POR LAS TERMAS

 El comedor de las Termas era, hasta nuestra llegada, el clásico lugar silencioso y ordenado, donde los amantes de las aguas surgentes de la tierra, intercambiaban tímidas miradas, tenues sonrisas y ninguna palabra.

 Cada huésped conservaba estrictamente el lugar que le habían asignado a su llegada, manteniéndolo a la hora del desayuno, al almuerzo y en la comida.  Todo lo cual nos recordaba el sistema de un rígido internado que, sumado al silencio, más parecía un convento.

 Tal vez porque éramos un grupo grande, nos asignaron la mesa del rincón, desde donde podíamos observar a los demás comensales: una gringa comía sola y eran tantos sus deseos de comunicación, que mediante gestos trataba de hablarles a sus vecinos más inmediatos, sin obtener grandes respuestas.  Un rubio y teñido estilista comía solo, según supimos después, había llegado a las Termas buscando tranquilidad e intentado olvidar el stress que le producía su profesión en Buenos Aires.
 Trataba de pasar inadvertido, pero medía cada mirada que le indicaba sí había sido reconocido, dado su trabajo de “ modelo televisivo”.  Con nosotros le fue mal, lo único que descubrimos era que tenía un problema hormonal.

 Un matrimonio setentón, habitúe de este tipo de establecimientos, disfrutaba del aire seco que, a nosotros, nos tenía pegados a las botellas de agua mineral.  Dos señoras de edad y al decir de ellas  posteriormente “ abuelas estresadas” parloteaban en alemán; finalmente una mujer joven y solitaria engullía con pasión desenfrenada un gigantesco plato de ensaladas, después nos enteramos que era vegetariana y médico.
 El mozo y la camarera atendían las mesas sin golpear la loza, manteniendo ese clima de tranquilidad termal, que a la hora de estar allí, nos hizo desear partir hasta Mendoza y buscar entre sus calles un poco de bulla.

 Inicialmente nuestros comentarios fueron en voz baja, analizando la elección, tal vez errada del lugar para pasar un fin de semana todos los hermanos juntos.  Nos preguntamos sí no habría alguna forma de quebrar ese silencio que aplastaba y de esa manera poder descubrir que, los que allí estaban eran seres de carne y hueso, y no un adorno más de la decoración del lugar.
 Con la duda de continuar el viaje o de quedarnos, me acordé de una vieja carta de papá, en la que me decía – a raíz de un fin de semana en la Termas de Jahuel en Chile – “ si me quedo un día más aquí...le pongo una bomba a las Termas y así mato este silencio que me está volviendo loco ...”

 La anécdota nos hizo reír fuerte y nos dio ganas de copiar la idea paternal, lo que nos produjo un verdadero ataque de risa y entonces la gringa miró al francés estilista, éste le hizo muecas a las alemanas, quienes a su vez miraron a los setentones.  El mozo y la camarera – extrañados de la bulla- casi pierden la compostura y por poco le dejan caer una bandeja a la doctora vegetariana.

 A partir de ese momento, las Internacionales Termas de Cacheuta, en Mendoza, Argentina, perdieron el silencio y tal vez su tranquilidad , durante dos días compartimos nuestra alegría con gente de diferentes nacionalidades, hasta llegar a despedirnos, casi con pena, de quienes nos parecieron amigos de toda una vida.

Maranda
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