EL PAÍS (Uruguay) 7 de diciembre de 1998
Conversando con Mario Vargas Llosa
Hay que defender la soberanía individual

Sin lugar a dudas, Mario Vargas Llosa fue la persona más asediada por el periodismo del Río de la Plata a raíz de su visita a Punta del Este para la Asamblea de la SIP. De su natural bonhomía, la prensa hizo uso y abuso, El País incluido, pero el reputado escritor peruano nunca perdió su afabilidad, prestándose amablemente a los reportajes . Eso sí, previamente filtrados por su mujer Patricia.

Mario Vargas Llosa conversa con EL PAIS, afirmándose como defensor de los derechos de la mujer.

El espectro literario abarcado por Mario Vargas Llosa no se restringe sólo al rico mundo de la ficción, en el cual empezó a brillar con apenas 26 años al publicarse aquella su primer novela, La ciudad y lo perros, seguida de una fecunda y variada obra. Su interés social y patriótico lo llevó a transitar por la política, y a punto estuvo de ser presidente. En la actualidad, su aporte al mundo de las ideas, a través de artículos periodísticos que son leídos en infinidad de países, goza de una inmensa repercusión que ha contribuido a enriquecer su labor literaria

Conversando en una lluviosa tarde puntaesteña, Vargas Llosa reconoció que nunca le gustó aislarse del mundo que lo rodea y por lo tanto, siempre ha tratado de no encerrarse en una burbuja intelectual. De ahí sus numerosas contribuciones al periodismo internacional. Sobre una de ellas arrancó la charla.

Hace unos días en Uruguay, la Conferencia Episcopal presentó un documento que entre otros temas, atacó la despenalización del aborto. Como leí un artículo suyo sobre el mismo asunto unas semanas atrás, me parece una buena oportunidad para que desarrolle su pensamiento al respecto.

Es un tema muy delicado. Hasta los políticos tienen miedo de tocarlo porque provoca controversias y reacciones muy beligerantes de parte quienes se oponen. La paradoja es que los que dicen representar la opción pro vida, los antiabortistas, se vuelven más violentos, más agresivos, que aquellos que defienden los derechos de la mujer a decidir si quieren o no , tener un hijo.

¿Será en parte una forma de sujeción de la mujer?

Sin ninguna duda. Las democracias avanzadas han llegado a aceptar el aborto, a consecuencia de haber reconocido que la mujer tiene unos derechos que antes no eran respetados. El debate se desnaturaliza cuando se piensa que autorizar el aborto es lo mismo que promoverlo. Eso no es verdad. Es simplemente impedir que aquellas mujeres que se ven obligadas a llegar a este extremo, algo que siempre es una decisión dolorosa y a veces traumática, puedan ser incriminadas.

Por otro lado, la prohibición del aborto ha sido y sigue siendo una farsa, en gran medida. En primer lugar, porque es una realidad que está ahí y porque va a seguir con prescindencia de la prohibición o la autorización. Cuando no se permite, ello funciona de una manera discriminatoria hacia las mujeres pobres que no están en condiciones de acudir a clínicas privadas o viajar a países donde es legal. Entonces, caen en manos de curanderas o aborteras clandestinas que a menudo las malogran y hasta pueden morir. Esa es una realidad que no se debe soslayar

¿A quien corresponde decidir algo así?

Todas las democracias avanzadas han concordado en que es un derecho fundamental de la mujer esta decisión. No puede corresponderle al Estado, a la autoridad política. Es algo tan profundamente personal, tan íntimo, que sólo debe decidirlo quien esté en condiciones de juzgar los corolarios, sus consecuencias. El Estado tiene que proporcionar los elementos de juicio necesarios para que sea una decisión responsable y dentro de ciertas limitaciones. En general los países ponen como límite tres meses de gestación, a través de un trámite durante el cual la mujer tiene tiempo de reflexionar. Es una política que parece la más sensata. Mejor que las represoras que no sólo no reprimen, sino que además penalizan a aquellas más desfavorecidas, social y económicamente Quienes condenan el aborto no deben ser conscientes de que para una mujer , tener un hijo puede ser algo infinitamente más cruel respecto de la criatura. Es probablemente condenarlos a ambos, a unas condiciones de vida que no son dignas de ser vividas. Esa es la razón social que ha llevado a Inglaterra, a Francia, a los países nórdicos, a legalizar la práctica bajo ciertas condiciones.

¿Por qué cree que la Iglesia católica se opone a la mayoría de los métodos de planificación familiar?

Una avanzada política de educación sexual, que impida quedar embarazadas a mujeres y adolescentes por ignorancia, sería lo más adecuado. Pero la Iglesia, con su oposición a estos sistemas, excepto el que llaman natural, ha llevado a que haya tantos embarazos involuntarios. Ocurre que la Iglesia siempre ha sido represora del placer por el placer y cree que la sexualidad sólo se justifica en función de la reproducción. No lo discuto. Tiene derecho a sus creencias y sus fieles a seguirlas.

Pero yo no soy católico y no tengo por qué verme sometido a las directrices que derivan de esas posturas. Tampoco las mujeres que no sean católicas o que siéndolo, están dispuestas a transgredirlas por razones mayores. La Iglesia no debe interferir en las decisiones de aquellos que no se sienten obligados por principios religiosos que no comparten. Eso es la cultura democrática y es muy importante que la Iglesia no capture al Estado. De hacerlo, nos impondrían unas políticas que derivan de principios que pueden ser muy respetables, pero no se puede organizar la vida de quienes no los comparten, sin provocar una profunda fractura de la soberanía individual.

Se generaliza con aquello de estar a favor o en contra del aborto, cuando en realidad se trata de propugnar no el aborto, sino su despenalización.

Ese es un matiz muy importante, porque quienes abogamos por su legalización pensamos que se trata de algo muy doloroso para quienes recurren a ello. Sólo defendemos una opción, aunque sea triste. La bandera de los contrarios al aborto es presentarse como defensores de la vida, lo cual suena mucho mejor. Pero es una manipulación retórica. Quienes dicen defender la vida, en realidad muchas veces lo que defienden es la servidumbre de la mujer, a unos determinados condicionamientos sociales. Y con injusticias flagrantes porque establecen una clarísima discriminación entre las mujeres de altos y bajos recursos.

Hablando de injusticias contra la mujeres, no es mucho lo que se ha oído de parte de las diversas organizaciones que se ocupan de las violaciones a los derechos humanos, sobre las mutilaciones que se cometen sobre miles, millones, de mujeres en ciertas regiones del planeta.

Justamente esta semana he escrito sobre ello. Creo que es muy importante no aceptar el chantaje multiculturalista. Acabo de asistir a un debate de la televisión británica sobre la circuncisión femenina, muy gráfica, espeluznante. Es una plaga que afecta a millones de adolescentes y niñas africanas, especialmente musulmanas, aunque en algunos casos, cristianas o animistas, en países como Somalia, donde es práctica generalizada, sobretodo en los sectores pobres. Es una operación de un salvajismo indescriptible. A muchísimas las dejan estropeadas física y sexualmente para toda la vida.

En el supuesto de que gracias a esa operación van a ser virtuosas, ya que van a tener gran repugnancia a la actividad sexual. La manera de que no sean corrompidas ni prostitutas. Ese acto es una mutilación, una forma de tortura, una cruda violación de los más elementales derechos humanos. Los que defienden las ablaciones femeninas lo hacen en nombre de la soberanía cultural. Creo que es trascendente combatir estas costumbres con el argumento que todas las culturas son respetables, siempre y cuando no representen una violación incontestable de los derechos humanos. Evitarlo sería una conquista, no de la cultura occidental, sino de los seres vivientes. Se debe luchar contra cualquier cultura que pretenda arrollarlos.

En Francia se empezó a saber de estas ablaciones a partir de la gran afluencia de inmigrantes musulmanes que acudían a los hospitales con niñas con infecciones y problemas y una abogada empezó a hacer una campaña para que estos actos fueran condenados.

Sí, y resulta terrible pensar que hasta el momento, esta práctica no es ilegal en Gran Bretaña por lo que muchas familias musulmanas llevan a las niñas para que ciertos médicos las circunciden por 40 libras. Se acaba de presentar una ley en el Parlamento y por ese motivo era la discusión. Pero todavía hay millones de niñas que son sometidas a esta maldad y los esfuerzos de algunas organizaciones por combatirlas encuentran barreras muy fuertes del fanatismo religioso, de las autoridades políticas.

Estamos a un paso de cambiar de milenio y mirando hacia atrás se aprecia el fenomenal desarrollo de los dos últimos siglos. Sin embargo, también han ocurrido terribles matanzas, conflagraciones mundiales, asesinatos en masa. ¿La humanidad ha progresado o no?

Se ha progresado en ciertos sentidos. El avance tecnológico nos ha dado armas más eficientes para combatir la enfermedad, para las comunicaciones, para salir del subdesarrollo. Pero no ha significado en lo fundamental, grandes mejorías en lo ético, en la responsabilidad moral. Es uno de los angustiosos problemas que tenemos por delante. Hemos avanzado en muchos campos y sin embargo seguimos en lo profundo, con la misma mentalidad que se halla detrás de las grandes catástrofes de este siglo. La gran incógnita es que ocurrirá en el siglo venidero. ¿Progresaremos también éticamente, aunque solo sea por un instinto de supervivencia? Si la respuesta es no, el peligro de que este progreso nos acerque al Apocalipsis es grande. Pero tampoco puede condenárselo, pues ayuda a los países a salir de su pobreza.

¿Según usted, es la revolución francesa o la norteamericana, la que más ha contribuido en el avance de los fundamentos de las sociedades occidentales?

Son revoluciones diferentes. De la francesa quedó la idea de los derechos del hombre. De esa idea universal de un hombre como un sujeto de derechos. Eso se lo debemos a la revolución francesa y es muy importante. Aunque luego se pervirtió ideológicamente y como un Saturno empezó a devorar a sus propios hijos. Pero dejó la semilla de los derechos humanos irrenunciables que tienen que ver no con sociedades o grupos, sino con individuos. Un aspecto fundamental de la cultura democrática. Hay que tenerlo muy presente, aún cuando luego se le hagan todas las críticas al terror, la intolerancia, el dogmatismo, la violencia, que desgraciadamente son otra herencia.

La revolución norteamericana, en cambio, es en cierta forma una revolución pacífica, que consolida extraordinariamente la cultura democrática. La idea que la sociedad funciona a través de un sistema de transacciones recíprocas, que permiten la convivencia de gentes que piensan distinto, que creen distinto y actúan distinto. Ambas han contribuido de manera muy decisiva a lo que es nuestra civilización.
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© Augusto Wong Campos, 2000. Yahoo! Geocities Inc.