VERSIONES 14/15

Año del Buey - Junio/Julio - Agosto/Setiembre de 1997


Director, editor y operador: Diego Martínez Lora.
Versiones se elabora desde la ciudad de Vila Nova de Gaia, Portugal


Marcus Stadler:
La milagrosa multiplicación del ser


Crónica de una esperanza en tiempos difíciles.

(Traducción del alemán de Diego Martínez Lora)

Las agujas del reloj giran con una regularidad imperturbable, el reloj de la vida avanza a pasos discontínuos. La vita, hasta ahora monótona, rutinaria y estancada da súbitamente un salto. Una nueva era se inicia en el destino de un hombre común y corriente.

Qué magnífico día de octubre! No quieres dar un paseo conmigo al fin de la tarde?, me pregunta por teléfono mi compañera Nicole. Abandono el agitado y febril engranaje del trabajo porque sospecho que se trata de algo importante. Y entonces?, pienso con sonriente calma, cuando Nicole se sienta junto a mí en el auto. Las tensiones de los días pasados parecen haber desaparecido.

El monte de Vomp es la meta de nuestro paseo otoñal. Allí arriba en esa contemplativa meseta, en medio de la montaña tirolesa, una pequeña y conspiradora sociedad guarda desde algunos siglos el Secreto del Santo Grial. Pasamos lentamente por el Templo de los Caballeros del Grial, en dirección al Cementerio del Bosque.
- Aquí quisiera que me enterrasen-, dice Nicole, llegando al pacífico lugar, que se encuentra protegido por altísimos abetos. Muchas lápidas sin nombre nos llaman la atención. En qué creen verdaderamente estos sincretistas?. No lo sabemos como la mayoría de los nativos de estas tierras. Esa vida devota y nada espectacular de los Caballeros del Grial no molesta a nadie, hasta los sacerdotes católicos desde hace mucho tiempo han terminado de echar pestes sobre sus supuestos rivales, porque éstos, que llegan de todo el mundo, se han vuelto un factor económico importante para la comunidad.

Nos sentamos en un banco de madera delante del Cementerio del Bosque (Waldfriedhof).
- Detrás de nosotros, la muerte, adelante, la vida-, digo mirando la colina sumergida en la suavidad del otoño. Nicole se ríe:
- Eso está bien. Detrás de nosotros la muerte, delante, la vida-. Ella saca una cajita del bolsillo de su abrigo. Clearblue está escrito. Dos tubos de plexiglass están dentro. Nicole señala con el dedo el otro lado de la cajita, donde una ilustración me debe de esclarecer los hechos. Dos líneas están dibujadas, una gruesa y otra fina. Comparo los dibujos de la caja con los tubos de vidrio.
- Ya lo sabía. No estás embarazadas-, le guiño un ojo a ella. Nicole me observa asombrada y empieza a reír fuertemente diciéndome:
- Contigo yo sería un niño dios.
Otra vez estudio las instrucciones del paquete: ninguna línea = no embarazada.
- Entonces, estás embarazada!, le digo.
Algunas lágrimas caen sobre las mejillas de Nicole. La abrazo:
- No llores.
Ella balbucea:
- Precisamente en esta situación, cuando todavía no he terminado mis estudios. Si teníamos tanto tiempo...
Intento llenarme de viril soberanía:
- Todo eso se solucionará. Sólo tenemos que quererlo.

No, no estoy de ningún modo en un film, ni estoy leyendo un libro! Esto es realidad, viejo joven, pellízcate! Yo apreto fuerte la mano de Nicole. Estiro mis brazos hacia adelante y hago como si mis dos manos estuvieran empujando un coche para niños. En mi pecho se enciende por primera vez el tan citado orgullo de ser papá.

Sí, todo en la vida tiene un primera vez. En un radiante día de noviembre estoy por primera vez donde un ginecólogo y casi con la tierna edad de 33 años de vida. Nicole me ha pedido que la acompañe. La tensión nerviosa compartida es definitivamente la mitad del dolor. El médico le había confirmado dos semanas atrás la exactitud de los resultados del test de las líneas y lo verifica con la auscultación ultrasónica, detecta que el embrión de pocas semanas de edad presenta una extraña sombra. Desde entonces, Nicole teme lo peor, pues no ha tenido ningún malestar corporal, ni siente tirones en el vientre, ni tampoco le da náuseas la comida. Otras cinco o seis señoras esperan también como nosotros en el soleado pasadizo del consultorio. Nicole y yo entramos en una confusión de sentimientos. Por un lado la alegría por lo totalmente nuevo: la experiencia existencial y básica, por otro lado el miedo por la lenta y consciente trascendencia de esta empresa. Bonjours, querido descendiente! Adieue, tú, amada independencia! Nicole se atormenta la existencia, porque justo este año ella habría debido de terminar sus estudios- y luego otra vuelta aparecen las preocupaciones sobre el bienestar del nuevo inquilino, que pese a todos esos pensamientos igual ya ha crecido en el corazón.

También están presentes un joven y su compañera con un embarazo muy avanzado. El volumen de su barriga es tan inmenso que parece un globo de aire caliente. Uno piensa que ella muy bien podría estar flotando unos diez centímetros sobre el suelo.

Cuando Nicole es llamada, la sigo como un perro rastrero. El ginecólogo con una aura de la moda del 68 y cejas tipo Breshniev revisa rápidamente la história clínica y le indica a Nicole para que en medio del aparato que hace ecografías se tienda sobre un diván de examinación y se desvista.
- Yo lo llamo luego-, me dice el médico, pero no me deja esperar por mucho tiempo. Sólo por un breve instante se rozan la miradas de Nicole y la mía. Ella se siente incómoda con las piernas abiertas. Dentro de mi confusión miro fascinado fijamente el monitor del computador. Allí se distingue toscamente reticulada la imagen en blanco y negro de la caverna originaria de la vida.
- Aquí-, señala el ginecólogo al futuro padre, mientras con su frío detector metálico hurga el vientre de mi compañera. Sus pupilas hipertrofiadas por las lunas de los anteojos empezaron súbitamente a dilatarse más, su selva de cejas cruje.
- Pero, qué tenemos aquí-, dice él asombrado. -Esto es más que uno.
Yo trago saliva.

Quizás en esta situación también yo me haya golpeado con la palma de la mano la frente o haya agarrado mi cuello como estrangulándome. No lo sé. Nicole me afirma que me quedé con la boca abierta. La veo de nuevo delante de mí tragando con dificultad su saliva, con la mirada atenta al ecran, mientras sus ojos se humedecen completamente. Ámbos luchamos para serenarnos, ámbos reímos compulsivamente: Valor! Pero, de dónde lo sacamos? Algo me asesta un golpe en la boca del estómago. Me siento débil. Una tormenta bioquímica corre por mis ganglios.
- No hubiera sido, pues, imaginable que nosotros dos hicieramos algo normal-, dijo ella con voz temblorosa, mientras observaba de nuevo sus visceras en el ginecológico cinema.
- Aquí están los latidos de uno, y aquí los del otro-, nos instruye el doctor. Yo inclino la cabeza, no me puedo realmente imaginar, que estos dos ratones Mickey helicoidales que aparecen en el ecran sean mis hijos. Será eso realidad virtual?

Durante muchos años me he desentendido con mi deber de reproducción. Ahora de un sólo golpe he superado en 0,5 por ciento el irresoluto promedio austríaco de nacimientos de 1,5 niños por pareja.

Tenemos un secreto gigante. Nicole inicia su confesión con dos muy buenas amigas. Una ya es madre y piensa que está muy bien:
- Yo quiero también otro-, dice alentando a Nicole.

Me divierte mi secreto. Cuando ellos sepan, lo que yo sé, pienso cuando estoy junto con mis aún desinformados padres: En la próxima fiesta de Navidad tendrán colocados debajo del árbol no uno, sino dos de los tan deseados nietos.

El destino dirige nuevamente el film cuando se trata de escoger el momento de la revelación. Nicole ahogada en lágrimas me llama por telŽfono al trabajo. Dos clientes perplejos me ven correr a toda velocidad de allí:
- Disculpen, pero tengo que salir en este momento!
Nicole está sentada llorando en nuestra casa.
- Tengo que ir al hospital-. Ella tiene una hemorragia.
- Tengo miedo de perder a mis hijos.
Minutos más tarde estamos en el hospital del lugar. Inmediatamente el jefe de servicio, de cabellos blancos, examina a Nicole. Ella está completamente deshecha. El médico intenta calmarla, pero no tiene éxito. Ella tiembla como si tuviera escalofríos perpetuos.
El ginecólogo, de procedencia polaca, hace un gesto muy simpático. Intenta dar calma, pues Nicole no se puede tranquilizar. Otra vez estamos frente al ya conocido monitor ultrasónico. Un médico me muestra los dos pequeños botones, que deben de ser mis hijos. Me deja observar muy científicamente en la vagina de Nicole y comenta a propósito en jerga médica sobre la Life-conexión. Y además me dice que él es un especialista en mellizos, miembro de una sociedad norteamericana de mellizos. No sé más lo que el me cuenta. Inclino mi cabeza haciéndole gestos de que lo estoy escuchando e intento al mismo tiempo calmar a Nicole. Ella comienza de nuevo a llorar.
- Por qué llora Ud.?-, pregunta el Dr. Pisku. Él no quiere que las pacientes lloren. Ella se indigna por su incomprensión: - Estoy nerviosa, todo esto para mí no es normal-. Ella tiene miedo. Las cosas no están tan mal, constata el Dr. Pisku, pero Nicole tendrá que quedarse aquí, para mayor seguridad.

Basta con la manía de los secretos! No aguanto más tener tanto secreto en la cabeza. Tengo que comenzar a contar los hechos. No me es muy fácil. Espero en casa hasta estar solo con mi padre y mi hermana. Abro una botella de aguardiente en el comedor.
- No bebo aguardiente al mediodía-, dice mi padre.
- Yo creo que sí lo vas a necesitar-, le insisto. Heinz y Tamara beben conmigo un par de schnapps. Ya después brindaré con mi madre.

Después de una semana recojo a Nicole del hospital. Lamentablemente su felicidad por la libertad recuperada dura muy poco. Al día siguiente tiene de nuevo una hemorragia y entra en un llanto compulsivo.
- No quiero más este embarazo. No lo soporto-. Sólo titubea un poco, toma consciencia muy rápido de lo que dice:
- Llévame al hospital.
Esta vez todo demora más tiempo. Esperanza y resignación se alternan en cortos intervalos. Nicole cree que no puede resistir a este terror nervioso. No puedo ayudarla, sólo intento proporcionarle un poco de serenidad: - No podemos forzar nada. Si sí, entonces sí; si no, pues tenemos que aceptarlo también.
Por primera vez desde hace mucho tiempo me siento entregado al destino.
- Que sea la voluntad de Dios.
En este momento entiendo la situación de los sentimientos que perfectamente salen de esta expresión. Unas semanas después en un viaje de negocios por Salzburgo pasé por una iglesia consagrada a San Francisco. Entré y encendí una vela. La educación católica se manifiesta. Es por los hijos.

A los días turbios sigue la luz del sol. El estado de Nicole se estabilizó de nuevo. Le retornaron la fuerza y el valor. Ella está nuevamente muy activa. Junto con sus quehaceres domésticos también cumple con algunas tareas para su Academia de Pedagogía. Los paseos cortos que damos tienen su compensación. Nicole es rápida, pero siempre acaba agotada y tiene mucho sueño. El médico se muestra contento con el desarrollo de los bebés. Nicole se siente tan fuerte y dinámica que nosotros vamos al Casino y entramos al salón de baile. En su vestido de tafetán negro, la encantadora embarazada es admirada. Parece estar flotando relajada sobre la pista de baile. Su barriga nos pide guardar distancia para mayor seguridad.

Al fin de marzo el embarazo se ensombrece nuevamente con un abismo. Sólo dos días después de un positivo chequeo de rutina comenzaron los dolores de parto. Por suerte el doctor ya le ha indicado a Nicole durante el chequeo, que le avise de inmediato cuando ella tuviese con frecuencia repetidas contracciones en el vientre. El ginecólogo de Nicole constata dolores prematuros y ella se tiene que internar nuevamente en el hospital. Ahora salieron los auto-reproches: Últimamente ella ha estado tan imprudente, tan descuidada, se ha exigido demasiado a sí misma. Le ha estado yendo tan bien. Además el médico no le advirtió para que estuviese quieta. Todas las posibles culpas son inútiles. Nicole tiene que depender del cuenta-gotas que detiene los dolores de parto.

Dos días después de su internamiento, un sábado por la noche, se agrava la situación a pesar del cese de los dolores de parto. El vientre de Nicole se contrae en cortas distancias, se endurece. La vieja comadrona intenta imponer tranquilidad, nada ayuda. El nerviosismo aumenta. El registrador de los dolores de parto oscila en grandes e irregulares amplitudes. El médico de servicio es consultado por teléfono. La enfermera inyecta a Nicole un suero para ayudar a que maduren más rápido los pulmones de los bebés. Estoy tan cansado como nunca. Por primera vez corren lágrimas por mis ojos. Falta tanto y ya esto. Ahora Nicole me trata de consolar.
- Ellos sobrevivirán, son muy fuertes-, me dice dándose valor a ella misma. Muchas horas estoy sentado junto a ella. Las enfermeras le dieron una pastilla para dormir. Mi noche está partida por pesadillas. A las seis horas de la mañana siguiente la enfermera avisa por teléfono el fin de la alarma. La gran crisis ha sido superada. Otras más pequeñas continúan todavía y consumen aún más nuestros nervios. En lo sucesivo Nicole baja más de 4 kilos de peso a pesar de su barriga tan crecida.

Con las comodidades de la civilización como la televisión, la radio, los periódicos, un sillón articulado en el balcón del privilegiado cuarto de dos camas, y con las visitas regulares, los conocidos y parientes de Nicole aspiran a hacerle pasar más rápido el tiempo. Fracasa la tentativa de poder reducir el cuentagotas y de enviar a Nicole a casa remplazándolo por tabletas contra las contracciones de parto.
- Nosotros tenemos que portarnos muy bien hasta que los bebés estén fuera de peligro-, opina el médico principal desilusionándonos después de tres semanas. Nicole, la inquietud en persona, será probada a estar amarrada a la cama. Sólo algunas veces se pierde la paciencia y las lágrimas corren durante el largo tiempo de espera. En total nueve semanas debe durar la prueba de paciencia. El clima, para la suerte de Nicole, la mayoría de las veces es sólo aguaceros: Frío, lluvia y mucha nieve enfrían abril y comienzos de mayo de 1997. Del mismo modo sin ninguna transición se observa el 10 de mayo la entrada del verano con altas temperaturas. Cuando el médico le da de alta para poder abandonar el hospital Nicole se eriza de una manera asombrosa: Ella no quiere arriesgar que toda la larga espera sea en vano. Le preocupa que los mellizos todavía tan pequeños no puedan estar lo suficientemente maduros para vivir afuera.

La sed de libertad vence dentro de la mente:
- Quiero salir de aquí-. Nicole se afirma más en su decisión porque los dolores de parto no son más intensos a pesar de la reducción diaria del cuentagotas.

Después de tres días se le cambia por tabletas.
- Recógeme rápido-, me telefonea el sábado 17 de mayo casi a las ocho de la mañana.
- Sí, pero por favor ningún stress-, le respondo somnoliento.

No me es fácil encontrar un vestido que le entre a Nicole con tremenda barriga. A una velocidad de caracol guío cautelosamente el coche llevando a mi frágil carga a nuestra vivienda renovada. Es la primera vez que Nicole ve los cambios en el departamento, pues durante su estadía en el hospital todo ha sido modificado. Renovación, ampliación y nueva construcción - ¡y todo para la joven familia! Ella está encantada y goza por haber recuperado su libertad, si bien se arrastra dificultosamente sobre las escaleras como una viejita de ochenta años. La echo en el diván y después la pongo bajo el sol de la terraza. No le es tan fácil mantenerse echada. Los dos inquilinos patean y presionan contra las costillas, la columna, y la pelvis de la señora madre. Durante la noche Nicole tiene que levantarse cada cuatro horas para tomar sus tabletas contra los dolores de parto.

Al día siguiente, domingo, los dos pequeños aumentan la presión sobre Nicole de manera más evidente. Nicole gime. Cada movimiento le duele. Ella no sabe si debe de estar echada, sentada o de pie, pero está bien claro que no quiere regresar de nuevo al hospital.

Al fin de la tarde para relajarme me dan ganas de dar un paseo en bicicleta. Ni bien me dispongo a salir de la casa, Nicole me dice:
- Creo que tengo que ir nuevamente al hospital-. Ella tiene un flujo viscoso y sanguinolento. Su tía Alexandra llama de inmediato a la estación de parturientas, para saber qué puede significar ese flujo. No se arriesga nada: Vengan para examinarla.
- Cuánto tiempo estuvo fuera?-, pregunta una risueña enfermera mientras mira nuevamente a la cliente habitual. 35 horas fuera de las paredes del hospital. Peor es nada! Para Nicole fue un cambio importante. Por suerte tengo todavía el televisor dentro del carro. Fue un presentimiento. Por suerte el bonito cuarto de Nicole está todavía libre. Ella recupera de nuevo su lugar en la ventana. Nicole duda si mejor no se hubiera quedado simplemente en casa. Yo la contradigo:
- En casa no tendríamos ni un solo minuto de tranquilidad.

A las ocho horas de la noche viene su doctor a visitarla y la examina de inmediato.
- Ella ya está casi-, le avisa a la partera de servicio, después de examinar la secreción.
- Mañana practicaremos la cesárea... o quizá ahora mismo.
- Glup!-, ambos tragamos la saliva. Todo eso es demasiado rápido para nosotros. Nuestros hijos tendrán su cumpleaños el 18 de mayo? Casi por poco. Si no hubiera sido por ese delicioso melón que Nicole comió poco después de ser hospitalizada.
- Si Ud. ha comido hace poco, no podremos operarla-, opina el doctor. Entonces, mañana temprano. Yo juro ante mí mismo que cada 18 de mayo nuestros hijos recibirán un melón de regalo.

Una vez más Nicole depende del cuentagotas para no tener ninguna sorpresa durante la noche. La vieja y experimentada partera le afeita el pelo púbico preparándola para la cesárea matutina.
- Aquí, le muestra la partera será practicado el llamado corte biquini. La nerviosidad de Nicole aumenta y le tiembla de nuevo el cuerpo entero. En esta etapa decisiva del embarazo, la partera sabe que son necesarias un par de tabletas tranquilizantes. Tiene razón. Me siento por unas horas en la cama al lado de Nicole y compruebo por el contacto con sus manos la eficacia tranquilizadora de los medicamentos. Luego yo mismo, apoyo mi cabeza en la cama. Estoy con sueño. Voy a las 23 y 30 horas para casa.

Puedo recordar muy bien la tranquilidad de la noche. Antes de las siete de la mañana el teléfono me saca del sueño profundo.
- Me has olvidado?-, me pregunta agitada Nicole.
- No, por supuesto!.
Cuando llego al hospital a las siete y media, el cuarto ya está vacío. A ella ya le han colocado un catéter y ya le fue hecho un electrocardiograma. No hay más tiempo para un diálogo existencialista. La acompaño hasta la sala de operaciones.
- Ésta será una buena operación-, se repite Nicole varias veces. - Espero que me den con un mazo en la cabeza para estar inconsciente... estoy tan nerviosa.
Me invade una inquietante tranquilidad.
- Usted puede esperar en el cuarto-, me indica una enfermera. Le doy un beso alentador a Nicole, antes de que sea abordada por los ya disfrazados asistentes de cirugía. Leo el diario de la mañana y pienso con cuál artículo mis hijos vendrán a ver la luz del mundo. Escucho al médico de Nicole por el corredor. Ya son más de la ocho y media. Ah... él todavía no está arriba, pienso yo.

Algunos artículos más tarde me dan ganas de servirme un café de la máquina automática. Unas enfermeras pasan de prisa delante de mí ni bien yo salgo del cuarto. Tiene que estar pasando algo, pienso yo.
- Nacieron bien tus-, me informa una paciente que conozco, -dos niñas. Eso he escuchado.
No puede ser, pienso totalmente perplejo, no puede ser que ellas ya estén allí. Corro detrás de las enfermeras. Ellas visten por encima al nuevo papá con un mandil blanco y unos protectores de zapatos de color azul antes de dejarlo entrar a la sección de bebés recién nacidos.

Veo como dos cuerpos pequeñitos y desnudos están echados en la encubadora.
- Sí, son muy pequeñas, pero con buena salud-, me confirma la enfermera.
- Mis hijas-, tengo que recordármelo siempre de nuevo. Recojo la cámara de video y filmo cómo a la más grande le ponen su primera ropa, mientras la más pequeña se mueve en la encubadora. Filmo para que Nicole, que todavía está bajo los efectos de la anestesia, no se pierda estos acontecimientos. Cuando ellas ya están vestidas, las tomo a ámbas en mis brazos. Mis dedos están tan fríos, pues, de los nervios.

- Cómo se deberán de llamar? A mí me gusta más el nombre Hannah. Más tarde Nicole me hace recordar el segundo nombre: Lara.
- Nicole ya está en su habitación-, me dice otra enfermera. Yo subo de inmediato. Ni bien entro al cuarto la escucho gimiendo en un tono alto. Abre los ojos ligeramente y me extiende su mano. Yo se la apreto. Ambos comenzamos a llorar.
- Están muy bien, están muy bien-, repito. La felicidad nos brota con las lágrimas sobre las mejillas.V


(*)Marcus Stadler, periodista y empresario austríaco. Vive en Schwaz