Capitulo II

Capítulo II

La vieja ciudad de Huancayo zumbaba como una colmena, a pesar de ser más de las diez de la noche, cuando los exploradores entraron en sus polvorientas calles. Sin perder más tiempo, Layseca se dirigió, con su alforja al hombro, en dirección a la comandancia donde se hizo anunciar al Coronel Estanislao del Canto.

Mientras el Coronel entre reclamos y duros reclamos en contra del Comando en Jefe, esparcía sobre el escritorio todos los papeles, su diestra aplastó un pliego sellado con las características de los telegramas oficiales, el cual llevaba estampado en una esquina un timbre que anotaba "confidencial y urgente", de inmediato le preguntó al Capitán Layseca de donde había obtenido dicho telegrama pues toda la información que en ella contenía había sido cursada por el telégrafo público, lo que significaba que todos los espías del General Cáceres ya conocían su contenido.

Del Canto emitió un bufido y se encaminó a pasos rápidos hacia la puerta que comunicaba con la sala de espera y la guardia. Apoyado en el alféizar de una ventana estaba el Comandante del Regimiento Chacabuco, Teniente Coronel Marcial Pinto Aguero. Con tono perentorio, lo llamó a su lado, lo hizo pasar al despacho y cerró la puerta tras él. Juntos los tres oficiales comenzaron a analizar la situación del pequeño destacamento ubicado en la Concepción. Lamentablemente debido a los muchos trabajos que demandaba la custodia de la ciudad de Huancayo, no se había podido reforzar oportunamente la guarnición de la Concepción. El Coronel Del Canto deseaba saber la disponibilidad del Regimiento más a mano para poder enviar rumbo a la Concepción con el fin de reforzar a la tropa del Capitán Nebel. El Regimiento correspondía a la 4a, al mando del Teniente Ignacio Carrera Pinto y secundado por los Subtenientes Arturo Pérez Canto y Luis Cruz Martínez, de diecinueve y dieciséis años respectivamente.

Al Coronel le resultaba penoso someter a un grave riesgo a muchachos tan jóvenes, pero no le quedaba otra alternativa. Dirigiendose al Comandante Pinto Aguero le ordenó hacer los preparativos necesarios para que la 4a compañía del Chacabuco partiese rumbo a la Concepción a primera hora de la mañana del 5 de julio.

Alargada como una culebra que se escurriera por entre las ondulaciones de la sierra, marchó la columna de los sesenta y seis soldados de la 4a compañía del Chacabuco, encabezada por el Teniente Ignacio Carrera Pinto y los Subtenientes Pérez Canto y Martínez.

Mientras la pequeña masa de soldados se perdía hacia el norte, en la guarnición de Huancayo reinó una febril actividad. Numerosos mensajeros salieron del Cuartel General galopando hacia el sur, para prevenir a las avanzadas destacadas en Pucará y marcavalle y los ayudantes del Coronel Del Canto reunieron en la tarde del día 6 a todos los jefes de batallones en la sala de la Comandancia. En aquella reunión, el veterano Coronel les expresó sin preámbulos la decisión de hacer abandono de Huancayo, que debido a la escases de proviciones era necesario emprender la retirada. Se habían mandado órdenes para que se desocupasen los hospitales que se mantenían en Jauja y Tarma, a fin de trasladar hasta allá a los enfermos y heridos que ocupaban Huancayo. Para realizar dicho traslado, se usarían a los indios prisioneros, los que marcharían en colleras, atados por los tobillos para que no pudieran fugarse.

Todos los Comandantes se oponían a dicho plan pues resultaba ser demaciado arriesgado, pues la marcha de los batallones, entorpecida por una columna de cargadores atados, obligadamente tendría que ser lenta y poco flexible. También se exponían a algun ataque sorpresivo del Ejército de Cáceres durante el trayecto; pero Del Canto, con un leve tono de disgusto rechazó toda objeción a sus planes. Los Comandantes abandonaron la sala, comentando en voz baja entre ellos. El asunto de los indios acollerados no les agradaba en absoluto.

El último en retirarse fue Pinto Aguero, cuyos chacabucanos eran, sin duda, los que se hallaban en mayor aprieto. Una vez a solas con el Coronel Del Canto, le contó sobre la recepción de un mensaje del Capitán Alberto Nebel quien esperaba alguna respuesta con respecto a la situación de enfermos que se encontraban en la Concepción y que necesitaban de asistencia medica. El Coronel Del Canto, sin prestar mayor atención al asunto, le respondió que los evacuara rumbo al hospital de Jauja, escoltados por sus dos compañías. Dicha solución no satisfacía al Capitán Pinto Aguero ya que eso significaría dejar sola a la compañía que comandaba el Teniente Carrera Pinto, la que ya debía estar en la Concepción. La idea era que sólo deberían pasar solos apenas dos días, al fin del cual, las demás unidades pasarían por la Concepción y recogerían a la Compañía de Carrera Pinto, para llevarla con ellos hasta Tarma. Sólo quedaba rogar de que durante esos dos días no les fuera a ocurrir nada a los muchachos de la 4a Compañía.

Los millares de montoneros y de indígenas que espiaban sigilosamente el valle del Mantaro al amparo de las quebradas de la alta montaña, dejaron pasar al mensajero que galopaba desde Huancayo a la Concepción, el cual portaba la orden para el Capitán Nebel de trasladar a todos los enfermos protegidos por la totalidad de sus dos compañías.

Una vez recibida la orden de evacuar el pueblo, el Comandante de la 2a y 5a compañía, se dispuso a dar la orden de marcha. Finalmente solos, Ignacio Carrera Pinto ordenó al Teniente Pérez Canto hacer formar a la 4a compañía con el fin de pasar lista y distribuir las guardias. Al mismo tiempo, mandó a llamar al Subteniente Luis Cruz Martínez a quien le expresó su interés en saber cuáles eran los soldados convalecientes y cuántos los que aún se hallaban graves, aquellos que pudieran tenerse en pie deberían formar a la cola de la fila.

Minutos más tarde, una corta hilera de soldados quedaba extendida, como un reguero de hormigas, frente a los muros de piedra y madera de la casa parroquial. Eran sesenta y tres veteranos, añadidos los subtenientes y el jefe mismo, la suma se elevaba a sesenta y seis. A la cola de la 4a compañía formaron, poco después, nueve hombres más, a medio vestir, desgreñados, con los rostros demacrados por la enfermedad o las heridas; aún quedaban dos más en la enfermería recuperandose luego de estar al borde de la muerte. En total sumaban setenta y siete hombres, más tres mujeres, una de ellas en estado avanzado de embarazo, y el hijo de una de ellas.

Luego de pasar lista y de hacer reconocimiento sobre las casas que rodeaban la plaza central, al igual que de sus respectivos dueños, el Capitán Ignacio Carrera Pinto comenzó a destribuir la guardia poniendo especial cuidado de mantener bajo constante vigilancia el cerro El León, pues por ahí vendría el asalto, si es que el enemigo se dejaba caer encima, ahora que estaban totalmente solos.

Llegada la noche el joven Subteniente Martínez regresó a pasos rápido al cuartel en busca de Carrera Pinto, ancioso de compartir con él la importante información que le había confesado una joven señorita peruana con la cual había estado platicando muy blandamente amparados por la penumbra que reinaba en el quicio de la puerta del almacén de la esquina. Lamentablemente, impulsado por la necesidad de constatar el verdadero estado de los hombres que se hallaban recluidos en la enfermería, Carrera Pinto se había trasladado a la casa vecina, en cuyas habitaciones del piso bajo, tumbados en el suelo de ladrillos sobre montones de paja y viejas mantas, yacían once hombres, atendidos por las dos soldaderas y Carmen Quinteros, la cantinera de la 4a compañía, que aún conservaba las bombachas rojas y el quepis de su uniforme. Luego de conversar con algunos de los soldados, los tranquilizó deciendoles que en menos de 48 horas el Ejército chileno llegaría a la Concepción y todos juntos se unirían a sus filas rumbo al hospital de Jauja. Dando las buenas noches a todos se dió media vuelta y se retiró rumbo al cuartel.

En la penumbra del corredor del cuartel, alumbrado ahora por una lámpara de parafina, conversaban los Subtenientes Pérez Canto y Luis Cruz Martínez. Este último había informado a Carrera Pinto lo que le revelara su joven enamorada y como el Teniente no pareciera inmutarse, salió al corredor para comentar con sus compañeros la conversación que había sostenido con Rosalina Muzzio.

Como si pretendiera confirmar su augurio, en ese instante mismo resonó estruendosamente un disparo afuera, en la plaza. Los dos Subtenientes saltaron al mismo tiempo hacia la sala de guardia con la intención de asomarse al exterior. Pero Carrera Pinto se les había anticipado y disponía que cuatro hombres salieran a investigar la causa de la detonación. Estos lo hicieron con precauciones, comandados por Pérez Canto. No habían alcanzado a alejarse muchos pasos de la puerta del cuartel, cuando vieron venir hacia ellos la corpulenta figura del Sargento Rosas, que traía delante de él a un prisionero, fácilmente identificable por sus largo hábitos negro, era un fraile. Luego de interrogarlo y de enterarse de que venía del convento de Santa Rosa de Ocopa con la misión de ayudar al párroco local a organizar una procesión en honor a San Feliciano, santo patrono de esa región, dicha procesión sería realizada el domingo en la mañana.

Sin mayores preguntas el joven Subteniente dejó al fraile retirarse, recomendandole de que no andubiese nunca más de noche por los alrededores pues era peligroso. No pudo imaginar jamás Pérez Canto el terrible error que había cometido, pues aquel mismo fraile luego de alejarse de la mirada de los guardias, se escurrió apegado a los muros, contorneando la plaza hasta introducirse en la gran casona de los hermanos Balladares, una de las familias más acaudaladas del pueblo.

Tan pronto como un criado lo anunció, ambos hermanos supieron de que era un enviado del Arzobispo de Berito o del Coronel Juan Gasto, jefe de las fuerzas regulares peruanas que ya se encontraban en la meseta de Apata. El hombre disfrazado de fraile era nada menos que el Capitán José Miguel Pérez, primer ayudante del Coronel Juan Gastó. Rápidamente les contó sobre su misión y les ordenó preparar a todo el pueblo para que bajo el pretexto de la supuesta procesión que se realizaría el domingo, hicieran abandono del pueblo rumbo a los cerros de Apata.

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