Y no sólo pica en la boca al meterlo sino también en el estómago y hasta más abajo al despacharlo, cuando tienes que pasar una noche entera en el baño con churrias. Pero que sería un viaje a México sin la venganza de Montezuma, emperador de los Aztecas y soberano sobre todos los chiles entre California y la Sierra Madre del Sur.
«No puede ser comida si no lleva chile», diecen los mexicanos. Seguro que les toca mimarlo con la leche materna y no lo dejan ni cuando ya enterrados en la madre tierra. (Pero de eso más tarde.)
El gringo por su parte desconfía cada día mas. Tímidamente pregunta en el puesto de venta de la calle - ¿qué es el polvo rojizo que llevan las naranjas? - dispuesto a taparse los oídos con las palmas de la mano al escuchar la respuesta angustiadamente esperada. En la frutería, donde ofrecen un jugo mixto con tomate, apio y - claro - chile, por fin se ha agotado el afán científico. Ya no quiere saber en qué consiste el «tutti frutti especial de la casa», que firmaba en la carta.
Toca esperar hasta el día de los muertos, hasta que la cocina mexicana ofrezca nuevas sorpresas: La venta del «rrriquíssimo pan de muerto» está anunciada en cada esquina. Y las vitrinas de tiendas y panaderías se llenan de hogazas pequeñas de pan y de calaveras de azúcar con ojos rubinos.
Claro que como buen escéptico no quieres saltar enseguida al abismo. «Pan de muerto» no puede significar otra cosa que ahí están metidos todos los 15 chiles juntos ya conocidos: el verde, rojo, amarillo, café, poblano, jalapeño, yucateco... Pero resulta que en la cafetería !esto es tu chance culinario! El pancito resulta ser dulce y de trigo - muy al gusto gringo. Y como es tan rico, pides otro pan de muerto sin preocuparte más de la cara atónita que pone el muchacho de la cafetería. Lo importante es que lo comas rápido, antes de que se te quede un pedacito en la garganta cuando ves entrar las familias mexicanas enteras, desde el gran-abuelo hasta los nietos, pidiendo un pancito chiquito entre 16 y más personas para llevarlo a la casa y ofrecerlo a sus muertos.
Ya están preparadas las mesas para el desayuno-almuerzo-cena necrológico desde la metrópolis de Ciudad de México hasta el pueblito indígena más lejano. Claro que el pan de muerto arriba descrito está más de moda entre los blancos metropolitanos que entre los indígenas y mestizos de la sierra. Allí en las mesas y alrededor de las tumbas se ofrece a los muertos todavía más la tortilla de maíz y el famoso pimiento verde, rojo, amarillo,...
Solamente hicieron progreso en cuanto a la bebida: Ya no había difunto a quien le gustara la chicha. Hay que darles Pepsi-Cola.
Menos uniforme parecen los gustos de la música. En las tumbas del cementerio se mezclan los gritos del Dios-Pepsi, Michael Jackson, transmitidos desde un par de grabadoras, a una cacofonía con los llantos de los que están de luto y las canciones en vivo de unos mariachis. Con caras petrificadas aceptan cada nuevo pedido de otra canción y los miles agradecimientos a ellos, a Dios y a la virgen santísima por parte de un hombre bañado en lágrimas.
Está en el séptimo cielo por tener la oportunidad de pagar la cuenta de una apuesta. «El que muera más tarde, paga los mariachis», le habia dicho el amigo que está a sus pies ahora, acostado debajo de un montón de tierra y seguramente empapado ya de un chorro de lagrimas saladas de luto y dulces de alegría.
Viena, diciembre de 1997.V