ORADOR II

Yosmar Lorena Pineda Monroy

HISPANIDAD, SESION DEL 13 DE MARZO DE 1947

(Constituyente)

-Ciudadanos representantes: Yo vengo más que todo a hacer aquí un llamado semejante al que ha hecho el doctor Branger. En realidad, la debilidad de la Presidencia ha consistido en tratar de compaginar los intereses de las diversas fracciones. De estas fracciones ha surgido la violación del Reglamento. El Presidente no es un monarca; la Asamblea ejerce la plenitud del poder deliberante y es la Asamblea la que puede más que la Presidencia en la interpretación del reglamento como en su propia confección. Si la Presidencia fuera débil ya se hubiera desmayado (risas y aplausos). Esta sesión de hoy, señores representantes, es un ejemplo más de lo que esta misma Presidencia ha venido diciendo, un ejemplo de combate singular. Si se cierran los ojos se podría concebir el hemiciclo como una arena de circo y las barras como las graderías que aplauden y que silban a sus favoritos. Hoy han venido cargados de documentos; cualquiera pensaría que se trataba de documentos sobre materia constitucional, pero ya hemos visto que aquí, como se llevan armas bajo la ropa, traían periódicos para defenderse y atacar, armas de defensa y de ataque.

Esta sesión, señores (y conste que no hablo como Presidente de la Asamblea, estoy hablando como simple representante del pueblo) va a pasar a la historia como la sesión de los trapos; y no soy yo quien quisiera que ella se prolongara en tal sentido; pero como advirtió la Presidencia, al salirse de la materia algunos oradores -la Presidencia sí quiere tener un poco de sentido igualitario- tuvo que bracear en el torbellino y entregarse también a la materia que está fuera de orden.

Se habló de hispanidad y se me pidió mi testimonio. Será mi interpretación, porque en mi "Canto a España" no se pronuncia la palabra "Hispanidad" y no porque me fuera antipática, porque en esa época todavía no se había inventado el último de sus sentidos. Yo entiendo que la Hispanidad o la Hispanidaz con zeta al final, como dicen los más ensorbecidos partidarios de la nueva hispanidad, tiene tres sentidos distintos: el sentido que le daría Pi y Margall, que es un sentido de profundo lirismo y de profunda fuerza espiritual, que hace de América y de España una sola aspiración republicana; es muy distinto ese sentido del sentido de hispanidad que venía de los labios del Conde de Peña Florida cuando sacaba las patentes de los barcos de la Guipuzcoana; y es muy distinto también del sentido que le dan el General Francisco Franco y los suyos cuando conciben a la hispanidad como un disfraz, como uno de esos trajes muy españoles, llenos de alamares, con castoreño y guayabera, para enviar detrás de ese traje vistoso, o bajo la peineta y la mantilla, la penetración fascista a los pueblos de América. (Aplausos)

Hay hispanidad, y yo insisto en llamarla con "d" final, porque es la pura, en el sueño integrador de una América que casi conquistaba a España después de España haber conquistado a América, en aquel sueño de Pi y Margall y de los republicanos de la primera República, en que soñaban una España descubierta por América y conquistada por América para la gloria de la República. (Aplausos).

Y hay hispanidaz con zeta en el vestir de arreos tradicionales de la España cristiana, de la España Manchenga, de la España de la pareja inseparable, las quintas columnas que van a servir no ya a la hispanidad misma, a la noble hispanidad de antaño, sino a una facción que ni habla español ni cree en Jesucristo, porque es la función racista del nazi-fascismo. (Aplausos). Por eso, se puede hablar de hispanidad en ambos tonos y en ambos sentidos; y por eso se puede atribuir a hispanidad el mismo sentido que se le da a la palabra ausencia y a la palabra presencia.

La ausencia o la presencia del espíritu español en la empresa colonizadora y evangelizadora, la ausencia o la presencia del espíritu español en la empresa penetrante del fascismo, tiene dos sentidos muy distintos. Ausente se llamó desde el último rincón de España al que salía para estas tierras a buscar un Dorado, cualquiera que ese Dorado fuera. En la fórmula de Carlos V, en el Plus Ultra, cualquiera que sea el estilo dinástico que se hubiera querido dar la conquista, ya el estilo de los Austrias, ya el estilo de los Borbones, en la fórmula del Plus Ultra caben las dos hispanidades, ya la del espíritu, ya la del hombre español, en quien Sarmiento vino a descubrir en magnífico hallazgo, el secreto de que el español no es navegante.

El inglés navega por navegar; el español no ama al mar sino como un medio de ir más allá en el vuelo impetuoso de su espíritu. (Aplausos). Pero también el Plus Ultra era el mascarón de proa del ansia de dominio de la España de los Austrias. Y la ausencia para el que quedaba allá, era también la ausencia del emigrante que después va a ser indiano o que va a sembrar con sus huesos esta tierra de su trabajo y de su dicha: la tierra americana; y ausente fue también José Antonio Primo de Rivera, y ausente fue también para algunos en nuestra tierra, Armando Zuloaga Blanco, por analogía con José Antonio Primo de Rivera. (Aplausos).

Armando Zuloaga para nosotros, los que convivimos con él, es una cosa. Yo recuerdo como una de las cosas que más me han emocionado en el recuerdo, que fui yo quien puso sobre la cabeza de Armando Zuloaga la primera boina que llevó un estudiante en Venezuela, y así parece que la hubiera recibido multiplicada, cuando un grupo de estudiantes venezolanos en un inmerecido momento, puso en mis manos la boina de Eutimio Rivas, que conservo como conservaría un relicario. (Aplausos). Y así Armando Zuloaga Blanco era eso para mí; y para otros fue el ausente, porque quisieron identificarlo con el caudillo de un movimiento falangista español. (Aplausos).

Ahora debo hacer constar aquí de una vez por todas que si yo he cambiado de opiniones, no sólo en materia de autonomía universitaria; he cambiado de opinión precisamente, porque quiero inclinarme ante los que tienen razón o ante los que han tenido más autoridad que yo en la materia y han podido demostrar lo contrario de mi criterio. Y aun hablando del "Canto a España", también cambié de criterio.

Le faltaba a mi distinguido colega el Diputado Fernández la noticia de que cuando yo escribí el "Canto a España", era un hombre que se espantaba de que le hubieran cortado la cabeza a María Antonieta. Yo era un hombre que cada vez que leía aquel maravilloso capítulo de Hugo, describiendo Waterloo, cada vez que lo leía era tan hermoso el estilo, era tan viva la descripción, era tan heroico el tinte, la pátina de grandeza que le daba a la Guardia, que cada vez que lo leía tenía la esperanza de que en esa vez ganara la batalla Bonaparte. (Aplausos). Y fui un poeta de juegos florales y corrí el tremendo riesgo de llegar a ser o el más cortesano de los poetas o el más poeta de los cortesanos. (Aplausos). Y así, en mi "Canto a España" era un ausente, eso, un ausente de las realidades de mi tierra. Estaba en mi Olimpo de poeta. En mis primeros versos salía ala calle con el periódico, que no quería doblarlo para no doblar mis versos. Y así canté a Alfonso XIII en mi "Canto a España"; y llegué a España, y un cinco de mayo de 1924, habiendo conseguido un permiso para presenciar en la Cárcel Modelo de Madrid la ejecución de tres hombres, al día siguiente escribí "La elegía del 5 de Mayo", que habiéndome valido un regaño del Gobierno dictatorial de Primo de Rivera, me valió también un cambio de costado, un costalazo que debía repercutir en mis costillas y en mis pies contra los muros del Castillo de Puerto Cabello. (Aplausos).

Y allí vine a dar para encontrarme conmigo mismo, para encontrar mi propio camino, el que yo no había olvidado, porque no había aprendido nunca, porque yo venía de los libros, yo venía de la gesta y del romancero. Yo había tenido mentores, algunos corrompidos y otros no. Algunos corrompidos en política, otros puros, escondido en la cela y en la biblioteca; pero yo había salido de allá imbuido de la gloria del Romancero y de la finalidad única de la poesía: el arte por el arte. Llegué al calabozo. Los estudiantes de Venezuela en el año 28, merecen de mí no sólo compañerismo y admiración, merecen también gratitud. Yo me sumé a ellos desertando de una generación, de un grupo que tenía hombres honrados, pero en lo que nos encontrábamos mirándonos las caras, creyendo que el mundo se había hecho por nosotros; y conmigo fueron muchos de esa generación; fuimos con los estudiantes del 28, y aquí he de repetir lo que dije en un pueblo de mi tierra: Allí nos metió el verdugo, allí nos hundió en el calabozo, allí empezó a frotar nuestro espíritu con los muros y las piedras de las bóvedas del Castillo, y allí, en el frotar y en el frotar, año tras año, se gastó la piedra y no se gastó el espíritu. (Aplausos).

Allí está entre nosotros Alberto Ravell, quien un 19 de noviembre me recibió en Puerto Cabello y un 31 de diciembre, varios años después me despidió allí mismo. Que diga él si el hombre que entró era igual al que salió. Bendito sea Dios por ese cambio! (Aplausos prolongados). Yo soy, pues, y me enorgullezco en decirlo, un discípulo del pueblo. Si aprendí en la Universidad, si me gradué en ella, también es cierto que salí de ella con un rumbo en la vida; y que fue mucho después cuando el pueblo mismo, el dolor de ese pueblo, la angustia de ese pueblo, como el mejor de los maestros, hizo de mi, hasta como poeta, un hombre distinto del que era; y no me quejo.

Hasta he sido pecador siendo Presidente de esta Asamblea, en venir a salirme de la materia mucho más que el diputado Fernández, mucho más que el diputado Faría y mucho más que el diputado Sotillo Arreaza. Hasta en eso, pues, tengo que parecerme a mi pueblo. Y para ser más fiel a esa diversificación, formulo la amenaza de que si después de este desahogo que responde a la amable cita del compañero Fernández, se sigue diversificando y ramificando el debate, los amenazo con recitarles, aquí mismo, el "Canto a España". (Prolongados aplausos).

"Andrés Eloy Blanco. Parlamentario". Compilación y Selección: Luis Pastori. Vol. II. Ediciones Centauro 81. Segunda Edición. Caracas, Venezuela. 1981.


El Periodista

 

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