Revista DEBATE, julio-agosto 1998. Lima, Perú.
por GUIDO LOMBARDI
DEBATE inaugura esta sección con el relato de Guido Lombarddi, quien fue testigo privilegiado de la preparación y realización, de un acontecimiento hasta entonces inédito en nuestro país: el que dos candidatos a la Presidencia de la República -Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori- debatieran públicamente. Fue el 1° de junio de 1990.
En esa época yo trabajaba en el Instituto Libertad y Democracia, con Hernando de Soto, y recuerdo que alguien me comentó: "Oye, puede ser que te convoquen como moderador". La realización del debate parecía improbable debido a las dificultades entre los delegados de ambos candidatos para ponerse de acuerdo sobre cualquier tema. La designación del moderador era, aparentemente, uno de los puntos más complicados: bastaba que una parte propusiera un nombre para que la otra lo vetara, pues se objetaba la independencia política de muchas de las personas sugeridas. |
Si bien yo había mantenido ese grado de
independencia durante la campaña, o, para decirlo de
otra manera, me había salvado de la polarización,
Hernando me dijo que le parecía imposible que la gente
del Fredemo me aceptara como moderador "sabiendo que
tú trabajas conmigo". Y es que por razones de todos
conocidas, él y Vargas Llosa estaban enfrentados por
grandes diferencias que habían acabado con su larga
amistad. Por esos días tuve que realizar un viaje de trabajo a Arequipa para firmar un acuerdo entre el ILD y el Gobierno Regional. La noche del 30 de mayo, luego de una reunión en el Colegio de Abogados, fuimos al restaurante La Mansión del Fundador. Ahí estaba cuando recibí la llamada de Juan Julio Wicht, de Intercampus. Me dijo: "Finalmente se han puesto de acuerdo en que tú seas el moderador. Mañana se va a hacer el anuncio de que hay debate y necesitamos saber si aceptas". Mi respuesta afirmativa fue inmediata; se trataba de un importante logro profesional, no sólo por participar en un encuentro que desde mi punto de vista serviría para consolidar la democracia, sino porque se reconocía la independencia que había logrado mantener durante la campaña electoral. El padre Wicht me hizo saber que, aunque tras una reunión de nueve horas se habían logrado los acuerdos fundamentales, aún quedaban algunos puntos por resolver. Puse como condición asistir a las siguientes reuniones en las que participaban los organizadores y los delegados. Para entonces ya se habían superado los temas difíciles, de manera que no presencié grandes discusiones. En la primera reunión se trató el asunto de los tiempos para cada intervención, el orden de los temas y la ubicación de los polemistas. Se acordó también que la misma noche del debate, media hora antes del inicio, se haría un sorteo para establecer quién intervendría en primer lugar. Sostuve diálogos muy generales con los delegados Pedro Cateriano, de Mario Vargas Llosa, y Víctor Días Lau, de Alberto Fujimori. Ambos me hicieron saber que confiaban en la equidad con la que conduciría el debate. La siguiente reunión fue para firmar actas. Todo se hizo con una formalidad sorprendente: cada acuerdo, por mínimo que fuera, era escrito y fraseado con una precisión asombrosa; y luego se firmaba. La noche del debate llegué al Centro de Convenciones del Centro Cívico a las seis de la tarde. Unos 20 ó25 minutos después llegaron Vargas Llosa primero y Alberto Fujimori con algunos minutos de retraso (la llegada de los candidatos se había fijado para las 6:30), que fueron de gran tensión. Ambos estaban acompañados por unas diez personas y se instalaron en los cubículos, cada uno a un extremo del otro, que se les habían asignado. Ahí permanecieron como los actores de teatro antes de que comience la función. Me acerqué primero al lugar donde se encontraba Vargas Llosa y luego al de Fujimori. Los saludé y les expliqué la mecánica que seguiría el debate. Fujimori parecía muy tenso; mientras lo maquillaban, tenía ante sí un cerro de fólderes, de files, de documentos, de papeles con anotaciones. Vargas Llosa, en cambio, lucía muy tranquilo, relajado y sonriente. No tenía papeles ni documento alguno. Lo contrario ocurría con la gente que los acompañaba. Mientras que los de Vargas Llosa se mostraban, en general, tensos y agresivos, los acompañantes de Fujimori dejaban que las cosas siguieran su curso; parecían confiados y tranquilos. Ilustra muy bien esta impresión el famoso episodio del banquito y por eso vale la pena recordarlo aquí. Como ya dije antes, los acuerdos previos habían sido muy minuciosos y contemplaban todos los detalles. Sin embargo, ocurrió que la gente de Fujimori me pidió permiso para colocar un banquito ante el atril de su candidato. Aun cuando no estaba acordado, me pareció algo sin importancia y lo autoricé. Cuando Pedro Cateriano lo vio, montó en cólera y empezó a saltar sobre el banquito intentando destruirlo. Todo esto cuando faltaban 8 ó 10 minutos para iniciar el debate. Yo había conversado ya con los reporteros gráficos sobre su participación. Les informé que se había decidido que no se tomaran fotografías durante el debate y que, si ello ocurría, tendrían que desalojar la sala. Les indiqué que se iban a producir dos interrupciones durante las cuales podrían realizar su trabajo. Algunos de la prensa extranjera, no recuerdo bien en este momento quién, me dijo: "Si tú consigues que los candidatos se saluden y se den la mano antes del debate, ya no vamos a necesitar nada más, porque ésa es la foto". Me pareció una buena idea. Entre los acuerdos no se había considerado el asunto del saludo, así es que hablé con Pedro Cateriano y Lucho Llosa, quienes se mostraron evasivos. Apenas salieron los candidatos, y antes de que se instalaran en los atriles correspondientes, los guié hacia el centro para que saludaran al público y en ese momento se encontraron cara a cara y se vieron obligados a darse la mano. Durante un minuto los reporteros gráficos dispararon sus flashes y, disciplinadamente, no volvieron a tomar una foto más, ni siquiera durante las interrupciones del debate. Una vez terminado el saludo y las fotos, procedí a hacer la presentación. Mi speech no duró más de un minuto y recuerdo que empecé haciendo alusión al título de una película: "A la hora señalada..." Y es que efectivamente eran las 7 en punto de la noche, tal como se había anunciado. Hice al público un pedido, que también fue advertencia, de no hacer ningún tipo de manifestación. En la sala había un tercio de invitados de intercampus y el resto estaba dividido equitativamente entre los partidarios de los candidatos, de modo que había el riesgo de que un chiflido, una barra o un insulto enardecieran al público y pusieran en riesgo el desarrollo del debate. Nada de eso ocurrió, felizmente. Anuncié la mecánica, los temas, los tiempos y el resultado del sorteo, según el cual Vargas Llosa empezaría el debate. A pesar del clima de tensión y de las dificultades iniciales para conseguir los acuerdos básicos, todo se desarrolló tal como se había previsto. Por eso a mí me sorprende tanto el reconocimiento a mi papel, que finalmente se limitó a señalar los tiempos. Supongo que el gran mérito fue lograr que en ese clima tan polarizado -hay que recordar las agresiones que se habían sucedido en la campaña, los insultos- las cosas marcharan sin conflictos. El momento más difícil, en mi recuerdo, fue cuando
Fujimori mostró la página de Ojo, ya impresa
con la fecha del día siguiente, anunciando el triunfo de
Vargas Llosa en la polémica. No me consta que Fujimori
tuviera esa página desde el principio; me inclino a
pensar que durante una de las interrupciones algunos de
sus partidarios se la hizo llegar. |