EL COMERCIO Perú, 11 de junio de 1999

Honor al mérito

Por: BEATRIZ MERINO

Mario Vargas Llosa acaba de recibir el doctorado honoris causa de la renombrada Universidad de Harvard. Esta distinción constituye un honroso reconocimiento a su genial travesía literaria e intelectual, que lo consagra como el más formidable escritor en la historia de nuestras letras y uno de los más importantes de la literatura mundial contemporánea.  
Que con este galardón se reconozca la obra del peruano de mayor autoridad y prestigio en el mundo, nos debe llenar permanentemente de orgullo, pues nadie como él ha promovido en sus libros el valor universal de ser oriundo del Perú. En su espléndida y prolífica prosa -desarrollada en 38 libros- cuyo legado abarca, desde 1959 a la fecha, títulos fundamentales para la literatura latinoamericana y universal tales como Los Cachorros, La Ciudad y Los Perros, La Casa Verde y Conversación en La Catedral, entre otras, se encuentran fielmente retratadas todas las contradicciones, desgarramientos y esperanzas del Perú, así como los dilemas sociales mas arraigados de nuestro país, de modo preciso pero apasionado al mismo tiempo, los cuales debemos reconocer, combatir y resolver leyéndolo permanentemente.
Además de su lúcida lectura de la realidad peruana, la obra vargasllosiana refleja su inmanente compromiso como escritor. El éxito universal que ha obtenido resulta de cultivar incesantemente su talento y de perseverar sin tregua en su vocación. Esa constancia lo convierte en un ejemplo para todos aquellos que desean encontrarse a sí mismos a través de la fantasía y el sobrecogimiento de una novela o un cuento. Su férrea defensa de la verdad y de las ideas que lo inspiran, es un ejemplo de responsabilidad moral que toda persona -y en particular un intelectual- debe adoptar respecto a la sociedad en la que vive. Ese compromiso fue también la causa por la que Mario Vargas Llosa, en uno de los momentos mas difíciles de la historia del Perú, y consciente de los males que azotaban a nuestro país, dejó aquello que más amaba y a lo que había dedicado enteramente su vida -la literatura- para participar en política, con el único propósito de servir al Perú y contribuir decididamente, con quienes en ese momento lo acompañamos, a realizar por fin su modernización económica, política y cultural.

Las ideas que Mario Vargas Llosa promovió con la lucidez y coraje que le son propios, definieron la agenda política en la década de los noventa en el Perú y en América Latina. Fui testigo de excepción de su incesante esfuerzo por mostrar una conducta política transparente, singular en nuestro medio, y ofrecer a nuestros ciudadanos un programa de gobierno sólido y coherente. Quiero reconocer su ferviente esperanza de lograr un cambio en libertad para nuestra nación, lastrada por décadas de intervencionismo. Esa transformación, todavía pendiente, se lograría si reconocemos que, como él solía decirnos, el único camino posible para modernizar al Perú es respetando escrupulosamente el Estado de derecho, la democracia, los derechos humanos y la libertad de prensa y de crítica. Luego de su experiencia política, Mario Vargas Llosa volvió a la literatura, y somos muchos los peruanos que nos alegramos de ello, pues ésa es la vocación que ha dado sentido a su existencia y a nuestra admiración.

El Perú tiene pendiente una reconciliación con su mayor escritor. No olvidemos que el mundo conoce a nuestro país fundamentalmente a través de sus libros, y si por ellos ha recibido las distinciones y homenajes de innumerables instituciones en el orbe, como lo hace la Universidad de Harvard, acaso la más prestigiosa en el mundo, somos nosotros, sus compatriotas, los que debemos reflexionar sobre cómo podríamos disfrutar de su talento. Tenemos que darnos la posibilidad de reencontrarnos con él en esa íntima comunión que nos ofrece la lectura de sus obras, a las que podemos acceder sin distinción alguna, y así acercarnos un poco más al mundo que lo galardona. Esa es también mi esperanza.

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