Incendio en la Casa Grace

   Me gusta la cumbre del contrafuego, desde ahí domino toda la manzana y no se me escapa nada, ni siquiera Julieta La Gaviota que viene cada tarde a arreglar sus plumas y se posa en el letrero de madera que dice: 1851-1951.

 Con los años he aprendido que, sin grandes carreras o escándalos, puedo descubrir los ratones que intentan entrar a la bodega de abarrotes y los mantengo a raya, el único que me da trabajo es Juvencio, que debe tener tantos años como yo.

 Hoy es una noche tranquila, hay fiesta en Peñuelas.  Los Leones tienen una kermesse y hasta los bomberos están allí, pienso que nada interrumpirá mi letargo gatuno, pero ha llegado la locomotora y se ha detenido tras la bodega de Grace, suelta el vapor y chispas de brotan de su panza gorda, con seguridad de prepara para salir.

 ¡ Qué extraño! Huelo humo y no obstante miro los alrededores y no veo fogata alguna, tampoco salitrones, esos son los de Año Nuevo, por lo tanto estoy desorientado. De pronto siento el chillido de Juvencio que sale a escape de la bodega ¡ condenado! Se me había pasado de largo y grita: ¡  INCENDIO ¡

 Me pregunto qué juego se trae este ratón.  Está sobrepasando el límite de mi amistad.  Es curioso, tiene cara de susto y chilla sin parar.  Ahora lo veo, comienza a arder la bodega de madera, pese a sus planchas de zinc que la revisten por fuera.  Al igual que Juvencio grito a todo pulmón: ¡ INCENDIO ¡
 ¡ SOCORRO ¡ llamen a los bomberos, se quema la Casa Grace...
 Juvencio está desesperado y ha perdido el control, trata de salir por la tienda de Chocair, pero los fardos de géneros almacenados en su interior, también arden y le impiden salir hasta la calle.  La gente comienza a llegar y con ellos los caballeros del fuego.  El carro de la 4ª compañía se instala por el lado del mar y tira sus mangueras en la orilla; los de la 1ª se colocan por la calle Melgarejo y el agua comienza a brotar de sus pitones.

 Los bomberos trepan por los techos y con las hachas levantan las calaminas, el fuego se extiende a toda la manzana, el calor es sofocante y escucho la voz del comandante Aranda que grita: - Niños, derriben la puerta!
 Me pregunto qué dirá don Guillermo Salinas, su oficina está naufragando y de ella sacan las máquinas de escribir, que les queman las manos a los voluntarios.  Don Alfredo Steel comanda la 1ª compañía y es apoyado por las escalas de la 2ª, que está  a cargo de don Manuel Lorca.  Es curioso, todos los bomberos andan muy elegantes, con sus trajes de gala, pareciera que no tuvieron tiempo para cambiarse de ropa y ahora lucen sucios y mojados., para continuar combatiendo el fuego mojan sus uniformes y yo me pregunto ¿ qué le habrá pasado a Juvencio?  Después de todo, es el único amigo que tengo y juntos pasamos largos ratos corriendo por entre los fardos y por sobre los tambores.

 ¡ Cielos! Acabo de recordar el oxígeno, está aquí cerca, al lado de la casa de la gerencia y cómo explota.  Un tarro de pintura estalla en la noche y derrama su líquido caliente en la calle.  La gente recoge de la vereda todo aquello que es salvado y lo hacen desaparecer entre sus ropas.  Con cuchillos rompen los fardos de género y libran algunos metros que no se han quemado., en bolsones y canastos recogen los botones y los hilos mojados.  La harina corre como engrudo por la vereda y los tarros de leche condensada, se han transformado mágicamente en manjar.

 ¿ Dónde estará mi amigo? ¿ Lo podrá rescatar la 3ª compañía a cargo de don Daniel Milanez?
 El fuego se acerca ayudado por el viento hasta mi contrafuego, siento que se me queman los pelos y pienso que tendré que saltar o morir calcinado.  La gente asegura que los gatos tenemos siete vidas y yo me pregunto: cuántas habré gastado ya en todos estos años?
 Un bombero sube por la escala, le maúllo asustado y moja el muro, refrescando en algo el ambiente.  Las órdenes del comandante Aranda son terminantes: evitar que se propague el fuego a las casas vecinas a como dé lugar y los carros de agua no se cansan de lanzar el líquido, que don Arturo Sarzoza y su carro, extraen del mar.

 El bombero de la escala me habla, no entiendo lo que me dice, pero, no lo pienso dos veces y me subo en su escala y bajo como puedo por ella.  En la calle el agua salada hace ríos y corro hacia el lugar donde vi por última vez al ratón.  Tiene que estar por ahí, no  me puede hacer la faena de dejarme solo a estas alturas de mi vida, sobre todo ahora que he perdido el trabajo y el hogar.
 El fuego está siendo controlado, deben ser como las cuatro de la mañana, pronto amanecerá y las mangueras quedarán tendidas en la calle, las cuidará don Freddy Newman, que vive en el pasaje Virgilio.  Corro por entre ellas, con algunos pelos chamuscados y busco a Juvencio.  Lo llamo a viva voz, me responde el silencio, trayéndome sólo el sonido lejano del mar.

 ¡ Maldito sea!  Nunca más le hablaré sí se ha muerto.  Jamás volveré a darle ventaja para que arranque y nunca más le diré cuándo y dónde está el queso que tanto le gusta ¡ lo prometo!
 ¡ JUVENCIO!  Ratón pillo y mal nacido ¿ dónde estás?
 Huelo humo, no puede ser, fuego otra vez...No es posible, sí aún  hay tanta agua por todos lados... Entonces escucho una voz que grita:
- SOCORRO, INCENDIO! SE QUEMA LA CASA GRACE...OTRA VEZ!!
- ¡ Qué alegría más grande!  Es Juvencio, el muy bandido está vivo. 

Por entre las llamas que renacen corro al encuentro de mi amigo, le abrazo con toda el alma y esta vez, escapamos juntos y nos asilamos en la manzana siguiente y nos protegemos con el aserrín y la viruta del la Barraca Canelo.

 Los bomberos vuelven a la tarea, aún deberán trabajar todo ese largo día para apagar el fuego... A partir de hoy mi nueva dirección será: Melgarejo entre Las Heras y Benavente y mi atalaya: Los muros de los Baños García.

 Juvencio tendrá todo el pasaje Virgilio para recorrer y en los días fríos, buscaremos ambos el abrigo de la madera de la Barraca Canelo.

Maranda
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