EL PAÍS (Madrid)
Martes 18 julio del 2000 - Nº 1537
De Mario a Mario
Por MARIO MUCHNIK
Mi querido tocayo:
Los libródromos no me disgustan. Al contrario:
¡cuánto encuentro en ellos que no encuentro en las librerías
pequeñas! Cientos de libros de arte, de enciclopedias, de libros
de fotografías, libros ilustrados sobre decenas de temas que ni
sabía existieran. Y otros cientos de obras que no por ser best
sellers han de quedar fuera de mi órbita cultural. Nunca me
interesé en el New Age, en los ovnis, en los novelones
históricos de escaso valor literario -¡pero qué parte
importante juegan en la cultura de nuestro tiempo!-. Si no fuera
por mi visita periódica a uno de esos libródromos que tengo
cerca de mi casa quizás no estaría en condiciones de escribirte
esta carta.
Pero te la quiero escribir, porque tu nostalgia por las pequeñas
librerías que se nos están yendo es también la mía. Y porque
tu artículo Endecha por la pequeña librería es
conmovedor, fehaciente y equivocado.
Recuerdo, sí, La Joie de Lire y su cruz: los barbudos de
izquierdas entraban y no salían sin un libro. Pero generalmente
no era un libro comprado sino robado. Recordarás que junto a la
caja tenían una cartelera en la que pinchaban los cheques sin
fondos con que, en algunos casos, los miembros de esa vanguardia
fingían pagar lo que robaban. Con el tiempo el déficit fue
inaguantable y Maspéro tuvo que cerrar. La Joie de Lire fue el
caso de una librería cerrada por los parroquianos para los que
había sido creada. Quiero decirte que no cerró porque la ley
del mercado la había condenado a dejar paso a los libródromos.
Cerró porque la desvalijaron.
No sé si conoces La Terrasse de Gutenberg, cerca de la Rue
d'Aliegre. Que yo sepa, allí nadie roba libros. Pero suponte que
el libródromo más cercano vendiera lo mismo a menor precio:
evidentemente, La Terrasse debería cerrar. La singularidad de La
Terrasse es su manera extremadamente savante de ordenar los
libros que expone. Se pasa de un libro al siguiente según un
criterio, y no es óbice que uno sea una novela y el otro un
ensayo. El paseo por los libros tiene una lógica esencialmente
cultural en la que priman las afinidades electivas. Sin que te
hayas dado cuenta, has transitado de la novela balcánica a una
tesis de psicología o una crítica de jazz y, una vez completado
el pequeño periplo -¿treinta metros cuadrados?- llegas a la
caja con uno, dos o tres libros a los que te ha llevado la
lógica de la librera, una señora simpática que no hace alarde
de nada y que lo que quiere es ganarse la vida vendiendo buenos
libros.
La diferencia entre el cierre de La Joie de Lire y el eventual
cierre de La Terrasse de Gutenberg -¡la boca se me haga a un
lado!- es lo que, en mi opinión, mina tu tesis.
Porque tú dices, querido tocayo, que mucho temes que la pequeña
librería independiente no tenga futuro si lo que queremos es la
democracia cultural. Y yo te respondo que una cosa es que una
librería cierre porque nadie pueda vivir haciendo únicamente la
caridad, y otra cosa es que cierre porque alguien decide que no
debe existir. En Inglaterra -¿cómo no vas a saberlo?-, el
descuento salvaje había obligado a cerrar a casi todas las
librerías independientes -varios cientos sólo en Londres-. Y
una vez desaparecida esa competencia, los libródromos
aprovecharon la libertad y subieron los precios. Un 18% contra un
8% de inflación.
Dice el ministro de Cultura alemán que la liberación de precios
en Alemania llevaría al cierre de un 80% de librerías
independientes.
El Gobierno liberal español libera el precio de venta de (por
ahora) los libros de texto. El librero de barrio perderá, según
unos, el 40% de su facturación y, según otros,
"sólo" el 17%. ¿Pero qué porcentaje de beneficios
tiene un librero de barrio como para no sucumbir a esta pérdida?
Lo dejo a tu buen entendimiento.
Suponte ahora que en Perú aparezca un autor brillante, con una
novela que cualquiera en sus cabales juzgue un aporte definitivo
a la literatura mundial. Digamos que se llame La ciudad y los
perros -no me refiero a tu propia obra, tocayo, sino a la de
un nuevo Mario Vargas Llosa de hoy- y que la única posibilidad
de llegar al público sea por el pequeño canal de las pequeñas
librerías. Ya sabes que los libródromos la exhibirán cuando
esté consagrada, se resistirán más bien a tenerla en stock
mientras no tengan un mínimo de seguridad de que su venta podrá
solventar el coste del metro lineal de góndola. En un mundo en
que la pequeña librería sea sólo el recuerdo de un pasado por
el que tú y yo sintamos nostalgia, La ciudad y los perros
terminará hecha pulpa. Su editor, un Carlos Barral de los nuevos
tiempos, suspirará, encenderá otro cigarrillo y se tragará la
desesperación ante un público interesado no más que por los
best sellers. Y se dirá: "¿Cómo saben que La ciudad y
los perros no será un best seller?.
En cuanto a eso de liberar el precio del editor, ¿acaso no está
liberado? ¿No escoge el editor los colaboradores y proveedores
que, compatiblemente con sus criterios de calidad, le cuesten
menos? ¿Y acaso no fija el editor el precio mínimo de un libro
compatiblemente con el hecho de estar a cargo de un negocio y no
de una fundación de beneficencia? ¿A qué llamas "libertad
de precios de edición", cuando el precio del editor es
aquel precio por el que logra recuperar la inversión con la
venta de entre la mitad y dos tercios de la edición, dejando su
beneficio, en caso de agotarla, en algo parecido a lo que son los
derechos que por esa venta cobra el autor?
No, tocayo, no se trata de subvencionar nada. Se trata de
entender bien eso de la igualdad de oportunidades, y de
comprender que tratar por igual al pez grande y al pez chico es
condenar a muerte al pez chico.
El hombre, como una librería, es mortal, pero no por eso hay que
matarlo.
Un gran abrazo de Mario a Mario.
* Mario Muchnik es editor.