En esa otra cuadra lo que abunda es la droga. Allí entra mucho forajido para comprar y para vender. Cada día aparecen cadáveres tirados en la pista. Ese sitio lo llamamos El Infierno. Ni la policía entra, tiene miedo. Meterse con ellos no es sólo que se puedan vengar con la persona de uno mismo, sino que se meten con toda la familia. Misma mafia, me entiende, compadre. Esa cuadra como que si no existiera en su mapa, ¿me ha entendido?
Un poco más arriba encuentra la cuadra de las putas. Allí sí se puede andar, por supuesto, pero siempre hay que estar atento a cualquier cosa. A veces la policía hace batidas y se lleva a putas y a clientes juntos. Si Ud. tiene mala suerte, también podría acabar en la comisaría. Se lo llevan como lo encuentren, en pelotas. Ahora casi nadie se atreve a quitarse ni los zapatos, apenas que se bajan la bragueta. La gente dice que ya no va a volver nunca más a un lupanar, pero después con los tragos uno recae y dice, total, qué mierda. Por una buena puta vale la pena pasar cualquier cosa. Si Ud. camina con cuidado y tiene suerte, no le va a ocurrir nada.
En lo que respecta a estas señoras que venden comida en frente de nuestro edificio, si Ud. quiere que le de hepatitis o tifoidea pruebe todos los apetitosos platos que le ofrecen. Hay un guiso de tripa que es buenísimo. Dicen que el ají mata los microbios. Yo como de vez en cuando allí. Me persigno antes de meterme el primer tenedor. Casi todos han caído enfermos. La gente ha sido reincidente y a pesar de todos los terribles malestares que haya podido sufrir, se olvida rápidamente al pasar por las carretillas. Las señoras tienen servidos sobre una mesa un pescado guisado o un estofado de gallina de chuparse los dedos. Al día siguiente de estar más o menos recuperadas, las personas preguntan por el menú y se convierten nuevamente en los habituales clientes. Las señoras cocinan como pueden. No tienen ni agua para lavar bien los platos. Ya les hicieron varios análisis de laboratorio. Más mierda encontraron en sus propias manos que en la comida misma. La gente lee eso en los periódicos, hace escándalo por unos días, pero después se olvida.
Oiga, compadre, y hablando de Ud. ¿Ud. es ingeniero, no? ¿Y seguro que gana bien, eh? Mire, compadre, yo ando un poco bajo de fondos. Ud. sabe, la crisis. Ya que le he contado todo lo que debe de saber acerca del barrio, no me podría dar una ayudita y me prestaba unos veinte dolarcitos. Yo se los pago, compadre, la próxima semana. Le juro que sin falta, compadre. ¿Cómo que no es rico? Y aquí me ha tenido todo el tiempo a su disposición y no me ha dicho nada. Oiga, compadre, Ud. sí que es un pendejo. Ud. sí que es más duro que una piedra. Siquiera pórtese con cinco dolarcitos, no sea malo. Qué tacaño que nos ha salido el compadre. Cúidese que por aquí la gente sabe oler dinero. ¿Sólo me da un dólar? ¿Sólo uno? Pero, qué miserable, compadre. Está bien. Será para otra vez. No se olvide de que yo vivo encima de su casa. Cualquier cosa me busca. ¿Verdad, compadrito? Y no se moleste por favor cuando en la noche gotee una agua oscura de su techo. Está averiada casi toda la canalización de mi departamento. Pero no tengo ni un sólo cobre para repararla o sustituirla. Téngame paciencia, por favor.
La vecina de su lado derecho es una vieja loca y su marido la para gritando. Si quiere escuchar una lucha original de una pareja de bestias no tiene necesidad de pegar los oídos en las paredes, todo el edificio escucha los gritos y golpes como siguiendo los capítulos de una telenovela brasileña. Al final cuando acaban de insultarse y de golpearse se meten en la cama haciéndola resonar de una manera desenfrenada. Compadre, seguro que se divertirá de lo bueno. A las cinco de la madrugada de cada día un perfume invadirá su casa. Un perfume intenso, de esos baratos, lo despertará provocándole náuseas. A esa hora llegarán tres putas a dormir al departamento del lado izquierdo del suyo. Escuchará muchas risotadas y cuando menos lo piense, compadre, le tocarán la puerta para pedirle un poco de azúcar o de sal. Probablemente la mujer que le pida no tendrá por ropa más que una bata transparente mostrándole todas las tetas y los pelos púbicos. Le sonreirá con sus labios pintados y unos dientes amarillos diciéndole:
-Oye, mi amor, se nos ha acabado el azúcar. Y yo sin azúcar no puedo tomar mi remedio. No seas malito, papacito y préstame un poquito de azúcar.
Compadre, de verdad, así será. ¿Eh, compadre, adónde se va? ¡Vuelva! ¿Por qué ya no me quiere escuchar? No, compadre, no pretendo asustarlo. He exagerado un poco, Ud. sabe, hay que hacer un poco emocionante la historia. Pero lo del perfume que le he contado eso sí que es purita verdad. Es una cosa que entra por las puertas y no puede resistirlo. Se vomita de las náuseas. Eh...compadre...V