EL COMERCIO (PERÚ), Suplemento EL DOMINICAL, 10 de agosto de 1999

Vargas Llosa sobre Darío

Esta semana Mario Vargas Llosa recibió el Premio Internacional Menéndez y Pelayo en reconocimiento a su creación literaria. El siguiente texto, que escribió el domingo 13 de octubre de 1957, en el Suplemento Dominical, es una aproximación a la estética de los relatos de Darío. Como puede verse en este texto, escrito a los veintiun años, la visión de la narrativa que maneja el gran escritor peruano, corresponde a un tratamiento despojado de ornamentaciones, vinculado de un modo descarnado y natural al tema que narra. Vargas Llosa le reprocha a Darío el carácter formal de su vocación literaria. La aspiración por lograr una versión descarnada e inmediata de sus temas explica en gran medida la narrativa del propio Vargas Llosa. A continuación, un fragmento del artículo "Sobre Rubén Darío en sus cuentos".
"...Aunque no sabe exactamente qué se propone al escribir, Darío va a comprender, con la experiencia de "El Fardo" lo que no quiere escribir: va a elegir al revés. Porque una historia como la de ese cuento parece indicar que su autor se proponía impresionar a su auditorio, comunicarle cierto drama. Pero para ello, era indispensable que aquella impresión, que la conciencia de ese drama, estuviera en el autor. Darío ha tomado la tragedia del viejo pescador como había tomado antes la leyenda del Coronel Arrechavala ("Las albóndigas del coronel"): con pinzas, como si se tratata de sanguijuelas sin vida, aptas para el laboratorio. Sucede que los temas no le interesan demasiado, le preocupa escribir, y así se
explica su movilidad, su permeabilidad a las influencias, la composición casi simultánea de escritos de contenido tan diverso. Para decirlo en otros términos, su vocación literaria tiene un carácter eminentemente formal.

Darío no comienza a escribir impulsado por el deseo de comunicar algo; su caso no es el del escritor que tiene muchas cosas que decir y cuyo drama está en buscar una vía de expresión para esa imperiosa urgencia interior, sino de quien se descubre una aptitud, una habilidad a la que trata de dar un contenido, una consistencia. Hasta ahora , ha tratado de llenar esa estructura vacía, esa disposición, de cualquier manera, siguiendo el primer impulso, seleccionando los motivos y los temas de sus escritos de acuerdo a sus lecturas, sin tomarlos casi en cuenta, viendo en ellos un simple pretexto, un relleno. Para él la literatura es simplemente la fabricación de la belleza, aunque no sabe con precisión dónde se encuentra ésta exactamente. En "La muerte de la Emperatriz de China" escribirá más tarde: "Recaredo amaba su arte. Tenía la pasión de la forma". Es su propio caso: ama la belleza como una forma pura. El formalismo, la conciencia de su propia aptitud, la obsesión de la belleza, van a precipitar en él una definición . Porque esa ansiedad exclusivamente estética, es una verdadera divinización, una idealización de la belleza. Y la belleza, concebida como una entidad ideal, a la que se ha levantado un altar, se aviene mal con algunos temas, es inconciliable con ciertas historias, como, por ejemplo, aquellas que revelan las condiciones de vida de los hambrientos lancheros de Valparaíso. Temas como éste parecen destinados no sólo a deleitar a un público, sino a inyectarle una emoción que está más allá de la estética. Darío no sintió esa emoción, con el relato del tío Lucas. Ocurre, entonces, que la historia de "El Fardo", desconcierta: a través del delicado lenguaje en que se nos narra , el drama del tío Lucas se diluye, no convence; dentro de ese estilo tan relamido y musical, parece fuera de lugar, da la impresión de un buitre encarcelado en la primorosa jaula de un canario...."

Volver a la página de Artículos
Volver a la página principal
© Augusto Wong Campos, 2000. Yahoo! Geocities Inc.