VERSIONES 18

Año del Tigre - Febrero/Marzo de 1998


Director, editor y operador: Diego Martínez Lora.
Versiones se elabora desde la ciudad de Vila Nova de Gaia, Portugal


Diego Martínez Lora:
Tengo que hablar


En las últimas semanas Manuel no se había sentido muy bien. Estaba fastidiado por tener que conseguir un poco más de dinero para los gastos navideños. Aunque en el fondo, lo que más le preocupaba era que se había enamorado de Marisol, una mujer treinta años más joven que él. Mientras pensaba en el regalo para su hija mayor, que tenía la misma edad que su amante, le asaltaba la idea de abandonar todo su romance y de poder volver a la tranquilidad acostumbrada de su hogar. Su mujer, Estela, trataba de que nunca le faltara nada en casa y lo mimaba incesantemente.

La noche, que en un restaurante, Manuel conociera a Marisol, no había bebido ni una sola gota de alcohol. Se encontraba demasiado lúcido. Se le había ocurrido acercársele con la mayor naturalidad del mundo para decirle lo linda que era. Se había quedado muy sorprendido por su osadía, pero en lugar de amilanarse, continuó en aquel afán de satisfacer un deseo súbito e intenso. Terminó en una discoteca bailando muy apretado con esa muchacha de los ojos claros que no dejaba de hacerle cariñitos en el cuello y que le repetía insistentemente que su nombre era Marisol y no Estela.

Tosió varias veces y su mujer le trajo un té con las galletas de soda de su preferencia.

- ¿Qué te pasa ñato? ¿Estás nervioso?

- No, no. Me he atorado con la saliva..

. - ¿Sabes Mañuco? Voy a salir de compras. Si quieres algo, pídele a la señora Juanita que te lo alcance. Hoy se quedará hasta las cinco. ¿No quieres que te compre algún jarabe para la tos, amor?

- No, no. Te he dicho que me he atorado. Anda nomás...

Manuel bebió el té y se fue a bañar. Se jabonó meticulosamente. Se afeitó y poniéndose su mejor traje se perfumó con generosidad. Se acordó sonriendo de su vieja amiga Rosario: un poco de perfume en la boca, para el beso, otro en las axilas, para el abrazo y finalmente, entre las piernas, por si acaso... Humedeciéndose una vez más las manos, se las pasó por las patillas. Subió a su carro y se dirigió al restaurante que había acordado con Marisol, el mismo lugar de la primera vez.

-Hace tanto tiempo que no vamos por allá, amorcito. Me parece ideal. Le había respondido Marisol con su voz suave y melódica.

Tuvo que esperarla algunos minutos. En ese tiempo se decidió a llevar hasta la última consecuencia su relación extra-matrimonial. Pese a todo, ya encontraría la forma de solucionar sus problemas. En ese momento no podía renunciar a aquella situación que lo hacía ser tan feliz y vivir intensamente. Su mujer, tan buena y comprensiva ya era practicamente como una hermana. Le despertaba todos los sentimientos fraternales posibles, la quería muchísimo, pero ella no le hacía sentir lo mismo que Marisol. Estaba apasionado. Locamente apasionado.

Llegó al restaurante y Marisol apareció sin que él se diera cuenta y lo abrazó por atrás. Le tapó los ojos y le dejó como siempre la marca de sus labios en una de las mejillas que ella misma se encargó de limpiar. Manuel se levantó, se dio la vuelta y se besaron sin percatarse de los pocos comensales que los miraban algo sorprendidos. Se sentaron uno junto al otro y agarrados de la mano comenzaron a leer el menú del día Pidieron un par de cuba-libres con mucho hielo y unos bocaditos de queso. Un cocktail de espárragos para Marisol y otro de camarones para Manuel. Cada uno pidió un tipo diferente de pescado y el mozo les recomendó el mejor vino blanco que había llegado al restaurante.

El olor de los bocaditos de queso recién salidos del horno los hizo soltarse las manos.

- Mmmmm, qué buenos que están, dijo Manuel, dándole un beso volado a Marisol.

- Como el primer día, mi amor, le respondió ella acabando de beber un sorbo de cuba libre.

El mozo no demoró en traer las entradas. Tenían un aspecto fantástico. Marisol se pasó la lengua por los labios. Manuel la besó. Los dos terminaron a la vez su vaso de cuba libre. Ella ya sentía los efectos del ron. Él saboreaba los sabrosos camarones. Se sirvieron el vino que Manuel había aprobado con mucha satisfacción y en medio del plato principal, Marisol le confesó a Manuel:

- Te amo, Manuel. No puedo seguir ocultándolo. Y aunque te disguste, se lo tuve que decir a mi madre.

- ¿Cómo? ¿Qué...? , se atragantó Manuel. Marisol le pasó su copa de vino.

- Calma, mi amor, lo trató de tranquilizar.

- Pero, mi vida. No puedes hacerme eso, continuó Manuel limpiándose la boca con una servilleta. Sin querer le salió un eructo. Se tapó tardíamente la boca.

- ¿Qué pasó mi puerquito? ¿que pasó?, le sonrió con ternura Marisol.

- Marisol, disculpa, por favor, no precipitemos las cosas de esa manera. No olvides que tengo un hogar. No puedo destruirlo así porque sí. ¿Cómo se te ocurre decírselo a tu madre, si sabes muy bien que ella ha sido compañera de colegio de mi mujer?

- No, Manuelito. No va a pasar nada. Ella es de confianza. Es mi mejor amiga. Pero, compréndeme, yo no podía quedarme callada. Tenía que compartir mis sentimientos con otra persona...

- Marisol, Marisol...¿Por qué tienes que hablar demás? Yo quiero estar contigo más tiempo, pero déjame a mí resolver las cosas. Tú no eres la que estás casada. Tú no tienes hijos encima tuyo. Por favor, no quiero que se lleguen a enterar por otras personas de que estoy engañando a su madre...

Manuel miró su reloj, tenía ganas de respirar un poco de aire:

- Uy, ya es muy tarde. Me tengo que ir.

Dejó su plato por la mitad. Le dio dinero a Marisol para que pagara la cuenta y salió. Ella continuó comiendo como si nada hubiera pasado. A los pocos minutos, Manuel regresó al restaurante. Abrazó por detrás a Marisol y realmente la sorprendió. Continuó comiendo. Pidió otra botella de vino y muy alegres los dos se fueron a un discreto apart-hotel en las afueras de la ciudad. Manuel volvió tardísimo a su casa. Se sentía exageradamente feliz. Se acostó muy rápido. Se quedó dormido al instante.

Había decidido seguir guardando todas las apariencias y en menos de un año separarse de su mujer. Se lo tenía que decir de alguna manera. Y ya debería de ir preparando a sus hijos para tal fecha. Su decisión era irreversible. Marisol se había transformado en la razón de su vida y no podía ocultarlo más.

Pasaron las Navidades y toda la familia estuvo junta. Manuel pudo hacer un buen negocio y compró lo que le habían pedido sus hijos. Su esposa se sentía muy orgullosa de él y se portó con una cena deliciosa e inolvidable.

El último día del año se encargó de emborrachar con rapidez a Estela y la dejó totalmente ebria y dormida antes de las once de la noche. Manuel se puso su único smoking y se fue a bailar con Marisol hasta las seis de la mañana. Nadie se dio cuenta de su escapada.

La mitad del nuevo año transcurrió sin que Manuel perdiese ninguna oportunidad para salir con Marisol y sin crear la menor sospecha en su familia.

Se dio el lujo de viajar con su mujer y sus hijos a Miami por dos semanas y de pasar unas vacaciones estupendas. Regresaron con cientos de fotos y muchos regalos...

Manuel creyó cumplir de esa manera con su familia para que no le recriminaran nunca un mal comportamiento y con el mejor de los ánimos sacados de las noches placenteras con la amorosa y dulce Marisol se dispuso a llevar a cabo su plan de separación única y definitiva. Primero se lo diría a sus hijos, y después a su mujer.

Una tarde que su mujer saliera para visitar a una amiga que había llegado de los Estados Unidos, Manuel fue con sus hijos a la casa de campo de los abuelos. Había pensado decirles en ese día que dejaría la casa para irse a vivir con Marisol, que era algo que no podía controlar y que no quería perjudicar a nadie. Había ensayado todo un discurso. Tenía planeada cada respuesta para poder convencer a sus hijos y obtener de ellos la mayor comprensión. Comieron todos juntos con los abuelos. Manuel se excedió un poco en comer y bebió demasiado gin tonic. Sentía un extraño dolor de cabeza y alguna dificultad para respirar.

Todos se pusieron a jugar naipes y con cierto esfuerzo Manuel trataba de festejar cada vez que ganaba una partida de póquer, como toda la vida lo había hecho. Les dijo a sus hijos que quería hablar con ellos después de la siesta que estaba necesitando. Se sentía un poco cansado. Se echó sobre una cómoda hamaca colgada por él mismo entre dos viejos árboles que sabían mucho de su infancia. En aquella casa había pasado la mayoría de sus vacaciones de verano. Manuel se quedó dormido pensando en lo que en la noche anterior le había dicho Marisol:

-Mañana espero que te quedes a dormir conmigo y para siempre. ¿Me lo prometes?

Se lo había dicho jugando, pero él se lo había tomado muy en serio.

La noche llegó con la fogata gigantesca que habían levantado sus hijos ayudados por el abuelo. Jugaban con sus sombras que se proyectaban junto a un riachuelo. Uno de los hijos se acercó para despertar a Manuel. Lo intentó varias veces, pero fue en vano. Manuel no reaccionó ni con los masajes que le dio su propio padre. Una mosca no dejaba de posársele en su boca semiabierta. V


(*)Este cuento forma parte del libro inédito Entredientes




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