La una es pródiga en oro y cobre. También hierro plata y manganeso. La otra en cultivos que brotan con sabor y presentación inigualadas. De todos la vid es auténtica reina. Bien puede decirse que trazada la primera
calle de La Serena refundada, también se trazó el almá-cigo
donde se depositaron las pepas de uva que luego permitirían ir extendiendo
viñas por Elqui y Sotaquí.
Consta que la primera viña fue de Pedro Cisternas y estuvo en la segunda explanada de la ciudad donde también se honró a Santa Lucía. Don Francisco de Aguirre las tuvo en Copiapó y cerca de lo que hoy es la ciudad de Vicuña. El fue uno de los primeros vendimiadores junto al cacique Francisco Barándola y como la historia de Noé, el primero que tras dejar España pudo celebrar en el reino de Chile una alegre libación otoñal. La sólida cultura vitivinícola de los colonizadores españoles permitió asentar en la zona la producción de vinos para misa y aguardientes endulzar. Ello fue posible gracias a la temprana producción de calderos de cobre y sólidas cachimbas o pipetas para lograr el corazón de las cosechas jóvenes. La nombradía de dichos productos
y demanda de los ingenios
La incorporación de sucesivas tecnologías traídas Europa dio al producto el toque de origen que se mantiene hasta hoy. Hace poco más de 60 años la producción que surge año en año se uniformó con un control que asegura calidad. Sucesivas leyes y acuerdos le respaldaron para ampliar su nombre y prestancia. Finalmente la organización cooperada
que se otorga a la viña pisquera ha permitido colocarlo en un nivel
de categoría internacional y, lo que retorna como resultado del
esfuerzo, beneficie a más de 6.500 familias campesinas que se reparten
en su zona de excepción: Elqui, Limarí y Choapa.
Recorrer el interior del Choapa semeja sumergirse en un laberinto verde y apretado que entremezcla lo rural y lo minero contra soberbios panoramas.
Aquí se quebraron las fuerzas de los conquistadores que seguían a Diego de Almagro, dando origen a la expresión “rotos” de Chile con que los cuzqueños comenzaron a llamar los aventureros que retornaban de un Chile que le negó las riquezas doradas que pretendían lograr. En Caimanes, pequeño poblado al sur de Illapel, aún se conserva una gigantesca olla que las huestes del Adelantado pasaron por los caminos del Inca en aspiración iallida de fundir metales. Casi al centro del paradisíaco valle se ubica lo que fue la Villa de San Rafael de Rozas, hoy Illapel por derivación de su nombre original «millapel» (pluma de oro) lograda en sus nombrados yacimientos de Casuto Viejo, Espíritu Santo y Aucó. Por alamedas y curvas se pasan naranjales y castaños para arribar a Salamanca, tierra de brujos y buenos «chacolos». Tanto la primera, como la segunda ciudad,
son ejes de antiguas haciendas y heredades que de modo exclusivo pertenecieron
al marquesado de Irarrázaval, cuyo espíritu e impronta aún
se marca en los pergaminos de las familias tradicionales de dicha tierra.
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