Movimientos telúricos
Fue grado 5
En cuál escala, ¿ Richter o Mercalli ?
Casi se nos cae la pared encima y tu preguntando por las escalas, qué se yo!!
Un día de estos viene uno de los grandes.
Tembló durante tres meses todo el verano, todos los días, hasta tres o cuatro veces diarias, fue tanto que nos acostumbramos; al principio era saltar de la cama, enfundarse los pantalones por donde cayeran y salir atropellándose hasta el dintel de la puerta, lugar estratégico donde ya estaba el resto de la gente de la casa, todos apretados y sujetándose entre si, ahí pasábamos unos minutos y luego volvíamos a dormir, era como jugar a la escondida y llegar a la puerta corriendo a decir ¡¡un, dos, tres, por mí y por todos mis compañeros!!; con los días nos fuimos calmando, hasta que dejamos de levantarnos para limitarnos sólo a sentarse en la cama cuando comenzaba el movimiento y gritar a todo pulmón, para el resto de los de la casa, por si alguien no despertaba aun, ¡¡¡ ESTÁ TEMBLANDO!!! y luego, si no era tan fuerte, como para salir disparado a la puerta del ¡¡un, dos, tres por mi!!!, seguir durmiendo.
El asunto de la interrupción diaria del sueño tuvo sus consecuencias algo desfavorables, Juan, que trabajaba en un taller de enmarcados para pagarse los estudios, se martilló absolutamente todos los dedos, todos sin excepción, es que se quedaba dormido, igual que Pablo, su compañero de trabajo, que se tragó una tachuela en un bostezo, después de meter el pie en un balde de pegamento, anduvo semanas oliendo a cola fría carpintera; y no fueron los únicos; la casa era un campamento de mochilas con ropa, el bien conocido por todos los que vivimos en países de terremotos, bolsito de emergencia, que contiene, a saber:
Remedios
Una muda de ropa
Alimento no perecible
Y fotos varias.
A parte de la carpa que andaba dando vueltas en un bolso de lona por ahí, y sus estacas, repartidas por el living; pero en este aparente desorden cada cual tenia sus respectivas funciones, a modo de operación Daisy, o sea, uno corta el gas, otro la luz, un tercero el agua, los otros sacan las mochilas y en cinco minutos estamos en la calle, frente a la casa, para ver como se desmorona con el resto de nuestras pertenencias adentro.
Pero estabamos preparados para eso, sobre todo acá en Valparaíso, viviendo en este puerto donde las casas cuelgan de los cerros, lo único que había que tener era estado físico para correr cerro arriba, porque para abajo esta el mar, y entre morir aplastado o ahogado, es mejor que se diga al menos, "aquí corrió".
Fue el verano más angustioso que haya tenido, a la espera del "gran terremoto gran", pero algo sucedió antes del fin de mundo ya anunciado, Juan se quedó dormido al volante del auto de su papa, en la subida de Agua Santa, murió sin su mochila de emergencia y sin que mediara el consabido terremoto, ni sunami, ni cataclismo alguno, simplemente se quedó dormido.
A penas alcanzamos a dejarle las flores ese domingo 5 de marzo, cuando comenzó la tembladera, estabamos lejos de la casa, en el cementerio, sin los bolsitos de emergencia, sin la operación daisy, sin carpa ni estacas, pero estábamos con el Juan, así es que nos paramos como pudimos en el dintel de la entrada al mausoleo de la familia Echeverría, la de Juan, familia que nunca le gustó, porque con ese apellido no tendría porque haberse estado martillando los dedos, ahí nos quedamos hasta que pasó; el sepulcro resistió estoicamente, entre sacudida y sacudida, la Francisca gritaba ¡¡Juan Juan, corta el gas!!; yo apreté tanto los ojos que después me dolían los párpados, mientras el Pedro me decía ¡¡abre los ojos, cobarde, mira cómo se mueven las tumbaaaaaas!!!; en ese momento le cayó un florero en la cabeza, así que pasó casi todo el terremoto inconsciente, tirado entremedio de claveles rojos.
Este fue grado 10, estoy seguro.
En qué escala?
Pregúntale a Juan.
Nos fuimos caminando, sujetándonos de los arboles que encontrábamos para cuando venían las réplicas, llegamos cuando estaba anocheciendo, la casa estaba intacta, al menos por fuera, la gente andaba en las calles, nadie se atrevía a entrar aun, se asustaron cuando nos vieron llegar, todos de negro; las cosas estaban en su lugar, sólo se quebraron los vidrios del ventanal y la colección de copas mexicanas, el perro de los vecinos estaba nadando en leche, se había caído al suelo un caja con doce litros, reventándose y desparramándose por toda la cocina; el único desastre fueron las cañerías, que se habían roto y el agua corría por las escaleras como las Cataratas del Niágara, inundándolo todo.
Nos dormimos mirando las estrellas en el camarote de Juan, el que sacamos al patio, con las mochilas colgando de los pilares para que se secaran, el armado de palos se movía como barco en cada replica, pero ahí nos quedamos todos, nadie corrió al dintel de la puerta, porque era Juan el que siempre corría primero y gritaba "¡un, dos, tres, por mi y por todos mis compañeros!", y ahora quién sabe dónde estaría escondido