Ya no le cae ese mechón rebelde que llevaba sobre su
frente cuando era joven y revolucionario: ahora Vargas
Llosa peina canas y hasta es un abuelo sesentón que se
disfrazó de Papa Noel en la última navidad para sus
nietos. Pero vaya que no tiene nada de viejo. Es el mismo
escritor que aborrece el poder desde cuando a los diez
años se enteró de que su padre no estaba en el cielo.
Tuvo entonces que admitir esa paternidad terrenal,
autoritaria y tardía: enviado a un colegio militar para
hacerlo hombre y alejarlo de los libros, nadie imaginó
que fue en aquel internado donde empezó a descubrir el
Perú y a escribir como un deicida. Desde entonces Vargas
Llosa ha volcado sus demonios interiores en ficciones tan
reales, donde la frontera entre la verdad y la mentira
fue una línea casi imperceptible. Un día decidió
cruzarla para convertirse en un personaje de la realidad.
Se vistió de candidato a la Presidencia de un país que
siempre le había dolido, pero su aventura acabó fuera
de palacio. Entonces el pez regresó al agua y siguió
escribiendo. Vaya que no tiene nada de viejo y que sí
hubo un final feliz. Por encima de las miserias de la
política, quedó a salvo la literatura. Tú
contaste que Bill Gates, luego de haber prometido a los
miembros de la Real Academia no eliminar la letra Ñ de
sus teclados, confesó que antes de morir quería cumplir
con su último designio: acabar con los libros. ¿Qué le
responderías al hombre más rico del mundo?
La idea de Bill Gates no es acabar con la literatura,
pero él dice que las computadoras pueden suplir
perfectamente todas las funciones que tiene el libro.
Creo que esto es cierto en lo que concierne a la
información, pero es falso en lo que concierne a la
literatura, porque ella exige un tipo de intimidad que
desaparece con una pantalla de computador. Si desaparece
el libro, la literatura va a ser de las pantallas y será
mucho menos privada y menos intimista. También mucho
más informativa, pero menos creativa. Padecerá esa
generalización, para no hablar de cierta chabacanería y
empobrecimiento, que ha experimentado la cultura de la
imaginación en la medida que se ha popularizado y no
producirá jamás un César Vallejo, un Elliot o un
André Breton porque eliminará completamente la
experimentación con el lenguaje. No creo que este
designio de Bill Gates llegue a ocurrir. Lo que sí puede
suceder en un futuro mediato es que los libros vayan
siendo marginados, en tanto que la literatura de la
imagen se vaya convirtiendo en el alimento literario de
mayorías cada vez más amplias. En el peor de los casos,
la literatura quedará confinada a una minoría que en el
mundo podrá llegar a constituir una importante sociedad
de catecúmenos de la literatura, quienes la mantendrán
casi como una actividad clandestina.
Borges apostaba tan ciegamente por el cuento
que se atrevió a decir que a "Cien años de
soledad" le sobraban 50 años. ¿Cómo crees que se
sentiría hoy en este mundo donde los editores desprecian
los cuentos? ¿Acaso el cuento ha sido un género que el
XX entró en agonía?
No, yo creo que el cuento está vivo. Hay escritores de
cuentos que son grandes creadores del siglo XX y de
hecho, en la literatura latinoamericana, Borges es el
mejor representante. Pero también están Cortázar,
Rulfo y Onetti. La actitud de Borges frente a la novela
no diría que fue de rechazo, sino minusvaloración,
porque siempre la consideró como un género de segundo
nivel. Pero esto es perfectamente explicable dentro de su
arte. Él es un escritor que sólo tolera la perfección
y en la novela la perfección no es posible porque es la
expresión de la condición humana en el entrevero
social. Muestra justamente qué lejos estamos de ese
ideal absoluto de coherencia, racionalidad, perfección
formal, que la poesía y el cuento, en algunos casos,
pueden mostrarnos. Borges consiguió que sus relatos
tuvieran esa perfección, esa forma circular casi
geométrica del objeto de arte puro, sin deficiencias ni
en la prosa i en la estructura ni en la anécdota. Su
rechazo instintivo de la novela es un rechazo de la
imperfección.
¿Qué novelas que hayan sido elogiadas este
siglo te parece que van a ser condenadas a la hoguera del
olvido?
Me parece más fácil decir las novelas que sí han
pasado la prueba del tiempo y quedarán para el futuro.
El "Ulises" de Joyce, es una novela que estará
siempre viva: inaugura un nuevo lenguaje para narrar que
permite ingresar a la interioridad humana. "En busca
dl tiempo perdido" de Proust es una catedral. Hay
autores como Faulkner, que creó un instrumental para
fingir realidades que sigue siendo inmensamente fértil
para crear profundidad, ambigüedad, misterio y
expectativa en una obra de ficción. Hay otros que han
dejado de ser leídos, como Malraux: "La condición
humana" me parece una de las grandes novelas del
siglo, pero no tiene hoy día los lectores que debería
de tener. Eso se debe a que la figura política de
Malraux conspiró un poco contra el Malraux escritor y lo
privó de lectores. Sartre es el caso de un escritor que
tiene en un momento una inmensa vigencia y luego se va
eclipsando: sus novelas hoy día son de difícil lectura
y quien las relee descubre que en realidad no eran nada
originales. A los escritores de las nuevas generaciones
sus ideas de la literatura les parecen vanidosas. Hoy
pocos admiten que la literatura pueda cambiar la historia
y convertirse en un instrumento de transformación
política inmediato.
En eso tiene que ver la muerte de las
ideologías.
Sí, en su caso esto lo ha afectado mucho, pero también
su incoherencia. Esa frase de Joseph Pla sobre Marcuse se
puede aplicar a Sartre: "Contribuyó como nadie a la
confusión contemporánea". Sartre tenía esa
capacidad para convencerte de las cosas más
contradictorias en función de sus vaivenes ideológicos,
pero eso ha ido empobreciendo su obra en la modernidad.
No ha sucedido lo mismo con Camus: más artista y mejor
escritor. Sus ideas todavía tiene una gran vigencia en
el plano cívico literario. Su insistencia en que la
moral no se disocie jamás de la política, hoy nos
parece más válida que nunca. En cambio, el pragmatismo
que defendió Sartre, incluso en contra de la moral, nos
parece abominable porque con él se justificaron los
peores dictadores.
En el siglo XX se escribieron novelas
revolucionarias en el lenguaje, como "Ulises"
de Joyce o "Paradiso" de Lezama Lima. Pero en
las últimas décadas hay más novelas serviles al gusto
de una masa de lectores turistas de la literatura.
¿Acaso los literatos se cansaron de la ambición por la
novela total?
En esta época, caracterizada por el consumismo y la
transitoriedad, la vida parece organizada en función del
presente y la idea de la novela total, de la obra de arte
inmortal, tiene poca aceptación. En el pasado, el
escritor escribía para ser inmortal, de modo que cuando
muriera quedara una obra que lo mantuviese siempre
vigente y su ambición era alcanzar esa eternidad a
través de la obra de arte perfecta. Hoy nadie cree en la
eternidad y esa idea ha sido reemplazada por la de
actualidad en todos los campos. En la literatura eso ha
resultado en la literatura light, que es más de
entretenimiento que de revolución de valores o
sensibilidades. Tampoco hay que descartarla de manera
sectaria, porque en ella hay cosas bellísimas y de
enorme ingenio. Peor es una literatura que no está
escrita con la intención de romper las fronteras
temporales y existir allí para siempre, como existen las
obras maestras. Los escritores de nuestro tiempo piensan
que esto es jactancioso, una vanidad y una utopía.
¿Fue acaso Kafka quien ha expresado más
terriblemente la condición del hombre moderno?
Kafka es inseparable de ese concepto moderno de la
angustia existencial. Leyéndolo sentimos ese vacío
producto de la toma de conciencia de nuestra finitud, de
lo indefensos que somos enfrentados a esa gran máquina
que es la sociedad y la vida misma. Sí, Kafka es uno de
los que ha expresado eso de una manera más original a
través de parábolas, historias y situaciones
extraordinariamente convincentes porque nos llegan en
unas estructuras lingüísticas y unas fabulaciones que
encajan con esa concepción de la vida. Además su
literatura es válida para épocas y culturas distintas:
el mundo de Kafka se ha vivido en China, en Cuba, en el
Perú, en países en los que, por determinadas razones,
los seres humanos pasan a ser meros instrumentos de
poderes que no controlan, contras los que no pueden
defenderse y que hacen de ellos títeres de unas fuerzas
invisibles, ya sean políticas, ideológicas o
religiosas. A Kafka hay que citarlo, junto con Joyce y
Proust, como uno de los grandes escritores del siglo XX.
¿Qué le debe la literatura al cine y la
televisión?
Un efecto en el manejo del tiempo. La gran diferencia de
la literatura clásica con la moderna es que en ésta
última, el tiempo transcurre veloz, salta y deja los
intervalos inútiles. Ahí ha sido fundamental la
influencia de la cultura de la imagen. El cine nos ha
enseñado un tratamiento del tiempo que antes era
inconcebible. Vivimos más rápido y construimos novelas
en las que el tiempo se sintetiza y la historia se
traslada como a través de un espacio: retrocediendo y
avanzando. Eso en el pasado no sucedía porque la vida
tampoco transcurría de esa manera. Peor sería una
ingenuidad pensar que los avances formales y artísticos
de la literatura moderna han aniquilado las obras
clásicas. No es como en el mundo industrial donde un
producto nuevo aniquila el pasado, o en las ciencias en
las que la química desaparece a la alquimia: la
aparición de Proust de ninguna manera acaba con
Montaigne ni Joyce acaba con Cervantes. Eso es lo rico.
En el siglo XIX, Dostoievski fue uno de los
modelos de la literatura más torpe, pero
paradójicamente más imperecedero. ¿Quiénes serían en
este siglo los escritores cuya grandeza no ha sido
opacada por su imperfección en la escritura?
Quizás el caso más comentado en la lengua española sea
el de Pío Baroja, un escritor con una inmensa obra que
muchas veces se ha mostrado como ejemplo de
imperfección, como ocurrió con Balzac en su época.
Desde luego unos extremos de dejadez formal aniquilan una
obra. Pero hay algunas que tienen en sí una fuerza
narrativa tan contagiosa en la creación de tipos
humanos, de ambientes, historias tan coherentes en sí
mismas, que parecen recompensarnos en por esos
desperfectos en el campo de la forma. Thomas Wolfe es un
caso interesante: también es un escritor torrencial como
Balzac.
¿Ahí incluyes a Celine?
Celine es un caso interesante de cómo el talento
artístico puede hacernos tolerar incluso cosas que,
cuando uno las observa a la distancia, dan náuseas, como
los prejuicios más horribles: el nazismo, el
antisemitismo. Su mundo es rudimentario, ruin, mezquino,
pero está maravillosamente bien representado por una
prosa ruin y mezquina. Con otra prosa, ese mundo sería
intolerable.
Se acusó al boom literario latinoamericano de
haber sido fabricado por un mercado editorial. ¿Cuál ha
sido el real aporte de esta tendencia novelística a la
literatura contemporánea?
Creo que su valor no fue sociológico ni histórico ni
geográfico. Escritores como Borges, García Márquez o
Cortázar fueron reconocidos porque eran grandes
escritores, que hicieron una literatura atractiva y de
gran vitalidad en un momento en que Europa se refugiaba
en el formalismo y el experimentalismo. Hasta entonces la
literatura en América Latina había sido básicamente
pintoresca y sin embargo no había conseguido salir
jamás de a región. Por añadidura, con esa nueva
literatura latinoamericana vino un interés por América
Latina, pero su reconocimiento en el mundo fue porque era
creativa y original. Yo no creo que los autores sean
fabricados. En nuestro tiempo, ha habido una bifurcación
entre una novela de calidad que se confina en públicos
minoritarios y una literatura de gran consumo, que
generalmente carece de calidad, es fabricada casi de
manera industrial de acuerdo con ciertos prototipos y
tiene una gran llegada a ciertos públicos. Fue una
tragedia para la literatura que eso sucediera. Una de las
cosas maravillosas de la literatura del siglo XIX es que
esa división no existía y los grandes novelistas eran
escritores populares: la literatura popular y de consumo
era la gran literatura. Los que leen hoy día a Grisham,
leían a Víctor Hugo. Hubo después una época en que la
literatura se refine, se vuelve experimental y busca
formas cada vez más complejas, lo que la va apartando de
un público profano al que antes llegaba.
¿Los escritores del boom intentaron acercarse
más a la gente?
No en todos los casos. Quizás uno de los mayores éxitos
de "Cien años de soledad" es que, siendo una
literatura de alta calidad, ha logrado ser profundamente
asequible para todos los públicos, llegar al lector más
profano y tener, al mismo tiempo, todas las exquisiteces
que demanda el más refinado. Pero no se puede decir lo
mismo de "Rayuela" o de "Paradiso",
que son una literatura que exige tanto, que el lector
común no va a llegar nunca a esos libros.
¿Qué traspiés de críticos literarios te
parecen memorables?
El caso más flagrante es el de Proust. Gide rechazó el
primer volumen de "En busca del tiempo perdido"
a pesar de ser el lector más inteligente de la
literatura francesa. Otro caso escandaloso es el de
"El Gatopardo", de Tomasi de Lampedusa. Casi
todas las editoriales italianas, rechazaron el manuscrito
de uno de los libros más grandes, originales, ricos y
vigentes que se hayan escrito en el siglo XX. Y los que
lo rechazaron no eran mediocres lectores como Elio
Vittorini, el Sartre italiano de su momento. Él rechazó
la obra porque le pareció que no representaba la visión
adecuada de la sociedad. El que salvó el honor de la
literatura italiana fue Giorgio Bassani, quien dijo que
era una obra maestra, cuando ya estaba muerto el pobre
Lampedusa quien no vio su obra publicada y murió
convencido de que había fracasado como escritor.
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