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La aventura de compartir la vida, las lecturas,
la expresión
Llegué a París y lo primero que hice fue
llamar a una vieja amiga. Muy buena anfitriona me invitó a alojarme
en el departamento que se encontraba en ese momento. Era el de una amiga
que se lo había dejado por un tiempo. Me dio la dirección
y emprendí la búsqueda de la calle ayudado por un taxista
que me dio una vuelta oliímpica por todo París, siguiendo
claramente, aún para mi pobre sentido de orientación, una
trayectoria circular casi perfecta. No me quejé, no quería
pronunciar ningún merde! antes de tiempo. Lo dejé estafarme
y el me dejó con mi maleta en medio de la calle que estaba buscando,
pero a muchos números del que necesitaba llegar. Cansado de andar
y andar en un día felizmente sólo nublado, di con el edificio.
Después de intentar vanamente tocar todas las posibles combinaciones
para poder llamar a alguna persona que respondiera y me dijera el paradero
de mi tal amiga que se había olvidado del detalle de la puerta con
clave para poder entrar al
edificio, una mujer pequeña y muy simpática
me dijo ser la portera, y que no podía darme ninguna información
sobre alguien que nunca había visto entrar en el edificio y que
además que ella sólo estaba en las noches porque de día
estudiaba, era portuguesa y que lo mejor que podía hacer para ayudarme
era decirme que esperase sentado en la puerta mientras ella estuviese limpiando
el edificio, tal vez así me lograra topar con la persona que estaba
buscando. Le agradecí, pero me fui a llamar por teléfono
desde una cabina. Para eso tuve que caminar muchísimo porque sólo
se podía llamar con una tarjeta magnética que no vendían
en cualquier lado y yo no tenía ninguna tarjeta de crédito
conmigo. Mi amiga no estaba. Sonaba la voz de su amiga que le había
prestado el depa pidiendo que dejase algún mensaje: No hablé
nada.
Sin paciencia y con ganas de gozar verdaderamente mi
estadía en París, me dirigí a la pensión más
cercana, la podía divisar desde la puerta del edificio. Me registré,
no era cara y ni bien me metí a mi cuarto, me di un gran baño,
como desafiando la vieja creencia de que a los franceses no les gusta tomar
baño. Me demoré muchísimo bajo la ducha. Ya seco y
vestido pedí línea para el cuarto e intenté llamar
a mi amiga nuevamente: No estaba. Otra vez la vocecita antipática
de su amiga pidiéndome lo mismo: nada, no dejé nada!
Tenía mucha flojera de ir a comer solo y con un
poco de sueño intenté de nuevo telefonearle. Ella respondió.
Se disculpó, que había tenido que salir. No me dijo el motivo,
pero intuía cualquier problema amoroso. De ningún modo podía
permitir que yo me alojase en una pensión estando ella en París.
Que inmediatamente saliera con mi maleta y me dirigiera al departamento,
que ella me estaría esperando en la puerta. Salí con todas
mis cosas. Me despedí de la señora que estaba en la administración
de la pensión y hasta nunca, pensé sinceramente. Tal como
me lo había dicho, me recibió en la puerta del edificio con
un sonoro beso y un abrazo muy afectuoso. La portera abrió su puerta
para ver de qué se trataba. Yo la saludé y mi amiga se sorprendió
por haberme hecho tan rápido amigo de la portera, que por lo general
no hablaba con nadie. Entramos al departamento y ella se puso a hablar
por teléfono, que patatí, patatá. No lo dejó
de hacer ni un solo momento desde que entrara hasta que dos horas más
tarde me dijera, lo siento pero tienes que volver a tu pensión,
la madre de mi amiga puede venir hoy y no puede verte, porque sino va a
pensar que yo soy una puta, que me acuesto con un hombre diferente cada
día. Yo sólo atiné a sonreír y a agarrar mi
maleta, le pedí por favor de que convenciera a la señora
de la administración para dejarme otra vez en el cuarto que ya había
abandonado y pagado. Por suerte, no hubo problemas. Me quedé feliz
en el cuarto de la pensión, con mucho hambre y gozando de mi propio
espacio y privacidad. Ella me dijo que volvería al día siguiente
para recogerme, y que ya no habría problemas y que ya podría
quedarme a dormir en el departamento de su amiga. Yo sólo bostecé,
le di un beso, no te preocupes, querida, y me quedé dormido si capacidad
para reventar de rabia. París primer día: Cero.
(continuará)