VERSIONES 19

Año del Tigre - Abril/Mayo de 1998


Director, editor y operador: Diego Martínez Lora.
Versiones se elabora desde la ciudad de Vila Nova de Gaia, Portugal


Ana María Trelancia:
La importancia de entender


Para entender al otro debemos primero vaciarnos de nosotros mismos. No se trata tampoco de transformarse en el otro, porque si así lo hacemos, terminaríamos siendo él y tampoco podríamos entenderlo si estamos llenos de él. Se trata de un ejercicio muy común entre los actores mediante el cual la persona se «vacía» de sí misma para incorporar al personaje.
Algunos poseen este don de manera natural, otros lo alcanzan con mucho trabajo de por medio y los más, nunca llegan a alcanzarlo (ni les interesa, quizás). Todos los días somos testigos de conversaciones entre dos o más personas, del tipo: «Sí, entiendo tu punto de vista, pero...» Cuando el mensaje es otro: «No me interesa escucharte porque yo tengo la razón. Mi idea es la única válida. Estamos tan llenos de nosotros mismos, tan encandilados con las perlas de nuestra inteligencia individual, que la mera frase «trabajo grupal» se ha convertido en una falacia. Prendemos el televisor para asistir a innumerables programas de debate, discusiones y foros sobre mil temas distintos. Todos opinan, se roban el micrófono, se pelean, se interrumpen, se acusan y se insultan. Pocas veces se saca algo más en claro que la convicción de que la gente nunca podrá ponerse de acuerdo. Creemos seguir siendo los niños mimados de mamá, la estrella del universo y todo lo demás se torna secundario. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española cita como una acepción de la palabra entender, los términos «conocer» y «penetrar». También dice: «Conocer el ánimo o la intención de uno»... Es decir, si decimos entender al otro, estamos afirmando que lo «conocemos» porque, de alguna mágica forma, hemos «penetrado» dentro de él hasta el punto de «conocer sus intenciones». Ambiciosas palabras, éstas. Ojalá siempre juzgáramos al otro en función de un conocimiento así de profundo de esa persona. Generalmente, nos conformamos con la mera comprensión intelectual de su discurso. Decimos entender su punto de vista con respecto a tal o cual argumento o debate, cuando sólo rozamos la superficie del asunto. Pocas veces nos damos el trabajo de «probarnos los zapatos del otro» para interactuar de manera más completa. ¿Pero es que nos interesa realmente esa suerte de viaje por los abismos del otro? ¿Tenemos tiempo suficiente para detenernos a construir pequeños puentes de comunicación hacia el corazón de las personas?
Una pregunta importante también sería: ¿Se puede «amar» a una persona y no «entenderla»? Creo que todos nos hemos topado con amigos, parientes o parejas que nos juraban amor eterno mientras murmuraban un inofensivo «pero no te entiendo»... ¿Cómo podemos querer a alguien sin conocer sus «intenciones»? En el mejor de los casos, se trataría de un vínculo unilateral. Yo «quiero» a esa persona por lo que me brinda a mi, pero no he «entrado» en ella para conocerla.
Cuando hemos tocado este tema en muchas conversaciones con amigos, varios escépticos han afirmado que «es imposible entender al otro». Es más, que, a veces, ni nosotros mismos nos entendemos... Quizás lo que queremos decir en realidad es que no sabemos el origen o la causa de nuestras intenciones, pero definitivamente no podemos desconocerlas a menos que seamos esquizofrénicos. Estar triste y no saber por qué no es lo mismo que desconocer que se está triste. Podemos enmascarar esa tristeza, podemos drogarla, reprimirla y hasta transformarla en rabia u otro sentimiento, pero en el fondo del alma sabemos que estamos tristes. Mas no podemos decir lo mismo con respecto al otro. Si actúa mostrando rabia, pocos somos los que «perdemos» nuestro valioso tiempo hurgando en su interior para ver si es realmente rabia lo que esa persona está sintiendo. Quizás la frustración de años lo ha llevado a disfrazar su pena con una máscara de rabia. Quizás no ha comido en días o se ha peleado con un amigo o quizás descubrimos que, efectivamente está furioso.
A todo esto, quizás no se «entienda» lo que estoy tratando de decir. Probablemente alguien me increpe con un: -«Pero, ¿qué pretende? ¿Acaso es posible comportarse de esa manera angelical todo el tiempo? Nos encontramos en el umbral del próximo milenio y nadie tiene tiempo para estas cursilerías. Además, con tanto delincuente por ahí, a ver si me voy a poner a tratar de «entenderlos» mientras ellos me asaltan... ¡Hasta en la Biblia dice que lo primero es amar al prójimo como a uno mismo!
Sí, es cierto, nadie dijo nada sobre «entender». Las personas -adultas, al menos- seguimos pensando que «entender» es lo que la maestra de matemáticas decía con respecto a un problema: -«Fulanito, trata de entender esta ecuación...». Pero la mayoría de niños y adolescentes de casi todas las culturas no se quejan tanto de que no los «aman» como de que no los «entienden». Y no es por falta de coeficiente intelectual que no entendemos. Es por falta de corazón, por falta de interés y por abundancia de interés...pero en nosotros mismos.
No se trata de dejar nuestros empleos, abandonar a nuestra familia y dedicarnos a recorrer las calles buscando «incomprendidos». El secreto está en intentar entender al otro. Esa intención -a diferencia de las que siembran el suelo del infierno- sí se nota. Implica un cambio de actitud en mi relación con el otro. Significa intentar construir ese puente hacia su interior, no necesariamente lograrlo. No es cuestión de pretender entrometernos en la vida del otro ni develar sus secretos más íntimos. Se trata de «entender al prójimo como a ti mismo» aunque tú creas que ni tú mismo te entiendes... V


(*)Ana María Trelancia, bióloga y escritora peruana. Vive actualmente en Lima.




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