SALVEMOS EL CORRAL AMERICANO
Creo un poco exagerada la aseveración del gran filósofo y sociólogo; porque
si es verdad que un gran número de personas vive en los Estados Unidos en
perenne desasosiego, por el empeño de hacer más cómoda la vida, también es
cierto que ese número de personas es de los sabios e inventores; pues
millones de gentes ajenas a esas angustias están gozando de los mismos
progresos continuos del confort.
Pero al decir que creo exagerada la aseveración de Frank, he dicho "un poco
exagerada" y no más. Porque al asomarse a aquella vida vertiginosa, el
hombre siente en realidad la prisa de una existencia colectiva que no
parece dejar sitio al reposo, que es la expresión más humana de la
comodidad.
Durante mi estancia en California se debatía un problema que parecía
imposible de suceder. Y ya para mi salida, ese problema creaba un conflicto
entre la municipalidad y el Alcalde de Los Ángeles. Pues ocurrió nada menos
que lo siguiente: La municipalidad de Los Ángeles decidió prohibir la
existencia de gallos en el perímetro de la ciudad de Los Ángeles -la más
extensa del mundo, tal vez, después de Londres- alegando que los gallos
producían ruidos molestos que impedían el desarrollo de ciertas
actividades. Indudablemente que el consejo se refería a dos actividades que
reclamaban silencio: una de ellas común a todas las ciudades, y la otra,
peculiar en Los Ángeles: el sueño y la filmación de películas. En toda
forma, la municipalidad decretó la expulsión de los gallos como elementos
subversivos.
El alcalde se opuso terminantemente al decreto edilicio; lo asombroso es
que no alegó razones inherentes al derecho de propiedad; sino que se fundó
exclusivamente en principios de moral doméstica, declarando que la ausencia
de gallos sería catastrófica para la moral de las gallinas. En nombre de la
honorabilidad de los corrales, el pulcro mandatario se negó rotundamente a
permitir que los hombres de pluma faltaran del hogar, ya que ello
constituiría un incentivo para la corrupción de las mujeres de pluma. En
realidad, parece que, al faltarles el gallo, las gallinas se dividían en
dos categorías, a saber: las gallinas gallinas y las gallinas más o menos
gallos.
El conflicto continúa en Los Ángeles. La municipalidad ha hecho caso omiso
del veto del alcalde y mantiene su fallo. Y ante semejante problema, típico
de los Estados Unidos, me sumerjo en dos clases de reflexiones; una, de
origen histórico y otra, de origen histérico. La primera surge de la
evocación de la época en que la desaparición de los gallos de Venezuela
significaba casi la reducción en categoría de los Jefes Civiles; sobre
este tema acaso volveré para deducir consecuencias sociológicas, que me
llevarán a la consideración del gallo, como símbolo de una Venezuela
decadente. Y la segunda, de palpitante actualidad, se refiere al reciente
escándalo surgido en el seno de la A.E.V. con motivo de la pretendida
expulsión de las mujeres de la mesa directiva. Aquí ha sido al revés.
Algunos hombres de pluma, sólo por razones doctrinarias, y sin meditar las
consecuencias, están por la expulsión de las mujeres de pluma.
Pues bien, después de tantas reflexiones, yo que siempre he estado de parte
del Ayuntamiento y en contra del Representante Ejecutivo, en el caso
presente me declaro absolutamente partidario del General Mibelli. Y reclamo
la permanencia de las damas en la A.E.V., en nombre de las más elemental
precaución.
El Nacional 27 de enero de 1994
Andrés Eloy Blanco. "Humorismo". Ediciones Centauro 76. Caracas, Venezuela,
1976.
Ocurren cosas en Estados Unidos que, a veces, parecen ratificar en lo
cotidiano las apreciaciones de Waldo Frank acerca de la lucha por el
confort entre sus compatriotas. Dice Frank que el pueblo norteamericano ha
hecho esfuerzos gigantescos y conquistas nunca sobrepasadas en su deseo de
adquirir el confort, esto es, la comodidad. Y en tal camino han logrado un
sinfin de máquinas que hacen las cosas en menos tiempo y, en consecuencia,
realizan una vida más confortable. Y, sin embargo, la lucha por el confort
continúa como una carrera desesperada, de manera que en el estado actual de
ese combate, Frank llega a la conclusión de que los norteamericanos, en su
anhelo para inventar cosas para su comodidad. En efecto, si inventan un
aparato para dormir, en cuanto se acuestan sobre él, empiezan a darle
vueltas a la cabeza pensando cómo harán para perfeccionar ese mismo
aparato, hasta el punto de que no duermen.