Chaplín

      En la pared de mi oficina, entre fotografías de puestas de sol y paisajes de arena y mar, hay una más pequeña que  destaca la figura de un niño pequeño.  Tiene aproximadamente unos tres años. Viste pantalón antiguo y largo, que deja ver bajo las bastillas un par de albos calcetines.  Lleva camisa blanca de cuello cerrado y una corbata que cuelga algo chueca sobre el pecho. Completa el vestuario una chaqueta oscura, que a todas luces le va grande.

 El pequeño desde su retrato infantil sonríe, enseña sus dientes y sobre el labio luce un pequeño bigote.  En su cabeza lleva un sombrero tipo inglés, de color negro cuya ala cae sobre su ceja derecha y permite distinguir el brillo de unos ojos chispeantes. Un bastón cuelga blandamente de su brazo derecho y sus pies, colocados en una curiosa posición miran los costados mientras los talones se mantienen juntos.  Puntas separadas, talones juntos y un curioso bamboleo al caminar rápido, es la posición característica del más grande de los bufos del cine mudo y de todos los tiempos: Carlitos Chaplín.

 Es una fotografía antigua, posiblemente de la década del 20, color sepia y con telón de fondo; una arruga la cruza de lado a lado y podría más de alguien creer que se trata de un original de incalculable valor, pero no lo es, tan solo se trata de una fotografía que permaneció por largo tiempo olvidada entre otras muchas de su dueño.

 Hace más de un año, el niño de la fotografía era ya un adulto mayor y en un gesto muy suyo tuvo la gentileza de regalármela, para de ese modo explicarme y graficar el porqué de su apodo. En aquélla oportunidad me contó que, durante una velada bufa o quizás una fiesta de la primavera, se disfrazó o lo disfrazaron de Carlitos Chaplín y en el escenario del ex-teatro O’Higgins - propiedad de su familia - él pequeño  bailó y caminó como lo hacía el más grande de los cómicos,  que al igual que él se llamaba Carlitos.  A partir de ese día o posiblemente siendo un joven se le conoció en Coquimbo por su apodo de Chaplín Juliá.

 Carlos Juliá Godoy, Chaplín para sus amigos, no sólo fue con el paso del tiempo un buen imitador del gran comediante, sino que también llegó a ser  un hombre tremendamente apegado a su familia, al campo y a los caballos. Vestía diariamente de huaso y participaba normalmente en las corridas en vacas y rodeos que se realizaban en la región y fuera de ella.
 Alegre como una castañuelas y de gran vitalidad, hoy cuando se ha ido para siempre lo recuerdo con cariño y al mirar la vieja fotografía del niñito vestido de Chaplín me parece escuchar nuevamente sus palabras, cuando me contaba la anécdota hace más de un año atrás: “sabes, me gustaba hacer maromas en el escenario del teatro y la gente me aplaudía... “.        


 
Maranda
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