Picnic 
 

 El domingo pasado un supermercado lo tenía en oferta, era una hermosa maleta de picnic, que en su interior tenía platos, servicios, vasos y un pequeño receptáculo para el jugo, agua o té.  Su precio no era muy alto y su aspecto atractivo; lo curioso es que me recordó más de una película con la típica pareja inglesa que montada en sus bicicletas llega hasta las orillas de un río y extiende una manta escocesa para sentarse a disfrutar de la tarde soleada de la campiña británica, algo que aquí también se hacía antes, cuando aún había tiempo para salir de paseo y  jugar con los niños a la pelota o a elevar volantines.

 Recuerdo que en los días de mi niñez mi madre no tenía una maleta de picnic como la que ofrecía en oferta el supermercado, ella en cambio usaba una caja de lata decorada y pintada con flores capaz de contener en su interior una gran cantidad de sandwiches, queques y galletas que hacían las delicias de todos durante el paseo.  Junto con ella iban siempre un par de grandes termos y daba lo mismo sí el paseo era al campo o a la playa, porque en el interior de la famosa caja de mamá iban también los jarritos del té, primorosamente envueltos y no faltaban las servilletas o incluso los baberos para los más chicos.
 Esos días del pasado era costumbre que la familia se juntara en algún punto y que participaran del paseo los primos y los amigos, días que hoy pareciera que se han perdido, porque pocos son los que salen a hacer picnic y menos aún en Santiago, donde las familias han cambiado el aire puro del mar o de la montaña por los aromas artificiales de algún mall o centro comercial, entonces recorriendo sus dependencias es posible ver a matrimonios con niños pequeños, que se acompañan de globos y papas fritas, tal vez de algún helado y con toda seguridad de algún bolso de compras, pero en ningún caso de un balón o un volantín.

 Y ellos caminan y caminan por pasillos lustrosos y por todo sol los niños de ahora reciben la luz artificial de las vitrinas.  Posiblemente en algún momento hasta se escapen y corran a todo dar por los pasillos de un supermercado, pero eso y nada más, para ellos no existe la bendición de la arena en el pelo o de la tierra pegada a las rodillas, siempre limpios y bien vestidos caminan modocitos, tomados de las manos de sus padres por los anchos y largos pasillos de algún céntrico mall de la capital. 

Maranda
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