Por Gustavo Faverón Patriau
Controvertido y radicalmente coherente con sus principios, Mario Vargas Llosa estuvo una vez más en Lima. Brilló en apariciones televisivas y devolvió a nuestra memoria su imagen de francotirador, dispuesto a llamar al pan pan y al vino vino, siempre. Su disposición a responder todas las preguntas coyunturales ha calentado la discusión política. Sin embargo, él es ante todo un creador. Su reciente novela, La Fiesta del Chivo, plantea un complejo problema moral: la permisividad del magnicidio y la legitimidad de las respuestas violentas ante la opresión de las dictaduras. En esta entrevista habla sobre eso y sobre el anarquismo, la intriga, la modernidad de ciertos regímenes totalitarios, y, por supuesto, acerca de la oscura fascinación que lo llevó a escribir sobre el tirano Trujillo.
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Ha dicho admirar a quienes ejecutaron el
asesinato a Trujillo... Sin duda. ¿La admiración no es demasiado radical en un crítico de la violencia, como usted? Yo estoy contra la violencia, y explícitamente contra la violencia política. Pero hay circunstancias excepcionales en que el magnicidio se justifica. Si la conspiración de Von Stauffenberg para matar a Hitler se hubiera consumado, se habrían ahorrado millones de víctimas, porque fue durante los últimos años de la dictadura nazi cuando se cometieron las peores matanzas. Cuando una sociedad vive un régimen de control absoluto, sin margen para la respuesta pacífica, creo que se justifica el magnicidio. |
Desde luego, son extremos que deben evitarse, porque
recurrir a la violencia es abrir una caja de Pandora que
puede destruir una sociedad. En la República Dominicana,
la acción de los conjurados evitó que continuara el
horror a que había llegado el trujillismo. ¿Cuándo
alcanza una sociedad ese extremo que hace permisible una
respuesta violenta? |
¿Qué diferencia a Montesinos del Johnny
Abbes de La Fiesta del Chivo? Montesinos es mucho más moderno, y eso es lo que hace de él un personaje tan peligroso. Él utiliza toda una tecnología que Abbes García no podía utilizar. En esa época no era tan fácil interceptar conversaciones telefónicas, introducirse en oficinas, casas, automóviles, en las vidas privadas de las personas, entrar a unas computadoras para alterar los resultados de una elección, que es lo que ha hecho Montesinos, demostrando que es un hombre de su tiempo, un hombre realmente moderno. |
La gente que conoce a Montesinos lo pinta
como un hombre con una inteligencia muy gris. Sin duda. La gente que yo entrevisté acerca de Johnny Abbes García decía lo mismo. Que parecía, en última instancia, un pobre diablo. Pero una persona puede ser un pobre diablo en todo menos en una cosa. Ese era el caso de Esparza Zañartu. Yo conocí a Esparza Zañartu. Fui a verlo al Ministerio del Interior, con una delegación de estudiantes, cuando él era ministro. Fuimos a pedirle permiso para llevar frazadas a unos estudiantes que estaban presos en el Panóptico. Y me quedé impresionado de ver que este hombre, a quien todo el mundo temía, este hombre que infundía mucho más terror que Odría, daba la impresión de una gran pobreza humana. Era la mediocridad encarnada. Sin embargo, era la columna vertebral de la seguridad de Odría. Odría no había durado esos ocho años sin los horrores que cometió Esparza Zañartu para conservarlo en el poder. ¿Cómo habrían sido posible los éxitos de este gobierno si fuera cierto ese panorama que usted dibuja, con un Fujimori mediocre sostenido en un Montesinos también mediocre? Mire, todo sistema más o menos estable genera siempre un desarrollo material. ¿Odría no construyó carreteras? ¿Franco, en cuarenta años, no construyó carreteras? Yo no creo que esa sea la apreciación justa. Yo creo que la apreciación habría que hacerla de este modo: ¿Se hubiera podido conseguir ese mismo progreso material sin la necesidad de asesinar, torturar, censurar, hacer vivir a una sociedad en la degradación? La respuesta es sí. Y la prueba son las sociedades más prósperas, que han llegado a lo que son sin asesinos, ni torturadores, sin manipulaciones ni fraudes. En los regímenes autoritarios surgen personajes como Montesinos, pero hay otros que son atraídos... Los oportunistas, los que quieren medrar, personas con una pasión por el poder que arrasa en ellas todo escrúpulo. Y muchos intelectuales... Los intelectuales siempre han sentido una gran inseguridad sobre su rol social. No saben para qué sirven. Y quizá es por ello que tantos intelectuales se sienten atraídos por el poder. El poder da seguridad y hacer sentir a los intelectuales que son hombres de acción, cosa que, salvo casos excepcionales, los intelectuales nunca son. Eso puede explicar que muchos sean vulnerables a los halagos y las tentaciones del poder y estén dispuestos a echar por la borda toda dignidad. Hay una historia del tiempo de Trujillo que yo no he podido poner en mi novela porque sentí que iba a sonar irreal, que nadie la creería: en 1955 hubo un manifiesto firmado por los más eminentes intelectuales dominicanos pidiendo el Premio Nobel de Literatura para la mujer del presidente, María Martínez de Trujillo, la Prestante Dama, quien había firmado como suyas dos novelitas escritas por un gallego exiliado, José Almoina. Ese manifiesto fue enviado a la Academia Sueca. En fin: no debe respetarse mucho a los intelectuales mientras no demuestren que lo merecen. Se dice que el fujimorismo se convertirá en partido político y que el ideario se le encargará a Pablo Macera. Yo siento vergüenza ajena por esto de Pablo. Él no es Martha Hildebrandt, no es Trazegnies. De esas gentes me resulta comprensible que sean mercenarios al servicio de la dictadura. En Pablo no lo entiendo. Él ha juzgado a los hombres y prohombres de la República de una manera que no se condice con una claudicación de esta magnitud. Mi esperanza es que, como felizmente hay una cierta veta de locura en Pablo, el día de mañana mande a donde tiene que mandar a los que hoy son sus hermanos políticos y recupere su independencia. Henry Chirinos y Enrique Chirinos Soto... No veo hace mucho a Chirinos Soto, no sé si se acerca o se aleja de mi personaje. Digamos que en todas partes hay coincidencias entre quienes son senadores al servicio de una dictadura. Se parecen. Hasta físicamente llegan a tener cierta afinidad, ¿no es verdad? Muchos han comparado a Urania con el Santiago Zavala de Conversación en La Catedral. Yo nunca lo premedité. Pero me lo han dicho muchos críticos, y pienso que es verdad, que hay una cercanía entre ambos. Por ejemplo, la relación entre Santiago y su padre y la relación entre Urania y el suyo son bastante semejantes. Y a mí eso me sorprende, me desconcierta. Me hace pensar que hay ciertos arquetipos allí, en el fondo de la subjetividad, que de alguna manera tienden a reaparecer. Tal vez la constante de esas relaciones padre-hijo provenga del fantasma de la relación que tuvo usted con su padre, que fue muy dura... Sí, seguramente sí. Como la relación con mi padre fue tan traumática y me ha marcado tanto, a mí no me extraña que se reproduzca de manera constante, con Urania, con Zavalita... Hubo un solo aspecto en que sí tuvo conscientemente el referente de Conversación en La Catedral. En esa novela, que también era sobre una dictadura, el dictador no aparecía nunca, la novela nunca se acercaba a él. En cambio, en La Fiesta del Chivo, el dictador está presente, contado desde dentro en muchos pasajes. Esa para mí era una manera de complementar una novela con la otra. Una diferencia: Zavalita es incapaz de responder las preguntas que se formula. Más incapaz que Urania. Sí. Es un personaje más extraviado, más hundido en el pesimismo que Urania. Urania es una mujer exitosa. Hay un aspecto vacío en su vida, determinado por una experiencia traumática, pero en lo demás no es en absoluto como Santiago Zavala, que es un ser frustrado deliberadamente, por esa especie de inmolación subjetiva, esa idea de que, en este país, el que tiene éxito hunde a los otros y el que no se jode, jode a los demás. Eso explica un poco su destino: se jode para no joder a nadie más. El destino de Urania es diferente. Aunque hay una inmolación de Urania en su relación con los hombres. Es que ella queda marcada de una manera atroz. Su descubrimiento del sexo es violento, vil. Su vida sexual queda destruida... ¿Cómo decidió que ese personaje destinado a concentrar muchos de los temas de la novela fuera una mujer? Me impresionó ver lo que era ser mujer en la época de Trujillo. Allí, a la dictadura, se sumaba el machismo de la sociedad, el machismo del continente, que convertía a la mujer, que era ya un objeto sexual, en algo aun más patético: un objeto de transacciones políticas. Los padres le regalaban a Trujillo a sus hijas, como una muestra de su devoción y su fidelidad. Las entregaban como una ofrenda, de acuerdo con un formalismo muy tradicional de la historia humana. Las familias vivían aterrorizadas por sus hijas, porque, si caían bajo los apetitos de Trujillo, o de Ramfis Trujillo, o de Radhamés Trujillo, estaban perdidas. Entonces, yo quería que hubiera un personaje femenino que, en su destino, representara esa condición pisoteada. Y de paso reivindicarse de la crítica a sus personajes femeninos, que habitualmente han sido juzgados como poco trascendentes... Sí, ojalá. Y ahora estoy escribiendo otra novela sobre un personaje femenino. Estoy haciendo méritos. Según muchos, sus novelas recientes no parecen construidas sobre una obsesión, sino a partir de una tesis. No es verdad. Jamás me he impuesto asuntos. Siempre ha sido para mí una sorpresa ver cómo un tema se va gestando poco a poco, sin pasar por mi propia consciencia. Hay creadores que planifican su trabajo y son grandes creadores. Es muy diferente el papel que tienen en cada escritor la racionalidad, la irracionalidad, la memoria, en eso hay muchos matices. ¿Han cambiado las ilusiones y las ambiciones del joven Vargas Llosa? Quizá de joven pensaba, por la influencia de Sartre, que la literatura podía introducir cambios más o menos inmediatos y radicales en la vida social. Hoy día ya no soy tan optimista, creo que no ocurre así. Pero no he llegado al pesimismo de quienes creen que la literatura no causa ningún efecto. Pienso que sí tiene unas reverberaciones en la historia, opero creo que son lentas, que uno no puede planificarlas. ¿Entonces, más moderadamente que antes, la literatura es fuego todavía? La literatura sigue siendo fuego. |