EL MUNDO (Madrid) Viernes, 29 de junio de 2001
MARIO VARGAS LLOSA / ESCRITOR
«En el libro describo mi experiencia en el Partido Comunista»

LEANDRO PEREZ MIGUEL


Mario Vargas Llosa recuerda la escritura de Conversación en La Catedral con una sonrisa... y con un cierto alivio.
- Una frase se repite al hablar de esta gran narración. Usted dijo: «Si tuviera que salvar del fuego una sola de las novelas que he escrito, salvaría ésta».

- Bueno, quizá fui un poco injusto al decir esas palabras. Pero es que me costó un trabajo terrible, difícil de imaginar. Tenía un hervidero de personajes, de situaciones, y me sentía perdido. Y trabajé, el primer año sobre todo, en la tiniebla: no sabía cómo organizar todo el material. Hasta que al final tuve la idea de que una conversación fuera la columna vertebral de la historia; una conversación en la que entrarían y de la cual saldrían otras conversaciones, hasta que se armara toda la novela. Pero lo pasé fatal hasta llegar a esa idea de la estructura.

- También reveló: «Me sacó todas las canas que tengo».

- Bueno (se ríe), después ya he añadido algunas más, pero sí. Fue un esfuerzo gigantesco darle una visión sintética a ese mundo. Me costó mucho escribirla. Quedé como exhausto, pero al mismo tiempo es un proyecto que me fascinaba muchísimo. Por lo menos hasta entonces, fue el libro más ambicioso. Porque lo que había hecho con La ciudad y los perros, que era la descripción de un mundo adolescente, de muchacho de clase media, en Conversación en La Catedral quiere ser la descripción de toda una sociedad viviendo el fenómeno de una dictadura, desde el vértice social y económico hasta la base más popular.

- El libro forma parte de un legendario subgénero latinoamericano: la novela del dictador.

- Claro, porque el dictador es una institución central en la historia latinoamericana. Y por desgracia no ha desaparecido, todavía está allí vivo y coleando. Es una novela basada en la dictadura de Odría, que para mí y toda mi generación fue importantísima: empezó cuando éramos unos niños y terminó, ocho años después, cuando éramos ya unos hombres. Nos marcó tremendamente.

- Hablando de los cimientos de esta catedral, ¿podría explicar a los lectores cómo está construida técnicamente la novela?

- A partir de una conversación madre, entre el periodista Zavalita y un antiguo chófer y guardaespaldas de su padre, a quien ha encontrado de casualidad en la perrera adonde ha ido a rescatar a su animal. Dura varias horas, y es madre porque de ella, atraídas por ella, surgen otras conversaciones, otros diálogos, que corresponden a distintos momentos de las vidas de Zavalita o del guardaespaldas, y que van reconstruyendo, de manera fragmentada y como en un contrapunto, la vida del Perú durante los ocho años de la dictadura de Odría. La conversación tiene lugar muchos años después y es una evocación, pero desde un presente. Se describe la dictadura aunque no a partir del dictador, que prácticamente no aparece, sino a partir de lo que fueron las manifestaciones, las consecuencias de ese sistema en el mundo de los negocios, de la universidad, de los periódicos, de las fábricas, de los prostíbulos, en distintas instancias de la vida social.

- Literalmente, es un novelón.

- Por lo menos, físicamente sí.

- Usted ha asegurado que las grandes novelas suelen ser novelas grandes.

- Es una idea que a mí me dio la lectura de una novela que admiro mucho, Tirant lo Blanc. Me fascinó, es un libro gigantesco, enorme, como El Quijote. Tuve esta idea: cómo una novela, cuando es buena, uno no quiere que termine nunca, quiere que dure. Me pareció que ese elemento puramente numérico, de cantidad, en la novela era un aspecto central de la cualidad.

- Otras palabras siempre mencionadas al referirse a esta novela son algunas de las primeras. Zavala se pregunta: «¿Cuándo se jodió el Perú?»

- En el Perú se utiliza mucho, porque como el Perú siempre anda jodido... ya la gente se anda preguntando cuándo empezó esto.

- ¿Sigue jodido?

- Bueno, ha estado muy jodido. Sobre todo en estos últimos ocho años con la dictadura del señor Fujimori y del señor Montesinos. Pero es interesante lo que ha ocurrido, porque por primera vez en la historia creo que una dictadura ha documentado ella misma la corrupción y los fraudes con vídeos. Ahora hemos salido de eso y estamos viviendo una transición hacia la democracia que ha creado muchas esperanzas, pero el Perú ha quedado muy, muy jodido. El tema de Conversación en La Catedral, por desgracia, todavía sigue siendo de actualidad en el Perú. Y no sólo allí.

- Odría, como Fujimori, tuvo un «Montesinos», el director general de la Policía, llamado Cayo Mierda en la novela.

- Sí, un personaje también mítico y tenebroso, aunque después de Montesinos ha quedado enanizado. Era un pobre diablo en comparación con él. Era el jefe que desde la sombra dirigía todo.

- Usted le llegó a tratar.

- No, eso no, pero le vi una vez cuando yo era dirigente estudiantil. Fuimos a verlo para pedirle permiso para ayudar a los estudiantes presos. Le vi una vez, pero la idea de la novela surgió de esa entrevista. Me impresionó mucho la nulidad física que era, lo mal que hablaba. Cuando uno se acercaba a esa persona ante la cual temblaba el país entero, qué pobre diablo parecía.

- En la novela asistimos al derrumbe de Perú, y de un personaje, Zavalita.

- Sí, pero en él hay una cierta grandeza moral, es lúcido respecto a esa putrefacción que le rodea, pero decide joderse, decide fracasar. Y el argumento que da es noble. Dice: en este país, el que no se jode, jode a los demás. La única manera de salir adelante, de tener éxito, es jodiendo a la gente, dejando el camino sembrado de contusos, de heridos, de cadáveres. Y así no quiere triunfar. Prefiere ser un mediocre.

- Usted, como él, también fue periodista.

- Sí, claro. Yo no hubiera escrito tres cuartos de lo que he escrito si no fuera por el periodismo. Y Conversación en La Catedral yo creo que muestra bastante bien todo el mundo de los periódicos, el mundo nocturno... todo eso viene de una experiencia de mis años de periodista, por supuesto.

- Muchos lectores le van a identificar a usted con Zavalita.

- Bueno, que ocurra eso es inevitable. Pero creo que nos pasa a todos los escritores, que tratan de confundirnos con los personajes.

- Pero sí es cierto que en aquel momento estaba imbuido de ideas progresistas, comunistas.

- Yo estuve en el Partido Comunista sólo un año, el primero de la universidad. Esa experiencia la he descrito en la novela. El Partido Comunista era una cosa pequeñita, había sido destrozado por la represión, existía un pequeño grupo que había sobrevivido al naufragio. Allí milité un año, con esa frase de Salvador Garmendia: «Eramos pocos pero bien sectarios» (se ríe). Me pasé el año con discusiones feroces contra el realismo socialista, y al final me aparté. Sobre todo, en lo que se refiere a la cuestión estética, el sectarismo era espantoso. Pero digamos que las ideas de Jean Paul Sartre, ese tipo de compromiso con el socialismo a partir de una posición marxista pero independiente, me influyó mucho en aquellos años. Y creo que eso se refleja en Conversación en La Catedral, que es una novela que escribí cuando yo ya había empezado a tomar mucha distancia de Sartre, me sentía más cerca de Camus.
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© Augusto Wong Campos, 2001. Yahoo! Geocities Inc.