Cuento Africano: La gacela y el leopardo(*)
La gacela le dijo al leopardo: - Como estamos en la estación
seca, ya deberíamos de estar arrancando la malahierba para que nuestras
mujeres puedan plantar tan pronto como las primeras lluvias lleguen. - Bien, dijo el leopoardo.
No
podré ir hoy día, pero tú muy bien podrías
hacerlo. La gacela fue y durante todo
el día cortó toda la maleza y limpió el terreno para
que pudiera ser sembrado. Al día siguiente la gacela
también fue sola a trabajar. En el tercer día el leopardo
llamó a la gacela y le pidió para ir con él a la plantación,
pero la gacela le dijo que estaba enferma y que no podía ir, así
que el leopardo fue solo. Al otro día, el leopardo
fue a buscar de nuevo a la gacela, pero no la encontró. -¿A dónde se
habrá metido?, se preguntó el leopardo. -Oh, verdaderamente no está. Y cada día que el leopardo
iba a buscar a la gacela, ella estaba enferma o fuera del pueblo, así
que el leopardo solo hizo todo el arduo trabajo que faltaba. Luego las
mujeres plantaron y cuando todo ya estaba listo para ser cosechado, la
gacela fue a mirar la plantación. Se puso tan contenta por los excelentes
resultados que pensó en lo felices que se pondrían sus amigos
si él organizara una fiesta. Llamó a todos los antílopes
y a otras bestias del campo, y ellos tuvieron una fiesta espléndida. Más tarde el leopardo
pensó en ir a ver cómo estaba su plantación y tan
pronto como llegó exclamó: - Caray, ¿quién
ha estado aprovechándose de mi plantación y se ha comido
mi maíz? Aaah, no. Tenderé una trampa para atrapar a los
ladrones. Al día siguiente, los
animales dirigidos por la pequeña gacela, fueron de nuevo, y ella
les advirtió: - Tengan cuidado, porque
el leopardo seguramente ha colocado alguna trampa. Pero el antílope no tuvo
cuidado y cayó en la trampa del leopardo. - Ya ves, le dijo la
gacela, te dije que seas cuidadoso. ¿Ahora que haremos? Los demás
ya huyeron y nos han abandonado. Yo no soy lo suficientemente fuerte para
libertarte. El leopardo apareció
después y se regocijó grandemente por haber atrapado al ladrón.
Llevó al antílope a su pueblo. - Por favor, señor,
la gacela me invitó a venir, lloraba el antílope. No me mate,
no me mate. - ¿Cómo podría
atrapar a la gacela?, replicó el leopardo. No, tendré
que matarte de todos modos. Y así lo mató
y se lo comió. Cuando la gacela se enteró
de lo que había hecho el leopardo, se enojó tanto y
dijo que los animales tenían todo el derecho de comer los alimentos
que el leopardo, como jefe, había provisto para ellos. ¿Acaso
no era la obligación de un padre dar de comer a sus hijos? - Bueno, bueno, no importa.
Nos tendrá que pagar por lo que ha hecho. Luego la gacela hizo un tambor
y lo tocó hasta que todos los animales acudieran para danzar. Cuando
estuvieron reunidos todos juntos, la gacela les dijo que tendrían
que vengarse del leopardo. El leopardo escuchó el
tambor y le dijo a su esposa: - ¿Vamos a danzar? Pero su esposa le dijo que prefería
quedarse en casa, y no fue. El leopardo sí fue, pero ni bien llegó
lo atraparon y lo mataron. Cuando la danza terminó,
la mujer del leopardo se preocupó porque su marido no regresaba.
La gacela le envió la cabeza del leopardo, despellejada, como la
parte de la fiesta que le tocaba e ignorando que era la cabeza de
sus marido, se la comió. - Oh, qué verguenza,
dijo la gacela. Te has comido la cabeza de tu marido. - No, señor. Verguenza
debes de tener tú, por habérmela dado como comida,
después de haberlo asesinado. Y ella lloró y maldijo
a la gacela (*)Este cuento proviene de los Bakongo (Zaire).
Forma parte del libro La gorda que se derretía y otros cuentos
del África Negra (Selección y traducción de DML) Índice
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