A la prolongada discusión post-mortem entre Huygens
y Newton sobre la naturaleza de la luz se apuntaron, entre otros muchos,
obispos, locos, farmacéuticos, una princesa de Thurn und Taxis,
un entomólogo de la Sagrada Puerta, Goethe; sus títulos académicos
no siempre eran los que el tema exigía, pero nadie los tuvo más
escasos que Franz Piet Vredjuik, enterrador de Udenthout en los Países
Bajos, si es cierto que, como él mismo manifiesta,en toda su vida
sólo había leído dos libros: la Biblia y las obras
completas de Linneo. Esta presunción suya, que le hace único
en el irregular campo de la filosofía postnewtoniana, se lee de
manera explícita, y es difícil decir si petulante o modesta,
en el prefacio del único opúsculo suyo que ha llegado hasta
nosotros: El Pecado Universal, o Discurso sobre la identidad entre sonido
y luz (1776, Utrecht). Como cualquiera puede deducir del título,
el objetivo del breve tratado consiste en demostrar -o más exactamente
afirmar sin otra demostración que una serie de precisos llamamientos
a la intuición- que el sonido es luz, luz degenerada.
Desde el punto de vista meramente estructural, admitida posteriormente
la hipótesis llamada ondulatoria, la propuesta de Vredjuik podría
parecer defendible; mucho menos aceptable parece, no obstante, su motivación,
que es la siguiente: la causa eficiente y universal de la transformación
regresiva y recurrente de la luz en sonido es el pecado original.
Dicha tesis presuponía, para
comenzar, una relación jerárquica entre sonido y luz tan
evidente que casi no merece otras aclaraciones: la luz era por definición
mucho más noble que el sonido. Todavía hoy subsiste
esta tácita prerrogativa, cuando no tiende a exasperarse.
Casi nadie ha leído a Vredjuik, pero todos están de acuerdo
en reconocer los privilegios de la luz; nada, por ejemplo, puede superarla
en velocidad; de no existir la luz, no habría ninguna otra cosa
en el universo; sólo la luz consigue prescindir de la materia; y
así sucesivamente. Nadie, sin embargo, sostiene actualmente,
como Vredjuik, que ésto sucede simplemente porque sólo la
luz, entre todas las manifestaciones del cosmos, no ha sufrido las consecuencias
del pecado de Adán. Apenas es rozada por el pecado, la luz
se estropea y se convierte en calor, suciedad, bestialidad, ruido.
La idea de la fundamental identidad
entre luz y sonido se le había ocurrido a Vredjuik, como explica
él mismo, pocos días después de la llegada al mundo
de su segunda hija, Margarethe. Una noche, a eso de las dos de la
madrugada, su hija había comenzado a chillar, como solían
hacer los recién nacidos holandeses por aquellos tiempos, cuando
de repente sus chillidos alcanzaron una intensidad y un diapasón
tan poco habituales, que el padre, con las mantas estiradas hasta cubrirle
los oídos, vio en la negra oscuridad encenderse tres estrellas como
centellas: era un primer ejemplo de sonido convertido en luz. Posteriores
reflexiones llevaron a Vredjuik a presuponer una directa relación
entre ese fenómeno y el hecho de que Margarethe hubiera sido bautizada
aquel mismo día: no habiendo cometido después la niña
ningún pecado, sus cuerdas vocales mantenían, y seguirían
manteniendo durante un breve tiempo, la bivalente capacidad de emitir tanto
sonido como luz; en efecto, el fenómeno fue disrninuyendo con el
tiempo, a medida que la recién nacida iba siendo, como le corresponde
al destino humano, una cada vez más acendrada pecadora.
Otra prueba decisiva, según
Vredjuik, era la prueba del disparo de mosquetón lejano: si se sitúa
un mosquetón sobre un barril o sobre el techo de una casa, y a unos
centenares de pasos se sitúa un observador encima de otro barril
o sobre el techo de otra casa (en Holanda escasean las alturas), cuando
el mosquetón dispara un tiro -mejor si es de noche- el observador
ve una lucecita y al cabo de un instante no despreciable de tiempo le llega
el ruido del disparo. obviamente se trata en ambos casos del mismo fenómeno,
reconducible a la ignición de una cierta cantidad de pólvora:
una parte de esta luz, sin pecado, llega inmediatamente al observador;
la parte contaminada -quién sabe qué manos han tocado esa
pólvora- llega en cambio con dificultades, bajo la capa del estallado.
De la misma manera, aclara más bien oscuramente Vredjuik, el sifilítico
camina con bastón.
Otros ejemplos de luz sin pecado son:
las estrellas, de las que los paganos afirman que suelen producir una música,
pero que evidentemente no la producen en los países cristianos,
porque el autor las ha escuchado en Udenhout más de una noche, cuando
callan los animales y los ríos; el sol, del que nunca se ha oído
un solo estallido, y la luna, notoriamente silenciosa; la niebla, que nunca
hace ruido; las lámparas de las iglesias reformadas holandesas (las
de las otras despiden una crepitación característica); los
cometas (Vredjuik admite que nunca ha visto ni escuchado ninguno, pero
se lo han dicho); los ojos de los niños mudos (el cuarto hijo del
autor era mudo); el famoso faro de Nueva Amsterdam, hoy Nueva York, y en
general toda la cadena de faros entre Zelanda y Frisia; algunos tipos benignos
de fantasmas y fuegos fatuos.
El libro del olvidado sepulturero de Brabante se cierra
con una "Advertencia al lector", sobre la intrínseca inmoralidad
del ruido, de la música, del canto y de la conversación.