HENRIK LORGION
Una lista de sustancias ideales, prolongadamente buscadas
y jamás encontradas, incluiría la favorita de Wells que abole
la fuerza de la gravedad; el polvo de cuerno de unicornio, que hace inocuos
los venenos; también de Wells, el líquido que nos convierte
en invisibles; el flogisto, que es la sustancia del fuego, y que en lugar
de poseer peso posee ligereza; los biones de Wilhelm Reich, burbujitas
llenas de energía sexual localizables en la arena; la piedra filosofal,
que convierte los metales inferiores en oro y plata; los dientes de los
dragones, que ahuyentan a los enemigos; el anillo de los Nibelungos, que
da el poder,el agua de la fuente que Ponce de León buscó
en Florida; los cuatro humores de Galeno, hipocondriaco, melancó-
lico, colérico y flemático, que guerrean
en el cuerpo e instauran jerarquías; el ánima, que según
Durand Des Gros es una compacta colonia de animillas, y según las
últimas teorías una sustancia química que establece
los contactos entre sinapsis; la sangre de Cristo, recogida en una copa
por José de Arimatea; el elemento 114, que según los cálculos
debiera ser estable.
A esa lista, tal vez infinita, quiso
añadir un término más el médico Henrik Lorgion,
de Emmen, Holanda; el cual, durante muchos años, buscó en
la linfa de los hombres y de las plantas, en el fuego y en la luz, en los
peces alados llegados de las colonias y en todo lo que es mudable la sustancia
de la belleza.
Lorgion sostenía que cada cosa
perfecta, armoniosa y simétrica que hay en la naturaleza extrae
su perfección, su armonía y simetría de una sustancia
circulante, llamada por él eumorfina, y que desaparece cuando la
vida rnuere; es la misma que ocasiona que sobre todo lo que es muerte -hombre,
bestia o vegetal- se abata el desorden y la falta de armonía.
Con la muerte, esta sustancia se difunde de los cuerpos a los elementos
circunstantes, hasta que los procesos orgánicos normales de los
seres vivientes la reabsorben y se apoderan de nuevo de ella.Cosa que parece
posible si se piensa que cualquier forma de vida que nace, nace desmayada,
y sólo poco a poco extrae del aire, de la luz y de la nutrición
forma, color y proporción.
Alejado de los grandes centros de investigación,
de París, de Leida, de Viena, Lorgion sólo disponía
de un antiguo microscopio de Amsterdam, un conocimiento más bien
aproximado de la ciencia química, que como ciencia estaba aún
en sus inicios, y una terca convicción, puramente idealista, de
que todo es materia, o se puede reducir a la materia. Ante cualquier
cosa que examinara en su aparato, el holandés quedaba sorprendido
por la belleza, por las formas, por el resplandor de los colores: infusorios,
cabellos, ojos de insecto, mucosas aterciopeladas, estambres y pistilos
y polen, gotas de rocío, cristales de nieve y silicatos, diminutos
huevos de araña, plumas de oca, todo hablaba a sus ojos de un Creador,
un Artista, un Esteta inagotable, infinitamente inventivo, un músico
de las combinaciones; aquel Creador de las sustancias también era
para Lorgion una sustancia.
A nadie se le permite en este mundo
ser totalmente original, a partir del momento en que todo o casi todo ya
ha sido dicho por un griego. Reducida a su esencia, la teoría
de Lorgion era, en cualquier caso, un desafío al mandamiento de
Occam de no multiplicar inútilmente los entes. Lo que para
otro habría sido un prisma de pato de Islandia, para el médico
de Emmen era una aleación o combinación de calcitas y eumorfina:
el Mineral en sí era una masa informe, la eumorfina lo hacía
prismático, transparente, incoloro, brillante, birrefringente, en
suma: bello. Calentadas a temperatura suficiente, es posible que
las dos sustancias llegaran a separarse, y, en efecto, en el crisol siempre
era posible reducir el cristal a una masa amorfa; pero Lorgion no disponía
todavía del instrumental necesario para recoger una eumorfina tan
evaporada.
Había probado con el alambique,
calcinando mariposas; pero de setenta y cinco Papilio Machaon sólo
había conseguido obtener media gota de agua, un agua densa y turbia
como la de los lagos alquitranados, desprovista evidentemente de eumorfina.
Había probado a dejar herméticamente cerrado dentro de un
globo de cristal un tulipán, y, extrañamente, el tulipán
se había mantenido intacto durante mucho tiempo; al final, se había
derrumbado reducido a polvo. Tal vez su belleza se había condensado
en la superficie interna de la esfera. Lorgion rompió el globo
pero no encontró en su interior nada concreto.
Dichos experimentos, y una plausible
explicación de su parcial fracaso, están descritos en el
extenso informe publicado en Utrecht en 1847, con el sencillo pero no menos
enigmático título de Eumorphion (enigmático porque
era preciso leer el libro para entender su título). El volumen
está dividido en 237 breves capítulos, cada uno de los cuales
está dedicado a un experimento diferente. De las 237 pruebas,
al menos nueve, por lo que afirma el autor, dieron un resultado tangible
y positivo: en total, siete gotas de eumorfina, cuidadosamente conservadas
durante casi un siglo en una redomita del Museo Cívico de Emmen.
Ochenta y dos bombas alemanas destruyeron en 1940 redomitas y Museo; en
cuanto al extracto de belleza que contenían, habrá vuelto
a la naturaleza, al ser la belleza, según Lorgion, indestructible.
Después de la aparición
del libro -que no tuvo muho éxito, entre otras cosas porque Emmen
parecía entonces muy alejada del mundo científico- Lorgion
prosiguió tenazmente su investigación. En 1851 fue
condenado, primero a morir ahorcado, después a reclusión
perpetua en un manicomio, por haber calcinado en una adecuada caldera de
cobre a un jovencito de catorce años,ordeñador de oficio.