La Tolousse y yo no teníamos nada en común, a ella le gustaba el pescado y a mi sólo en ocasiones y ojalá sin espinas. Durante nuestra larga convivencia tuvimos muchos encontrones, generalmente por culpa de las medias, ella las transformaba en un montón de hoyos de nylon y a mi me daban pataletas de rabia cada vez que me las sacaba. La Tolousse era rubia y de ojos cambiantes, más bien dicho, nunca se sabía con exactitud de qué color eran, llegó a mi vida un día cualquiera, exactamente una tarde en que en el patio se armó una zalagarda espantosa con los perros, imaginando no se qué cosa, fui a ver lo que ocurría y allí estaba ella, tiritando encaramada en la reja, acosada por los fieros colmillos del pastor alemán. En un acto, del que me arrepentí muchas veces posteriormente, la salvé de un triste destino y comenzaron mis problemas, una de mis hijas exclamó cándidamente: ¡ qué lindo el gatito! , y a partir de ese día se tomó toda la leche de la casa, se adueñó de mi mejor sillón y se dedicó a hacer de mis días un constante sobresalto, entre otras cosas descubrí con horror que sus garras estaban poniendo crespo el tapiz de todos los muebles y que las cortinas tampoco se estaban librando de sus garras. Recuerdo que la bautizaron con el nombre del pintor francés, primero por que suponían que era gato y segundo porque en esos días era la tarea del colegio y así Tolousse fue creciendo y descubriendo todos los días nuevas maneras de sorprendernos, solía esconderse tras una puerta y cuando uno pasaba se colgaba virtualmente de las piernas con el consabido resultado de arañazos . No puedo negar que era limpio hasta la exageración, se pasaba largas horas lamiendo sus pelos, los mismos que uno encontraba por todas partes. Le gustaba el canasto de las lanas y solía dormir siesta en su interior, al parecer su vida era placentera hasta que se topaba con el pastor alemán en el interior de la casa, entonces se armaba la guerra y unos corrían a sujetar al perro y otros a salvar al gato, que erizado y chillando se encaramaba en lo más alto que encontraba. A la Tolousse le gustaba caminar por el techo, desde ahí seguramente descubrió el mundo de las calles y comenzó a salir en las noches, regresando a casa sólo para comer, hasta que un día no volvió más, el canasto de las lanas recuperó su orden, al pastor alemán se le acabó el estress y la casa se quedó como silenciosa sin sus maullidos. Tiempo después me pareció verla en un sitio eriazo cercano, allí había una gata rubia que cuidaba y alimentaba una camada de pequeños gatitos negros. |