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La aventura de compartir la vida, las lecturas,
la expresión
Me quedé mirando a un tipo que ajeno a todo,
permanecía aun sentado en el suelo, estaba leyendo, pero desde mi
lugar no lograba leer el título del libro; ya eran las 9:30, hace
cinco minutos que había apagado mi estéreo y me dedicaba
a observar y oír los murmullos del público. No sé
cuánta gente habría en el interior del vagón, tal
vez unas cincuenta personas, quizás mas, a mi derecha una mujer
aprovechaba para terminar de maquillarse, frente a mí, sólo
espaldas listas para salir, del lado izquierdo y aun sentado, estaba el
tipo del libro, que a ratos levantaba la vista para dar una ojeada rápida
a su alrededor; decidí imitar a este personaje y me senté
en el suelo, en el mismo lugar donde estaba antes de pie, habría
sido absurdo empujar a todo el mundo para ocupar un asiento, la señal
vendría en cualquier momento, la señal, cualquiera diría
que podría ser un ángel que bajaría del cielo o que
subiría del infierno a anunciar la buena o la mala nueva, y vino
la mala nueva, una voz masculina se hizo sentir por los parlantes y dijo
así:
" Señores pasajeros se les ruega mantener la calma,
el tren ha sufrido un desperfecto en el mecanismo de apertura de sus puertas,
seguiremos en ruta hacia la estación principal para la reparación
correspondiente, por su comprensión muchas gracias ", eso fue todo,
entonces la voz del ángel desapareció , hubo un rotundo silencio
y el tren se puso en marcha, me felicité por haber estado
sentada, pues dentro del túnel éste se detuvo en forma violenta
y todo el mundo quedó esparcido por el suelo a lo largo del vagón,
el libro del joven que leía vino a caer a mis pies, al fin pude
leer el titulo," La Lentitud ", fue entonces, cuando vi a todos por
el piso que pensé en lo ridículos que nos vemos los seres
humanos en el suelo, en lo indefensos, se diría que es poco digno,
pero, ¿digno para quién ?, ¿para nuestro orgullo
de seres superiores ? Yo, que los miraba desde abajo, de pronto estaban
todos a mi altura, y en la época en que vivimos nadie quiere estar
a la misma altura, todos quieren llegar más alto, aunque eso implique
poner el pie sobre la cabeza del otro y esta vez no fue la excepción,
nadie permaneció sentado, todo el mundo insistió en ponerse
de pie, a pesar de que el tren no se encontraba del todo detenido, pues
continuaba dando pequeños estertores, como si agonizara, junto con
la esperanza de haber llegado al menos a las nueve de la mañana.
Pues bien, mientras la gente insistía en tratar de mantener el equilibrio,
el tren se detuvo, después de un resoplido que tuvo algo de suspiro
y muerte final, hubo unos minutos de silencio general, todo el mundo permaneció
quieto en sus lugares, precavidamente sujetos a la baranda de seguridad
más cercana, por si el tren resucitaba repentinamente o el ángel
se decidía a dar una explicación coherente...y se hizo la
voz " Señores pasajeros ha ocurrido un lamentable accidente..",
el ángel no pudo terminar de anunciar su mala nueva porque en el
momento preciso en que íbamos a ser informados de la verdad absoluta,
se cortó la energía y se fue la luz; se oyeron unos gritos
medio ahogados de esas típicas señoras de edad y algunos
más agudos de las más jóvenes, pero no por eso menos
histéricas, el resto se quedó en silencio, soñando
con la luz y con la voz del ángel, que al parecer nunca más
volveríamos a oír, de pronto se había hecho noche
a las diez de la mañana en Chile Continental, en lo que respecta
al insular, supongo que eran las doce del día. Entrada entonces
la noche, comenzaron a tomarse las precauciones nocturnas típicas,
primero una revisión exhaustiva a los bolsos de mano en busca de
alimento, para de paso apoderarse de algún elemento cortante o en
su defecto punzante, ya sean limas de uñas metálicas, corta
cartones, navajas etc., en el caso de que hubiese algún asaltante
en el vagón, para luego atrincherarse cada cual con sus pertenencias
a la espera del nuevo día. Pasados los primeros quince minutos,
una voz de hombre rompió el silencio, pero no era la del ángel,
uno de los pasajeros sugirió que las personas mayores tomasen asiento,
pues nadie sabía cuánto tiempo continuaríamos a oscuras,
un par de minutos más en silencio y lentamente la gente comenzó
a moverse, eran las diez y veinte, y hacía calor. Como no había
energía, tampoco funcionaba el aire acondicionado, otro motivo más
para la desesperación colectiva, no faltó quien dijo que
moriríamos ahogados, cosa bastante absurda pues las ventanas pequeñas
estaban abiertas y el aire seguía en el túnel, nadie se lo
robaría, lo que si era cierto y cada vez peor , era el calor, por
si alguien lo olvidó y se pregunta por qué no usamos la escalera
de emergencia y la apertura manual de las puertas, les recuerdo que estas
estaban trabadas, no era precisamente por franca rebeldía que permanecíamos
encerrados.
Desde mi izquierda
oí que alguien decía ," Éste no ha sido mi día
", iba a contestar que tampoco el mío, pero pensé que tal
vez no se dirigía a mi, sino que sólo hablaba en voz alta,
pero efectivamente sí se dirigía a mí, en todo caso
no vale la pena ahondar en esa conversación, la cual giró
en torno a la situación misma, que todos ya saben, además,
para la desgracia de mi individualista amigo del lado izquierdo, ése
no sería un buen día para nadie, no sólo para él;
era mucho más interesante lo que sucedía con el resto de
la gente, alguien, debido a los nervios, tuvo la mala idea de encender
un cigarrillo, sin embargo las ideas incendiarias de aquel individuo quedaron
definitivamente apagadas cuando otra persona muy indiscretamente y bajo
una ola de insultos le arrebató la cajetilla, fin de la historia
del posible incendio del carro numero siete.
Comencé a recordar un
cuento de Cortázar, que transcurría durante un embotellamiento
en una carretera en Francia, donde todos terminaban conociéndose,
pero en honor a la verdad y mirando a mi alrededor, no encontré
a nadie con quién casarme o planear un futuro, nis iquiera con quién
tener una aventura amorosa, pues nadie se dirigía la palabra, me
dio la impresión de que en ese lugar había gente muy sola,
pensé que quizás esta historia cambiaría la vida de
varias personas dentro de ese carro, pero probablemente lo olvidarán
al cabo de unos días, nuestra época sufre de un olvido crónico,
vivimos demasiado rápido, perdemos la capacidad de retener, de recordar,
supongo que también de amar y de todas las cosas que requieren invertir
un poco más de tiempo y sin embargo, tiempo era lo que más
sobraba en esos momentos, pero, supongo que por falta de costumbre, nadie
sabía qué hacer con él. Luego y continuando con las
citas, recordé una muy mala película norteamericana donde
habían descubierto un volcán en los Angeles y la lava corría
por la línea del metro, es que hacía tanto calor que fue
de las primeras cosas que se me vino a la cabeza, también recordé
a un hombre que había amado, una cicatriz que tenía en el
labio superior, fue de un accidente, traté de oír su voz,
pero no pude, el olvido ya había hecho lo suyo, repasé algunos
rostros familiares y comprobé que gracias a Dios mis amigos continuaban
intactos, nunca creí que moriría o algo así, pero
sí quise creer que sólo nosotros estábamos vivos,
nosotros los del tren, en un solo pensamiento los maté a todos,
a toda la gente que conozco y me quedé sola en el mundo, viviendo
bajo tierra con unos desconocidos en medio de la oscuridad.
Ya eran las once y treinta de la supuesta mañana
de esta nueva vida sub-terra , la gente había comenzado desde hace
un rato a caminar por el vagón, el resto dormitaba apoyado en las
paredes, en el ala derecha del carro habían dos estudiantes jugando
cartas, se reían bastante, con esa risa contagiosa, hasta que un
hombre los hizo callar, seguramente él sería el próximo
presidente en nuestro país sub-terra, y probablemente, dado el carácter
de ese señor, viviríamos en dictadura. Yo me preguntaba que
habría sido del ángel y sus malas nuevas , para colmo se
le acabaron las pilas a mi estéreo y terminé por perder contacto
con los de arriba, los que por supuesto dejaron de existir, hubo un minuto
de silencio por los caídos.
Creo que de algún modo
siempre existe una necesidad de olvido, de olvido parcial, aunque absolutamente
involuntario, a modo de evitar una saturación de recuerdos , pero
si uno pudiese elegir qué es lo que realmente desea olvidar,
saltándose el proceso emocional a través del cual nuestra
memoria selecciona un recuerdo, ¿ Qué sucedería ?
; siempre me he preguntado en virtud a que parámetros nuestra memoria
elige, en qué se basa para borrar o imprimir un recuerdo, un hecho,
un rostro o una palabra, porque no siempre se olvida lo que uno quiere,
podría ser por adición, es decir , pasado un límite
de recuerdos, por ejemplo, al agregar el siguiente, se borraría
el primero y así sucesivamente, de ser así viviríamos
siempre en el presente y tendríamos un pasado sujeto a constantes
cambios, pero si pudiésemos elegir, siento que seríamos absolutamente
y sin lugar a dudas.....felices, aunque pensándolo bien, quizás
no, la naturaleza sabe lo que hace y en esa misteriosa elección
esta su sabiduría, imagino, entonces, que si pudiésemos elegir
no seríamos quienes somos , estamos hechos de lo que recordamos,
ésa es nuestra historia, diría que nuestro centro, si no
pudiese recordar esa cicatriz que él tenía en el labio, no
sabría que alguna vez lo amé, que amé su boca, por
ejemplo, y si no supiera que amé, quizás no sentiría
en mí la capacidad de amar, de volver a entregar, y si nunca se
ha amado, no se sabrá jamás lo que es, lo que se siente;
somos como un rompecabezas que nunca se termina de armar, siempre
hay piezas que no se sabe porque están ahí, sin embargo a
veces quisiera ser más sabia que la naturaleza y borrar por mi cuenta,
aunque de paso cortara una parte de mí, como esas historias de ciencia
ficción de viajeros a través del tiempo, que retroceden
al pasado y provocan cambios que alteran el futuro, así quizás,
si pudiese borrar recuerdos a mi elección, mi risa ya no sería
la misma, porque tengo un poco de todos y ellos algo de mí, pero
ya no importaba, todo el mundo de arriba estaba muerto, y el rompecabezas
era otro, como otra la gente, como otro el amor.
Decidí no volver a mirar
mi reloj, y para evitar la tentación me lo quite, de ahora en adelante
todo sería noche cerrada.
La situación dentro del
vagón era la misma, algunos murmullos, gente que caminaba de un
lado a otro, creí oír un llanto, pero era muy leve, traté
de afinar el oído para percibir de donde venía, pero un ruido
de vidrios rotos interrumpió mi operación de espionaje, a
continuación se produjo un tumulto, todo el mundo se apegaba a las
ventanas tratando de oír desde donde venían los golpes, el
futuro presidente llamaba al orden y al silencio, pero contrariamente a
aquel cuento que recuerdo, nadie le prestaba atención, se empujaban
unos a otros para tratar de llegar a las ventanas, fue entonces que sentí
los golpes sobre mi cabeza, caí en la cuenta de que estaba sentada
justo bajo una de las puertas que unen un vagón a otro, alguien
del último vagón, o sea del ocho, era quien golpeaba el vidrio
de la puerta, nadie se había dado cuenta, estaban obsesionados por
un rescate, el cual obviamente debería venir de afuera, para cuando
se dieron cuenta que los golpes venían del otro carro y los hacía
una persona tan encerrada como nosotros, perdieron todo el interés
y volvieron lentamente a pasearse, incluso alcancé a oír
comentarios acerca de que el número de los vagones correspondería
al orden del rescate, que no vinieran los del ocho a querer alterar el
orden universal, ya que obviamente, cuando bajaran a buscarnos lo harían
partiendo desde el conductor, en el primer carro. Luego de este comentario
acerca de la cantidad de vagones me sentí mas aliviada, pues si
en cada vagón había un candidato a futuro presidente como
en el nuestro, entonces deberían haber elecciones , así ,
tendríamos mas posibilidades de escapar de la dictadura a la cual
nos pretendía someter nuestro candidato; probablemente habrían
carros más festivos y liberales que el nuestro , con una mejor campaña.
Mientras algunas personas conversaban,
sin variar el tema, que por supuesto era nuestra penosa situación,
yo pegué mi oído a la puerta para ver si podía oír
algo de nuestros vecinos, quienes , más audaces que nosotros
habían roto el vidrio de su puerta, supongo que para tener mas aire,
ya que nadie pensaba salir de los vagones en esa oscuridad para morir
electrocutado, no era seguro de que las líneas estuviesen sin energía
y de todos modos ésta podría volver en medio del escape improvisado
y sin autorización del ángel supremo, lo cual sería
un castigo divino, y digo "divino" no en el sentido celestial, sino más
bien en el sentido burgués, pues sería un castigo maravilloso
para tanta estupidez humana, por el afán de competir y querer salvarse
primero que todos o por sobre todos; pero al parecer los del vagón
ocho tuvieron conciencia de esto y nadie intentó saltar por la ventana
rota, soó se les ocurrió golpear la nuestra, pero sucedió
que resultamos ser poco amigables. Estuve un rato tratando de oír
algo, hasta que del otro lado alguien gritó : " quítense
de la puerta que vamos a romper el vidrio ", todos nos amontonamos del
otro lado del vagón en medio de la oscuridad, vino un golpe seco
y entonces la voz se hizo más nítida y cercana, era una voz
relativamente joven, pidió disculpas por lo sucedido, explicó
que de todos modos nadie habría salido herido, pues el vidrio era
de esos especiales que se rompen en trocitos muy pequeños, los que
quedan pegados por una película plástica que los une , evitando
que se desparramen sobre el piso; Después de haber hablado muy claro
y pausado, se detuvo, entonces habló nuestro candidato, e hizo la
pregunta fatal, "¿ Para qué rompieron el vidrio?, ¿
No estará sugiriendo que bajemos a la línea ? ", lo siguió
un suspiro general y la voz dijo : " No, de ningún modo ,
sólo intentamos hacer que circule el aire señor, está
subiendo la temperatura y hay personas asmáticas en nuestro carro..",
a lo que el candidato contesto : " Está bien, pero para eso no era
necesario romper nuestra ventana, bastaba con la de ustedes ", silencio
absoluto, " Es que pensamos que quizás también les haría
falta un poco más de aire "...... pobre tipo, le cayeron a insultos,
diciéndole que cuando bajara la temperatura nos moriríamos
de frío, que podrían haberle pegado a alguien con esa escalera,
en fin, hasta llegaron a decir que cuando nos rescataran habría
que pagar el vidrio, pero cuando comenzó a circular aire fresco
todos fueron guardando silencio. Retomé mi lugar en la puerta, bajo
la ventana ahora rota, si tan sólo hubiese tomado el metro de las
once y no el de las ocho treinta, aunque la situación fuese la misma,
aunque los de arriba ya no existiesen, a las once de la mañana hay
otra gente, diferente a la de las ocho y treinta.
Mientras me arrepentía
en lo mas profundo de mi ser, por no haberme enfermado ese día,
nuestro candidato dio a conocer su próximo proyecto, el cual constaba
de hacer uso de la escalera del vagón ocho, para romper las ventanillas
de todas las puertas que unían los vagones, pero no solo las ventanas,
sino que una vez roto nuestro vidrio, hacer palanca y forzar la puerta,
de ese modo ir pasando de vagón en vagón, hasta llegar hasta
el conductor, para exigir una explicación del mal rato que estábamos
pasando, e informarle de la demanda que entablarían algunos pasajeros
contra la empresa, porque esto no podía quedar así, para
que pagábamos nuestros impuestos! A la sola mención de dinero
perdido, los pasajeros se sintieron estafados en forma colectiva y el proyecto
fue aprobado por mayoría, con cuatro votos en contra y doce abstenciones,
uno de los en contra fue mío, porque con lo indignada que estaba
la gente , serian capaz de matar al chofer, que seguramente no tenía
idea de lo que estaba pasando , al igual que todos nosotros, sentí
lástima por el tipo, pero luego pensé que al menos de ese
modo podría conocer al resto del mundo sub-terra, compuesto por
los vagones restantes.
La primera orden fue deshacerse
de las cosas inútiles, de todo exceso de peso, como lo preví,
nadie se quitó nada de encima, ni siquiera los abrigos, aunque el
calor era insoportable, seguramente más de alguien se tropezaría
con el abrigo y caería a la línea, y sería " castigo
divino "; como les podía importar un abrigo en medio del trópico
en que estábamos, y sin embargo de los cincuenta o más
pasajeros sólo cinco nos quitamos los abrigos y chalecos, el resto
creería que estábamos en Siberia. Así comenzó
la aventura de conquistar territorios nuevos, de descubrir vida en otros
vagones.
La entrada al vagón seis
fue triunfal, hasta aplaudida, pues estaba lleno de niños que iban
a un recorrido por el museo, la idea de continuar avanzando con los niños
no era buena, eran demasiados y costaba mucho mantenerlos quietos, se decidió
entonces que permanecieran en su carro hasta tener noticias, para lo cual
alguien , una vez llegado hasta el conductor, volvería para informarles;
el hombre de la voz, pionero en romper ventanas de metro iba a mi lado,
esta vez guardaba un riguroso silencio, por mi parte, estaba segura que
la idea de llegar hasta el conductor no nos daría ninguna respuesta,
¿ por qué no podían asumir la situación ?,
precisamente por tenacidad no era, el asunto tenia que ver más bien
con dignidad ofendida, con estafa, a nuestro candidato le importaban un
bledo los asmáticos y los niños, lo más importante
era exigir una explicación y entablar lo antes posible una demanda
millonaria por daños y perjuicios , y salvarse de paso de la soledad
que significaría vivir bajo tierra con un grupo de desconocidos,
pero esto último ni siquiera lo consideraba, los seres humanos nunca
consideran la soledad, ya sea en esta situación puntual, como en
la vida corriente, es una especie de enfermedad, que unos enfrentan mejor
que otros, pero enfermedad al fin, como asumir el desamor o la desesperanza,
queremos vivir una felicidad eterna, sin considerar que todas las monedas
tienen dos caras, y esa desconsideración nos lleva a muchas confusiones,
a creer que amamos, cuando en el fondo sólo tenemos miedo de quedarnos
solos o a pensar que el poseer más cosas nos traerá la felicidad,
este caso no era la excepción, nadie se atrevía a imaginar
otra vida, una vida sin sus cosas, sobretodo sin sus cosas, entonces se
hacía imprescindible avanzar, llegar al primer vagón y exigir
ser devueltos a la felicidad eterna, al televisor, al vídeo, a la
lavadora, a todas esas maravillosas cosas, luego por supuesto a los familiares
y en última instancia a los amigos. Pero estoy segura de que dentro
de toda esa gente en peregrinación al primer vagón, había
muchos que estaban contentos con la idea de no volver a verles la cara
a sus cónyuges, sin embargo cada uno se daba las explicaciones que
más le acomodaran, que ya estaban acostumbrados, que no tenían
edad para estar solos, que las cosas cambiarían, sólo hacía
falta un par de años más, mientras enfilaban al primer vagón,
como quien marcha al patíbulo, insisto que para muchos éstas
fueron unas merecidas vacaciones, pero había que volver , igual
que en marzo, cuando se acaba el verano y tenían que regresar, de
mala gana, con el auto lleno de bolsos, con kilos de arena, mientras los
niños dormían en el asiento trasero, pues el lunes comenzaban
las clases y como todos los años, el uniforme les quedaba chico,
entonces, llegando a la ciudad, les esperaba un exquisito fin de semana
en un mall, con otras tres mil personas en una situación ídem.
¿ Y yo, a qué volvería ?, a una cama de una
plaza, un vestido rojo, los cigarrillos de clavo de olor que traje de Indonesia,
dos cajas con fotografías, muchos recuerdos, un puñado de
buenos amigos, la colección de pañuelos Hindúes, los
discos viejos de Caetano Veloso, mi libro favorito con los poemas de Benedetti
y los dolores conocidos, uno siempre vuelve, pero es cosa de cada uno hacer
vivible el espacio al cual se regresa, ir limpiándolo hasta hacerlo
habitable y no insufrible como un fin de semana de mall en vísperas
de la entrada a clases; limpiar un espacio es la única forma de
poder regresar a él sin sentirse masoquista, frustrado o simplemente
acostumbrado, y eso toma tiempo, como casi todas las cosas, pero también
implica decisiones, y sacrificios que no siempre estamos dispuestos a hacer.
A esas alturas estaba absolutamente
arrepentida de haber decidido avanzar, había pensado que tal vez
la gente de otros carros sería diferente, pero con excepción
de los niños, el resto era igual y en algunos casos peor, por ejemplo
en el vagón tres se nos negó romper el vidrio, sin antes
firmar un cheque en blanco en garantía, por si la empresa decidía
cobrar los daños, después de todo era una institución
estatal, serían daños a la propiedad pública; finalmente
el vidrio pudo romperse, no sin antes firmar el cheque, operación
que tardó al menos una hora, mientras alguien se conseguía
una linterna de bolsillo para que el candidato pudiese ver dónde
estampar su firma. En el segundo carro, dos hombres se dieron de golpes
por ser los primeros en la fila para cruzar la meta del primer vagón,
fue ahí que se desato la gran pelea, el candidato recibió
un golpe directo a su ojo izquierdo, mientras otros tantos quedaron lesionados,
yo me metí bajo uno de los asientos , junto con el hombre de la
voz del carro ocho, en medio de los gritos de las señoras y los
carterazos que iban y venían en plena oscuridad, la gente casi no
se podía mover, teniendo en cuenta el número de personas
que habían avanzado desde el último carro hasta ese punto,
en medio del fragor de la batalla vino a rodar hasta nosotros la linterna
de bolsillo que anteriormente habían usado para firmar el cheque
en garantía, lo primero que pensé fue en encenderla y si
poder verle la cara a mi compañero de trinchera, pero me sorprendió
el grito de una mujer que absolutamente ofendida repartía golpes
a su alrededor, pues según gritaba, un tipo la había manoseado,
mi compañero se largó a reír sin miramiento, mientras
la mujer gritaba ¡¡ Fuiste tú, el que se está
riendo, espera que te agarre desgraciado....#,&# !! , tal vez nadie
en particular la había tocado, pero es que había tanta gente
que el manoseo era general y obligado. Los carros cuatro y cinco, que pasé
por alto en este relato, no tuvieron mayores incidentes, salvo el reventón
de una botella de bebida, debido al calor, dos desmayos por el mismo motivo,
y algunos pequeños altercados por el orden para cruzar al carro
siguiente, situación que llegó al límite en el interior
del carro número dos.
Metidos bajo los asientos ,
en una especie de trinchera improvisada, teníamos al alcance todo
lo que caía al suelo producto de los empujones, tirones y demases
que la gente se propinaba, obtuvimos un botín bastante nutrido,
una barra de chocolate, cuatro dulces, dos trabas de pelo, una lima de
uña, un corta cartón, lápices variados, artículos
que mi compañero contabilizaba con un entusiasmo casi infantil,
y una linterna, entonces recordé mis intenciones de prenderla y
así poder verle la cara a mi interlocutor, pero me di cuenta a tiempo
antes de cometer un grave error, si encendía ese aparatijo, todos
descubrirían nuestro escondite, y seguramente habría una
pelea aun mayor por la linterna, aunque eso merecía mis dudas, pues
la batalla al interior del vagón parecía no ceder. Pero el
calor pudo más que las fuerzas de los contrincantes y poco a poco
comenzaron a calmarse y a ocupar todos los espacios disponibles para
sentarse, una vez hecho esto vino la exhaustiva revisión de las
pertenencias, dándose cuenta de la perdida de varios objetos durante
la batalla, los cuales se encontraban en mis bolsillos y en los de mi compañero;
se decidió a organizar la búsqueda y recuperación
de dichos objetos, pero en plena junta " vagonil ", la puerta que unía
nuestro actual carro con el primero, o sea, con la libertad, se abrió
sola, así, misteriosamente y una respiración nueva surgió
de entre las sombras, con otra voz, mas misteriosa aun, "¿ Cual
es el problema?, ¿Por qué tanto barullo ?", creo que eso
fue lo último que dijo, porque en un rápido movimiento el
vagón dos entró atropelladamente en el uno, el que para sorpresa
de todos estaba absolutamente vacío, la voz, que parecía
resucitar de entre los muertos dijo: "Es que el chofer se llevo a todos
los pasajeros y me dejó a cargo, a la espera de la señal
"; así volvimos a la tan esperada señal, prosiguió
una discusión de por qué el conductor se había llevado
sólo a la gente del primer carro y no a los demás, se agregaron
algunos cargos a la demanda principal, por discriminación, y todo
el mundo procedió a tomar asiento; para suerte de mi compañero
y mía, se olvidaron de la recuperación de los objetos. Decidimos,
mi acompañante y yo, volver al vagón anterior, había
demasiada gente tratando de acomodarse en el primero, en ese trayecto tuve
la idea de preguntarle al menos su nombre, Rodrigo, me dijo, " Rodrigo
", me acordé de un Rodrigo que fue novio mío, o tal vez debería
decir sólo mío; hacía ya por lo menos cuatro o cinco
años que no sabía de él, bien parecido, aunque muy
inmaduro, era de esos hombres que requieren madres y no mujeres, ya casi
no lo recordaba, supe que se había ido a Europa; pero a pesar de
todo me había enamorado de ese Rodrigo, éramos muy jóvenes,
lo recordaba vagamente, una vez más el tiempo y esa elección
involuntaria se habían encargado por mi de borrar gran parte de
esa historia. En medio de la oscuridad nos dimos cuenta que no éramos
los únicos que estabamos volviendo, y ya que nos encontrábamos
en eso, optamos por regresar al último vagón, por volver
al principio; no sé por qué sentí la necesidad de
regresar, como si el desandar toda esta historia cambiara los hechos, o
me cambiara a mí, o a todos los que retrocedíamos el tiempo
en la oscuridad; nos tomó bastante tiempo el ir del primer carro
al último, no teníamos la escalera, así que el paso
de un vagón a otro era lento, la gente chocaba entre sí y
a medida que avanzábamos se iban sumando más personas, creo
que los que se mantuvieron en los vagones intermedios, sin avanzar ni retroceder
eran ese porcentaje de indecisos que hay en todo, por otra parte, dentro
del grupo de los que habíamos decidido retroceder, estaban esos
que al recordar alguno de los regresos de vacaciones en marzo , quisieron
por primera vez no volver, no mas fines de semana de mall, entre otros,
que veíamos el regreso como una vuelta al origen, como la posibilidad
de comenzar todo otra vez, o de no comenzar nada, mas bien terminarlo
todo, darle una mano al tiempo y la otra al olvido, y esperar sin apuro
a que alguien llegase a buscarnos, para disfrutar de ese sueño de
haber matado a todos los de arriba, de hacer un minuto de silencio por
ellos, de creer que hubo una explosión nuclear, una tercera guerra,
y que ahora éramos los únicos, ya ni siquiera existía
el candidato, viviríamos en una merecida y tan necesaria anarquía.
Cuando el último pasajero cruzó la pequeña puerta,
una mujer preguntó hacia el otro vagón : " ¿
Alguien más va a entrar ? ", hubo sólo silencio, seguido
por un movimiento de gente y el ruido de objetos metálicos, alguien
pidió ayuda y algo de luz, Rodrigo recordó la linterna de
nuestro botín e iluminó, pero lo hizo hacia el suelo, cerca
desde el lugar desde donde venía la voz; las manos de un hombre
ordenaban sobre el piso una serie de herramientas, " ayúdeme, necesito
que haga presión con esto mientras saco las piezas de unión
para separar el vagón del resto del tren ", un movimiento se produjo
desde el fondo del carro y varias manos aparecieron bajo el foco de luz
de la linterna, el hombre dio las instrucciones y bajo la luz, trabajaron
un par de horas sobre el piñón que unía un carro a
otro; una vez concluida la separación , el hombre volteó
y esta vez la luz le dio en la cara, " ¿ Alguien quiere irse ? ",
dos mujeres se adelantaron para salir, las siguió el tipo del libro,
el que alcancé a ver cuando cruzo el as de luz , ¡ el libro
!, grité, el tipo se detuvo y antes de cruzar se lo entregó
a otro que jugaba con una llave inglesa. La puerta se cerró con
un chirrido agudo , mientras los hombres la empujaban hasta hacerla encajar
en su lugar inicial, se nos ordenó retroceder hasta el fondo y ocultarnos
detrás de los asientos, una luz blanca inundo todo el carro y por
primera vez desde hacía mucho, pudimos vernos las caras, algunas
las mismas del principio, otras desconocidas, éramos alrededor de
doce o trece personas contando los que estaban soldando la puerta del vagón,
que con seguridad eran obreros que esa mañana se dirigían
a su trabajo, uno de esos tantos edificios nuevos que aparecen de un día
para otro en la ciudad; me quedé observando un momento los rostros,
casi todos de gente joven, una mujer me sonrío, le respondí,
me preguntaba cuantas historias , cuantos motivos tendría cada cual
para querer quedarse encerrado, después de todo nadie estaba planeando
un futuro diferente, al contrario, el asunto tendía más bien
a eliminar la posibilidad de un futuro, a soñarse fuera de todo
orden, como una forma de poder ver desde arriba el rompecabezas y encontrar
un espacio para esas piezas que andan dando vueltas por ahí, nadie
pensaba en sepultarse vivo o en morir, sólo eran vacaciones, aunque
indefinidas, sin una fecha puntual de término, sin esperar, se me
ocurría algo así como una evaluación colectiva de
la vida y mejor aún, gratis.
Hasta ese momento, me había dedicado entre los
destellos de luz, a observar al resto de los integrantes, sin reparar en
mi antiguo compañero de trinchera, el cual sí se había
fijado en mí y después de la sorpresa inicial, se encontraba
en un cuasi estado de shock, para cuando me di cuenta que el viaje a Europa
lo había cambiado bastante, aunque su rostro tenia un aire vagamente
familiar para mí, ya era tarde, la puerta estaba completamente sellada
con un kilo de soldadura. Siguieron varias horas de un silencio obligado,
no sólo entre ámbos sino en todo el carro, supuse que era
la hora en que habitualmente, cuando vivíamos arriba, dormíamos;
el obrero que jugaba con la llave inglesa dio un buenas noches general
y nos dormimos con la música suave de una radio que aún
tenía baterías, con el anterior acuerdo de no oír
noticias. Lo que prosiguió no fue una historia de convivencia familiar,
o de solidaridad con el prójimo, estábamos ahí por
una decisión en común, motivada por historias personales,
y una cosa no tenía nada que ver con la otra, éramos cómplices
del crimen de haber deseado matar por un tiempo a todo el mundo de arriba
y a costa de ese sacrificio poder retroceder al inicio de cada una de nuestras
historias, someterlas a un juicio y condenarnos culpables o inocentes frente
a ellas, limpiando así el lugar al cual en algún momento
regresaríamos, eso era todo.
Para romper el hielo nos comimos el chocolate derretido
que aún guardábamos desde el día de la batalla campal
en el carro dos, y las cosas fueron volviendo en una especie de oleadas
sucesivas, algunas recriminaciones endulzadas con el relleno sabor manjar
que tenía esparcido en mis manos, en realidad no hubo muchas cosas
qué decir, las disculpas habían venido con el olvido y de
eso ya hacían un par de años, tal vez solo vernos diferentes,
tratar de reconocernos a través del tiempo; me encantaría
poder decir que no había dejado de amarlo, que aún lo recordaba,
pero de amor nadie se muere, al menos no de muerte natural, y como tantas
otras personas sobreviví, y el resto, bueno, el resto lo olvidé
entre chocolates, otras bocas, veranos calurosos, fue uno de esos veranos
en que termine por borrar los últimos detalles de su rostro, instalando
en su lugar otra boca, otras palabras de amor, inventé otras sonrisas,
y como todos los ciclos, terminó por cerrarse, así murió
mi Rodrigo de esos años , este que estaba ahora a mi lado era otro;
para él fue distinto, en el fondo nunca terminó por cerrar
del todo nuestra historia, por eso la sorpresa cuando me vio, fue como
resucitarme o más que eso, porque la verdad nunca me había
matado, yo fui algo mas drástica y soñé para él
una muerte rápida, justo el día en que me enamoré
de otro hombre en un verano casi de trópico. Pero no voy a detenerme
en este punto, diré que las coincidencias y el azar no existen,
que todas las cosas suceden bajo un patrón determinado, que para
nosotros es desconocido, nuestro encuentro en el vagón es material
para otra historia, y sin embargo, una parte de ella encajaría en
este rompecabezas, porque sería él y no otro, quien en el
momento preciso permanecería a mi lado, colocando de ese modo
una pieza importante en su lugar.
No sé cuántas horas o días habrán
pasado desde que nos encerramos a punta de soldadura en ese vagón,
tenía sueño casi todo el tiempo, imagino que por la falta
de comida, de a ratos el hombre de las herramientas prendía un pequeño
pedazo de vela que pusimos en el medio del pasillo, durante esos momentos
todo se teñía de colores cálidos, que se parecían
a los atardeceres de Valparaíso, sin puesta de sol. En esos momentos
me dedicaba a leer algo del libro que me habían dejado, los obreros
jugaban dominó en el fondo del vagón, Rodrigo pintaba dibujitos
sobre los vidrios de las puertas laterales aún intactas, con unos
lápices de ojos, producto del memorable botín, una mujer
joven pintó un corazón enorme con su labial, un hombre de
brazos gruesos usaba el pasamanos del techo a modo de barra de ejercicios,
colgándose y descolgándose una y otra vez, algunos se entretenían
probándose los abrigos que se habían quedado en el carro,
cuando se tomó la decisión de avanzar, el resto dormitaba
apoyado en las paredes. Las baterías de la radio se habían
agotado, la temperatura era agradable, éramos pocas personas y el
calor terminó por ceder, el tipo que jugaba con la llave inglesa
se dedico a reacomodar todos los asientos para que el de los músculos
pudiese ejercitar con más comodidad; cada cual parecía estar
realizando sus rutinas favoritas, porque sin quererlo, todo tiene una pequeña
rutina, algo de cotidiano, que no es lo mismo que hablar de costumbre,
son pequeños actos casi involuntarios que ocupan espacios en nuestra
vida diaria, que ligados a cierta situación agradable se transforman
en rutinas favoritas; una de las que más me agrada es el café
de la mañana, recuerdo un balcón, el sol y esa típica
conversación sobre las actividades del día, mientras el café
me calentaba las manos, también me acuerdo de la señora del
edificio de enfrente que nos veía siempre a medio vestir en el balcón,
seguro creía que éramos un par de libertinos; cada vez que
preparo una taza de café por las mañanas pienso en ese balcón,
en la sensación tibia del sol, aunque estuviese viviendo en Rusia,
seguiría siendo mi rutina favorita. Mis evocaciones del café
terminaron con el movimiento del carro, que se balanceaba suavemente. A
través de las ventanas vimos que la luz volvía al resto
del tren, nosotros permanecíamos a oscuras, porque al desprender
nuestro vagón del resto, también habían sido cortados
los cables de la energía eléctrica, el tren ya avanzaba unos
metros, alejándose, cuando volvió a detenerse, desde nuestra
posición podíamos ver como los pasajeros corrían,
alguien comentó al aire que parecían cucarachas, hubo una
risita cómplice, con cierta carga de malicia, veíamos como
los guardias dirigían a la gente para descender de los vagones hasta
el borde de la línea , hacia las salidas laterales de emergencia,
la mujer del corazón de labial preguntó qué haríamos,
Rodrigo le contesto que " nada ", ¿ Acaso no opondremos resistencia
? , intervino el de los brazos gruesos; pero la verdad es que no nos resistiríamos,
no había otra opción más que volver, pero ya sabíamos
a qué volveríamos, todos nuestros lugares de regreso estaban
determinados, sobre todo decididos, cada cual sabía qué es
lo que debía y lo que no debía hacer cuando emergiéramos
otra vez a la superficie, la respuesta estaba en las rutinas favoritas,
lo que no significaba que esos obreros jugarían dominó el
resto de su vida, o yo tomaría café veinticinco veces al
día, tenía que ver con reconocer las situaciones ligadas
a nuestras rutinas, en intentar que fueran siempre favoritas, para no descubrirse
una mañana haciendo lo que no se quiere, teniendo en cuenta que
para llegar a esa mañana pudieron haber pasado diez años.
Después de unas horas en silencio, oímos
golpes y voces que nos pedían nos retiráramos de las puertas.
Cuando estas se abrieron un foco de luz nos encandiló, los guardias
de seguridad se quedaron mirando los dibujos de Rodrigo en los vidrios
y el corazón gigante de lápiz labial, y uno a uno nos fueron
bajando al borde de la línea, nos disponíamos a avanzar en
dirección al resto de los pasajeros, pero uno de los guardias dio
una señal, una de esas señales tan esperadas y nuestro grupo
fue desviado en dirección opuesta hacia la estación anterior,
aducieron que era más cerca , después de todo éramos
el último vagón; extrañamente no se acercaban demasiado
a nosotros y comentaban por lo bajo el asunto de las puertas selladas con
soldadura y los dibujos en las paredes, pero aún así nos
condujeron por la banda de seguridad. Al salir a la luz blanca de los tubos
fluorescentes en el bandejón de la estación, nos encontramos
con mucha gente que trabajaba sobre la línea, supuse que reparaban
el desperfecto que nos había dejado detenidos dentro del túnel,
pero alcancé a divisar entre el tumulto una camilla cubierta por
una sábana, no pude ver demasiado, tal vez alguien del primer vagón
había salido herido, lo cual era probable, era demasiada gente en
un solo carro, pero no era nadie de los vagones, alcancé a oír
a un paramédico diciendo que había sido un suicidio, que
simplemente se lanzó a la línea; entonces sí habían
muertos arriba, pero sólo uno, sólo esa mujer, sólo
ella se había sacrificado por nosotros, por esas horas de tiempo
ganado; nos subieron rápidamente por las escaleras, apuntaron nuestros
nombres en una lista, con el número de identidad y simplemente nos
pidieron que por favor nos retiráramos, perdí de vista a
Rodrigo, pero al rato me alcanzó en la salida; todo era como un
sueño, no había guerra, ni explosión nuclear, ni lava,
ni nada que se le pareciera, es más, de seguro nadie se había
enterado de lo que sucedió abajo. Me senté en un peldaño
para sentir lo que quedaba del sol en la cara, eran cerca de las seis de
la tarde y aún hacía calor, recordé que ese
día me había saltado mi rutina favorita, no había
desayunado, con el atraso pasé por alto el café; la gente
caminaba distraídamente, las calles aledañas eran conocidas
para mí, hace unos años había vivido en ese barrio,
muy cerca de la estación de metro en la que estábamos; antes
de que Rodrigo se fuera a Europa, tuvimos una gran discusión justo
en la plaza que estaba al frente, fue por una estupidez, yo quería
comer comida china y él quería ir directo al cine, la comida
era después, esa pequeña estupidez se sumó a otras
anteriores, no recuerdo qué fue lo que le dije, sólo me subí
a un taxi y me fui, traté de repasar las palabras, pero ya las había
olvidado, sólo tenía guardado en mi memoria el hecho puntual
de la comida; Rodrigo continuaba a mi lado sentado en el peldaño
de la escalera, fumaba lanzando argollas de humo al aire, de pronto y sin
más se puso de pie, sacudió su ropa y caminó, el sol
ya casi se había escondido y todo era rojo como la luz de la vela
dentro del vagón, entonces me gritó desde la esquina : "
¡Oye, el restorán de comida china está abierto ! "....
y así la ultima pieza encajó en su lugar, la mujer no había
muerto en vano.