Versiones 24
Año de la liebre
Director: Diego Martínez Lora

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La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión



Diego Martínez Lora:
Patatí, patatá

Llegué a París y lo primero que hice fue llamar a una vieja amiga. Muy buena anfitriona me invitó a alojarme en el departamento que se encontraba en ese momento. Era el de una amiga que se lo había dejado por un tiempo. Me dio la dirección y emprendí la búsqueda de la calle ayudado por un taxista que me dio una vuelta oliímpica por todo París, siguiendo claramente, aún para mi pobre sentido de orientación, una trayectoria circular casi perfecta. No me quejé, no quería pronunciar ningún merde! antes de tiempo. Lo dejé estafarme y el me dejó con mi maleta en medio de la calle que estaba buscando, pero a muchos números del que necesitaba llegar. Cansado de andar y andar en un día felizmente sólo nublado, di con el edificio. Después de intentar vanamente tocar todas las posibles combinaciones para poder llamar a alguna persona que respondiera y me dijera el paradero de mi tal amiga que se había olvidado del detalle de la puerta con clave para poder entrar al
edificio, una mujer pequeña y muy simpática me dijo ser la portera, y que no podía darme ninguna información sobre alguien que nunca había visto entrar en el edificio y que además que ella sólo estaba en las noches porque de día estudiaba, era portuguesa y que lo mejor que podía hacer para ayudarme era decirme que esperase sentado en la puerta mientras ella estuviese limpiando el edificio, tal vez así me lograra topar con la persona que estaba buscando. Le agradecí, pero me fui a llamar por teléfono desde una cabina. Para eso tuve que caminar muchísimo porque sólo se podía llamar con una tarjeta magnética que no vendían en cualquier lado y yo no tenía ninguna tarjeta de crédito conmigo. Mi amiga no estaba. Sonaba la voz de su amiga que le había prestado el depa pidiendo que dejase algún mensaje: No hablé nada.
Sin paciencia y con ganas de gozar verdaderamente mi estadía en París, me dirigí a la pensión más cercana, la podía divisar desde la puerta del edificio. Me registré, no era cara y ni bien me metí a mi cuarto, me di un gran baño, como desafiando la vieja creencia de que a los franceses no les gusta tomar baño. Me demoré muchísimo bajo la ducha. Ya seco y vestido pedí línea para el cuarto e intenté llamar a mi amiga nuevamente: No estaba. Otra vez la vocecita antipática de su amiga pidiéndome lo mismo: nada, no dejé nada!
Tenía mucha flojera de ir a comer solo y con un poco de sueño intenté de nuevo telefonearle. Ella respondió. Se disculpó, que había tenido que salir. No me dijo el motivo, pero intuía cualquier problema amoroso. De ningún modo podía permitir que yo me alojase en una pensión estando ella en París. Que inmediatamente saliera con mi maleta y me dirigiera al departamento, que ella me estaría esperando en la puerta. Salí con todas mis cosas. Me despedí de la señora que estaba en la administración de la pensión y hasta nunca, pensé sinceramente. Tal como me lo había dicho, me recibió en la puerta del edificio con un sonoro beso y un abrazo muy afectuoso. La portera abrió su puerta para ver de qué se trataba. Yo la saludé y mi amiga se sorprendió por haberme hecho tan rápido amigo de la portera, que por lo general no hablaba con nadie.  Entramos al departamento y ella se puso a hablar por teléfono, que patatí, patatá. No lo dejó de hacer ni un solo momento desde que entrara hasta que dos horas más tarde me dijera, lo siento pero tienes que volver a tu pensión, la madre de mi amiga puede venir hoy y no puede verte, porque sino va a pensar que yo soy una puta, que me acuesto con un hombre diferente cada día. Yo sólo atiné a sonreír y a agarrar mi maleta, le pedí por favor de que convenciera a la señora de la administración para dejarme otra vez en el cuarto que ya había abandonado y pagado. Por suerte, no hubo problemas. Me quedé feliz en el cuarto de la pensión, con mucho hambre y gozando de mi propio espacio y privacidad. Ella me dijo que volvería al día siguiente para recogerme, y que ya no habría problemas y que ya podría quedarme a dormir en el departamento de su amiga. Yo sólo bostecé, le di un beso, no te preocupes, querida, y me quedé dormido si capacidad para reventar de rabia. París primer día: Cero.
(continuará)
 
 



(*)Diego Martínez Lora.

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