por ambas partes ciento sesenta y dos mil hombres....

Jordanes, Historia de los Godos, en: Ammiano Marcelino, Historia del Imperio Romano, Trad. de N. Castilla, Librería de la Viuda de Hernando y Cía, 1896, Madrid, vol. 2, pp. 372-376.

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FRAGMENTOS DEL CODEX EURICIANI (c. 476)

 

. Si alguien, en cambio, mientras ara, o bien, planta una viña, el hito, sin intención, por casualidad, mueve, estando los vecinos presentes, restitúyalo y no sufra ningún daño.(1)

277. Las parcelas gothicas y la tercia de los romanos (Sortes gothicas et tertiam Romanorum) que no fueron revocadas en un plazo de cincuenta años, no puedan ser en modo alguno reclamadas.

. De la división de tierras hecha entre un godo y un romano. La división hecha entre un godo y un romano con referencia a la partición de las tierras de labor o de los bosques por ninguna razón sea alterada, si es que se prueba que la división tuvo lugar, de modo que ya de las dos partes del godo el romano nada usurpe para sí o reclame, ya de la tercia del romano el godo nada se atreva a usurpar o reclamar para sí, a no ser lo que pudiera ser donado por nuestra generosidad. Pero lo que por los antepasados o por los vecinos se dividió, la posteridad no se atreva a cambiar.(2)

310. Si alguien dio armas a un bucellario, o le donó alguna cosa, si persevera en el servicio (obsequio) de su patrono, lo que le fue dado permanezca en su poder. Pero si eligió otro patrono, tenga facultad para encomendarse (commendare) a quien quisiere, pues no se puede prohibir a un hombre libre (ingenuus) el hacerlo, porque está en su derecho, pero devuelva todo al patrono que abandona. Obsérvese la misma norma respecto a los hijos del patrono o del bucellario: que si estos quieren servir a aquellos, posean lo donado, mas si decidieron dejar a los hijos o nietos del patrono, devuelvan todo lo que el patrono donó a sus padres. Y si el bucellario adquirió alguna cosa estando en el servicio del patrono, quede la mitad de todo ello en poder del patrono o de sus hijos y obtenga la otra mitad del bucellario que lo adquirió.(3)

 

(1) Zeumer, Rest., p. 3, en: D'Ors, A., El Código de Eurico, Estudios Visigóticos II, 1960, Roma-Madrid, p. 194, n. 614. Trad. del latín de Héctor Herrera Cajas. (Volver al texto)

(2) Liber Iudicum, X, 1, 8, en: Textos y Documentos de Historia Antigua, Medieval y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España de M. Tuñón de Lara, Labor, 1984, Barcelona, p. 169. (Volver al texto)

(3) Monumenta Germaniae Historica. Leges Wisigothorum, Edidit K. Zeumer, 1902, p. 18; v. tb. D'Ors, A., El Código de Eurico, Estudios Visigóticos II, 1960, Roma-Madrid, p. 32. Trad. del latín por Héctor Herrera C. (Volver al texto)

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EL ESTABLECIMIENTO MILITAR GODO EN ESPAÑA EN EL SIGLO V Y SU COLABORACIÓN CON LOS PODERES LOCALES

 

Había disuelto las antiguas estructuras su vejez ruinosa,

desprendida y por su decrepitud rota pendía la fábrica.

Había perdido su utilidad la vía tendida a lo ancho de la corriente.

Y la ruina del puente negaba un camino expedito.

Ahora en tiempos del poderoso Eurico, rey de los getas,

en las tierras, a él entregadas por aquél, ordenó iniciar los cultivos,

se esforzó magnánimo en desplegar con obras su nombre,

y a las inscripciones de los antiguos añadió la suya, Salla.

Pues, tras que hubo renovado la ciudad en sus eximias murallas,

esta mayor maravilla no desistió de ejecutar.

Construyó arcadas, las fundamentó profundamente en las aguas

y, emulando la admirable fábrica del fundador, la superó.

Y a crear tan gran protección de la patria

el amor del sumo sacerdote Zenón también le persuadió.

La ciudad Augusta habrá de permanecer feliz durante largos siglos

renovada por el empeño de un general en jefe y un pontífice.

Era DXXI.

 

Inscripción del puente romano de Mérida del año 483, en J. Vives, 1969, núm. 363, en: Textos y documentos de historia Antigua, Media y Moderna hasta el siglo XVII, vol. XI de la Historia de España dirigida por M. Tuñón de Lara, Labor, 1984, Barcelona, p. 169.

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