Versiones 24
Año de la liebre
Director: Diego Martínez Lora

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La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión



María Canela Ruiz(*)
El número 809

La maquina me escupió el numero 809, y el guardia de la entrada estaba llamando al 753,  faltaban solo 56 personas antes que yo, fue cuando se produjo el milagro, la señora del 780 tuvo un ataque de ansiedad y no soportó mas continuar esperando su turno, entonces me dio su trocito de papel numerado, yo, entregué el mío al del  834, quien muy agradecido procedió a continuar con la cadena, como esos juegos en que si caes en una casilla tal, avanzas cinco espacios, pero si caes en una casilla cual, pierdes una vida, pero como los humanos sólo poseemos ésta y no otra, terminas definitivamente muerto, como el señor del 758 que al ponerse de pie cuando se acercaba su turno, se atravesó en la trayectoria de la bala, del que luego sabríamos era el 867, asaltante de banco, y así el 758 cayó muerto de un tiro por la espalda, salvando la vida del guardia; aunque todo fue una triste equivocación, pues el 867 se había confundido, no era un banco, sino la oficina de servicio al cliente de la compañía de teléfonos que siempre estaba llena a eso del medio día y el día entero, dicho sea de paso.

Después de superado el penoso incidente, faltaba superar el segundo y no menos importante obstáculo, tener la suerte de que el número en cuestión, coincidiera con el modulo de atención esperado y tercero, que en ese modulo estuviese sentada la misma señorita que el día anterior me había atendido, porque de nada servía que tuviera el 780, si no me tocaba el modulo 5, donde estaba la misma señorita rubia, que ayer me dijo que podía venir hoy, con una carta poder a hacer el traspaso de un cargo de equipos desde un número a otro, claro, porque si en vez del modulo 5, estaba disponible el 2, era mas que seguro que la señorita, esta vez morena, me diría que no me sirve una carta poder, porque no traía el carné de identidad, si me tocaba el 6, un señor diría que era imposible re-facturar un cargo, el 4 aseguraría que debe venir el interesado y con suerte la del modulo 19 me diría que este tramite podría haberlo hecho por teléfono; no alcanzo a entender como tantas personas pueden tener opiniones tan diferentes en un espacio tan reducido,
¿ será política de la empresa el libre mercado entre sus empleados ?,  porque la verdad ahí cada uno inventa sus propias reglas. Pero este segundo obstáculo nunca pudo ser salvado, ya que  todo el público fue notificado a declarar y derivado a otra oficina.

La confusión que causó la muerte del 758 fue espantosa, ninguno de los 20 módulos de atención continuó funcionando, el sistema se vino abajo, porque con el pánico, el guardia le disparó a un terminal, que empezó a quemarse, se activaron las alarmas de incendio y llovió torrencialmente dentro del local, todo se volvió inundación y gritos; la tinta de las cuentas telefónicas comenzó a diluirse en el mar  del despelote humano reinante, el cual fue trasladado a la comisaría en masa, dejando a su paso una estela húmeda, y una poza, cuando se detenían.

El interrogatorio fue breve, sólo se quedaron los testigos principales, yo estaba sacando un duplicado de boleta cuando oí el disparo, el papel traía impresa la hora, así que quedó retenido como prueba y yo pude irme, libre de culpa, pero estilando; recuerdo que tuve que dejar mi número telefónico para recibir el aviso de asistencia al próximo citatorio, pero nunca hubo un citatorio, la verdad es que nunca me llamaron.

Durante dos semanas la compañía tuvo que cortar los teléfonos y suspender el servicio, mientras recuperaban la información perdida, que estaba respaldada en alguna parte, pero que nadie sabia exactamente dónde, por la mencionada política de libre mercado que tenía la empresa, ya que nadie tenía idea donde es que fulano había puesto los datos, lo peor era que dicho fulano ya no era parte de la compañía. Las semanas se multiplicaron por cuatro y se convirtieron en dos largos meses incomunicados, se tuvieron que poner en circulación más monedas, pues no daban abasto las existentes para tanta llamada por teléfono público; los celulares subieron de precio, de hecho, tengo dos amigos que venden esos aparatos, que en tres semanas tenían la plata que no habían juntado en cinco años de trabajar en lo que fuera.

Recién a los tres meses se restablecieron las líneas telefónicas, la emisión de monedas se detuvo, aunque el circulante que quedo luego de eso fue tanto, que un artesano visionario, comenzó a fabricar colgantes y aretes con las monedas, como un recuerdo de la crisis comunicacional. El día que activaron el servicio, fue un miércoles, a las nueve de la mañana, para las once de ese mismo día, el sistema colapsó, porque a eso de las diez y treinta hubo un temblor grado 5 en la escala de Richter y todo el mundo comenzó a llamar a sus familiares y amigos para cerciorarse de que nadie hubiese muerto de un paro cardíaco; fue como un treinta y uno de diciembre a las doce de la noche, el resultado, suspensión de servicio hasta nuevo aviso.

Dos semanas más tarde, cuando la oficina nacional de emergencia declaró públicamente la cifra de damnificados y pérdidas materiales, se repuso nuevamente el servicio telefónico, que volvió a durar poco, esta vez dos días; el estado de sensibilidad de la gente por los acontecimientos últimos, sumado a la campaña de ayuda que pasaban a diario por televisión, provocó el desarreglo; los organizadores de la campaña pro-fondos para los damnificados por el cuasi terremoto, consideraron que pedir mil pesos como mínimo  de aporte voluntario era una cifra poco flexible, y para muchos demasiado alta, pensaron entonces en aportes voluntarios de cien pesos, descontables de su cuenta telefónica; era tanto el circulante de monedas de cien pesos, que la gente hacia cinco o seis llamadas seguidas para donar su aporte; el sistema soportó estoicamente dos días, agonizó una hora y guardo riguroso silencio por un mes.

El teléfono, que a esas alturas se había transformado en un adorno sobre la mesita de noche, sonó a eso de las tres de la mañana, me quedé mirándolo, como si fuera a hablarme, había olvidado que para eso debía descolgarlo, pero no me atreví, lo deje sonar hasta que se quedó mudo; pero no fue por mucho tiempo, a los tres minutos volvió a insistir, esta vez lo levante, se oía una música a lo lejos, entonces habló bajito, me dijo que estaba contento de que el problema de los teléfonos se solucionara, que era de madrugada y sabía que me molestaba que me llamaran a esas horas, pero que lo perdonara, que hacía tanto que no podía hablar conmigo, porque con el asunto del temblor, había tenido que viajar al norte con el resto de los geólogos, dijo que había traído unas piedras que encontró por allá, que pensaba dármelas cuando me viera, que no era como el anillo ese que me había gustado, pero que las piedras eran ópalos, podían pulirse y empotrarse en una argolla bonita; lo último que dijo fue buenas noches. Cuando colgué, me di cuenta que lo único que había hecho era oírlo, lo deje hablarme como si fuese  la persona que él conocía, no le dije que no era ella, bastaba con decir número equivocado y punto, pero hacía mucho que no hablaba por teléfono, además, su voz era agradable; pero qué mujercita la de él, ¡Dios me libre!, que no le gusta que la llamen, ni que la vayan a ver, y las piedras, a mi encantan las piedritas , sobre todo esas que el mar amasa; me quedé pensando en su voz hasta que sonó el reloj, entonces tuve que cambiar repentinamente el pensamiento, desde su voz, hasta la ropa que me pondría, típico de la mañana de un día lunes, inicio de semana laboral.

Pero la maravilla no podía ser tanta, mucha gente se quejaba de recibir llamadas equivocadas buscando a la misma persona, es más, tampoco lograban comunicarse con nadie, porque al parecer había un gran enredo con los números telefónicos, aparentemente estaban misteriosamente revueltos. La oficina central de servicio al cliente de la compañía telefónica aun no entraba en funcionamiento, pero alertada del desajuste numérico, la empresa, por medio de la televisión, hizo un llamado a la calma y a la paciencia, ya que se estaba trabajando en una pronta solución al problema. Aunque tomando en cuenta la velocidad con que la compañía solucionaba los problemas de esa índole, seguramente la mezcolanza de números continuaría hasta el dos mil, para ese entonces todo el mundo optaría por lo mas fácil, cambiarse de nombre y adoptar la vida de otro; era más factible que yo me convirtiera en la mujer que el geólogo llamaba a las tres de la mañana, a pensar que el problema tendría pronta solución, o sea, que mi número volvería a ser el mismo; ¿a quién estarán llamando para preguntar por mi?.

Las cosas comenzaron a complicarse aun más cuando alguien se dio cuenta de que no sólo los números estaban revueltos, sino que estos cambiaban cada dos o tres días, de nada servía conseguirse el número que a uno le correspondía, porque luego ya no era el mismo,  por lo tanto mi teoría de adoptar  la personalidad del dueño del número tampoco era la solución, porque de ser así, terminaría todo el mundo en el siquiatra con un trauma de personalidad múltiple.
Todos los días los nombres eran distintos, ¿ estará Carla ?, ¿ Daniel ?, ¿ Paula ?,
¿ cuánta gente se olvidaría ?, ¿ cuántos se perderían unos de otros ?, como si las direcciones no existieran, como si nadie tuviera casa, como si no hubiera otra forma de trasladarse de un lugar a otro, solo una línea telefónica y las voces convertidas en una señal, viajando por un cable de cobre; ¿ donde se habrá ido la voz de ese hombre, como un susurro en el teléfono ?, ¿ de qué color serían sus ojos ?,  ¿ cuál el ritmo de su respiración al dormir ?, ¿ pero cómo saberlo ?, sus palabras se me perdieron en el teléfono, ahora estarán viajando por otra línea, a otro número equivocado.

Supongo que todo el mundo se equivoca, como no equivocarme yo también, y así estuve un largo tiempo, mirando a mi equivocación dormirse boca abajo, al otro lado de la cama y los teléfonos extraviados, tanto o mas que yo, ¿ que nos había pasado a nosotros ?, ¿ a quien mataron para dejarnos tan perdidos ?, ¿ que línea confundimos para quedarnos tan distantes ?, se te olvido mi número, se me olvido tu dirección, te cambie por un susurro en el teléfono, definitivamente nos soltamos de las manos y no pudimos volver a encontrarnos en este mar de gente; una voz ajena en el teléfono pudo mas que todas tus palabras reconocidas, que todos mis ya frecuentes silencios, porque de pronto nos quedamos así, mudos; mi amor hacia ti se arrinconó, retrocedió replegándose en la trinchera mas profunda; creo que nuestro número nunca fue el correcto, solo los primeros cuatro dígitos, el resto eran infinito número de probabilidades que no supimos calcular, y vino esa voz ; la verdad es que después de eso las matemáticas dejaron de existir para mi.

Un domingo por la mañana pasó una camioneta con el logotipo de la compañía golpeando puertas y retirando todos los aparatos telefónicos, la gente los entregaba con nostalgia, preguntando cuando volverían, como si fueran sus hijos yéndose a vacaciones un primero de enero; la señora del departamento de enfrente hasta lloró, y por supuesto no faltó quien se negó rotundamente a abrir la puerta, fue tragedia nacional, casi duelo; los metían dentro de unas bolsas negras, junto con los datos del titular y procedían a sellar el paquete con huincha adhesiva, en ese momento le sobrevenían a uno ganas de suspirar, era comprensible, la tristeza de la incomunicación le afecta a cualquiera.

Pero la tristeza no duró mucho, ningún duelo es eterno, todavía existían los celulares y uno que otro teléfono público, siempre atiborrados de gente, al menos había en que gastar las monedas. De los difuntos teléfonos, ni señales de resurrección, desaparecieron; los más favorecidos en este asunto fueron los restaurantes y los bares de la ciudad, es que la gente tuvo que salir a las calles a buscar a sus pares por ahí, y bueno, no podía sentarse uno a conversar en la cuneta o desde la cama, como antes, con el teléfono, mirando el televisor, había que encontrarse en algún lugar .

Él se despereza lentamente, se estira en la cama y se queda mirando al techo un rato, el que a veces se alarga y llega a durar horas; desde que se llevaron los teléfonos está obligado a hablarme, aunque sea del clima, que por estos días esta muy frío, ni siquiera podemos ver la televisión, porque desde la última tormenta tropical, que fue cuando le cayó el rayo a la antena del edificio, es imposible sintonizar algún canal , dicen que lo van a reparar, pero con estas lluvias, nadie se atreve a subir al techo; por otra parte es mejor así, gastamos el dinero en discos viejos, que compramos en la feria persa de los sábados, es increíble que el tocadiscos aun funcione, y eso que ni siquiera le hemos cambiado la aguja, además de los discos, claro, porque es un milagro que aun suenen, a mí me gustan, sobre todo ese sonido que se oye por debajo de las voces, ese ruido como de papas fritas en un sartén.

Hoy día me estuvo hablando de nosotros, parece que hacia un siglo que no lo oía, la verdad era que ni siquiera recordaba su voz, ¿ o si ?, pero era como esos discos viejos, con ruidos de papas fritas, me dijo muchas cosas bonitas, hablo de viajes y de una casa cerca del mar, yo lo oía y trataba de enumerar las palabras, pero como había olvidado las matemáticas, era algo complicado, sin embargo, tenía la sensación de  que eran varias, al menos, mas de las que acostumbraba a decir, pero mi noción de los números no fue suficiente, y mi noción de amor tampoco.

Dicen que hay cosas que no se olvidan, como andar en bicicleta o silbar con los dedos.

Me pregunto porque uno siempre espera, y no se trata de esperanza, eso es diferente, es, en ciertas circunstancias, como soñar, pero la palabra espera, posee otro significado, que tiene que ver con tiempo, pero sobre todo con miedo, el miedo de enfrentar ciertas situaciones puntuales que uno, es su afán de espera, cree que dándoles mas tiempo cambiaran y por supuesto es probable que cambien o que se resuelvan, pero en ningún caso por si solas y la espera viene a ser eso, pretender que algo cambie sin hacer nada, como una especie de resignación; en fin, en algún momento todo el mundo espera y con esto no quiero justificarme, sino decir que todos sentimos el miedo; yo tuve ese miedo, y preferí esperar.
 

Así fue que todo permaneció, menos nosotros, que a pesar de no tener teléfono, ni televisor, ya que a falta de agua, vino un diluvio que duro semanas, y que nos mantuvo sin antena, lo que además, volcó al país en las tan añoradas campañas solidarias de otros tiempos; sin embargo, como dije, hay cosas que no se olvidan, pero naturalmente hay otras que gracias a Dios sí, a mí se me olvido esperar, y apenas hubo escampado un poco el aguacero, puse a prueba mi memoria, y pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé, pedaleé...................



(*)María Canela Ruiz, escritora chilena, licenciada en Artes Plásticas. Vive actualmente en Santiago.

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