"Yo lo admiraba como escritor"

El escritor peruano se refiere a su amistad entrañable con José Donoso y destaca su valor fundamental en el desarrollo de las letras latinoamericanas.

Jimena Villegas

Mario Vargas Llosa y José Donoso se conocieron, como correspondía por esos años a un par de escritores nacidos en América Latina ávidos de cosmopolitismo y ambiente cultural, en el Viejo Mundo.

España fue el país que los acogió. Como allegó también a todos aquellos quienes, a fines de los 60 y comienzos de los 70, se habían dedicado en cuerpo y alma a modelar espontáneamente el mayor fenómeno literario salido de "las indias occidentales": el llamado boom de la novela hispanoamericana.

Juntos experimentaron parte de esa época dorada y bullente, plena de cambios sociales, rebosante de creatividades diversas, plagada de historias, novelas, ensayos y cuentos. Juntos también, como recuerda el escritor peruano, descubrieron el verdadero valor universal de ser oriundos de Latinoamérica.

En su historia común hubo muchos momentos de vida cotidiana y pedestre, pero además inolvidables e intensas jornadas de debate literario, animado por sus fuertes divergencias en el tema.

De su etapa en Barcelona, para él la primera de toda su existencia en que podía dedicarse sólo a escribir puesto que había conseguido comenzar a vivir de las proezas de su ya laureada pluma, el autor de La Casa Verde recuerda con especial cariño las figuras de Pepe y María Pilar. El matrimonio Donoso fue parte de los fines de semana y del hogar de los Vargas Llosa, puesto que eran vecinos además de colegas de oficio. Eso hasta que la pareja chilena emprendió viaje de regreso a Chile, unos años después del nacimiento de Pilarcita, su única hija.

"Para mí -señaló el escritor peruano desde Londres a Qué Pasa-, la muerte de Pepe es doblemente triste, porque además de respetarlo como escritor fue un amigo muy querido. Debo decir que su ausencia deja en mí y en toda mi familia un vacío muy grande".

- ¿Cuándo y cómo conoció usted a José Donoso?
- Nos conocimos a fines de los años 60, cuando él vivía en Pollensa (Mallorca), y estaba escribiendo El obsceno pájaro de la noche, zambullido en ese mundo en cuerpo y alma. Desde entonces nuestra amistad fue muy constante, sin una sola sombra. En los años 70 convivimos en Barcelona, en una época que fue la época dorada de la literatura hispanoamericana, reconocida en Europa, promovida desde España por todo el mundo. Una de las figuras que vivió esa experiencia fue la de José Donoso.

- ¿Qué significó para usted Donoso?
- Yo lo admiraba como escritor, y también lo quería mucho como persona; compartimos momentos muy importantes, tanto de su trabajo literario como del mío. Él y yo nos fraguamos en la discusión. Afortunadamente nuestros gustos literarios solían divergir, por lo que nuestras conversaciones y discusiones eran riquísimas.

- ¿Cómo visualiza usted su muerte dentro del contexto literario de Latinoamérica?
- Su muerte es una grán pérdida. Es uno de los escritores más importantes que ha tenido la literatura española en la época contemporánea. Le dio un matiz muy personal a la novela, apartándola de la tradición regionalista, del realismo latinoamericano tradicional, la modernizó tremendamente. Eso gracias, por una parte, a una cultura literaria muy amplia, a su conocimiento de la literatura de lengua inglesa que era la que él prefería, y también a su aporte personal a un mundo original, rico, de gran imaginería y de mucha originalidad, un mundo construido a su imagen y semejanza, en el que volcó sus manías, sus fantasías, sus fantasmas más secretos, y que además construyó con una gran destreza, la de un conocedor profundo de la técnica, de los recursos de la literatura moderna.

- ¿Qué trabajos sobresalen de su obra?
- Su obra es diversa. En ella, me parece, destaca nítidamente El obsceno pájaro de la noche, tal vez la más ambiciosa de las novelas que escribió. Pero también fue un gran redactor de relatos o novelas breves. Entre ellas quisiera destacar El lugar sin límites. A pesar de su brevedad, ésa es una obra muy compleja, muy difícil de realizar, en la que él, para mí, alcanzó una verdadera perfección.

- Usted ha dicho que él fue un escritor muy literario.

- Sí, fue, tal vez entre todos los escritores que he conocido, el más literario: la literatura era lo que realmente le importaba. Y aunque le importaban también otras cosas, creo que ninguna llegó jamás a disputarle el cetro a la literatura. Modeló su vida de una manera literaria, como se construye un mundo de ficción; vivió las otras experiencias desde un punto de vista muy literario y creo que eso se refleja en su obra, que, aunque tiene una vitalidad y unas raíces en la experiencia vivida, se nutre también de sus enormes lecturas y de su gran conocimiento de la literatura moderna en muchos idiomas.

- En ese sentido hay un gran punto de coincidencia entre la opción de Donoso y la suya. Usted afirma que la literatura es su vida y de hecho vive de la escritura.

- Creo que tuvimos muchos puntos de coincidencia. Para nosotros la literatura fue un compromiso esencial. Ambos considerábamos que la única manera como se puede escribir es entregándose en cuerpo y alma a la vocación literaria, que la literatura no puede ser de ningún modo un quehacer de fin de semana o de días feriados, sino que hay que entregar a ese trabajo el tiempo, la energía, la dedicación que se pone en lo que para uno es primordial.

- ¿Hay otras cosas que lo acercaran a él?
- Coincidimos también en nuestra manera de ver América Latina: como un continente sin fronteras, profundamente unido en una experiencia común, la de la lengua, la de la historia. Ambos fuimos muy desconfiados del regionalismo, del indigenismo, de todas esas corrientes de horizonte limitado y provinciano, que la generación inmediatamente anterior cultivó en toda América Latina. Por eso, aunque él tenía un gran cariño por Chile, y eso se refleja mucho en su obra, su visión no fue jamás regionalista, sino la de un horizonte que desbordaba las fronteras. Creo que así se exigió también él en sus proyectos literarios y eso se refleja en la universalidad de sus lectores.

- Sin embargo, parece que había una gran divergencia en sus puntos de vista político y económico. El era muy crítico del liberalismo económico chileno, opción que usted defiende a rajatabla.

- El jamás podría haber aceptado el liberalismo que yo defiendo y propongo, porque esa idea de dejar que la economía funcione librada a la iniciativa individual, que el intervencionismo estatal sea mínimo, que el individuo sea el eje de la vida social y de ninguna manera el Estado, eran nociones que Pepe no conocía, no podía aceptar y contra las que tenía un rechazo casi visceral. Era un hombre muy apegado a la tradición, y era crítico hacia esa política nueva de apertura, de funcionamiento de mercados. Creo que ese era un mundo que Pepe no conocía, ni entendía, ni podía llegar a amar. Su mundo social y económico tenía más que ver con el campo que con la ciudad, con la tradición que con la modernidad.

- ¿Se podría decir, entonces, que en su forma de ser él era como un señor tradicional del campo?
- Bueno, el mundo por el que sentía un cariño y una solidaridad muy profundas era el de una sociedad rural, casi patriarcal... no diré feudal porque sería una injusticia con él. No, no era feudal, pero sí un hombre con un extraordinario apego a una cierta tradición. Y, aunque desconfiaba mucho del nuevo rico, del capitalista, del empresario, en cambio tenía una reverencia, muy literaria por otra parte, por el gran señor campesino y campechano. Creo que sus ideas políticas tenían que ver más con la ficción que con la realidad, aunque, por supuesto, nunca puse en duda su compromiso con la libertad y la legalidad, y su rechazo hacia las dictaduras.

- ¿Y cómo se comportaba en la vida diaria?
- Pepe era una persona perfectamente asequible, que se defendía de una excesiva invasión de su privacidad, pero que en la intimidad de la familia y de los amigos era un hombre realmente encantador, divertido, gran contador de anécdotas, muy afectuoso, muy generoso con su amistad, realmente una bellísima persona. Creo que ni la política, ni la economía le interesaban lo más mínimo, salvo cuando estaba en juego algo esencial, como la libertad o los derechos humanos atropellados. Allí sí, naturalmente, pero tanto por una cuestión ética como estética. Pero él despreciaba la política misma como algo vinculado a lo peor del ser humano. No sé si lo dijo alguna vez así, pero ésa es mi impresión. Lo único que lo impresionaba, lo movía y lo estimulaba era lo relacionado a su familia o lo que se ligaba a esa pequeña geografía humana que era la de los amigos y los próximos.

Aparentemente, pareciera que le tenía bastante miedo a la muerte y a la nada que ella significa.

- Yo no diría eso. El tenía mucha fascinación por la vejez, por la enfermedad; en él eso era casi una vocación y si figura tanto en sus libros no es por casualidad. Quizá si recuerdo, las conversaciones más entretenidas y hechiceras de Pepe eran las que tenían que ver con los viejos y con los enfermos. Él jugaba a eso un poco. Fue un viejo precoz, jugaba a ser viejo cuando era un hombre joven, y cultivaba sus enfermedades como otros cultivan las flores de su jardín, con verdadero amor. Había juego y también un cierto hechizo por el mundo del viejo y del enfermo, lo que seguramente escondía también una gran curiosidad por lo que viene después.

- ¿Qué elementos cree que le permitirán permanecer en la literatura?
- Sé que su obra durará. Su ambición, que es la de todo escritor, la de generar una obra que lo trascienda va a realizarse, va a seguirse leyendo por las generaciones futuras. Sobre eso no tengo duda alguna y, por supuesto, creo que es lo mejor que puede pasarle a un escritor como él.

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© Augusto Wong Campos, 2000. Yahoo! Geocities Inc.