Pero también un diario vital: en cada uno de ellos,
el lomo, la letra, el papel, es una fuente de recuerdos y
revelaciones personales. Una entrevista es un pretexto
tan bueno como cualquier otro para conversar y aunque no
he traído preguntas ni temas preparados, muchos se van
agolpando en su presencia. No es de extrañar en un
escritor que ha ocupado un repertorio de zonas de la vida
humana en sus libros, desde la reconstrucción de épocas
y sociedades hasta los retratos de la intimidad; un
escritor que ha viajado y vivido en tantos sitios y se ha
interesado en todos los temas. Recuerdo la primera frase
de uno de sus ensayos: "No hay mejor elogio a la
vida que llamarla movimiento".
LA HISTORIA PRIVADA
"La Fiesta del Chivo" se parece a alguna de sus
obras anteriores como "Conversación en la
Catedral" y "La Guerra del Fin del Mundo".
Al igual que ellas, su última novela reconstruye una
época, es un fresco en el que conviven personajes,
escenarios y conductas representativas de una sociedad en
una época determinada. "Se trata de novelas que
escribí tras una gran documentación", dice,
"pero esa documentación me daba un mejor punto de
partida para la fabulación y la subjetividad. En
"La Fiesta del Chivo" los diálogos de
Trujillo, por ejemplo, son inventados. Trujillo no
hablaba en el lenguaje que yo he puesto en sus labios.
Urania es un personaje totalmente inventado lo mismo que
su padre Agustín Cabral. Son personajes imaginarios pero
su composición está basada en hechos verídicos del
tiempo de Trujillo. Muchos padres dominicanos se sentían
satisfechos, por ejemplo, de que el dictador se acostara
con sus hijas, como ocurre con los Cabral. Es curioso que
la imagen que los lectores tienen de los periodos
históricos se debe a los escritores. Los ingleses saben
de su historia por Dickens y los franceses por Víctor
Hugo. Y es que la novela tiene cierta ventaja sobre la
historia en el sentido que puede adentrarse en la
cotidianeidad, en la subjetividad. Por eso Balzac dice
que la novela es la historia privada de las
naciones."
Es probable que en su caso, no sólo sus novelas sino
también sus artículos y entrevistas sobre la realidad
política actual también formen parte de la versión que
tengan los historiadores futuros sobre el Perú. Al igual
que Víctor Hugo, Vargas Llosa representa el modelo
francés del escritor como una voz de la sociedad, como
su conciencia. Es uno de los pocos peruanos que ha roto
con la tradición que González Prada definió como
"el pacto infame de hablar a media voz". La
noche anterior el escritor español Juan Cruz me ha
contado que la primera tarde que estuvo en Lima, cuando
salió a caminar, mucha gente se le acercaba en la calle
a saludarlo y felicitarlo. El aplauso que precedió a la
presentación de la Universidad de Lima resultó en
realidad un reconocimiento a su figura cívica y no sólo
a su obra literaria. En este momento, mientras hablamos,
el Canal N está pasando su debate de 1990, con Fujimori.
Me dice que tiene pocos recuerdos de los años de su
campaña política. Recuerdo con mucho más nitidez
episodios anteriores de su vida. "Se trata de la
memoria que selecciona los recuerdos más positivos y
elimina los otros", reconoce. Hablamos de algunas de
las novelas de su vida: Dickens, Balzac, Flaubert.
"Qué importante es la primera frase de una
novela", concluye. "El comienzo de una novela
nos introduce en el universo de la historia. Recuerdo que
me impresionó mucho la primera frase de Moby Dick:
Pongamos que me llamo Ismael."
Algunos otros comienzos de novelas surgen en la
conversación. El comienzo de "La Condición
Humana" de Malraux, por ejemplo, "¿Intentaría
Chen levantar el mosquitero?". O el de "Las
Ruinas Circulares" de Borges: "Nadie lo vio
desembarcar en la unánime noche". O el de "La
Metamorfosis" de Kafka: "Esa mañana, después
de una noche de sueños intranquilos, Gregorio Samsa
comprendió que se había convertido en un enorme
insecto". El recita de memoria el comienzo de
"Los Teólogos" de Borges: "Arrasado el
jardín, profanados los cálices y las aras, entraron a
caballo los hunos en la biblioteca monástica y rompieron
los libros incomprensibles y los vituperaron y los
quemaron, acaso temerosos de que las letras encubrieran
blasfemias contra su dios, que era una cimitarra de
hierro."
Le recuerdo dos grandes comienzos de sus novelas:
"-Cuatro-, dijo el Jaguar" y "Desde la
puerta de La Crónica, Santiago mira la avenida Tacna sin
amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos,
esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el
mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el
Perú?"
Me dice que al escribir sus novelas, la primera frase, el
primer párrafo son conclusiones a las que llega después
de estar muy adentrado en la redacción. Nunca empieza
escribiendo la primera linea. "Escoger el comienzo
es resultado de una intuición. No hay una ley que le
diga a un escritor que el comienzo que ha elegido se
trata del adecuado", dice. "Lo mismo ocurre con
el final de una novela. Uno siente que el libro debe
acabar allí y no hay ninguna explicación. Recuerdo
muchos finales. Uno de ellos el de Los Tres
Mosqueteros, cuando el mensajero llega tarde pues
D'Artagnan acaba de morir. Es un final romántico. El
final de Luz de Agosto de Faulkner en cambio es un gesto
violento de Lena botando de la carreta al hombre que
quiere llevarla."
Faulkner, como todos saben, es un referente esencial en
su vida y en sus libros. "El primer libro que leí
fue "Santuario". Con las novelas de Faulkner me
di cuenta de cómo el tiempo puede ser el espacio y la
acción puede moverse hacia atrás y adelante. Luego de
"Santuario" leí otras novelas en traducciones
al francés y por fin decidí aprender inglés, en gran
parte para leer a Faulkner. No puedo olvidar esa frase de
Malraux sobre Faulkner: "Es la inserción de la
tragedia griega en la novela policial".
MALRAUX, EL ESCRITOR
"André Malraux es un escritor al que también que
admiro mucho y aunque nunca lo conocí estuve cerca de
él varias veces. "La Condición Humana" es una
gran novela. Desde que la leí no puedo olvidar a Chen y
a Gisors, al padre de Gisors y a May, y toda la
atmósfera de la revolución en la China. Pero Malraux
además de ser un gran escritor fue también un gran
orador público. Era un tipo capaz de improvisar
discursos sobre la marcha, siempre con convicción.
Recuerdo una ocasión en la que fue el presidente Prado a
Paris para la inauguración a un monumento a Ricardo
Palma. Malraux fue a la ceremonia en representación del
gobierno francés y dio un discurso en el que inventó un
Perú para la ocasión. Terminó haciendo una evocación
lírica: "Esas princesas incas que morían sobre la
nieve de los Andes con sus loros bajo el brazo." Sin
embargo, lo vi también en otra ocasión mucho más
dramática, cuando se hizo el traslado de las cenizas del
héroe de la Resistencia, Jean Moulin. Era una escena
iluminada con antorchas y el discurso de Malraux fue de
una brillantez excepcional. Decía "Vengan los
muertos, los torturados, los soldados de cada sombra.
Tráiganlos de cada sitio." En otra ocasión, en una
reunión del partido gaullista dijo: "Los
historiadores del futuro dirán de nosotros: qué
extraña época fue ésa en el que la izquierda estuvo a
la izquierda, la derecha estuvo a la derecha y el centro
no estuvo al medio."
LAS PÁGINAS DE MI VIDA
¿Cuáles son las escenas literarias de tu vida? ¿Qué
momentos de las novelas no pueden olvidarse? Uno recuerda
de cada novela no el texto completo sino a la distancia
momentos decisivos. "Hay episodios que se quedan con
uno. El suicidio de Madame Bovary, por ejemplo. También
la escena de "La Condición Humana" en la que
Gisors le da su pastillita de cianuro a los dos
revolucionarios y se enfrenta a una muerte horrible. Ese
es un gesto de generosidad, un gesto heroico pues las
pastillas de cianuro eran preciosas para los presos. Les
evitaban una tortura y una ejecución espantosa. En la
literatura latinoamericana las escenas de "El Reino
de este mundo" también me parecen notables. Esa
novela de Carpentier es una obra maestra que convierte
una historia documentada en historia fantástica."
La disciplina de lector de Vargas Llosa es una leyenda
similar a la de su disciplina de escritor. Sólo espera
el final de esta gira para establecerse unos meses en
Paris y sumergirse en el proyecto de su novela sobre
Flora Tristán. No es el único libro en el que está
pensando. Me dice que la única manera de combatir el
cansancio del final de una novela es embarcándose en
otra. "Además tengo muchas historias en la cabeza y
por primera vez siento que me va a faltar tiempo para
terminarlas. Es algo que no sentía antes. A lo mejor es
el primer síntoma de la vejez."
Esta confesión suena extraña para un hombre de su
vitalidad. En los cinco días que ha pasado en Lima ha
otorgado una decena de entrevistas, ha asistido a citas y
reuniones, ha conversado con toda clase de gentes, ha
dormido no más de tres o cuatro horas por noche. Le
recuerdo su energía de estos días y él me dice que
quizá se deba a que ha tenido una vida sana:
"Siempre he hecho ejercicio. No me interesado nunca
el mundo de las drogas o de la bebida. No es que éstas
hayan sido tentaciones. Es que nunca me interesaron. Y es
que mis grandes placeres, los grandes placeres de mi vida
han estado relacionado siempre con el trabajo. Nunca dejo
de trabajar. Jamás dejo de sentarme unas horas frente al
escritorio."
Al salir hacia la puerta vemos una foto de su tío Pedro
Llosa, personaje fundamental en su vida. La foto es de
cuando era prefecto en Piura durante los años 50. El
rostro nos mira, grande y bondadoso, sonriendo de
costado. "Ya no hay gente así", me dice
mientras nos acercamos al ascensor. "Hay pocas
personas con vocación de caballeros. Hoy día ser un
caballero es visto como una ingenuidad o como un error.
Creo que tú y yo somos los últimos que hemos conocido a
ese tipo de gente."
Al salir la neblina se ha despejado. Las calles han
quedado desiertas en el mediodía en el malecón. Mis
pasos suenan junto con el eco de sus palabras finales.
Hablando de caballeros, acabo de estar con uno de los
más íntegros y tenaces; uno que para variar, está
haciendo historia.
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