El Comercio (Perú) 9 de Mayo de 2000
Tantas veces Mario

Marcela Robles

Mario Vargas Llosa presenta hoy en la Universidad de Lima su novela "La Fiesta del Chivo", que ya está dando mucho que hablar.

Llego a la cita puntual como un cronómetro suizo. Debo esperar mientras las asistentes y luego la esposa, Patricia, anuncian que Mario tardará algunos minutos. "Usted sabe, los compromisos, los amigos, la familia, el tiempo queda tan corto". Me demoro en la contemplación del mar apacible de Barranco desde la terraza de su departamento. Aparece el escritor. Nos instalamos en su espléndido despacho. Sonríe con impecable destreza.

Hoy es domingo 7, le hago notar para espantar el mal agüero, y la sonrisa trepa hacia una carcajada sostenida y a la constatación de nuestra mutua ignorancia sobre el origen del famoso dicho "salió con su domingo 7". "No soy muy supersticioso -afirma-, así es que no me he preocupado de averiguar qué significa. Seguramente en muchas de las supersticiones hay raíces de supervivencia que tienen que ver con algunos traumas. Las supersticiones recogen, sospecho, alguna experiencia atávica que se ha ido transmitiendo".

Entonces, pasamos directamente al salón de la fama. ¿Es lo mismo ser famoso en el Perú que ser famoso en otra parte? ¿Cuál es su relación con la fama? "Contrariamente a lo que piensa mucha gente, yo creo que la fama trae sobre todo problemas. Uno pierde privacidad, esa libertad extraordinaria de la que goza una persona desconocida que puede ir a cualquier parte sin llamar la atención, sin sentirse vigilado. Es una de las razones por las que me instalé en Londres, porque puedo pasar totalmente inadvertido. Además, una persona que es muy conocida genera en torno a sí muchas mitologías, se le asocia con una serie de estereotipos, ritos que deforman la realidad. Una imagen falaz que no viene en absoluto del ser real, sino de lo que éste proyecta. Creo que haciendo las sumas y las restas lo ideal para un escritor es que sean sus obras las conocidas, más que él mismo. Desgraciadamente eso no es posible, es una época totalmente antropomórfica, todo se concentra en el individuo".

¿Qué cosas lo ponen nervioso? Pregunto, y paso a contarle una anécdota sobre su amigo -y uno de los presentadores de su novela esta noche- Alfredo Bryce, a quien entrevisté alguna vez para una página llamada Los Famosos Hablan de Sexo: "A manera de saludo dije, 'estoy nerviosa', a lo que Bryce respondió, 'no te preocupes, yo también'". Pues muchas cosas ponen nervioso a Vargas Llosa, la inseguridad es una de ellas. "Hace poco tuve una experiencia muy interesante: Acepté decir un pregón taurino en Sevilla, al inaugurar la Feria de Abril, y creo que nunca en mi vida he tenido tanto miedo al escribir un texto, porque ir a hablar de toros a los sevillanos, que son los mejores conocedores de toros del mundo, es una temeridad. La pasé muy mal".

Bryce acaba de afirmar que es una joven promesa de la literatura peruana. ¿Qué es Vargas Llosa para la literatura peruana? "Creo que Bryce no es ninguna promesa, sino una realización de la que tenemos que orgullecernos. Yo quisiera ser recordado sobre todo como un escritor. Y aunque he hecho muchas otras cosas en mi vida, lo permanente es mi vocación. Por eso quisiera que mis libros fueran recordados más que yo mismo, que he sido tantas cosas a la vez. Con el tiempo eso se irá eclipsando, pero mi anhelo más íntimo es que mis libros me sobrevivan. Psicológicamente lo único que puede decir un escritor que quiere estar vivo mucho tiempo es lo siguiente: 'Lo mejor que he escrito es lo último, pero eso es menos bueno que lo que voy a escribir'. Si no, sería sólo un eco de mí mismo. Yo no he sentido nunca eso. Para mí escribir es algo que me ilusiona, que me intimida, que me excita. Yo no puedo aceptar que lo mejor ya lo escribí, y que todo lo que escriba a partir de ahora es una decadencia. Si aceptara eso, significaría que ya estoy muerto.

El sexo, la coyuntura y lo demás

Alfredo Bryce Echenique, Alonso Cueto y Fernando Rospigliosi comentan hoy a las 7:30 p.m. la nueva novela de Vargas Llosa, editada por Alfaguara.

Como lectora percibo que cuando toca el tema del sexo en sus novelas se siente incómodo.
Pues yo no me siento incómodo. Digamos que es un tema que requiere de extremada prudencia, porque con el sexo se corre el riesgo de caer en lo trillado, en lo vulgar, y eso puede despertar incredulidad. Un episodio sexual pone en alerta al lector, sus antenas críticas se enderezan y vigila con extremada suspicacia lo que está leyendo, esperando ser desencantado. Tenemos muchos prejuicios respecto al sexo, por eso hay que tratarlo con un gran cuidado formal para que sea persuasivo y tenga ese asentimiento del lector sin el cual una obra no llega a tener vitalidad. Una novela que ignora o abole el sexo está recortando un ingrediente esencial de la existencia. El sexo es una gran compensación contra la infelicidad. Nunca disociado de otros aspectos de la experiencia, porque una novela que se concentra en lo sexual resulta irreal. Como la violencia. Eliminarla de una ficción es distorsionar un dato esencial de lo que es la vida. Si exageramos, el lector siente que está frente a una caricatura.

¿Cuando habla de irrealidad se refiere a la deshumanización?
Es lo que yo creo. La irrealidad está decretada en la obra de arte por la incredulidad, cuando un lector descree de aquello que tiene delante eso se vuelve irreal, en cambio cuando da la impresión de realidad consigue credibilidad. Eso es resultado de un oficio, una forma de artesanía que va dando poder de persuasión a la obra literaria.

¿Y la fantasía?
Es el instrumento a través del cual inventamos situaciones, personajes e historias, pero los encarnamos en un lenguaje, en una estructura, en un orden temporal, en un punto de vista, y esa artesanía es la que da verosimilitud, o no, a la obra de arte. Mientras mejor se fundan esa combinación de forma y sustancia, más lograda estará la obra de arte.

Szyszlo ha afirmado que todos somos hijos de alguien, y el que dice que no es un hijo de puta. ¿Usted de quién es hijo literario?
O es un ignorante, ¿no? Soy hijo de muchos maestros. De Flaubert, de Faulkner, de los grandes novelistas del siglo XIX que he admirado y envidiado, un Tolstoi; entre mis contemporáneos seguramente un Malraux, y de otros de los cuales no soy tan consciente.

En "La Fiesta del Chivo" ha hecho la descripción meticulosa de un dictador, y sabe de sobra que el poder corrompe. ¿Cómo iba a librarse de la corrupción al ser presidente del Perú?

Respetando la democracia. Es el sistema que permite combatir las fuentes de la corrupción. Hay democracias que son muy corruptivas, pero las fuentes de la corrupción se reducen y esa es una garantía contra los excesos que caracterizan a una dictadura. Pero ningún sistema nos vacuna contra la corrupción.

¿Qué significó para usted la correspondencia con Kenzaburo Oé?
Fue el primer escritor japonés que conocí. Me impresionó mucho su conocimiento de la literatura latinoamericana. Él había vivido en México, había aprendido español. Me pareció una persona sumamente modesta, discreta, y descubrí a un gran escritor. Su obra es profundamente conmovedora. Creo que Oé ha descrito la condición humana de manera admirable. Cuando me propusieron esta correspondencia pública con él acepté encantado, porque estaba seguro de que iba a aprender mucho.

Ha declarado que hombres lúcidos en un aspecto pueden ser perfectos imbéciles en otro. ¿Aplica esa regla a usted mismo?
Ojalá hubiera inventado yo esa frase, es de Albert Camus. Desde luego puede ser posible que yo me equivoque tremendamente en un determinado campo, en tanto que acierte en otro. Creo que nos pasa a todos. Si no seríamos perfectos, y eso no existe.

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© Augusto Wong Campos, 2000. Yahoo! Geocities Inc.