LA PULGA COLERICA

  
  Los hombres entran y salen mirando a ambos lados, como sí alguien los siguiera o los estuviera vigilando, pero no hay tal.  Llevan bajo el brazo un paquete alargado envuelto en papel de diario que cuidan y protegen con esmero. Visten de cualquier forma, las más veces pobre y desastradamente. Tienen cualquier edad y se presume que son habitantes del sector.
  El lugar al que ingresan está ubicado casi en una esquina del pueblo más pirulo de la región; más parece una mediagua o un simple rancho al borde de venirse abajo o quizás el patio trasero de una casa.  No tiene letrero, tampoco una puerta de acceso decente, menos aún  ventana que permita ver su interior; sus paredes son tan débiles como el cartón que en parte las cubre y el viento se debe colar por las junturas del mismo modo en que las voces de los parroquianos se escapan hasta la calle y haciendo rebotar en la tierra de la calle las carcajadas roncas de las conversaciones sostenidas.  De tanto en tanto los ecos de sus voces y conversaciones llegan hasta la esquina, se han escapado por el techo de fonolitas, piedras y materiales desechados de otras construcciones.

  Naturalmente no hay un letrero luminoso, farol o cartel que anuncie su calidad de local comercial, por lo tanto no se le puede considerar como tal y más bien debería pensarse que es una propiedad privada sombreada por una deshilachada malla racher y visitada por muchos o por sólo algunos exclusivos invitados . En una pared de tablas, que hace las veces de cierre externo de la propiedad , alguien pinto unas letras que dicen algo incomprensible para el que tranquilamente camina por la inexistente vereda .  Pero allí está, activo, latente y profusamente visitado rincón del pueblo, al que no sólo llegan sus asiduos en esas tardes quietas de los fines de semana, sino que también por las mañanas de cualquier día.

  Es como un club privado, sólo para varones y una antigua vecina del pueblo, en alguna oportunidad  habló y criticó espantada que en la vecindad hubiese un lugar como ese. Otra más tolerante comentó que era el club de los desocupados y viejos del pueblo y que la gente del lugar lo llamaba “ la pulga colérica”.
  Los invitados o visitantes de la “ pulga “ no tienen horario, pero entran y salen tambaleantes, lo que hace suponer que las carcajadas que se escuchan en el exterior no son producto de un chiste ocasional, sino más bien de lo que en su interior se consume.  La cuestión es que ahí está, día tras día con su política de “puertas abiertas “,  pareciendo  un clandestino o bien un moderno y muy exclusivo “ pub “ , que en la privacidad del patio techado de cualquier manera, junta a aquéllos que no tienen otra cosa que hacer, que llevarse a los labios un vaso de vino y brindar por el día, sin que importe sí este es soleado, nublado o muy frío.

Maranda
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