Letras Libres (México) Junio del 2000

Álvaro y Mario Vargas Llosa
Las dictaduras latinoamericanas

Mario y Álvaro Vargas Llosa son autores de sendos libros sobre el poder personal en Latinoamérica; en este encuentro no sólo hablan de las dictaduras pasadas y presentes que azotan a esta región de la tierra como una maldición bíblica, sino también de los alcances de la novela y el reportaje para tratar semejante tema.

Con La Fiesta del Chivo, Mario Vargas Llosa ingresa de manera magistral en la saga de novelistas que han retratado las dictaduras latinoamericanas, como Asturias en Señor Presidente, García Márquez en El otoño del patriarca o Augusto Roa Bastos en Yo, el supremo, por citar tres títulos emblemáticos. La novela recrea los entretelones de la dictadura de Leónidas Trujillo en la República Dominicana. Con una vocación de estilo que recuerda a Conversación en La Catedral, y con un afán de precisión documental que recuerda a Historia de Mayta,
Vargas Llosa reproduce la atmósfera de complicidades y ambivalencias que hacen posible toda dictadura unipersonal. Por otra parte, después de ingresar de forma clandestina a su natal Perú y entrevistarse con infinidad de personajes y víctimas del gobierno autoritario de Alberto Fujimori, el periodista y analista político Álvaro Vargas Llosa publica En el reino del espanto, reportaje periodístico que, en forma de novela, documenta la contundente maquinaria represiva que Vladimiro Montesinos ha creado al servicio del Chino.

     Álvaro Vargas Llosa: Recuerdo que cuando diste el manuscrito de La fiesta del Chivo a leer a un grupo selecto de dominicanos, alguno de ellos reaccionó con total desconcierto ante el personaje de Urania, hilo conductor de la novela, porque no es un personaje "real" o "histórico". A ti te desconcertó, a tu vez, la reacción, porque te parece natural, obvia, la frontera entre la novela, es decir la ficción, y la realidad, es decir la historia. Todos los novelistas que abordan hechos o personajes históricos seenfrentan en algún momento a esalectura literal. Le pasó a García Márquez con Bolívar, por ejemplo, en una novela que suscitó muchas iras. ¿No es acaso legítima la impugnación que se hace contra la literatura desde la historia cuando aquélla se nutre tan vorazmente de ésta, como en tu libro? Estamoshablando de asuntos que afectaron y afectan a mucha gente...
        Mario Vargas Llosa: Todas las impugnaciones de un lector contra una novela son en principio legítimas, pero impugnar una novela histórica desde la perspectiva del historiador es desconocer garrafalmente lo que es la ficción, y la diferencia que separa a una novela de un libro de historia o un gran reportaje. Nunca nadie ha sostenido que la novela dice la verdad. Ella expresa una verdad distinta, más profunda, hecha de mentira, de fantasía, pero sólo si es verosímil logra esto. En efecto, el personaje de Urania, esta mujer dominicana quemuchos años después de la caída deTrujillo regresa a la isla, es totalmente inventado. Ella nos da la perspectiva contemporánea, pues al abrirse la novela regresa a su país en nuestros días, y es uno de los puntos de vista de la novela, un nexo entre el presente y el pasado. También es algo así como un contrapeso a la Historia con mayúsculas. El desafío mayor con ella no era que fuera real sino verosímil.
      
     Álvaro: Es curioso, porque en mi libro En el reino del espanto, donde también se exploran las entrañas de una dictadura, en este caso la de Fujimori y Montesinos en el Perú, el esfuerzo que hago es el contrario: darle un aire de novela, un clima psicológico de ficción, a una historia real, sin que sea una novela, es decir sin que haya nada —nombres, fechas, episodios— inventado. Aunque el personaje de Besitos, agente del servicio secreto que nos conduce hacia la verdad de los crímenes del régimen, aparece con un seudónimo cuasi literario, es un personaje real a quien conocí en mis incursiones en el Perú y que me marcó mucho. En tu libro, esta relación entre realidad y ficción se complica porque le has puesto a Urania el apellido Cabral y aparece como hija de un senador Cabral. En la historia real hubo también un Cabral, que era nexo de los conspiradores con la cia cuando ésta le dio la espalda a Trujillo. Se entiende que desde la perspectiva histórica se levante más de una ceja.
     Mario: Sí, pero Cabral es un apellido muy común en la República Dominicana y el Cabral de la historia no tiene la menor relación con el senador Cabral, padre de Urania, que yo me inventé. Lo que me propuse, en cualquier caso, fue que todo lo que yo me inventara hubiese podido ocurrir de verdad, es decir, que las cosas inventadas fueran verosímiles por su poder de persuasión en el contexto de la novela y también dentro de las coordenadas morales y psicológicas de la era Trujillo, en la que ocurrieron atrocidades de una barbarie casi inconcebible. En el caso de tu libro, el lector sabe siempre que los personajes, aunque se utilice el diálogo y el monólogo interior, sonreales, pero no porque el poder de lafantasía sea persuasivo sino porque lanaturaleza de tu libro, el género, es distinto al de la novela. El siglo xix produjo grandes novelas históricas que erantambién novelas grandes y aspiraban a "competir con el código civil", comodecía Balzac, o, como decía Stendhal, a ser "un espejo sobre el camino"
     Álvaro: Dices que es legítimo mentir, es decir novelar, la historia para mostrar una verdad profunda. ¿Quiere decir que no es legítimo lo que hago yo, es decir simular por momentos una novela, una ficción, para hacer más persuasiva una historia en la que no hay nada inventado? Me viene a la mente la teoría del "nuevo periodismo" de Tom Wolfe, o la de la "novela de no ficción" de Truman Capote, quienes decían que la novela era un género en decadencia y que el periodismo, el reportaje, al hacer uso de las técnicas de lanovela, estaba suplantándola.
     Mario: Es perfectamente legítimo, a condición de que quede claro para el lector que lo que se le está contando son los hechos reales, que no hay invención. Sin embargo un periodismo que usa esas técnicas de la novela se vuelve literatura y deja de ser estrictamente periodismo.
          Álvaro: ¿Quieres decir que puede haber una literatura que invente para decir la verdad y una literatura que no invente y diga también la verdad? Eso significa, claro, que literatura no es sinónimo de ficción, de fantasía.
        Mario: Yo he reflexionado y escrito mucho sobre la naturaleza de la ficción, sobre la forma en que la ficción expresa una verdad distinta de la que contiene la realidad, aunque aún hoy cuando me enfrento al papel —al ordenador— me siento perplejo frente al proceso. En el caso de La Fiesta del Chivo me viene a la cabeza esa definición de Balzac que usé como epígrafe de otra novela, según la cual la novela "cuenta la historia privada de las naciones". Algo de eso quise hacer en Conversación en La Catedral y ahora en mi nueva novela. Esta novela quiere explorar esa profunda degradación que supone, en la vida privada y familiar, en el conjunto del tejido social, una dictadura cuasi totalitaria como fue la de Trujillo entre 1930 y 1961, esa descomposición moral que afecta las relaciones humanas y también la psiquis de las personas, un veneno que sobrevive al régimen mismo, esas toxinas que siguen gangrenando el cuerpo social después de muerto el dictador.
     Álvaro: Quizá en ningún personaje está tan claro eso como en Pupo Román, el jefe del ejército que, una vez asesinado Trujillo, se paraliza y se niega a dar el golpe que los conspiradores esperan por miedo cerval al fantasma de su amo...
     Mario: Sí, una parálisis que es un tabú, una forma de dependencia psicológica que nos remite a un fondo primitivo de la existencia. El dictador sigue avasallando el espíritu de sus sirvientes incluso después de muerto, y eso constituye quizás el rasgo más fascinante y aterrador de la dictadura.
          Álvaro: Sin embargo, la heroicidad existe, es decir la ruptura del tabú. Existe en la vida real, como ocurre en mi libro, donde un puñado de agentes secretos que han visto a compañeras suyas como Mariela Barreto ser descuartizadas, sus manos y cabezas seccionadas para que no se reconozca sus identidades, o torturadas y violadas como Leonor La Rosa, están dispuestos y dispuestas a traicionar al régimen en nombre de un deber moral que es también la puesta en juego de su vida. Regímenes como éstos hacen aflorar lo peor y lo mejor de la naturaleza humana. También hubo héroes en la época de Trujillo, y mártires, como las tres hermanas Mirabal, que no eran políticas pero que, al caer sus esposos, del Movimiento 14 de junio, revelan un valor admirable y pagan con sus vidas.

     Mario: Sí, ellas comparecen en la novela, como lo hicieron en la vida real, y son, junto con otros personajes heroicos, parte de esa dimensión que te reconcilia con el género humano en medio de tantos servilismos: un mundo donde Trujillo organiza masacres como la de miles de haitianos o se acuesta con las mujeres de sus ministros para humillarlos o donde ciudadanos del común tomaban la iniciativa de llevarle a sus hijas como regalo, y donde tantas y tantos sirvientes del régimen por momentos te hacen desesperar de la especie.
     Álvaro: La dictadura de Trujillo, claro, era bien distinta de la de Fujimori. Sin embargo, al bucear en el mundo del espionaje peruano, en visitas furtivas al país para documentarme, descubrí un fondo de horror mucho más grave del que se veía desde fuera e incluso de aquel que llevan en la conciencia los peruanos que viven dentro, bajo el silencio informativo casi absoluto. ¿Hay parentescos entre todas las dictaduras por debajo de sus diferencias? Me pregunto cuál es el factor clave, si son anomalías en el comportamiento humano; pero si esto último es cierto, ¿por qué se repiten las dictaduras y a veces las apoyan sectores de la población?
     Mario: No, no son anomalías, creo que esto es importante entenderlo: los Trujillo, los Somoza, los Castro, los Fujimori, no son monstruos sino personas, seres comunes dentro de contextos de poder absoluto, sin frenos ni limitaciones de ninguna clase. El poder absoluto hace brotar en ellos, aunque una predisposición sádica pueda alimentar ese fenómeno, una capacidad para el mal que nace del marco político en el que operan y cuya característica es justamente el poder ilimitado.     Álvaro: Pero las características personales, individuales, de los dictadores no pueden ser desdeñadas. La individualidad, que juega un papel determinante siempre en la historia, es otro factor, sin duda. En Trujillo, por ejemplo, hay unas dosis de teatralidad, de farsa, con esas caminatas por la Máximo Gómez y el Malecón en las que se van acercando o alejando los cortesanos según están en auge o van cayendo en desgracia, o esos títulos grotescos —Benefactor, Padre de la Patria—, o la exhibición de condecoraciones como la de Franco y la del Vaticano, o esa permanente necesidad de mostrar el poder del supermacho acostándose con todo el mundo y usando el sexo como un instrumento neto de sujeción... Pienso, al mismo tiempo, en el Fujimori que encierra en una jaula al líder senderista, el asesino Abimael Guzmán, o que se pasea sonriente entre los cadáveres de los terroristas del MRTA y pisa uno de los cadáveres como quien exhibe un trofeo de guerra, y pienso en que envió hace pocos días a Ricardo Anderson, uno de los cuatro torturadores de Leonor La Rosa, a Washington como testigo del Estado peruano en un juicio contra el Perú en la Comisión de Derechos Humanos de la OEA y que cuando el FBI lo arrestó le extendió pasaporte diplomático para sacarlo de la cárcel.
     Mario: Sí, el dictador imprime su sentido estético, su sentido plástico, su personalidad, a su dictadura, pero en todo caso el fondo común es el mismo, el de una mentalidad que opera fuera del contexto racional y lógico, exacerbada por un poder omnímodo. Una de las cosas que me fascinó de Trujillo cuando llegué a la República Dominicana en 1975 para el rodaje de Pantaleón y las visitadoras y que quedó dándome vueltas en la cabeza fue que él llevó esa teatralidad a extremos de delirio que hacen de él y su régimen la más extravagante de las dictaduras latinoamericanas. Él llevó el género a su máxima expresión, y explorar el fondo psicológico del personaje era uno de los retos de la novela, tratando en todo momento de no parecer poco creíble incluso si contaba algo cierto o basado en hechos ciertos. Ayudó a humanizarlo, por ejemplo, su próstata inflada, que fue real.
     Álvaro:Yo también sentí la dificultad que al escribir un libro sobre una dictadura suponen los excesos de la realidad. Yo mismo me asfixié mientras escribía los crímenes que se cuentan en En el reino del espanto, aun cuando de los diez mil desaparecidos peruanos de la última década he escogido unos pocos casos muy concretos que son parte de una misma trama orgánica. Tuve que limitar, depurar, estilísticamente hablando, no sólo el sadismo, la sevicia de las torturas, las carbonizaciones, los descuartizamientos, sino también la contrapartida, los actos heroicos, porque uno se encuentra de pronto provocando un efecto de inverosimilitud que echa todo a perder. En mi caso, sin embargo, la limitación es obvia: al no tratarse estrictamente de una novela, estoy obligado a no alterar nada y a no ocultar nada importante, aun cuando pueda jerarquizar los hechos o escoger dónde pongo el foco de modo que logre esa depuración sin mentir.
     Mario: Por eso la forma es tan importante. Yo descubrí en un momento, leyendo a Faulkner, que la forma lo es todo, o casi todo, en literatura, descubrí que de cómo uno cuenta una historia, de qué punto de vista escoge, de qué hechosresalta u oculta, de quién narra la historia, de qué modo se organiza el tiempo, depende enteramente el poder de persuasión de la novela. La persuasión no la dan los hechos. Creo que en una historia real, como en el caso de tu libro, en un gran reportaje o una crónica, también la forma da o quita interés y persuasión al texto.
     Álvaro: Para escribir una novela tú leíste una enorme cantidad de material no novelesco, es decir de no ficción, incluido material periodístico. Yo, en cambio, usé como modelo para escribir una historia real algunas obras literarias. Hicimos por tanto viajes en sentido contrario.

     Mario: Leí mucho, en efecto, de historia o periodismo. Sigo creyendo que el mejor recuento es el de Bernard Diederich, Trujillo, the Death of the Dictator, aun cuando luego han surgido algunos datos nuevos. Era el corresponsal del The New York Times en la zona pero estaba en Haití en el momento del tiranicidio (se le prohibía ingresar a la República Dominicana) y entró al país una vez que supo la noticia. Es un recuento fascinante y magníficamente investigado.
     Álvaro: Quizá por eso el episodio del asesinato de Trujillo la noche en que es interceptado camino a San Cristóbal, cuando se dirige a La Casa de Caoba, respeta la historia. También el personaje de Balaguer, ese ser enclenque que sirvió a Trujillo lealmente pero que a su muerte, cuando nadie daba un centavo por él, se agigantó y se comió la historia volviéndose el hombre de la transición... y la democracia.
     Mario: Sí, por lo general, en ambos casos he sido bastante respetuoso de la historia real, aunque en el contexto de una novela que no lo es. Había en ambos casos, en el asesinato y en el personaje de Balaguer, unos ingredientes de "novela" que creo que permitían e incluso exigían esto para dotar a la historia de persuasión. Tuve una larga conversación con Balaguer durante mi investigación, en la que me aseguró que no estaba enterado de la conspiración contra Trujillo, algo sobre lo que siempre hubo duda. También el Trujillo real tenía muchos aspectos literarios. Se ponía hielo y cremas en la piel para atenuar su morenez porque odiaba tener sangre haitiana...
     Álvaro: El elemento personal nunca deja de estar presente en un texto, incluso cuando es de no ficción. Esto se ve claramente en los libros de no ficción de un V.S. Naipaul o de un Kapuscinski, para mencionar a dos notables autores de gran reportaje y crónica (el primero, también gran novelista). Aunque En el reino del espanto reconstruye una trama que era trepidante en la vida real, que no inventé yo, me di cuenta de entrada de que la objetividad era imposible. En este sentido, todo tránsito de la realidad a la palabra supone una arbitrariedad, aun cuando cuentes hechos reales. Yo decidí desde el comienzo que no formaría parte de la historia, que no sería un personaje, aun cuando podía haberlo sido porque me ocurrió que al investigar los crímenes me volví parte de la trama, me vi intercambiando mensajes con espías, protegiendo vidas, etcétera. Fue un descubrimiento fascinante y quizá haya allí un punto de encuentro, una zona común con la novela o la literatura: la subjetividad como condición ineludible de la palabra escrita.
     Mario: Claro, un mundo que está hecho de palabras no es un mundo de seres de carne y hueso, es necesariamente un mundo hecho de subjetividad, de elementos personales, de perspectiva, de visión, de punto de vista, de forma, que determina el autor. Pero la diferencia sigue siendo mayúscula entre la ficción y la realidad, entre la novela y los otros géneros. Si cuentas una historia real debes respetar unas coordenadas dentro de las cuales, sin desbordarlas, se desarrolla ese elemento subjetivo. En cambio la subjetividad de la novela se mueve en unas coordenadas distintas, que son las de la ficción.
     Álvaro: Podrías decir, con Alejandro Dumas: si violo la historia, es para hacerle hijos hermosos... El encuentro del novelista con sus personajes en la vida real es desconcertante. Tú vas a ir a la República Dominicana a presentar el libro, del mismo modo que lo haré con el mío en Perú si lo dejan entrar, lo que es muy improbable. Estuvo en la presentación de tu novela en Madrid una nieta de Trujillo, Aída, que estuvo muy cordial... ¿Temes el encuentro con los dominicanos?
     Mario: Tengo gran curiosidad por saber cómo van a reaccionar. Ya fue interesante, durante la investigación, visitar a muchos de los personajes de la historia real, como el único conspirador que está vivo todavía, Antonio Imbert, o Lita Trujillo, ex mujer de Ramfis, que me dijo que el hijo de Trujillo era muy distinto del monstruo que ha pintado la historia y que le gustaba la literatura y la cultura... Pero será interesante ver a los dominicanos reaccionar ante una obra de ficción en la que sin embargo se pinta un fresco de una era que tienen viva en la memoria o en el conocimiento de su propia historia.
       Álvaro: Una de mis curiosidades mayores era cómo reaccionarían Besitos y otros agentes de mi historia, y en mi caso con el agravante de que tuve que escribir el libro de modo que Montesinos, el jefe de los servicios secretos peruanos, muy parecido en muchos sentidos al Johnny Abbes de Trujillo y de tu libro, no identificara a esas personas porque las puede matar. Me alegro de saber que Besitos se siente bien, aunque en la última conversación telefónica que hemos tenido me transmitió, como en los encuentros que tuvimos en el Perú, su miedo, su terror, un efecto muy turbador.
     Mario: La diferencia con la República Dominicana es que ha pasado el tiempo y se ha roto ese tabú. Hoy todo el mundo habla allí con gran libertad, y eso ha sido útil para mí. -

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