Mario Vargas Llosa y el Entierro del Arte

por:

Fernando Ureña Rib

El incisivo artículo de Mario Vargas Llosa sobre las excrecencias del arte contemporáneo (Caca de Elefante, El Listín Diario 25.09.97) merece una ovación calurosa. Con eficaz y tajante prosa , el autor describe la frustación y vacuidad que se alojan en el pecho del vistante a las bienales y a las exhibiciones especiales en los museos de arte. ¿Por qué pienso que su horror y su repudio frente a la exposición de arte contemporáneo Sensation en la Royal Academy de Londres, están enteramente justificados? Yo comencé a tragar la misma desazón y a padecer la misma nausea a mediado de los años setenta mientras visitaba, con el pintor Cándido Bidó, los más renombrados museos de Norteamerica. En muchos casos nuestro malestar, el asco y la indignación se convertían en una experiencia fisica punzante y dolorosa.

Recuerdo el fastidio que me produjo después, en 1994, el ver en las paredes del Museo de Arte Moderno de Amsterdam una pareja desnuda, hecha con estridentes y estroboscópicos tubos de neón, que copulaba frenéticamente. Entiéndase que aquel desvergonzado horror se mostraba, no en el famoso Distrito Rojo de la ciudad, sino en pleno Museo, frente a niños absortos, boquiabiertos. Hoy he perdido el asombro ante la truculencia y la chabacanería.

A pesar de la aceptación o la indiferencia generalizadas me parece que sigue siendo imperdonable que la vulgaridad se establezca como ejemplo. También lamento que muchos museos y bienales, obedeciendo esa "tónica de actualidad" ni siquiera se molesten en colgar pinturas. Al visitante se le presenta como arte (de ultravanguardia y transvanguardia) la más variada parafernalia de textos, objetos encontrados, defecaciones y la sórdida, agresiva desfachatez de aparatosas instalaciones fálicas. Es el arte de los deshechos urbanos. Es la manipulación (literal) de los desperdicios de una sociedad enferma y decadente. Se trata de una apología de lo soéz y lo blasfemo que se corona con el aura prestigiosa del museo; grocería disfrazada, que se ennoblece con el título de "ruptura".

Y no es que Vargas Llosa arremeta contra el erotismo en el arte, estilo que él mismo cultiva en la literatura con deliciosa ironía y refinada irreverencia. Creo que el escritor nos alerta que luego de presenciar los agónicos lamentos, los estertores del arte de fin de siglo, nos enfrentamos a las ceremonias rituales que preceden a su entierro definitivo. Hasta ahora, en esta procesión infame y frente a la evidente desintegración y podredumbre del arte de nuestros días, pocas voces, tan autorizadas y oídas como la de Vargas Llosa, se habían levantado. Y con tal contundencia.

Hasta ahora casi nadie se atrevió a arrojar un abundante puñado de tierra al tieso y descompuesto féretro. Solo le caían flores. Las únicas voces que se oían eran las de un coro de venerables críticos arrebatados y exaltados, que cantaban con gran solemnidad las interminables liturgias y las exequias fúnebres. Los escritores se habrán sentido desconcertados ante tanta y tan compleja anarquía ( o incompetencia ) y asqueados frente al estercolero, guardaron silencio y han mirado perplejos el degenerativo proceso de la muerte del arte desde una cómoda lejanía. Distancia que no ha cesado de aumentar con el fuerte olor que despide el insepulto cadáver. Porque si bien es triste que estos despojos hayan perdido tanto su interés como su novedad, lo alarmante es que la pasión por el escándalo y la morbosa necrofilia manifiesta en el público y en los tabloides londinenses, continúen impertérritas.

La literatura (deja escurrir Vargas Llosa) no ha sido tocada, afortunadamente por esa nefasta locura, por esa anacronía perniciosa. ¿Por qué? El no lo dice. La mayoría de los escritores se han mantenido en resguardo, en cuarentena. Saben que en torno al ataúd abundan los fetiches, los amuletos y los símbolos. Con precaución observan que al lado de la tumba abierta el artista contemporáneo hace de mago, de brujo, de profeta. Es un show man. Que oficia, busca y establece nuevas relaciones de poder ( vale decir también que de mercado) y para ello utiliza con ferocidad todo medio posible. En este funeral nada le ha sido negado. El artista se siente libre y poderoso. Sabe que ahora lo que importa e interesa no es lo que hace, ni la forma en que lo hace sino lo que él dice que hace: su idea, su concepto, su palabra.

Y aquí es donde Pedro Mir, único de los escritores de renombre que ha aceptado el desafío, se enreda y lidia exitosamente con el mentado e indómito difunto. En tres diáfanos ensayos, cuya profundidad es imposible describir dentro de los estrechos límites de este artículo, (Aproximación a la Estética, La Estética del Soldadito y El Lapicida de los Ojos Morados) Pedro Mir nos induce a comprender por qué el mundo de la literatura no ha sido estremecido por el vendaval y las marejadas que sacudieron los predios del arte; y nos demuestra que toda esta actitud del arte actual se desprende de la falsa premisa estructuralista que sostiene que el arte es lenguaje. No dudo que la lucidez de esos textos le traería a Vargas Llosa un refrescante alivio y una visión menos sombría.

No sabemos si las lúgubres premoniciones de Vargas Llosa auguran solo la extinción del arte contemporáneo, o si la de la especie completa, incluyendo al artista talentoso y dedicado a su oficio que posee "con una concepción atísima, nobilísima del arte de pintar, como fuente autosuficiente de placer y de realización del espíritu", según las palabras que ese autor le dedicara al pintor Seurat. No sabemos si en este entierro hay o no velas para aquellos artistas que, fieles a una tradición cambiante y milenaria, tallan un mármol o un tronco y se deleitan en la exquisita untura de sus lienzos. Por suerte no asistimos a la muerte del arte en sentido general, sino al entierro de una de sus más flameantes secuelas: arte contemporáneo.

Hace ya varios años desapareció (físicamente) Joseph Beuys, su más insigne adalid y desde entonces el movimiento , acéfalo, no hizo más que dar tumbos. Joseph Beuys mismo se empeñó en demostrar, con su propia obra, la inutilidad del arte: manteca rancia y llena de gusanos, alimentos podridos encerrados en el marco de una ruidosa y omnipresente propensión al escándalo, de una insaciable búsqueda de notoriedad. Yo admiraba la figura, el hombre, mas que su arte y sobre todo aquel riguroso y complejo manejo del concepto y la palabra. Su verdadero arte era el discurso: Falso, convincente, absurdo e impenetrable, pero absolutamente divertido.

Hoy la Dokumenta de Kassel, la Bienal de Venecia y muchos otros "acontecimientos artísticos" no se cansan de repetir la misma historia que hicieran Marcel Duchamps a principios de siglo, y Joseph Beuys en los setenta. El problema no es que las variantes sean ínfimas, sino que en ausencia del verbo, de la amenidad y la gracia de sus grandes teóricos, su arte o se ha hecho fétido o se ha empobrecid, aburriéndonos terriblemente.

Agotado y confuso, el arte contemporáneo se volvió reiterativo y vácuo, quizás porque no comprendió que el dominio del arte no es el del concepto y la palabra, (como en el caso de Vargas Llosa, y los intelectuales ) sino el de la imagen. En su interés por hacer del arte una "declaración" intelectual o "statement" los contemporáneos sacrificaron su conexión con la imagen. Sacrificaron el oficio y la manera ( palabra que en latín se deriva de la palabra mano). Esto es, invalidaron los aspectos sensoriales y sensuales de la forma, que posee cualidades físicas concretas y leyes muy distintas de las que regulan el pensamiento y el lenguaje. De modo que el cadaver que velamos ahora no es el del arte, sino solo el del arte contemporáneo. Y ya era hora de que comenzaran a sonar esas campanas.

¿Qué significa este redoble? ¿Muerte, fin, principio, extinción, Renacimiento ? Aunque Hegel fue quien habló primero de la muerte del arte, este asunto se vió como una simple alegoría hasta que en los setenta un grupo de artistas conceptuales la intituyera por decreto. Era un plan macabro, precedido de no poca alaraca. La idea era envenenarlo con una lenta dosis de quinina. Luego algún iluminado advirtió esa imposibilidad aduciendo que si el arte efectivamente muriera, algo nos inventaríamos para sustituirlo. Octavio Paz, sin embargo, ve esa muerte como cíclica y recurrente, agregando que lo que muere no es el arte sino el estilo : "El arte vive y muere de su enfermedad congénita, el estilo. No hay arte que no engendre un estilo y no hay estilo que no termine por matar el arte." (Conjunciones y Disyunciones)

El problema reside en que el arte contemporáneo no es un estilo, sino un movimiento. E incluso carece de estilo . (Si entendemos como tal la reunión de aquellas cualidades comunes que caracterizan y describen una manera particular de hacer arte.) El arte contemporáneo es una enorme e informe diversidad que lo abarca todo. Cosa que no es posible en la música ni en la literatura. Y como quien todo lo abarca poco aprieta, la momia todavía anda suelta y desatada; ensaya esto y lo otro sin poder lograr volver a la vida, y sin hallar paz ni sepultura.

De modo que, Señor Vargas Llosa, no debe usted preocuparse. No muere el arte, no muere un estilo, lo que muere es una actitud frente al arte. Y por tanto frente a la vida. Ya era hora, dijimos. Ahora surgirán otras. Sin oráculos y sin el efod de profeta me atrevo a apostar que el Siglo XXI rescatará la imagen para el arte y tendremos de nuevo una pintura echa con, por y para el exquisito deleite de los sentidos. Mientras tanto, siga usted utilizando tan admirablemente el concepto y la palabra y permítanos seguir haciendo pintura y escultura como siempre, con las manos dotadas de talento.

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