- «Ninguna de las versiones coincidía, cada vez que hablábamos con un guía nos daba otro aproximado de kilómetros, otro tiempo para alcanzar el nevado, otros albergues marcados con una cruz, y ya teníamos cinco fotocopias de mapas hechos a mano con indicaciones distintas para llegar al mismo lugar. Pero lo peor era preguntar por el precio del tour ; cada guía, como si se tratara de un ritual, nos llamaba a un lado y confesaba que le habíamos caído bien, que por tratarse de nosotros nos dejaba el nevado a 50, 40 mínimo, ya lo último para ustedes, 30 dólares por día, con burros y cocinero incluido».
El padre recuerda aquella época en la que cualquier encuentro podía ser un viaje infinito que trancurría en su escritorio, la cantidad de papeles esparcidos sobre los libros, las sillas, el suelo. Y entonces las voces de todas la épocas se agolpaban en un diálogo escrito a máquina, el paisaje sudaba en sus manos, el destino de los hombres le pertenecía y la vida se revelaba como un aluvión que ni él mismo podía contener.
Pero hacía ya mucho tiempo que no escribía, que no podía escribir. Y el paso estéril de los años lo había agotado. Se sentía seco.
- «Al final decidimos coger al azar uno de los mapas y largarnos con el guía que lo hubiera inventado. Se llamaba Felipe, era flaquito y ágil, pero tartamudeaba tanto que casi parecía hablar otro idioma». Pablo sabe perfectamente que su padre está sin estar, que de pronto una tarde aprendió a leer y fue corriendo al cuarto prohibido, abrió la puerta y vio la espalda más grande del mundo.
Ahora interrumpe su historia y coge el diario que está entre una ruma de vasos y platos sucios. Se concentra en la sección de empleos y comenta para sí que trabajará sólo un par de meses para emprender luego otro viaje. Repite por inercia su falta de dinero, sabe que su padre no le presta atención, se irrita y le dice que ya está harto de verlo así, un alma en pena, que para eso es mejor estar muerto, que al menos finja vivir, que...
El padre sale de sus pensamientos y con un brillo en los ojos que Pablo no reconoce, le propone trabajar para él. Le pide que encuentre una historia para su último libro. Que la busque por las calles, entre la gente, donde sea, a fin de cuentas, Pablo es un bohemio y le resultaría fácil esa tarea.
Pablo se sorprende, y por primera vez en mucho tiempo siente que su padre ha encontrado una razón para seguir viviendo. Por otro lado necesita el dinero, además, efectivamente, le sería sencillo y hasta gracioso que su padre utilice sus encuentros con la gente en un libro. Acepta y se va a trabajar.
Esa misma noche, Pablo está en un bar atento a la conversación de una pareja sentada muy cerca de su mesa.
Palabritas de amor, promesas eternas y Corín Tellado. Su vista recorre todo el ambiente, y se fija en un hombre que está solo en la barra pidiendo su tercer gin and tonic. Se le acerca, pide una cerveza y se adelanta a pagar ambas cuentas. El hombre es extranjero, de aspecto descuidado. Le dice que hace un año logró escapar de su país, que ser refugiado político es vivir en el limbo, a un paso del infierno, que en realidad vive en el infierno de sus recuerdos, su familia asesinada por un miserable a sueldo, que ese desgraciado lo ha seguido hasta aquí, que lo han visto en la ciudad.
Pablo está de vuelta en casa de su padre. A pesar de lo tarde que es, el padre está despierto e impaciente como un niño que espera un regalo de cumpleaños. Pablo le cuenta todo y repite varias veces el detalle que más le ha impresionado: «al asesino le falta un dedo, el anular de la mano izquierda».
Busca algun vaso limpio, no lo encuentra, pero igual se sirve un trago. El padre está alucinado; Pablo no lo percibe y comenta que lo que se había enterado esa noche bastaba como para no regresar en un buen tiempo a ese bar, que vaya historia, que sólo le faltaría toparse al día siguiente con algún cuento de eutanasia o suicidio, que...
El padre lo interrumpe y le dice que la historia es perfecta, que regrese al día siguiente, que averigüe más sobre el extranjero, sobre el tipo sin dedo, que ésa es la historia que él quiere contar.
El hijo se desconcierta, se ofende, empieza a discutir con el padre, está indignado, no puede creer que le pida exponer su vida por un maldito libro, que siempre fue así, egocéntrico, anteponiendo sus proyectos personales a los de su familia, que por eso mamá te dejó, se hartó de ti, etc.
El padre se defiende, rechaza todas las acusaciones y levanta aún más la voz diciendo que es todo lo contrario, que él cambió mucho desde que Pablo nació, que dejó de viajar por la familia, aceptó aquel absurdo trabajo de las traducciones por su familia, que cada vez tenía menos tiempo para escribir, que muy pronto el poco tiempo se convirtió en cada vez menos ganas de vivir, que envejeció antes de que se diera cuenta, y que por fin había llegado el momento de que su hijo hiciera algo por él, que lo tomara así, como una especie de retribución. Por otro lado, consideraba que no había ningún riesgo, que Pablo sólo tenía que volver a contactarse con el extranjero, hablar una vez más con él, que le duplicaba el sueldo, que de ninguna manera quería exponer su vida, que lo quería mucho más de lo que Pablo creía, que se dejara de paranoias, que lo hiciera por él...
Pablo se queda un buen tiempo callado y luego sale de la casa sin despedirse. Toma un ómnibus que va a la ciudad, después de un largo recorrido el vehículo se detiene en el paradero que está cerca al bar. Pablo duda nuevamente si seguir con el proyecto o abandonar toda esa locura e ir a otro lugar, pero finalmente baja. El ómnibus se pone en marcha y Pablo cree ver dentro a un tipo que le falta un dedo. Se queda inmóvil, el ómnibus se pierde en el tráfico, y Pablo ya no está seguro de lo que acaba de ver, o de lo que cree que ha visto. Piensa que está alucinando, que esa maldita historia lo está enloqueciendo, está nervioso, camina y entra al bar.
Espera ansioso a que llegue el extranjero, pero pasan las horas y éste nunca aparece. Se acerca al barman y le pregunta por él. El barman le dice que a ese tipo le falta un tornillo, que inventa cada cuento, que el colmo fue cuando le dijo que un lunático sin dedo había asesinado a su familia, que se emborrachaba cada vez que le daban de alta en el hospital, que esa misma mañana lo habían vuelto a internar después de una aparatosa crisis nerviosa.
Pablo sale del bar y va directamente al hopital psiquiátrico. Poco antes de llegar reconoce al tipo del ómnibus que entra con un mandil blanco por una de las puertas traseras. Tiene el corazón en la boca y aún así se acerca a la recepcionista. Pregunta por el extranjero internado esa mañana, la señorita le dice que sí está registrado, pero que ya no son horas de visita, que regrese al día siguiente. Pablo insiste sin percatarse que está levantando la voz, inventa que es su mejor amigo, que está de paso por la ciudad, que mañana ya se habrá ido. La recepcionista repite sin verlo y en el mismo tono que no son horas de visita. Pablo se contiene, respira y le pregunta en voz baja si en el hospital hay algun empleado extranjero al que le falta un dedo. La chica lo mira con desconfianza y le dice que esa es información de uso interno. Pablo la tranquiliza y afirma amablemente que también es amigo del empleado, y que se irá inmediatamente si ella le hace llegar un mensaje. La recepcionista le dice que el interno está en cura de sueño y que no podrá leer su mensaje, pero que si quiere puede escribirle al empleado, que es el nuevo anestesista. Pablo pierde el control, le dice a la mujer que entonces la historia era verdad, que el crimen de la familia...entonces, sí, no puede ser...el único testigo...pero
Sale del hospital sin saber que el tipo del mandil blanco lo ha visto y oído todo. Llega a casa de su padre y casi no puede contarle lo sucedido porque está llamando por teléfono a la policía, cuelga, va a servirse un trago, no encuentra nada, le dice que era cierto, que ambos son testigos de un crimen inminente, que casi entra a la comisaría pero que qué diablos iba a denunciar, que lo hubieran creído más loco que al patita ése, que tenían que hacer algo, que reaccione, que por qué lo miraba así, que no podían permitir otro asesinato...
El padre lo coge de los hombros y con los ojos desorbitados le dice que ya está, que tiene la historia completa: «escucha, escucha un momento: el asesino te sigue hasta aquí sin que te hayas dado cuenta, está escondido ahora mismo en el jardín y ha seguido nuestra conversación; espera unos segundos...entra... y nos mata!». V