El hombre pobre decidió hacerse amigo del rico con la esperanza de que éste le prestara suficiente dinero para poder conseguirse una hermosa esposa. De esa manera se imaginó que su situación poco a poco mejoraría. El pobre, decidido, tomó todos sus escasos ahorros y fue al pueblo para comprar la ropa más hermosa que podía. Al día siguiente fue donde su vecino, el rico, y se la regaló:
- Por favor, acepta mi regalo, vecino. Te he venido a visitar, porque me gustaría ser tu amigo. El rico sonrió y aceptó el regalo; pero al ver la casa tan miserable de su vecino pobre , dio la vuelta y le dijo:
- Acepto tus atenciones, porque me corresponden; pero, un tipo tan pobre como tú, no puede ser amigo de un rico.
El pobre se fue al río, se sentó a la orilla y lloró amargamente. Sus lágrimas cayeron al agua y allí apareció, ante su asombro, una oscura figura:
- Tus lágrimas me han conmovido. Soy la Diosa del río y obedeceré tus órdenes. ¿Qué es lo que deseas?, le preguntó ella.
- Oh, bondadosa diosa, estoy solo y pobre. No tengo dinero para conseguir una esposa, exclamó el pobre.
La diosa le dio una bolsa y le dijo:
- Toma esta bolsa de frijoles. Cuando la lleves a tu casa, la bolsa estará llena de dinero. El campesino pobre le agradeció cordialmente a la diosa y agarrando la bolsa con mucha fuerza regresó cantando a su casa.
Al llegar se dio cuenta de que los frijoles realmente se habían convertido en dinero. Inmediatamente fue donde su vecino rico y le dijo radiante de felicidad:
- Mira, ahora soy tan rico como tú. Ahora también podré conseguir una mujer y ser tu amigo.
- Oh, me alegro por ti, le dijo el rico, pero, si tú quisieras duplicar tu dinero deberías dármelo. Y en un mes tendrás tanto como para poder com-prarte dos mujeres en vez de una.
Los ojos del campesino se le iluminaron al pensar en que con dos mujeres su fortuna se duplicaría. Le entregó su bolsa de dinero al hombre rico, regresó a su casa y esperó impacientemente hasta que pasaron treinta días. Al final del plazo pactado, el pobre fue a la casa del rico para recoger su dinero. Con horror vio que el rico se había vuelto sordo y mudo. No podía ni hablar, ni escuchar y sólo emitía sonidos tontos:
- Ba, ba, ba.
El hombre pobre le hablaba y le hacía gestos, pero el rico sacudía incomprensiblemente la cabeza.
Finalmente, el pobre llevó al rico ante un juez.
Tampoco el juez pudo entender los sonidos que emitía el sordomudo y llamó a un hombre inteligente, que era experto en entender todos los signos y sonidos de los sordomudos. Este intérprete le hizo una señal al sordomudo y le dijo:
- ¿Has tomado el dinero de este pobre compesino?
- Ba, ba, ba, respondió el campesino rico sacudiendo las manos y los dedos.
El intérprete se dirigió al juez y le dijo:
- Este hombre ha dicho que Ud. es el juez más tonto e incapaz.
- Eso yo no he dicho, exclamó de pronto el hombre rico.
El juez se rio. Le señaló al pobre la cantidad duplicada que el hombre rico le había prometido y le dio la amable advertencia:
- Amigo, una mujer en la cabaña, es mejor que dos aún en el futuro. V