El domingo pasado un supermercado lo tenía en oferta, era una hermosa maleta de picnic, que en su interior tenía platos, servicios, vasos y un pequeño receptáculo para el jugo, agua o té. Su precio no era muy alto y su aspecto atractivo; lo curioso es que me recordó más de una película con la típica pareja inglesa que montada en sus bicicletas llega hasta las orillas de un río y extiende una manta escocesa para sentarse a disfrutar de la tarde soleada de la campiña británica, algo que aquí también se hacía antes, cuando aún había tiempo para salir de paseo y jugar con los niños a la pelota o a elevar volantines. Recuerdo
que en los días de mi niñez mi madre no tenía una
maleta de picnic como la que ofrecía en oferta el supermercado,
ella en cambio usaba una caja de lata decorada y pintada con flores capaz
de contener en su interior una gran cantidad de sandwiches, queques y galletas
que hacían las delicias de todos durante el paseo. Junto con
ella iban siempre un par de grandes termos y daba lo mismo sí el
paseo era al campo o a la playa, porque en el interior de la famosa caja
de mamá iban también los jarritos del té, primorosamente
envueltos y no faltaban las servilletas o incluso los baberos para los
más chicos.
Y ellos caminan y caminan por pasillos lustrosos y por todo sol los niños de ahora reciben la luz artificial de las vitrinas. Posiblemente en algún momento hasta se escapen y corran a todo dar por los pasillos de un supermercado, pero eso y nada más, para ellos no existe la bendición de la arena en el pelo o de la tierra pegada a las rodillas, siempre limpios y bien vestidos caminan modocitos, tomados de las manos de sus padres por los anchos y largos pasillos de algún céntrico mall de la capital. |