EL PAÍS
(España) Domingo 18 junio del 2000
Carta abierta a Mario Vargas Llosa
Por César Gaviria Trujillo, secretario general de la OEA
En un artículo reciente don Mario Vargas Llosa (véase EL
PAÍS del pasado 11 de junio) trata, entre otras materias, la
actuación de la Organización de Estados Americanos (OEA) en las
pasadas elecciones peruanas, mi gestión al frente de esta
institución y las motivaciones de los gobiernos que la componen.
En algunos casos, sus aseveraciones riñen con la verdad y
carecen de objetividad.
Es conocido que durante las décadas de la guerra fría, y en
nombre de la lucha contra el comunismo, en algunos casos la OEA
no defendió, con el debido empeño, la democracia y los derechos
humanos. Pero, de allí a aseverar que la OEA en tiempos más
recientes está dedicada a "socavar las bases de la libertad
y la legalidad en América Latina" es una afirmación
carente de todo fundamento.
Por el contrario, la OEA ha jugado un papel principal en el
proceso de posconflicto y reconciliación en Centroamérica y sus
oportunas acciones han contribuido a conjurar ataques a la
democracia en Ecuador, Haití, Paraguay y Guatemala, para sólo
citar algunos ejemplos de reciente ocurrencia. Lo que sucede es
que de tiempo atrás don Mario se pasea por nuestro continente
tratando con particular dureza a todo aquel que no vote por los
candidatos de su predilección, y menciona la expresión fraude
con especial ligereza cada vez que los acontecimientos no
coinciden con sus deseos.
Falta también a la verdad cuando le atribuye a la OEA la
responsabilidad de que Alberto Fujimori haya llegado a la
presidencia del Perú. A pesar de las discrepancias que se puedan
tener con su gestión como gobernante, don Mario no puede olvidar
que el presidente peruano fue elegido en 1990 por voluntad
mayoritaria de su pueblo, derrotando al escritor en franca lid.
Después se dieron desarrollos antidemocráticos en 1992 que
alteraron la independencia de los poderes públicos.
En cuanto a lo sucedido en las pasadas elecciones, el señor
Vargas Llosa pretende insinuar una supuesta dicotomía entre mi
posición y la del ex canciller Stein como jefe de nuestra
misión electoral en Perú. Esto no es cierto. De manera
libérrima escogí a Eduardo Stein para tan delicado encargo y le
brindé todo el apoyo no sólo a su gestión sino a las
conclusiones de su informe final, como lo escucharon todos
nuestros gobiernos de mi propia voz en la Asamblea de Windsor,
Canadá. La misión no encontró indicios de fraude. Pero sí
"irregularidades, deficiencias, insuficiencias" que
determinaron que no se pudiera, por nuestra misión, calificar
las elecciones de libres, justas y transparentes.
Tengo por los gobiernos que Mario Vargas Llosa elogia una sincera
admiración. Pero concluir que los otros 30 gobiernos de las
Américas actuaron con "cobardía o duplicidad" en la
defensa de los principios democráticos no es un juicio
equilibrado ni objetivo. Desde el fin de la guerra fría,
nuestros gobiernos se han movilizado con eficacia y oportunidad
para defender la democracia en las Américas cada vez que ella ha
estado amenazada.
Aunque don Mario Vargas Llosa exprese tanto desdén por los
principios de no intervención, de respeto por la soberanía de
los Estados, y del derecho a la audeterminación de los pueblos,
ellos son un componente esencial de las relaciones
interameriacanas. Y cuando nuestros presidentes o cancilleres los
invocan no hay que ver que eso debilita la búsqueda del
principal objetivo, de aquello que le da razón de ser a la OEA,
la defensa de la democracia. Aquí se sientan a trabajar 34
gobiernos elegidos popularmente en aras del bienestar común de
sus pueblos.
Tal vez la larga estadía en la madre patria ha ido alejando a
don Mario de ciertas realidades americanas. Las relaciones entre
los gobiernos han evolucionado, dejando atrás la sistemática
desconfianza, el lenguaje siempre confrontacional. Hoy a los
americanos nos unen valores y principios compartidos, adelantamos
un vigoroso proyecto de integración económica. Hemos puesto en
marcha numerosas acciones colectivas para fortalecer la libertad,
la democracia, defender los derechos humanos, y hacerle frente a
problemas comunes como el terrorismo, el tráfico de drogas o la
corrupción que atentan contra la estabilidad institucional.
No he percibido que en estos tiempos nuestros gobiernos tomen
posición sobre los temas de nuestra agenda simplemente para
parecer "progresistas" o para diferenciarse de Estados
Unidos. Y me parece, por tanto, injusta el que se considere como
sospechosa cualquier posición que signifique diferencia con
nuestro principal socio regional.
Nadie puede dudar de que -en compañía del señor canciller de
Canadá- cumpliremos la misión que los gobiernos americanos nos
han encomendado. Vamos a ir al Perú para trabajar, con el
Gobierno, con la oposición, con la sociedad civil para buscar
restaurar el equilibrio de poderes, ganar independencia para la
rama judicial, ganar respaldo, y una mayor credibilidad y
legitimidad para la organización electoral, para buscar un mejor
desarrollo para las instituciones democráticas peruanas. Y tenga
usted la seguridad de que el prestigioso Sistema Interamericano
de Derechos Humanos seguirá vigilante y atento a todas la
violaciones que se presenten en Perú o en cualquier otro país
miembro.
En lo que se refiere a los calificativos ofensivos que en mi
contra o contra algunos de nuestros cancilleres lanza don Mario
Vargas Llosa me parecen fruto de cierta intolerancia, de falta de
respeto por las opiniones ajenas. A veces al leer a don Mario
tengo la impresión de que su capacidad de análisis político es
proporcionalmente inversa a sus logros literarios, y debería
oír con más frecuencia el refrán que a todos nos enseñaron de
chicos: "zapatero a tus zapatos".