Versiones 26
Año de la liebre
Director: Diego Martínez Lora

Página principal de Versiones
La aventura de compartir la vida, las lecturas, la expresión



María Canela Ruiz (*):

Vagón de vuelta

Se les comunica a los señores pasajeros que no deben correr en las estaciones, repito, no deben correr en las estaciones, es por su propia seguridad.." Por un momento me sentí en una película de ciencia ficción que transcurre en el año dos mil cincuenta , después del desastre nuclear, por supuesto, pero la gente no prestó ni la más mínima atención a la voz que salía de los altoparlantes, y era obvio, qué ser humano del año 1998 en curso prestaría atención a ese mensaje siendo las 9:15, teniendo en cuenta que el horario medio de entrada a una oficina es a las 8:45. Las puertas aún no se abrían y las personas ya estaban apretándose contra ellas, pidiendo permiso para tomar mejor ubicación y así llegar primero en la carrera final hacia la salida, la Pole Position en las escaleras, para continuar ruta hacia la oficina y marcar una tarjeta con 20 minutos de atraso, los cuales , acumulados a lo largo del mes, vendrían a significar una disminución en el presupuesto familiar. Pobre mujer la del altavoz, todos la ignoraban y lo seguirán haciendo por el resto de sus días, cada día, siempre a la misma hora y en el mismo lugar. Pensé en entrar a la competencia, pero ya era tarde, para qué correr, un minuto más un minuto menos ya no importaba, me quedé entonces en el fondo del vagón esperando el pitazo inicial para dar inicio a la carrera, los competidores ya habían tomado posiciones , mientras del lado de afuera otra marea humana esperaba la misma señal para entrar, había un movimiento constante de ojos en dirección a las escaleras y brazos que se levantaban para dejar aparecer  relojes de los más variados tipos y colores, alguien preguntó la hora, 9:25, y la señal no venía. Hubo un movimiento de impaciencia general con los correspondientes suspiros y movimientos de cabeza, para manifestar la desaprobación que cundía entre los pasajeros, un hombre joven silbó, gesto que consideré bastante estúpido, ya que nos encontrábamos en el séptimo vagón, ¿ acaso el pobre ingenuo pensaría que el conductor lo oiría ?, entonces se sumaron algunas exclamaciones y quejas en voz alta, el resto permanecíamos a la expectativa, esperando.
 

 Me quedé mirando a un tipo que ajeno a todo, permanecía aun sentado en el suelo, estaba leyendo, pero desde mi lugar no lograba leer el título del libro; ya eran las 9:30, hace cinco minutos que había apagado mi estéreo y me dedicaba a observar y oír los murmullos del público. No sé cuánta gente habría en el interior del vagón, tal vez unas cincuenta personas, quizás mas, a mi derecha una mujer aprovechaba para terminar de maquillarse, frente a mí, sólo espaldas listas para salir, del lado izquierdo y aun sentado, estaba el tipo del libro, que a ratos levantaba la vista para dar una ojeada rápida a su alrededor; decidí imitar a este personaje y me senté en el suelo, en el mismo lugar donde estaba antes de pie, habría sido absurdo empujar a todo el  mundo para ocupar un asiento, la señal vendría en cualquier momento, la señal, cualquiera diría que podría ser un ángel que bajaría del cielo o que subiría del infierno a anunciar la buena o la mala nueva, y vino la mala nueva, una voz masculina se hizo sentir por los parlantes y dijo así:
" Señores pasajeros se les ruega mantener la calma, el tren ha sufrido un desperfecto en el mecanismo de apertura de sus puertas, seguiremos en ruta hacia la estación principal para la reparación correspondiente, por su comprensión muchas gracias ", eso fue todo, entonces la voz del ángel desapareció , hubo un rotundo silencio y el  tren se puso en marcha, me felicité por haber estado sentada, pues dentro del túnel éste se detuvo en forma violenta y todo el mundo quedó esparcido por el suelo a lo largo del vagón, el libro del joven que leía vino a caer a mis pies, al fin pude leer el titulo," La Lentitud ",  fue entonces, cuando vi a todos por el piso que pensé en lo ridículos que nos vemos los seres humanos en el suelo, en lo indefensos, se diría que es poco digno,  pero, ¿digno para quién ?,  ¿para nuestro orgullo de seres superiores ? Yo, que los miraba desde abajo, de pronto estaban todos a mi altura, y en la época en que vivimos nadie quiere estar a la misma altura, todos quieren llegar más alto, aunque eso implique poner el pie sobre la cabeza del otro y esta vez no fue la excepción, nadie permaneció sentado, todo el mundo insistió en ponerse de pie, a pesar de que el tren no se encontraba del todo detenido, pues continuaba dando pequeños estertores, como si agonizara, junto con la esperanza de haber llegado al menos a las nueve de la mañana. Pues bien, mientras la gente insistía en tratar de mantener el equilibrio, el tren se detuvo, después de un resoplido que tuvo algo de suspiro y muerte final, hubo unos minutos de silencio general, todo el mundo permaneció quieto en sus lugares, precavidamente sujetos a la baranda de seguridad más cercana, por si el tren resucitaba repentinamente o el ángel se decidía a dar una explicación coherente...y se hizo la voz " Señores pasajeros ha ocurrido un lamentable accidente..", el ángel no pudo terminar de anunciar su mala nueva porque en el momento preciso en que íbamos a ser informados de la verdad absoluta, se cortó la energía y se fue la luz; se oyeron unos gritos medio ahogados de esas típicas señoras de edad y algunos más agudos de las más jóvenes, pero no por eso menos histéricas, el resto se quedó en silencio, soñando con la luz y con la voz del ángel, que al parecer nunca más volveríamos a oír, de pronto se había hecho noche a las diez de la mañana en Chile Continental, en lo que respecta al insular, supongo que eran las doce del día. Entrada entonces la noche, comenzaron a tomarse las precauciones nocturnas típicas, primero una revisión exhaustiva a los bolsos de mano en busca de alimento, para de paso apoderarse de algún elemento cortante o en su defecto punzante, ya sean limas de uñas metálicas, corta cartones, navajas etc., en el caso de que hubiese algún asaltante en el vagón, para luego atrincherarse cada cual con sus pertenencias a la espera del nuevo día. Pasados los primeros quince minutos, una voz de hombre rompió el silencio, pero no era la del ángel, uno de los pasajeros sugirió que las personas mayores tomasen asiento, pues nadie sabía cuánto tiempo continuaríamos a oscuras, un par de minutos más en silencio y lentamente la gente comenzó a moverse, eran las diez y veinte, y hacía calor. Como no había energía, tampoco funcionaba el aire acondicionado, otro motivo más para la desesperación colectiva, no faltó quien dijo que moriríamos ahogados, cosa bastante absurda pues las ventanas pequeñas estaban abiertas y el aire seguía en el túnel, nadie se lo robaría, lo que si era cierto y cada vez peor , era el calor, por si alguien lo olvidó y se pregunta por qué no usamos la escalera de emergencia y la apertura manual de las puertas, les recuerdo que estas estaban trabadas, no era precisamente por franca rebeldía que permanecíamos encerrados.
       Desde mi izquierda oí que alguien decía ," Éste no ha sido mi día ", iba a contestar que tampoco el mío, pero pensé que tal vez no se dirigía a mi, sino que sólo hablaba en voz alta, pero efectivamente sí se dirigía a mí, en todo caso no vale la pena ahondar en esa conversación, la cual giró en torno a la situación misma, que todos ya saben, además, para la desgracia de mi individualista amigo del lado izquierdo, ése no sería un buen día para nadie, no sólo para él; era mucho más interesante lo que sucedía con el resto de la gente, alguien, debido a los nervios, tuvo la mala idea de encender un cigarrillo, sin embargo las ideas incendiarias de aquel individuo quedaron definitivamente apagadas cuando otra persona muy indiscretamente y bajo una ola de insultos le arrebató la cajetilla, fin de la historia del posible incendio del carro numero siete.
     Comencé a recordar un cuento de Cortázar, que transcurría durante un embotellamiento en una carretera en Francia, donde todos terminaban conociéndose, pero en honor a la verdad y mirando a mi alrededor, no encontré a nadie con quién casarme o planear un futuro, nis iquiera con quién tener una aventura amorosa, pues nadie se dirigía la palabra, me dio la impresión de que en ese lugar había gente muy sola, pensé que quizás esta historia cambiaría la vida de varias personas dentro de ese carro, pero probablemente lo olvidarán al cabo de unos días, nuestra época sufre de un olvido crónico, vivimos demasiado rápido, perdemos la capacidad de retener, de recordar, supongo que también de amar y de todas las cosas que requieren invertir un poco más de tiempo y sin embargo, tiempo era lo que más sobraba en esos momentos, pero, supongo que por falta de costumbre, nadie sabía qué hacer con él. Luego y continuando con las citas, recordé una muy mala película norteamericana donde habían descubierto un volcán en los Angeles y la lava corría por la línea del metro, es que hacía tanto calor que fue de las primeras cosas que se me vino a la cabeza, también recordé a un hombre que había amado, una cicatriz que tenía en el labio superior, fue de un accidente, traté de oír su voz, pero no pude, el olvido ya había hecho lo suyo, repasé algunos rostros familiares y comprobé que gracias a Dios mis amigos continuaban intactos, nunca creí que moriría o algo así, pero sí quise creer que sólo nosotros estábamos vivos, nosotros los del tren, en un solo  pensamiento los maté a todos, a toda la gente que conozco y me quedé sola en el mundo, viviendo bajo tierra con unos desconocidos en medio de la oscuridad.
Ya eran las once y treinta de la supuesta mañana de esta nueva vida sub-terra , la gente había comenzado desde hace un rato a caminar por el vagón, el resto dormitaba apoyado en las paredes, en el ala derecha del carro habían dos estudiantes jugando cartas, se reían bastante, con esa risa contagiosa, hasta que un hombre los hizo callar, seguramente él sería el próximo presidente en nuestro país sub-terra, y probablemente, dado el carácter de ese señor, viviríamos en dictadura. Yo me preguntaba que habría sido del ángel y sus malas nuevas , para colmo se le acabaron las pilas a mi estéreo y terminé por perder contacto con los de arriba, los que por supuesto dejaron de existir, hubo un minuto de silencio por los caídos.
     Creo que de algún modo siempre existe una necesidad de olvido, de olvido parcial, aunque absolutamente involuntario, a modo de evitar una saturación de recuerdos , pero si uno pudiese elegir  qué es lo que realmente desea olvidar, saltándose el proceso emocional a través del cual nuestra memoria selecciona un recuerdo, ¿ Qué sucedería ? ; siempre me he preguntado en virtud a que parámetros nuestra memoria elige, en qué se basa para borrar o imprimir un recuerdo, un hecho, un rostro o una palabra, porque no siempre se olvida lo que uno quiere, podría ser por adición, es decir , pasado un límite de recuerdos, por ejemplo, al agregar el siguiente, se borraría el primero y así sucesivamente, de ser así viviríamos siempre en el presente y tendríamos un pasado sujeto a constantes cambios, pero si pudiésemos elegir, siento que seríamos absolutamente y sin lugar a dudas.....felices, aunque pensándolo bien, quizás no, la naturaleza sabe lo que hace y en esa misteriosa elección esta su sabiduría, imagino, entonces, que si pudiésemos elegir no seríamos quienes somos , estamos hechos de lo que recordamos, ésa es nuestra historia, diría que nuestro centro, si no pudiese recordar esa cicatriz que él tenía en el labio, no sabría que alguna vez lo amé, que amé su boca, por ejemplo, y si no supiera que amé, quizás no sentiría en mí la capacidad de amar, de volver a entregar, y si nunca se ha amado, no se sabrá jamás lo que es, lo que se siente; somos como un rompecabezas que nunca se termina de  armar, siempre hay piezas que no se sabe porque están ahí, sin embargo a veces quisiera ser más sabia que la naturaleza y borrar por mi cuenta, aunque de paso cortara una parte de mí, como esas historias de ciencia ficción  de viajeros a través del tiempo, que retroceden al pasado y provocan cambios que alteran el futuro, así quizás, si pudiese borrar recuerdos a mi elección, mi risa ya no sería la misma, porque tengo un poco de todos y ellos algo de mí, pero ya no importaba, todo el mundo de arriba estaba muerto, y el rompecabezas era otro, como otra la gente, como otro el amor.
     Decidí no volver a mirar mi reloj, y para evitar la tentación me lo quite, de ahora en adelante todo sería noche cerrada.
     La situación dentro del vagón era la misma, algunos murmullos, gente que caminaba de un lado a otro, creí oír un llanto, pero era muy leve, traté de afinar el oído para percibir de donde venía, pero un ruido de vidrios rotos interrumpió mi operación de espionaje, a continuación se produjo un tumulto, todo el mundo se apegaba a las ventanas tratando de oír desde donde venían los golpes, el futuro presidente llamaba al orden y al silencio, pero contrariamente a aquel cuento que recuerdo, nadie le prestaba atención, se empujaban unos a otros para tratar de llegar a las ventanas, fue entonces que sentí los golpes sobre mi cabeza, caí en la cuenta de que estaba sentada justo bajo una de las puertas que unen un vagón a otro, alguien del último vagón, o sea del ocho, era quien golpeaba el vidrio de la puerta, nadie se había dado cuenta, estaban obsesionados por un rescate, el cual obviamente debería venir de afuera, para cuando se dieron cuenta que los golpes venían del otro carro y los hacía una persona tan encerrada como nosotros, perdieron todo el interés y volvieron lentamente a pasearse, incluso alcancé a oír comentarios acerca de que el número de los vagones correspondería al orden del rescate, que no vinieran los del ocho a querer alterar el orden universal, ya que obviamente, cuando bajaran a buscarnos lo harían partiendo desde el conductor, en el primer carro. Luego de este comentario acerca de la cantidad de vagones me sentí mas aliviada, pues si en cada vagón había un candidato a futuro presidente como en el nuestro, entonces deberían haber elecciones , así , tendríamos mas posibilidades de escapar de la dictadura a la cual nos pretendía someter nuestro candidato; probablemente habrían carros más festivos y liberales que el nuestro , con una mejor campaña.
     Mientras algunas personas conversaban, sin variar el tema, que por supuesto era nuestra penosa situación, yo pegué mi oído a la puerta para ver si podía oír algo de nuestros vecinos, quienes , más audaces  que nosotros habían roto el vidrio de su puerta, supongo que para tener mas aire, ya que nadie pensaba salir de los vagones en esa oscuridad  para morir electrocutado, no era seguro de que las líneas estuviesen sin energía y de todos modos ésta podría volver en medio del escape improvisado y sin autorización del ángel supremo, lo cual sería un castigo divino, y digo "divino" no en el sentido celestial, sino más bien en el sentido burgués, pues sería un castigo maravilloso para tanta estupidez humana, por el afán de competir y querer salvarse primero que todos o por sobre todos; pero al parecer los del vagón ocho tuvieron conciencia de esto y nadie intentó saltar por la ventana rota, soó se les ocurrió golpear la nuestra, pero sucedió que resultamos ser poco amigables. Estuve un rato tratando de oír algo, hasta que del otro lado alguien gritó : " quítense de la puerta que vamos a romper el vidrio ", todos nos amontonamos del otro lado del vagón en medio de la oscuridad, vino un golpe seco y entonces la voz se hizo más nítida y cercana, era una voz relativamente joven, pidió disculpas por lo sucedido, explicó que de todos modos nadie habría salido herido, pues el vidrio era de esos especiales que se rompen en trocitos muy pequeños, los que quedan pegados por una película plástica que los une , evitando que se desparramen sobre el piso; Después de haber hablado muy claro y pausado, se detuvo, entonces habló nuestro candidato, e hizo la pregunta fatal, "¿ Para qué rompieron el vidrio?, ¿ No estará sugiriendo que bajemos a la línea ? ", lo siguió un suspiro general  y la voz dijo : " No, de ningún modo , sólo intentamos hacer que circule el aire señor, está subiendo la temperatura y hay personas asmáticas en nuestro carro..", a lo que el candidato contesto : " Está bien, pero para eso no era necesario romper nuestra ventana, bastaba con la de ustedes ", silencio absoluto, " Es que pensamos que quizás también les haría falta un poco más de aire "...... pobre tipo, le cayeron a insultos, diciéndole que cuando bajara la temperatura nos moriríamos de frío, que podrían haberle pegado a alguien con esa escalera, en fin, hasta llegaron a decir que cuando nos rescataran habría que pagar el vidrio, pero cuando comenzó a circular aire fresco todos fueron guardando silencio. Retomé mi lugar en la puerta, bajo la ventana ahora rota, si tan sólo hubiese tomado el metro de las once y no el de las ocho treinta, aunque la situación fuese la misma, aunque los de arriba ya no existiesen, a las once de la mañana hay otra gente, diferente a la de las ocho y treinta.
     Mientras me arrepentía en lo mas profundo de mi ser, por no haberme enfermado ese día, nuestro candidato dio a conocer su próximo proyecto, el cual constaba de hacer uso de la escalera del vagón ocho, para romper las ventanillas de todas las puertas que unían los vagones, pero no solo las ventanas, sino que una vez roto nuestro vidrio, hacer palanca y forzar la puerta, de ese modo ir pasando de vagón en vagón, hasta llegar hasta el conductor, para exigir una explicación del mal rato que estábamos pasando, e informarle de la demanda que entablarían algunos pasajeros contra la empresa, porque esto no podía quedar así, para que pagábamos nuestros impuestos! A la sola mención de dinero perdido, los pasajeros se sintieron estafados en forma colectiva y el proyecto fue aprobado por mayoría, con cuatro votos en contra y doce abstenciones, uno de los en contra fue mío, porque con lo indignada que estaba la gente , serian capaz de matar al chofer, que seguramente no tenía idea de lo que estaba pasando , al igual que todos nosotros, sentí lástima por el tipo, pero luego pensé que al menos de ese modo podría conocer al resto del mundo sub-terra, compuesto por los vagones restantes.
     La primera orden fue deshacerse de las cosas inútiles, de todo exceso de peso, como lo preví, nadie se quitó nada de encima, ni siquiera los abrigos, aunque el calor era insoportable, seguramente más de alguien se tropezaría con el abrigo y caería a la línea, y sería " castigo divino "; como  les podía importar un abrigo en medio del trópico en que estábamos,  y sin embargo de los cincuenta o más pasajeros sólo cinco nos quitamos los abrigos y chalecos, el resto creería que estábamos en Siberia. Así comenzó la aventura de conquistar territorios nuevos, de descubrir vida en otros vagones.
     La entrada al vagón seis fue triunfal, hasta aplaudida, pues estaba lleno de niños que iban a un recorrido por el museo, la idea de continuar avanzando con los niños no era buena, eran demasiados y costaba mucho mantenerlos quietos, se decidió entonces que permanecieran en su carro hasta tener noticias, para lo cual alguien , una vez llegado hasta el conductor, volvería para informarles; el hombre de la voz, pionero en romper ventanas de metro iba a mi lado, esta vez guardaba un riguroso silencio, por mi parte, estaba segura que la idea de llegar hasta el conductor no nos daría ninguna respuesta, ¿ por qué no podían asumir la situación ?, precisamente por tenacidad no era, el asunto tenia que ver más bien con dignidad ofendida, con estafa, a nuestro candidato le importaban un bledo los asmáticos y los niños, lo más importante era exigir una explicación y entablar lo antes posible una demanda millonaria por daños y perjuicios , y salvarse de paso de la soledad que significaría vivir bajo tierra con un grupo de desconocidos, pero esto último ni siquiera lo consideraba, los seres humanos nunca consideran la soledad, ya sea en esta situación puntual, como en la vida corriente, es una especie de enfermedad, que unos enfrentan mejor que otros, pero enfermedad al fin, como asumir el desamor o la desesperanza, queremos vivir una felicidad eterna, sin considerar que todas las monedas tienen dos caras, y esa desconsideración nos lleva a muchas confusiones, a creer que amamos, cuando en el fondo sólo tenemos miedo de quedarnos solos o a pensar que el poseer más cosas nos traerá la felicidad, este caso no era la excepción, nadie se atrevía a imaginar otra vida, una vida sin sus cosas, sobretodo sin sus cosas, entonces se hacía imprescindible avanzar, llegar al primer vagón y exigir ser devueltos a la felicidad eterna, al televisor, al vídeo, a la lavadora, a todas esas maravillosas cosas, luego por supuesto a los familiares y en última instancia a los amigos. Pero estoy segura de que dentro de toda esa gente en peregrinación al primer vagón, había muchos que estaban contentos con la idea de no volver a verles la cara a sus cónyuges, sin embargo cada uno se daba las explicaciones que más le acomodaran, que ya estaban acostumbrados, que no tenían edad para estar solos, que las cosas cambiarían, sólo hacía falta un par de años más, mientras enfilaban al primer vagón, como quien marcha al patíbulo, insisto que para muchos éstas fueron unas merecidas vacaciones, pero había que volver , igual que en marzo, cuando se acaba el verano y tenían que regresar, de mala gana, con el auto lleno de bolsos, con kilos de arena, mientras los niños dormían en el asiento trasero, pues el lunes comenzaban las clases y como todos los años, el uniforme les quedaba chico, entonces, llegando a la ciudad, les esperaba un exquisito fin de semana  en un mall, con otras tres mil personas en una situación ídem. ¿ Y  yo, a qué volvería ?, a una cama de una plaza, un vestido rojo, los cigarrillos de clavo de olor que traje de Indonesia, dos cajas con fotografías, muchos recuerdos, un puñado de buenos amigos, la colección de pañuelos Hindúes, los discos viejos de Caetano Veloso, mi libro favorito con los poemas de Benedetti y los dolores conocidos, uno siempre vuelve, pero es cosa de cada uno hacer vivible el espacio al cual se regresa, ir limpiándolo hasta hacerlo habitable y no insufrible como un fin de semana de mall en vísperas de la entrada a clases; limpiar un espacio es la única forma de poder regresar a él sin sentirse masoquista, frustrado o simplemente acostumbrado, y eso toma tiempo, como casi todas las cosas, pero también implica decisiones, y sacrificios que no siempre estamos dispuestos a hacer.
     A esas alturas estaba absolutamente arrepentida de haber decidido avanzar, había pensado que tal vez la gente de otros carros sería diferente, pero con excepción de los niños, el resto era igual y en algunos casos peor, por ejemplo en el vagón tres se nos negó romper el vidrio, sin antes firmar un cheque en blanco en garantía, por si la empresa decidía cobrar los daños, después de todo era una institución estatal, serían daños a la propiedad pública; finalmente el vidrio pudo romperse, no sin antes firmar el cheque, operación que tardó al menos una hora, mientras alguien se conseguía una linterna de bolsillo para que el candidato pudiese ver dónde estampar su firma. En el segundo carro, dos hombres se dieron de golpes por ser los primeros en la fila para cruzar la meta del primer vagón, fue ahí que se desato la gran pelea, el candidato recibió un golpe directo a su ojo izquierdo, mientras otros tantos quedaron lesionados, yo me metí bajo uno de los asientos , junto con el hombre de la voz del carro ocho, en medio de los gritos de las señoras y los carterazos que iban y venían en plena oscuridad, la gente casi no se podía mover, teniendo en cuenta el número de personas que habían avanzado desde el último carro hasta ese punto, en medio del fragor de la batalla vino a rodar hasta nosotros la linterna de bolsillo que anteriormente habían usado para firmar el cheque en garantía, lo primero que pensé fue en encenderla y si poder verle la cara a mi compañero de trinchera, pero me sorprendió el grito de una mujer que absolutamente ofendida repartía golpes a su alrededor, pues según gritaba, un tipo la había manoseado, mi compañero se largó a reír sin miramiento, mientras la mujer gritaba ¡¡ Fuiste tú, el que se está riendo, espera que te agarre desgraciado....#,&# !! , tal vez nadie en particular la había tocado, pero es que había tanta gente que el manoseo era general y obligado. Los carros cuatro y cinco, que pasé por alto en este relato, no tuvieron mayores incidentes, salvo el reventón de una botella de bebida, debido al calor, dos desmayos por el mismo motivo, y algunos pequeños altercados por el orden para cruzar al carro siguiente, situación que llegó al límite en el interior del carro número dos.
     Metidos bajo los asientos , en una especie de trinchera improvisada, teníamos al alcance todo lo que caía al suelo producto de los empujones, tirones y demases que la gente se propinaba, obtuvimos un botín bastante nutrido, una barra de chocolate, cuatro dulces, dos trabas de pelo, una lima de uña, un corta cartón, lápices variados, artículos que mi compañero contabilizaba con un entusiasmo casi infantil, y una linterna, entonces recordé mis intenciones de prenderla y así poder verle la cara a mi interlocutor, pero me di cuenta a tiempo antes de cometer un grave error, si encendía ese aparatijo, todos descubrirían nuestro escondite, y seguramente habría una pelea aun mayor por la linterna, aunque eso merecía mis dudas, pues la batalla al interior del vagón parecía no ceder. Pero el calor pudo más que las fuerzas de los contrincantes y poco a poco comenzaron a calmarse y a ocupar todos los espacios disponibles  para sentarse, una vez hecho esto vino la exhaustiva revisión de las pertenencias, dándose cuenta de la perdida de varios objetos durante la batalla, los cuales se encontraban en mis bolsillos y en los de mi compañero; se decidió a organizar la búsqueda y recuperación de dichos objetos, pero en plena junta " vagonil ", la puerta que unía nuestro actual carro con el primero, o sea, con la libertad, se abrió sola, así, misteriosamente y una respiración nueva surgió de entre las sombras, con otra voz, mas misteriosa aun, "¿ Cual es el problema?, ¿Por qué tanto barullo ?", creo que eso fue lo último que dijo, porque en un rápido movimiento el vagón dos entró atropelladamente en el uno, el que para sorpresa de todos estaba absolutamente vacío, la voz, que parecía resucitar de entre los muertos dijo: "Es que el chofer se llevo a todos los pasajeros y me dejó a cargo, a la espera de la señal "; así volvimos a la tan esperada señal, prosiguió una discusión de por qué el conductor se había llevado sólo a la gente del primer carro y no a los demás, se agregaron algunos cargos a la demanda principal, por discriminación, y todo el mundo procedió a tomar asiento; para suerte de mi compañero y mía, se olvidaron de la recuperación de los objetos. Decidimos, mi acompañante y yo, volver al vagón anterior, había demasiada gente tratando de acomodarse en el primero, en ese trayecto tuve la idea de preguntarle al menos su nombre, Rodrigo, me dijo, " Rodrigo ", me acordé de un Rodrigo que fue novio mío, o tal vez debería decir sólo mío; hacía ya por lo menos cuatro o cinco años que no sabía de él, bien parecido, aunque muy inmaduro, era de esos hombres que requieren madres y no mujeres, ya casi no lo recordaba, supe que se había ido a Europa; pero a pesar de todo me había enamorado de ese Rodrigo, éramos muy jóvenes, lo recordaba vagamente, una vez más el tiempo y esa elección involuntaria se habían encargado por mi de borrar gran parte de esa historia.  En medio de la oscuridad nos dimos cuenta que no éramos los únicos que estabamos volviendo, y ya que nos encontrábamos en eso, optamos  por regresar al último vagón, por volver al principio; no sé por qué sentí la necesidad de regresar, como si el desandar toda esta historia cambiara los hechos, o me cambiara a mí, o a todos los que retrocedíamos el tiempo en la oscuridad; nos tomó bastante tiempo el ir del primer carro al último, no teníamos la escalera, así que el paso de un vagón a otro era lento, la gente chocaba entre sí y a medida que avanzábamos se iban sumando más personas, creo que los que se mantuvieron en los vagones intermedios, sin avanzar ni retroceder eran ese porcentaje de indecisos que hay en todo, por otra parte, dentro del grupo de los que habíamos decidido retroceder, estaban esos que al recordar alguno de los regresos de vacaciones en marzo , quisieron por primera vez no volver, no mas fines de semana de mall, entre otros, que veíamos el regreso como una vuelta al origen, como la posibilidad de comenzar todo otra vez, o de no comenzar nada, mas  bien terminarlo todo, darle una mano al tiempo y la otra al olvido, y esperar sin apuro a que alguien llegase a buscarnos, para disfrutar de ese sueño de haber matado a todos los de arriba, de hacer un minuto de silencio por ellos, de creer que hubo una explosión nuclear, una tercera guerra, y que ahora éramos los únicos, ya ni siquiera existía el candidato, viviríamos en una merecida y tan necesaria anarquía. Cuando el último pasajero cruzó la pequeña puerta, una  mujer preguntó hacia el otro vagón : " ¿ Alguien más va a entrar ? ", hubo sólo silencio, seguido por un movimiento de gente y el ruido de objetos metálicos, alguien pidió ayuda y algo de luz, Rodrigo recordó la linterna de nuestro botín e iluminó, pero lo hizo hacia el suelo, cerca desde el lugar desde donde venía la voz; las manos de un hombre ordenaban sobre el piso una serie de herramientas, " ayúdeme, necesito que haga presión con esto mientras saco las piezas de unión para separar el vagón del resto del tren ", un movimiento se produjo desde el fondo del carro y varias manos aparecieron bajo el foco de luz de la linterna, el hombre dio las instrucciones y bajo la luz, trabajaron un par de horas sobre el piñón que unía un carro a otro; una vez concluida la separación , el hombre volteó y esta vez la luz le dio en la cara, " ¿ Alguien quiere irse ? ", dos mujeres se adelantaron para salir, las siguió el tipo del libro, el que alcancé a ver cuando cruzo el as de luz , ¡ el libro !, grité, el tipo se detuvo y antes de cruzar se lo entregó a otro que jugaba con una llave inglesa. La puerta se cerró con un chirrido agudo , mientras los hombres la empujaban hasta hacerla encajar en su lugar inicial, se nos ordenó retroceder hasta el fondo y ocultarnos detrás de los asientos, una luz blanca inundo todo el carro y por primera vez desde hacía mucho, pudimos vernos las caras, algunas las mismas del principio, otras desconocidas, éramos alrededor de doce o trece personas contando los que estaban soldando la puerta del vagón, que con seguridad eran obreros que esa mañana se dirigían a su trabajo, uno de esos tantos edificios nuevos que aparecen de un día para otro en la ciudad; me quedé observando un momento los rostros, casi todos de gente joven, una mujer me sonrío, le respondí, me preguntaba cuantas historias , cuantos motivos tendría cada cual para querer quedarse encerrado, después de todo nadie estaba planeando un futuro diferente, al contrario, el asunto tendía más bien a eliminar la posibilidad de un futuro, a soñarse fuera de todo orden, como una forma de poder ver desde arriba el rompecabezas y encontrar un espacio para esas piezas que andan dando vueltas por ahí, nadie pensaba en sepultarse vivo o en morir, sólo eran vacaciones, aunque indefinidas, sin una fecha puntual de término, sin esperar, se me ocurría algo así como una evaluación colectiva de la vida y mejor aún, gratis.
Hasta ese momento, me había dedicado entre los destellos de luz, a observar al resto de los integrantes, sin reparar en mi  antiguo compañero de trinchera, el cual sí se había fijado en mí y después de la sorpresa inicial, se encontraba en un cuasi estado de shock, para cuando me di cuenta que el viaje a Europa lo había cambiado bastante, aunque su rostro tenia un aire vagamente familiar para mí, ya era tarde, la puerta estaba completamente sellada con un kilo de soldadura. Siguieron varias horas de un silencio obligado, no sólo entre ámbos sino en todo el carro, supuse que era la hora en que habitualmente, cuando vivíamos arriba, dormíamos; el obrero que jugaba con la llave inglesa dio un buenas noches general y nos dormimos con la música  suave de una radio que aún tenía baterías, con el anterior acuerdo de no oír noticias. Lo que prosiguió no fue una historia de convivencia familiar, o de solidaridad con el prójimo, estábamos ahí por una decisión en común, motivada por historias personales, y una cosa no tenía nada que ver con la otra, éramos cómplices del crimen de haber deseado matar por un tiempo a todo el mundo de arriba y a costa de ese sacrificio poder retroceder al inicio de cada una de nuestras historias, someterlas a un juicio y condenarnos culpables o inocentes frente a ellas, limpiando así el lugar al cual en algún momento regresaríamos, eso era todo.
Para romper el hielo nos comimos el chocolate derretido que aún guardábamos desde el día de la batalla campal en el carro dos, y las cosas fueron volviendo en una especie de oleadas sucesivas, algunas recriminaciones endulzadas con el relleno sabor manjar que tenía esparcido en mis manos, en realidad no hubo muchas cosas qué decir, las disculpas habían venido con el olvido y de eso ya hacían un par de años, tal vez solo vernos diferentes, tratar de reconocernos a través del tiempo; me encantaría poder decir que no había dejado de amarlo, que aún lo recordaba, pero de amor nadie se muere, al menos no de muerte natural, y como tantas otras personas sobreviví, y el resto, bueno, el resto lo olvidé entre chocolates, otras bocas, veranos calurosos, fue uno de esos veranos en que termine por borrar los últimos detalles de su rostro, instalando en su lugar otra boca, otras palabras de amor, inventé otras sonrisas, y como todos los ciclos, terminó por cerrarse, así murió mi Rodrigo de esos años , este que estaba ahora a mi lado era otro; para él fue distinto, en el fondo nunca terminó por cerrar del todo nuestra historia, por eso la sorpresa cuando me vio, fue como resucitarme o más que eso, porque la verdad nunca me había matado, yo fui algo mas drástica y soñé para él una muerte rápida, justo el día en que me enamoré de otro hombre en un verano casi de trópico. Pero no voy a detenerme en este punto, diré que las coincidencias y el azar no existen, que todas las cosas suceden bajo un patrón determinado, que para nosotros es desconocido, nuestro encuentro en el vagón es material para otra historia, y sin embargo, una parte de ella encajaría en este rompecabezas, porque sería él y no otro, quien en el momento preciso permanecería a mi lado,  colocando de ese modo una pieza importante en su lugar.
No sé cuántas horas o días habrán pasado desde que nos encerramos a punta de soldadura en ese vagón, tenía sueño casi todo el tiempo, imagino que por la falta de comida, de a ratos el hombre de las herramientas prendía un pequeño pedazo de vela que pusimos en el medio del pasillo, durante esos momentos todo se teñía de colores cálidos, que se parecían a los atardeceres de Valparaíso, sin puesta de sol. En esos momentos me dedicaba a leer algo del libro que me habían dejado, los obreros jugaban dominó en el fondo del vagón, Rodrigo pintaba dibujitos sobre los vidrios de las puertas laterales aún intactas, con unos lápices de ojos, producto del memorable botín, una mujer joven pintó un corazón enorme con su labial, un hombre de brazos gruesos usaba el pasamanos del techo a modo de barra de ejercicios, colgándose y descolgándose una y otra vez, algunos se entretenían probándose los abrigos que se habían quedado en el carro, cuando se tomó la decisión de avanzar, el resto dormitaba apoyado en las paredes. Las baterías de la radio se habían agotado, la temperatura era agradable, éramos pocas personas y el calor terminó por ceder, el tipo que jugaba con la llave inglesa se dedico a reacomodar todos los asientos para que el de los músculos pudiese ejercitar con más comodidad; cada cual parecía estar realizando sus rutinas favoritas, porque sin quererlo, todo tiene una pequeña rutina, algo de cotidiano, que no es lo mismo que hablar de costumbre, son pequeños actos casi involuntarios que ocupan espacios en nuestra vida diaria, que ligados a cierta situación agradable se transforman en rutinas favoritas; una de las que más me agrada es el café de la mañana, recuerdo un balcón, el sol y esa típica conversación sobre las actividades del día, mientras el café me calentaba las manos, también me acuerdo de la señora del edificio de enfrente que nos veía siempre a medio vestir en el balcón, seguro creía que éramos un par de libertinos; cada vez que preparo una taza de café por las mañanas pienso en ese balcón, en la sensación tibia del sol, aunque estuviese viviendo en Rusia, seguiría siendo mi rutina favorita. Mis evocaciones del café terminaron con el movimiento del carro, que se balanceaba suavemente. A través de las ventanas vimos  que la luz volvía al resto del tren, nosotros permanecíamos a oscuras, porque al desprender nuestro vagón del resto, también habían sido cortados los cables de la energía eléctrica, el tren ya avanzaba unos metros, alejándose, cuando volvió a detenerse, desde nuestra posición podíamos ver como los pasajeros corrían, alguien comentó al aire que parecían cucarachas, hubo una risita cómplice, con cierta carga de malicia, veíamos como los guardias dirigían a la gente para descender de los vagones hasta el borde de la línea , hacia las salidas laterales de emergencia, la mujer del corazón de labial preguntó qué haríamos, Rodrigo le contesto que " nada ", ¿ Acaso no opondremos resistencia ? , intervino el de los brazos gruesos; pero la verdad es que no nos resistiríamos, no había otra opción más que volver, pero ya sabíamos a qué volveríamos, todos nuestros lugares de regreso estaban determinados, sobre todo decididos, cada cual sabía qué es lo que debía y lo que no debía hacer cuando emergiéramos otra vez a la superficie, la respuesta estaba en las rutinas favoritas, lo que no significaba que esos obreros jugarían dominó el resto de su vida, o yo tomaría café veinticinco veces al día, tenía que ver con reconocer las situaciones ligadas a nuestras rutinas, en intentar que fueran siempre favoritas, para no descubrirse una mañana haciendo lo que no se quiere, teniendo en cuenta que para llegar a esa mañana pudieron haber pasado diez años.
Después de unas horas en silencio, oímos golpes y voces que nos pedían nos retiráramos de las puertas. Cuando estas se abrieron un foco de luz nos encandiló, los guardias de seguridad se quedaron mirando los dibujos de Rodrigo en los vidrios y el corazón gigante de lápiz labial, y uno a uno nos fueron bajando al borde de la línea, nos disponíamos a avanzar en dirección al resto de los pasajeros, pero uno de los guardias dio una señal, una de esas señales tan esperadas y nuestro grupo fue desviado en dirección opuesta hacia la estación anterior, aducieron que era más cerca , después de todo éramos el último vagón; extrañamente no se acercaban demasiado a nosotros y comentaban por lo bajo el asunto de las puertas selladas con soldadura y los dibujos en las paredes, pero aún así nos condujeron por la banda de seguridad. Al salir a la luz blanca de los tubos fluorescentes en el bandejón de la estación, nos encontramos con mucha gente que trabajaba sobre la línea, supuse que reparaban el desperfecto que nos había dejado detenidos dentro del túnel, pero alcancé a divisar entre el tumulto una camilla cubierta por una sábana, no pude ver demasiado, tal vez alguien del primer vagón había salido herido, lo cual era probable, era demasiada gente en un solo carro, pero no era nadie de los vagones, alcancé a oír a un paramédico diciendo que había sido un suicidio, que simplemente se lanzó a la línea; entonces sí habían muertos arriba, pero sólo uno, sólo esa mujer, sólo ella se había sacrificado por nosotros, por esas horas de tiempo ganado; nos subieron rápidamente por las escaleras, apuntaron nuestros nombres en una lista, con el número de identidad y simplemente nos pidieron que por favor nos retiráramos, perdí de vista a Rodrigo, pero al rato me alcanzó en la salida; todo era como un sueño, no había guerra, ni explosión nuclear, ni lava, ni nada que se le pareciera, es más,  de seguro nadie se había enterado de lo que sucedió abajo. Me senté en un peldaño para sentir lo que quedaba del sol en la cara, eran cerca de las seis de la tarde y  aún hacía calor, recordé que ese día me había saltado mi rutina favorita, no había desayunado, con el atraso pasé por alto el café; la gente caminaba distraídamente, las calles aledañas eran conocidas para mí, hace unos años había vivido en ese barrio, muy cerca de la estación de metro en la que estábamos; antes de que Rodrigo se fuera a Europa, tuvimos una gran discusión justo en la plaza que estaba al frente, fue por una estupidez, yo quería comer comida china y él quería ir directo al cine, la comida era después, esa pequeña estupidez se sumó a otras anteriores, no recuerdo qué fue lo que le dije, sólo me subí a un taxi y me fui, traté de repasar las palabras, pero ya las había olvidado, sólo tenía guardado en mi memoria el hecho puntual de la comida; Rodrigo continuaba a mi lado sentado en el  peldaño de la escalera, fumaba lanzando argollas de humo al aire, de pronto y sin más se puso de pie, sacudió su ropa y caminó, el sol ya casi se había escondido y todo era rojo como la luz de la vela dentro del vagón, entonces me gritó desde la esquina : "  ¡Oye, el restorán de comida china está abierto ! ".... y así la ultima pieza encajó en su lugar, la mujer no había muerto en vano.
 
 
 



(*)María Canela Ruiz,  escritora chilena. Vive actualmente en Santiago.

Índice de Versiones 26
Otros números