El viaje freudiano: notas sobre el más allá
LUIS VICENTE MIGUELEZ
En mi infancia me fascinaba escuchar hablar de lugares remotos, de civilizaciones antiguas, de ciudades misteriosas y de lejanas fronteras. Escuchaba con gran deleite sobretodo los relatos de un amigo de mi familia, quien poseía enormes conocimientos al respecto. Pensaba yo, escuchándolo contar tantas historias, que era un viajero infatigable. No tardé en enterarme, con gran asombro, que muy pocas veces había viajado más allá de su ciudad natal.
Un poco desconcertado y decepcionado le pregunté un día cómo era que no emprendía un viaje para conocer todo eso de lo que tanto sabía. Él se sonrió y me respondió: " Prefiero los relatos, temo que si viajo todo esto no exista".
Esta respuesta que en su momento no entendí volvió a mi memoria después de muchos años, al leer el texto de Freud Un trastorno de la memoria en la Acrópolis.
Cuando me tropecé en el artículo con la conocida frase que formula Freud ante la Acrópolis: «¡De modo que todo esto realmente existe tal como lo hemos aprendido en el colegio!», volvió a mi aquella otra frase enigmática que había escuchado de una persona admirada y le dio al texto por leer un carácter distinto, descubrí por vez primera, siendo aún estudiante, que en psicoanálisis, teoría y análisis se engendran mutuamente.
Fue para mi el primer reconocimiento de que en la obra freudiana no se trata tanto de leer una teoría sino de recorrer los caminos que hacen posible la transmisión de la experiencia del inconsciente. Recorrido que a cada uno de los que nos dedicamos a la práctica del psicoanálisis se nos presenta necesariamente como un viaje singular e irremplazable. Viaje en el que cada analista deberá a lo largo de su formación y en las vicisitudes de su análisis personal y de los que dirige enfrentarse con lo que se le presenta como aquello que deberá apropiárselo para poseerlo.
¡De modo que todo esto realmente existe tal como lo hemos aprendido de Freud!
Voy a ocuparme del viaje y del viajero, de la dolorosa y extraordinaria experiencia de la no coincidencia con uno mismo, que aquél primer viajero que fue Ulises, expresó diciendo: Mi nombre es Nadie.
Ulises siempre obligado a volver a partir, llegará hasta lo más remoto, los límites del mundo de los Infiernos, deberá enfrentarse al canto mortífero de las sirenas y a la tentación de la inmortalidad ofrecida por la diosa Calipso, rehuirá del placer junto a la maga Circe y de la tranquila paz del olvido entre los lotófagos.
Viajero extraviado - blanco del odio de Poseidón - cuyo retorno es contrariado y diferido mil veces, siempre a punto de desaparecer en el mar estéril, conservará la memoria de Itaca, memoria de su filiación, y escogerá una y otra vez su condición de mortal. Ulises cuyo viaje ensancha fronteras, construye puentes, establece espacios, que experimenta y prueba, es él mismo como lo es Freud puesto fronterizo móvil, pasador y traductor de múltiples experiencias y de diversas lenguas.
El viaje freudiano como todo viaje que no es turismo ritma lo propio y lo ajeno, es un itinerario que no sigue la ruta prevista, constituye una nueva mirada, que en su rodeo nos mira y vuelve para interrogarnos sobre quiénes somos. Viaje que hace del extravío y del retorno maneras de abordar un real indefinido que obliga siempre a interrogar ese más allá que a su vez nos interroga
Hay dos momentos del viaje freudiano de los que me voy a ocupar: uno se refiere a Roma, el otro a la visita que Freud realiza en 1904 a Atenas y a la carta abierta que escribe en 1936 en homenaje al septuagésimo aniversario de Romain Rolland, comentando el episodio de extrañamiento ante la Acrópolis.
Lo que treinta y dos años más tarde Freud relata sobre ese episodio hace de éste un acontecimiento, repite y transforma el viaje. El relato del viaje es un nuevo viaje.
El análisis que Freud realiza retoma una pieza central de su autoanálisis cuyos primeros pasos podemos seguir en "La Interpretación de los sueños" : "Para mí, este libro tiene, en efecto, una segunda importancia subjetiva que sólo alcancé a comprender cuando lo hube concluido, al comprobar que era una parte de mi propio análisis, que representaba mi reacción frente a la muerte de mi padre, es decir, frente al más significativo suceso, a la más tajante pérdida en la vida de un hombre. Al reconocerlo me sentí incapaz de borrar las huellas de tal influjo"(1).
Sobre estas huellas volverá al final de su vida, no en un mero regreso sino para continuar viaje; tal como debió hacerlo Ulises después del ansiado arribo a su querida Itaca, él también deberá nuevamente avanzar hasta los límites y marcar frontera.
Freud escribe dirigiéndose a su amigo Romain Rolland, refiriéndose a su viaje a Atenas:
"Parecíame estar más allá de los límites de lo posible el que yo pudiera viajar tan lejos, que «llegara tan lejos»...".(2)
Inquietante extrañeza que embarga al viajero, en el momento en que su paso ya no sigue otras huellas sino que dibuja las propias. Momento crucial donde la mirada se extravía más allá de los límites de lo posible y la creencia tambalea.
¿Ante qué zozobra la mirada de Freud en Atenas?
Pero no vayamos tan rápido, primero es necesario visitar Roma.
El padre de Freud muere el 23 de octubre de 1896. El 2 de noviembre le escribe a Fliess: "Por alguno de los oscuros caminos tras la conciencia oficial, la muerte del viejo me ha conmocionado mucho... ha despertado todo lo más temprano. Tengo ahora un sentimiento de hondo desarraigo".
Es posible que, tal como lo ve Max Schur, esta carta sea el inicio de su autoanálisis, principalmente porque en ella se halla el análisis del sueño "Se ruega cerrar los ojos" que, soñado la noche posterior al entierro del padre, Freud interpreta como proveniente del sentimiento de culpa del sobreviviente.
Detengámonos un momento en este sueño.
Freud incluye este sueño en "La Interpretación de los sueños" como ejemplo de que estos no cuentan con medios para representar la alternativa. Cuando en el relato el sujeto soñante comenta que puede ser esto o aquello lo que soñó, Freud plantea que habría que reemplazar el "o" por la conjunción copulativa "y". Seguir entonces ambos caminos que conducen a diferentes ideas latentes del sueño. No se trata de elegir un camino o el otro sino transitar ambos. Vaya de paso decir que "La Interpretación de los sueños" es una buena guía del viajero.
Este es el relato del sueño (3):
"En la noche anterior al entierro de mi padre sueño ver un anuncio impreso -semejante a los que en las salas de espera de las estaciones recuerdan la prohibición de fumar -, en el que se lee la frase siguiente:
Se ruega cerrar los ojos.
O esta otra:
Se ruega cerrar un ojo.
Esta alternativa la podemos representar así:
los
Se ruega cerrar ----- ojo (s).
un
En la manera de escribirla se produce la interpretación del sueño.
La frase incluyendo la barra que separa "los" y "un" no puede dejarnos de evocar la notación lacaniana. Esta manera de anotar la alternativa permite una lectura que reconoce en la barra resistente a la significación, la imposibilidad de un saber sobre la muerte. Introduce en el enunciado una marca de enunciación que muestra la vacilación fundamental de todo sujeto ante la muerte. No es posible elegir entre cerrar los ojos o el mirar aunque sea solo con uno como Polifemo. Esta esquizia constituye la dimensión característica del encuentro del sujeto con lo real. Es que el sujeto situado ante la muerte no tiene más alternativa que la propia escisión. Ya lo se pero aún así.... "Seamos indulgentes para con las debilidades de los demás", concluye Freud sobre el sentido del ruego en el sueño.
Volvamos ahora al camino principal:
Decíamos que Freud encuentra en "La interpretación de los sueños" una vía para el trabajo de duelo en relación a la muerte de su padre. Ese trabajo que realiza el trabajo del sueño le abre además el camino para grandes descubrimientos:
Las nociones fundamentales del psicoanálisis van cobrando vida, el complejo de edipo , la ambivalencia hacia el padre, la angustia de castración, los recuerdos encubridores, el proceso de identificación. Se libera de su sujeción a la neuropatología y entra definitivamente en el territorio de la realidad psíquica trazando el mapa del deseo inconsciente.
Sin embargo su estado de ánimo parece reflejar abatimiento y pesar, está tomado por la autoconmiseración. En una carta a Fliess de mayo de1900 le dice: "Si, efectivamente ya tengo cuarenta y cuatro años, soy un viejo tosco israelita".
En esta misma carta se lamenta ante su amigo que ninguna de "las provincias todavía no descubiertas en la vida anímica", llevarán su nombre ni responderán a sus leyes (4).
En las cartas de ese año se queja de encontrarse "sin fuerzas para el trabajo teórico", de sentirse "terriblemente aburrido por la noche", "apartado del mundo exterior". Con miedos sombríos de catástrofes y colapsos, el fantasma de la pobreza lo visitaba asiduamente.
Estaba tal como trasluce en su correspondencia y comentan sus biógrafos (5) descontento consigo mismo , con sus amigos, con su familia y con sus pacientes.
Se hallaba en un estado de ánimo entre malhumorado y depresivo. Este estado muestra que el trabajo de duelo no había concluido con la publicación de "La interpretación de los sueños". Aún no había conquistado Roma.
¿Qué significaba Roma para Freud?
Roma era la ciudad prohibida. Lugar de anhelo y temor. Símbolo enigmático, "resplandecía a la distancia como premio supremo e incomprensible amenaza".
"Mi obsesión por Roma, es profundamente neurótica. Se anuda a mi entusiasmo de estudiante secundario por el héroe semita Aníbal", le escribe a fines del 97 a Fliess.
Efectivamente en sus viajes por Italia se detiene como el héroe hebreo ante el lago Trasímeno sin atreverse a cruzarlo. Una vez soñó que llegó tan cerca que vio el Tiber y el puente que conduce al Castillo Sant Angelo a través de la ventanilla de un vagón de ferrocarril, pero no pisó la ciudad, a la que ve en otro sueño entre la bruma desde una colina cercana. Así como sueña intensamente con ella, también consulta mapas, estudia su topografía una y otra vez.
¿Qué es lo profundamente neurótico tal como él lo denomina - oculto detrás de la identificación con Aníbal?.
Veamos lo que dice Freud: "Se me revela ahora el suceso de juventud que manifiesta aún su poder en todos estos sentimientos y sueños. Tendría yo diez o doce años cuando mi padre comenzó a llevarme consigo en sus paseos y a comunicarme en la conversación sus opiniones sobre las cosas de este mundo. Una de estas veces, y para demostrarme que yo había venido al mundo en mucho mejor época que él, me relató lo siguiente: «Cuando yo era joven salí a pasear un domingo por las calles del lugar en que tú naciste bien vestido y con una gorra nueva en la cabeza. Un cristiano con el que me crucé me tiró de un golpe la gorra al arroyo, exclamando: `¡Bájate de la acera, judío!' `Y tú, ¿qué hiciste?', pregunté entonces a mi padre. `Dejar la acera y recoger la gorra', me respondió tranquilamente. No pareciéndome muy heroica esta conducta de aquel hombre alto y robusto que me llevaba de la mano, situé frente a la escena relatada otra que respondía mejor a mis sentimientos: aquella en la que Amílcar Barca, padre de Aníbal, hace jurar a su hijo que tomará venganza de los romanos. Desde entonces tuvo Aníbal un puesto en mis fantasías."(6)
La identificación con Aníbal funciona como causa poderosa en su anhelo de viajar a Roma y a su vez es el motivo fundamental de su impedimento. Es la venganza lo que lo impulsa y a su vez lo paraliza.
Aníbal presupone a Hamlet. Las tribulaciones obsesivas en las que éste se debate respecto a vengar a su padre son reemplazadas en aquél por el fracaso reiterado de su empresa ante las puertas de su concreción. El motivo inconsciente en Aníbal lo podemos leer más claramente en el lenguaje hamletiano: la ambivalencia respecto al padre y el deseo inconsciente de matar al padre.
El fantasma del parricidio, la más poderosa e intensa fuerza inhibidora en la vida de un hombre, es aquello que se deberá atravesar en ese viaje singular que es la vida de cada uno. Atravesamiento que significa recorrer las diversas y variadas formas que en la historia de cada cual adoptó la relación erótica y tanática con quienes encarnaron la figura del padre. Una de estas formas adquiere la expresión gramatical de "ir más allá que el padre".
La historia del gorro es un punto crucial en la vida del joven Freud: el momento histórico donde se le revela a un hijo la flaqueza de su propio padre. Vengar al padre es llegar a ser más que él, ser el héroe que aquel no fue, o mejor dicho que dejó de ser para el hijo.
A la venganza no la motiva únicamente el amor por el propio padre sino también el menosprecio y la rivalidad. La formulación del mandato de vengar al padre se halla así constituida por dos fuerzas antagónicas; su realización sería también la del deseo reprimido de ser más que el propio padre, triunfar donde el otro fracasó.
El deseo de vengar al padre muerto conlleva la realización fantasmática de matar al padre.
Finalmente en setiembre de 1901, autoanálisis mediante, Freud se encuentra visitando Roma junto a su hermano Alexander. Debió superar para ello la identificación con Aníbal. Más allá de la admiración por el héroe semita de su juventud, logra desprenderse del mandato superyoico de vengar al padre, esto es del imperativo a un goce martirizante . Ya no se trata de arrasar Roma. Le comenta a Fliess "fui moderado en el goce, no pretendí verlo todo en los doce días".
La Roma antigua lo seduce enormemente. Pasea diariamente deleitándose entre las ruinas o permanece fascinado contemplando por horas el Moisés de Miguel Angel.
Le escribe a su mujer en una tarjeta postal frente al Panteón: "¡Así que es esto lo que temí durante años!". El Panteón, templo dedicado a los dioses y monumento funerario, punto de encrucijada de la gloria y la muerte que Freud puede contemplar apaciblemente, sin sentirse perturbado tal como se lo comunica a Flies.
"Si a mis designios no puedo plegar a los dioses de lo Alto, iré a poner en movimiento las fuerzas del Averno". Conocida cita de la Eneida con la que abre "La interpretación de los sueños". Pareciera que liberado de la identificación inhibidora con Aníbal es ayudado en su camino por una más propiciatoria, la identificación con el troyano Eneas, hijo de vencidos pero fundador de una nueva ciudad, justamente Roma y héroe del descenso a los infiernos.
Descenso del que Ulises que ha llegado al límite último, al borde extremo, del que traspuesto ya no es posible regresar, nos instruye: Luego de que una y otra vez intentara abrazar a su madre, inasible, que tiene solo la apariencia de un sueño, regresa presuroso embargado por el miedo de que Perséfone le envíe la cabeza horrorosa de la Gorgona, a quien no podría mirar sin quedar petrificado.
Sabemos que el terror a la Gorgona es el terror a la castración
Si Freud logra mirar sin sentirse perturbado al Panteón es porque éste ha dejado de tener el rostro ominoso de la Gorgona. Su visita a Roma es efectivamente - tal como él lo expresa - un punto culminante en su existencia y podemos decir también de su propio análisis. Logra liberarse del mandato superyoico que lo sumía en la parálisis y en el abatimiento. Mandato que impedía la culminación del duelo por el padre y drenaba su impulso creador.
Tal como le confiesa a Fliess, cuando regresó de Roma el gusto por vivir y producir se había incrementado y se había reducido el gusto por el martirio.(7). Freud que no era masoquista se estaba refiriendo a lo que, padeciéndolo en su propia persona, más tarde nos lo mostrará como el lado oscuro del superyo, el punto en el que el imperativo categórico aparece anudado al goce en el dolor.
El viaje a Roma, a la que ciertamente llevaban todos los caminos, le abre asimismo gran cantidad de senderos a explorar. No sólo se incrementa su trabajo creador sino que también ocurren dos hechos que van a marcar un viraje decisivo en su vida. Uno es que a partir del otoño de 1902 comienza con las reuniones de los viernes por la noche en Bergasse 19 con un grupo de médicos y legos interesados en el psicoanálisis. El psicoanálisis comenzaba a convertirse en una practica social inscripta en la cultura de su época. Freud abandona así su aislamiento, y hace de su soledad creadora un punto propiciatorio para el encuentro con otros, da nacimiento a lo que será luego el movimiento psicoanalítico. Es evidente que la demanda de reconocimiento, a la que parecía haber sucumbido luego de la publicación de "La interpretación de los sueños", cede lugar después de su viaje a Roma a un deseo más poderoso, el de mover fronteras, de abrir nuevos espacios. No lo impulsa tanto, a partir de entonces, el realizar un gran descubrimiento que venga a inscribir su nombre entre los grandes hombres de la ciencia, sino el dar su nombre a un nuevo territorio que no será cuestión de descubrir sino de fundar.
De eso se trata la paternidad.
El otro hecho está ligado profundamente a éste. A partir de Roma se sella el fin de la relación transferencial con Fliess. Freud deja de tener la necesidad imperiosa de comunicarle todo lo que va produciendo, ya no escribirá para ese público de Uno como bautizó a su amigo. Reconoce sin embargo las deudas que tiene con el berlinés pero ya se encuentra liberado de la dependencia transferencial del comienzo de su viaje. Poco tiempo después la ruptura será total tanto en lo profesional como en lo personal. La relación no soportó las vicisitudes de este análisis primero y fundador del psicoanálisis.
Unos años antes le había escrito a su amigo: " algo desde las más hondas profundidades de mi propia neurosis se ha opuesto a un progreso en la comprensión de las neurosis, y tú estás envuelto en ello de algún modo" (8).
Roma vino a representar el punto en que confluyen los diferentes caminos que refieren al fantasma paterno: punto de conjunción de la ley y del imperativo al goce. Verdadero nudo resistencial cuyo atravesamiento relanza el deseo. La genialidad de Freud radica en que logró extraer de las contingencias personales las claves que le permitieron descifrar lo que en la cura se opone al despliegue de la verdad.
Ahora sí, pasemos al otro momento del viaje: El episodio en la Acrópolis.
En setiembre de 1904 partió de vacaciones como lo hacía habitualmente a fines del verano con su hermano Alexander. Vacaciones que duraban varias semanas y que los llevaban invariablemente a Roma o a otros lugares de Italia. Este año, debido a que tenían que acortar el tiempo de las mismas por exigencias de trabajo del hermano, decidieron dirigirse a la isla de Corfú pasando por Trieste. Sitio donde un conocido les sugiere que cambien el plan y vayan a Atenas.
Parten al día siguiente, no sin haber pasado la jornada previa de muy mal humor.
Cuando a la tarde de su llegada, se encontró parado en la Acrópolis abarcando el paisaje con la mirada, le surgió de pronto este extraño pensamiento: "¡De modo que todo esto realmente existe, tal como lo hemos aprendido en el colegio!".
Freud vuelve sobre este extraño y desconcertante pensamiento, que retorna insistente a su memoria en los últimos años, para regalarle a Romain Rolland el análisis del mismo.
Retoma así en el último tramo del viaje, a la edad de 80 años, edad en la que murió su padre, el hilo de su autoanálisis. Dirige sus pasos sobre la cuestión paterna y deja, en el enigma de su formulación final, abierto el camino a futuras generaciones de analistas.
Lo esencial del contenido de dicho pensamiento es la incredulidad. "Realmente no habría creído posible que me fuese dado contemplar a Atenas con mis propios ojos" traduce Freud.
Pero lo verdaderamente singular es que ante la Acrópolis tuvo la sensación de que la situación contenía en ese momento algo inverosímil e irreal: "Lo que aquí veo no es real", fenómeno de extrañamiento del que se defiende mediante una doble transformación que lo lleva a ese pronunciamiento falso y sorprendente, como si hubiera dudado de la existencia de la Acrópolis en el pasado.
El fenómeno de extrañamiento, explica Freud, se produce como intento de mantener algo alejado del yo, de repudiarlo. Ilustra esto con el ejemplo del rey Boabdil que quemando las cartas y matando al mensajero quiere tratar a la noticia de la caída de la Alhama como non arrivé, último intento por conservar su plenipotencia.
Sabemos que esta modalidad defensiva ilustra un tipo de posicionamiento del sujeto ante el anoticiamiento de la castración.
Lo veo pero no lo creo es la manera en que el sujeto resiste a tomar conocimiento de una verdad que se revela en el campo escópico, y que conmueve una profunda creencia.
El no poder creer que "llegara tan lejos" no es causa suficiente para producir tal fenómeno. Deberá agregársele el no querer enterarse de lo que a sus ojos la realización de tal anhelo implicaría: una forma del menosprecio al padre, una amenaza a la memoria del padre muerto, con el sentimiento de culpabilidad concomitante . La Acrópolis era el mensajero que había que hacer desaparecer para no enterarse de la noticia. Esta es la interpretación en resumidas cuentas que Freud hace del episodio.
Podemos decir hoy que la mirada de la Acrópolis atrajo sobre sí la mirada de su padre muerto, y el horror de ver allí, más allá del cuadro ateniense donde reposaba su propia mirada, de ver allí, podríamos decir anamorfósicamente, la mirada invisible y vacía, la de la propia muerte. Es ante esto que el sujeto responde con su propia esquizia ante lo desmesurado del encuentro. Perséfone se hacía presente trayendo de las profundidades del Hades la cabeza de la Gorgona.
Podemos pensar que Freud se encuentra en Atenas con el punto de máxima vacilación de un sujeto, de anonadamiento ante su propia soledad, momento en el que la castración del Otro revierte sobre el sujeto.
Freud sobre el final de la carta abierta plantea: "Parecería que lo esencial del éxito consistiera en llegar más lejos que el propio padre y que tratar de superar al padre fuese aún algo prohibido".(9)
¿Qué puede significar este enigmático aún, con que el que cierra la frase? ¿Todavía no es tiempo?. ¿Será en un futuro posible?, ¿cuándo?, ¿para quién?. ¿Estará en el programa del superhombre nietzscheano superar al padre? O será esta una cuestión que compete a la terminación del análisis?
Nada de esto. Mucho menos un programa de algún ideal de final de análisis.
¿De qué se trata, entonces, este aún?.
De una marca de enunciación. Aún habiendo ido más allá donde llegó el propio padre y la mayoría de los demás hombres, no se puede ser más que el padre en tanto padre, pues éste no es ningún ser consciente.
La piedad por el padre nombra freudianamente el trabajo de duelo por el padre omnipotente, y responde paradojalmente al "Dios ha muerto" nietzscheano.
Momento fundamental del viaje freudiano que encuentra en la expresión de Lacan:
"Dios es inconsciente", su expresión más acabada.
Si el conocimiento de la teoría analítica no ahorra el viaje es porque esta no extrae su credibilidad más que de la experiencia del inconsciente.
Ningún viajero, por más caminos que haya abierto, por más lejos que haya llegado, puede sustituirla como condición central de la transmisibilidad del psicoanálisis. El "creer allí" es lo que constituye al psicoanálisis por fuera de cualquier acto de fe. Este es el aún que Freud nos lega.
Referencias Bibliográficas:
Sigmund Freud, prólogo a la 2ª edición de "La interpretación de los sueños" (1908), O.C. tomo III, Biblioteca Nueva 1967
Sigmund Freud, "Un trastorno de la memoria en la Acrópolis. Carta abierta a Romain Rolland en ocasión de su septuagésimo aniversario"(1936), O.C. tomo III, Biblioteca Nueva 1967
Sigmund Freud, "La interpretación de los sueños", O.C. tomo I, cap. VII, apartado C, Biblioteca Nueva 1967. También carta de Freud a Fliess del 2/11/96, Cartas de S. Freud a W. Fliess ediciones Amorrortu.
Carta de Freud a Fliess del 7/5/00, ibid.
Ernest Jones, Vida y obra de Sigmund Freud. Peter Gay, Freud una vida de nuestro tiempo.
Sigmund Freudinterpretación de los sueños", cap. VI, Ibíd, "La
Carta de Freud a Fliess del 11/3/02, Ibíd.
Carta de Freud a Fliess del 22/6/97, Ibíd
Sigmund Freud, obra citada en punto 2
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