El camino serpentea por los faldeos sur de la Pampilla, un vehículo me precede y estoy segura que va hasta el mismo lugar que estoy buscando: el mirador de los navegantes. Es la hora en que el sol se pone en el horizonte tiñendo todo de rojo, pero aún falta para que sus últimos rayos recorten la figura de metal que a todas luces parece la de un pirata, porque no hay que olvidar que cuando estos señores recorrían los mares del sur del mundo, no había turismo aventura, por lo tanto o eran filibusteros o descubridores de nuevas rutas. Trepo
las escalas y en bandolera mi cámara fotográfica, pretendo
sacar la foto del año, esa que capte el último rayo de luz
antes de que la oscuridad envuelva el cielo y la tierra. Me concentro en
el objetivo y a la vez me encandilo, siempre me pasa lo mismo, cierro un
ojo y al hacerlo escucho una voz que me dice:
Me
vuelvo creyendo que quién habla es alguien del otro vehículo,
pero nada, solo veo la estatua del navegante que recibe las
últimas luces del día.
Dirijo la mirada hacia el pueblito de Guayacán, diviso la Iglesia y la voz, como leyendo mis pensamientos me dice: - la trajeron de Francia, es metálica y sus planos son de Eiffel, el mismo de la torre... Retomo
la cámara y sin importar el encandilamiento que me produce observar
el sol que ya ha bajado hasta casi posarse en el mar, me preparo para accionarla,
sólo unos segundos mas y tendré la foto del año...
Me doy vuelta, tengo que descubrir quién me habla, quién recuerda el pasado y sobre el hombro derecho del navegante sólo hay una gaviota posada, que concentradamente arregla sus plumas y otea la playa, moviendo suavemente su cabeza blanca y negra. -
No puede ser!!! me digo, - tanto esperar y no tomé la fotografía
!! Esto me pasa por distraerme escuchando voces, me recrimino en
voz alta...
Y sin que pudiera reaccionar de mi sorpresa, se elevó en el cielo azul, hizo unas cuantas evoluciones en el aire, como despidiéndose y se perdió en dirección sur. |