Además de su lúcida lectura
de la realidad peruana, la obra vargasllosiana
refleja su inmanente compromiso como escritor. El
éxito universal que ha obtenido resulta de
cultivar incesantemente su talento y de
perseverar sin tregua en su vocación. Esa
constancia lo convierte en un ejemplo para todos
aquellos que desean encontrarse a sí mismos a
través de la fantasía y el sobrecogimiento de
una novela o un cuento. Su férrea defensa de la
verdad y de las ideas que lo inspiran, es un
ejemplo de responsabilidad moral que toda persona
-y en particular un intelectual- debe adoptar
respecto a la sociedad en la que vive. Ese
compromiso fue también la causa por la que Mario
Vargas Llosa, en uno de los momentos mas
difíciles de la historia del Perú, y consciente
de los males que azotaban a nuestro país, dejó
aquello que más amaba y a lo que había dedicado
enteramente su vida -la literatura- para
participar en política, con el único propósito
de servir al Perú y contribuir decididamente,
con quienes en ese momento lo acompañamos, a
realizar por fin su modernización económica,
política y cultural. Las
ideas que Mario Vargas Llosa promovió con la
lucidez y coraje que le son propios, definieron
la agenda política en la década de los noventa
en el Perú y en América Latina. Fui testigo de
excepción de su incesante esfuerzo por mostrar
una conducta política transparente, singular en
nuestro medio, y ofrecer a nuestros ciudadanos un
programa de gobierno sólido y coherente. Quiero
reconocer su ferviente esperanza de lograr un
cambio en libertad para nuestra nación, lastrada
por décadas de intervencionismo. Esa
transformación, todavía pendiente, se lograría
si reconocemos que, como él solía decirnos, el
único camino posible para modernizar al Perú es
respetando escrupulosamente el Estado de derecho,
la democracia, los derechos humanos y la libertad
de prensa y de crítica. Luego de su experiencia
política, Mario Vargas Llosa volvió a la
literatura, y somos muchos los peruanos que nos
alegramos de ello, pues ésa es la vocación que
ha dado sentido a su existencia y a nuestra
admiración.
El Perú tiene pendiente una
reconciliación con su mayor escritor. No
olvidemos que el mundo conoce a nuestro país
fundamentalmente a través de sus libros, y si
por ellos ha recibido las distinciones y
homenajes de innumerables instituciones en el
orbe, como lo hace la Universidad de Harvard,
acaso la más prestigiosa en el mundo, somos
nosotros, sus compatriotas, los que debemos
reflexionar sobre cómo podríamos disfrutar de
su talento. Tenemos que darnos la posibilidad de
reencontrarnos con él en esa íntima comunión
que nos ofrece la lectura de sus obras, a las que
podemos acceder sin distinción alguna, y así
acercarnos un poco más al mundo que lo
galardona. Esa es también mi esperanza.
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